PÀGINES MONOGRÀFIQUES

18/10/19

Se pasaría de premiar y financiar la producción a valorar y financiar a las personas


RENTA BÁSICA AGRARIA: Una revolución rural

¿Qué pasaría si las administraciones apoyaran al campesinado como apoyan a la banca, a la cultura de masas o a la agricultura industrial?

Muchas de nosotras hemos escuchado de primera mano que con un trozo de tierra o unos cuantos animales se mantuvo a la familia e incluso se consiguió pagar los estudios a la descendencia. Sin entrar en el debate de lo dura y sacrificada que, desde nuestros referentes actuales, pudo o no ser esa vida, hoy en día cuesta mucho encontrar quien pueda vivir de su propio proyecto agrario o ganadero. Muchas conocemos a quienes lo intentan, a costa de incertidumbre, precariedad y autoexplotación, con el impulso que proporciona estar desarrollando mucho más que un trabajo. Con el impulso de la transformación social, de la vocación o de los vínculos afectivos.

¿Tiene un trabajo que contener todo esto? Dejamos también este debate aparte para ir a lo sencillo: un trabajo debe estar remunerado de forma digna. El sector agroalimentario, como tantos otros, está controlado cada vez por menos empresas que precarizan las condiciones laborales y de vida y generan enormes impactos ambientales, sociales y económicos para poder competir en el mercado. Alimentos baratos para rentas menguantes.


¿Cómo se rompe este círculo? Desde abajo, la población movilizada va apostando por la creación de alianzas urbano-rurales como los grupos de consumo o los mercados agroecológicos, por todo tipo de acciones de sensibilización y denuncia o por encomiables prácticas individuales de consumo responsable. Todo un movimiento que valora la alimentación de calidad, el territorio, el trabajo campesino y sus múltiples derivadas. El camino recorrido empieza a ser largo y en él se han generado innumerables redes y aprendizajes, pero existe un importante obstáculo: no toda la población concienciada puede permitirse participar en este consumo. Puede, entonces, que este lento y seguro avance necesite un pequeño terremoto a su favor que venga de arriba.

¿Qué pasaría si, desde las administraciones, se apoyara a este campesinado igual que ahora se apoya la cultura de masas, la banca o la agricultura industrial con las cuantiosas subvenciones de la Política Agraria Comunitaria? Con una renta básica agraria podríamos hablar de creación de puestos de trabajo en el medio rural, con efectos positivos indirectos en otros sectores económicos. Con la estabilidad que aportaría esta medida a los proyectos, cada persona podría ajustar el precio final de su producto y, a medio plazo, se podría conseguir el acceso universal a alimentos de calidad y proximidad. Habría una parte más simbólica de enorme importancia porque con jóvenes en el campo se transformarían los pueblos y el imaginario sobre ellos. Si se cuida, con la participación imprescindible de la sociedad concienciada, que esta onda expansiva vaya por los cauces de la economía social y solidaria se podrían incluso empezar a vislumbrar cambios más profundos. En nuestras prioridades, en la forma de relacionarnos, en la manera de mirar el mundo.

Son muchos los aspectos que habría que tener en cuenta, pero en cualquier caso es necesario y urgente abrir este debate. Una sociedad que elevara la importancia de esta forma de producir alimentos introduciría en el sistema un elemento revolucionario que no sería inofensivo. No se trata de una subvención, sino de una renta. Se pasaría de premiar y financiar la producción a valorar y financiar a las personas.

La vida por encima del mercado. No se trata de privilegios, sino de derechos, de un salario mínimo digno para hacer de la alimentación y el cuidado de la tierra una prioridad al nivel de la educación o la sanidad en esta época de emergencia climática. Se trata de una decisión demandada por la ciudadanía para empezar a darle la vuelta a todo.


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