Si la forma de poder predominante en el capitalismo clásico era la disciplina, el capitalismo neoliberal tiende a poner en marcha nuevas formas de explotación social basadas en el control. Estas formas de acumulación a través del control están engendrando últimamente sus propias tendencias fascistas
En
buena parte somos responsables de la situación de desorientación en
que nos encontramos, por lo poco que cuidamos el pensamiento. Por eso
la filosofía tiene una importancia política cada vez más vital hoy
en día, simplemente porque nos ayuda a prestar un poco más de
atención a los conceptos que usamos. Entre ellos, los conceptos que
usan el prefijo “pos” (posmodernidad, posverdad) son los más
pobres de todos, pues solo nos dicen que abandonamos algo, pero no
nos dicen dónde entramos. Y cuando son comunicados sin cesar lo
único que provocan es angustia y deseos de volver a algún viejo
orden de cosas, que no es que fuese mejor, pero al menos nos parece
más sólido en la distancia.
Qué
maravilloso sería, cómo nos gustaría vivir en alguna posmodernidad
“líquida” y aburrida... Pero el caso es que no, por desgracia
vivimos en plena civilización capitalista moderna y vertiginosa.
Solo que el capitalismo está mutando, se está haciendo poco a poco
otro cuerpo técnico y social, y las viejas armas para enfrentarlo ya
no sirven. Destruye el planeta a un ritmo cada vez más acelerado,
trata de colarse hasta en nuestras almas, e incluso últimamente
engendra, para sobrevivir, nuevas formas de fascismo.
El
filósofo Gilles Deleuze definió las líneas generales de lo que nos
está ocurriendo en un texto publicado hace ya casi 30 años, pero
que es lo más urgente y actual que se pueda leer. En medio de
tanto fast-food intelectual,
que engorda pero no sacía el hambre fundamental, cuatro páginas que
son purísimo alimento: Post-scriptum
sobre las sociedades de control.
En ellas podemos ver que lo que hoy en día se suele llamar
“neoliberalismo” no es nada vago ni posmoderno, sino que indica
algo muy preciso: que estamos pasando de un capitalismo disciplinario
a un capitalismo de control.
El
viejo capitalismo extraía plusvalor encerrando y disciplinando los
cuerpos obreros, poniéndolos al servicio de la industria
termodinámica, como en Tiempos
modernos de
Chaplin. El gran modelo de poder que prevalece en ese tipo de
capitalismo es el militar, la disciplina militar. Se nos hace pasar
de un “cuartel” a otro, de un medio cerrado y exclusivo a otro
(la casa, la escuela, el cuartel, la fábrica, la cárcel, el
hospital) en el que se nos somete a la autoridad de algún tipo de
figura patriarcal (el padre, el maestro, el general, el jefe, el
policía, el médico), que nos moldea en identidades sólidas,
normaliza nuestras conductas y fabrica cuerpos dóciles a ese tipo de
explotación.
Es
un tipo de capitalismo fundamentalmente viril, como los contrapoderes
típicos que provocaba (el gran ejército industrial del socialismo).
Las explotaciones semi-esclavistas, las guerras coloniales y el
imperialismo en el tercer mundo acababan de conformar el paisaje
específico de ese mundo del capitalismo disciplinario. Y cuando ese
tipo de capitalismo entró en una crisis profunda, engendró sus
propias formas de fascismo para sobrevivir. Se trata del fascismo
disciplinario y “folclórico” que todos tenemos en la cabeza,
cuando la sociedad se vuelve un gran ejército, las ilusiones
democráticas y paliativos republicanos se disipan progresivamente, y
el fondo necropolítico (Achille
Mbembe) terrible en que se asienta la civilización liberal sale a la
superficie.
En
ese tipo de fascismo la letra de la ley, como instancia de mediación
social, es sustituida por la palabra del Führer que
se imprime directamente en el gran cuerpo jerárquico y orgánico de
la nación, donde cada uno tiene su identidad y el lugar que ocupa
claramente definido, aunque sea en un campo de concentración.
¡Qué
bello, ordenado y harmonioso mundo, que hoy en día provoca tanta
nostalgia! Y no es que sea un mundo del pasado, pero sí que es
cierto que tiende a relegarse a la periferia
del sistema-mundo (Wallerstein)
capitalista, para, cada vez más, dar lugar a otra cosa en los
centros y grandes ciudades. Pues las luchas de clases, especialmente
en el siglo XX, fueron tan intensas, y llegaron desde tantos frentes
a la vez (desde el socialismo disciplinario hasta la guerrilla
anti-imperialista, y las luchas anti-autoritarias y feministas de los
años sesenta) que el capitalismo tuvo que cambiar de piel para poder
sobrevivir.
El
control es el nuevo modo en que el capitalismo está reconstruyendo
la sociedad. Ya no se trata de encerrar ni de disciplinar a los
cuerpos que se explotan, sino de controlarlos. A diferencia de la
disciplina, el control no necesita atentar a la libertad de
movimiento de los individuos para extraer plusvalor. Tampoco necesita
someterlos a la autoridad de un jefe o un patrón. El
venerable ethos militar
se desintegra y los viejos valores viriles se derrumban.
En
lugar de estar encerrado en una fábrica en tal barrio, ciudad y
país, el trabajador precario de nuestros días conduce por las
calles del mundo entero para Uber. Uber, AirBnb, Facebook, Amazon,
Booking, Glovo y todo ese tipo de nuevas empresas actuales muestran
realmente que el proletario no tiene patria, pues trabaja para el
mercado mundial. Pero la alienación social detectada por Marx en el
capitalismo del siglo XIX se da en una forma nueva en la actualidad.
Por
un lado, el conductor de Uber es un audaz empresario (un
“emprendedor”, según la neolengua oficial) completamente libre
de ir y de venir a donde quiera, perfectamente autónomo y dueño de
sus propios medios de producción; es su propio jefe y no tiene Dios,
ni patria ni ley. Y al mismo tiempo es el proletario más miserable
de todos, que vive al día sin ninguna seguridad social ni
perspectiva de futuro, que necesita hacer una cantidad enorme de
viajes en su coche para llegar al salario mínimo, y sobrepasar
ampliamente la jornada de trabajo máxima legal para conseguir pagar
sus deudas.
Ese
trabajador-empresario-de-sí no es sometido a ninguna disciplina, e
incluso es animado a que trate de realizar todas sus fantasías de
dominio, consumo y placer; pero al mismo tiempo es controlado
perpetuamente, infinitesimalmente, en sus menores gestos, actitudes y
pensamientos. ¿Será que sonríe bastante, que es un buen
conversador, que pone una música suficientemente aséptica, que nos
da caramelitos?
En
lugar de los medios exclusivos de encierro, el espacio social del
nuevo capitalismo es continuo. Como dice Deleuze, los diferentes
momentos que habitamos en él son como los anillos modulables de una
serpiente, que se adaptan a todos nuestros movimientos, y no como los
túneles fijos y claramente diferenciados de una topera, a los que
teníamos que adaptarnos nosotrxs en la disciplina. El viejo
capitalismo se contentaba con disciplinar nuestros cuerpos, pero el
control pretende modelar nuestras almas. Y para controlar no hace
falta ningún jefe, ya que el dispositivo-aplicativo y el cliente
hacen todo el trabajo. Por eso el capitalismo de control es una
especie de capitalismo “colaborativo”, al que el consumidor
contribuye tanto como el trabajador.
Pero
esta nueva forma de poder capitalista no solo extrae valor de
nuestras conductas cuando trabajamos y consumimos, sino también
cuando nos comunicamos en nuestras relaciones sociales, humanas y
amorosas, cada vez más mediadas por dispositivos de control. Las
redes sociales son el paradigma de este tipo de dispositivos de
valorización capitalista a través del control. En ellas somos un
perfil, como ficha policial y curriculum
vitae al
mismo tiempo, que se nos pide que actualicemos frecuentemente. Y cada
vez que actualizamos nuestro perfil nos movemos a un nuevo anillo de
la serpiente, fichamos en
el capitalismo de control, que nunca tiene informaciones bastante
minuciosas sobre nuestros hábitos, movimientos y pensamientos, que
es al mismo tiempo Empresa y Estado, fábrica y agencia de policía.
Y cuando nos comunicamos con nuestros semejantes, mediante este tipo
de dispositivos, nos vendemos y nos controlamos a la vez.
La
disciplina, desde un punto de vista biopolítico,
se interesa por el simple empuje de la vida en nosotrxs, nos extrae
una fuerza de trabajo abstracta, que es la base de la producción
igualmente abstracta y conforma el plusvalor capitalista. Con el
control el capitalismo ha dado un paso más en la colonización de la
vida. Para sus algoritmos no somos trabajadores ni consumidores,
tampoco ciudadanxs, sino todo a la vez, y, al mismo tiempo, otra
cosa: patterns
of life,
patrones de vida que traducen nuestras diferentes formas de vivir a
esa información con la que trafica el nuevo capitalismo.
Esos
mismos patrones de vida se sitúan en el centro de la nueva doctrina
de la guerra anti-terrorista, la Teoría
del dron analizada
por Grégoire Chamayou, de la que depende estrechamente el nuevo
capitalismo. Según esa doctrina, el terrorista no se define por
ningún acto que haya cometido o pretenda cometer, tampoco por su
pertenencia a algún tipo de organización, sino por su patrón de
vida. Ser terrorista es un estilo de vida, exactamente como
ser youtuber o
feminista vegana, votar al PP o llevar al Barça en el corazón: un
patrón de vida, un perfil. Y evidentemente, a veces se producen
errores, y ocurre que un dron mata a una mujer libia o un niño
palestino porque su comportamiento se salía un poco de lo esperable
según su perfil.
El
control tiene su propia forma refinada de gobernarnos, que no
necesita disciplinarnos sino que nos anima a que no dejemos pasar ni
una sola oportunidad de goce, mientras transforma paulatinamente
nuestra vida en un infierno. El gobierno del control no nos reprime
para que siempre hagamos lo mismo y nos quedemos en el mismo lugar,
sino que nos estimula a golpe de “notificación” para que nos
movamos y actualicemos constantemente, manteniéndonos constantemente
sincronizados con la febril competición social. Mientras tanto,
consigue mediante su cibernética que nuestros comportamientos sean
cada vez más predecibles, que no huyamos de nuestro perfil o
identidad estadística, y que solo nos relacionemos con quienes
tienen un perfil semejante.
Este
tipo de fragmentación social alrededor de patrones de vida no deja
de afectar a la política. Eso no se nota apenas en cómo la
izquierda está completamente desorientada en este mundo del control,
sino en las nuevas tendencias fascistas que ya se están anunciando
alrededor de Trump, Bolsonaro o Johnson: toda una nueva estirpe de
agentes para el nuevo capitalismo. Son políticos producto de la
última crisis de la representación, que se sitúan completamente
fuera de las instituciones republicanas, que no debaten y se sustraen
al agonismo, que no actúan en la vida pública sino en los espacios
ambiguos creados por las nuevas redes de comunicación, de
valorización social y de control. Son, además, la primera clase
política completamente irresponsable, más influencers que
gobernantes, cuyas declaraciones solo buscan la polémica más
desmoralizadora y estupidizante que los hará crecer en las redes
sociales, gracias a las máquinas algorítmicas de propaganda de las
que forman parte, y al cinismo de nuestros perfiles que les sigue el
juego.
Esos
adolescentes seniles que el nuevo capitalismo tiende a promover a
líderes del mundo y patrón de vida ideal son como la cara visible
de ese gran derrumbamiento de los valores viriles que mencionábamos
antes. Trump y compañía representan a los nuevos managers que nunca
tienen que enfrentarse a sus empleados, que se corresponden a su vez
al nuevo tipo de militares que pone en juego la guerra de drones. Se
trata de soldados que nunca se desplazan al lugar del combate ni
arriesgan su vida, sino que “abaten” cómodamente terroristas y
otros enemigos del capitalismo mundial desde aburridos suburbios
norteamericanos; que tampoco toman ninguna decisión, pues las
decisiones se automatizan en base a los patrones informáticos de
vida.
Esos
nuevos líderes que no tienen la menor experiencia, esclavos de todas
las pasiones y absolutamente irresponsables, no son menos peligrosos
que los viejos fascistas que se disfrazaban de superhombres: más
bien todo lo contrario. El viejo fascismo consistía en poner toda la
responsabilidad en manos de uno solo; el nuevo no solo consiste en
destruir cualquier tipo de responsabilidad entre los gobernantes,
sino también cualquier virtud entre los gobernados. Estos son
aislados de cualquier relación humana real por los dispositivos, y
luego animados a pasar al acto, cometiendo de vez en cuando masacres
que a su vez retroalimentan el control. Los nuevos fascismos son la
liberación de la pulsión de muerte propia del capitalismo del
control, el otro aspecto de esa técnica amable de gobierno que nos
anima a que huyamos de toda disciplina y no dejemos pasar ni una sola
ocasión de placer.
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