PÀGINES MONOGRÀFIQUES

24/7/19

La seguridad de las personas depende de políticas de vivienda, trabajo, educación

SISTEMA SANITARIO
Emergencias médicas, complejidad y energía

Numerosas investigaciones en neurobiología señalan que los eventos con contenido emocional, positivos o negativos, se recuerdan en mayor medida que los que no se codifican junto a alguna emoción. El episodio que os cuento a continuación debió emocionarme mucho porque recuerdo muchos detalles. Nací en 1969, cuando habia en la tierra 3.610 millones de humanos, en España eramos 33,4 millones de habitantes consumiendo una media de 1.050 kg de energía equivalente en petróleo per cápita.

1974. Verano
Un día de verano de 1974 me perdí en medio de una muchedumbre y mi reacción fue salir de ella, cruzando una calle, sin mirar, no esperaba que un SEAT 1430 de una tonelada de peso se cruzase en mi camino. Es normal, no hemos coevolucionado con estas bestias y no las tememos cuando somos pequeños. Tal vez si al otro lado de la calle hubiera avistado algún espécimen de la megafauna de finales del Pleistoceno, hubiera salido en direción contraria… pero esto no puede ser: las cazamos hasta el exterminio.

Recuerdo de ese evento el momento en que crucé la calle. No recuerdo el momento del impacto, ni salir despedido, ni caer al suelo. Recuerdo a los camareros del restaurante con camisa blanca, pajarita y bigotazos que salieron en mi auxilio, me colocaron sobre una mesa de la terraza y me introdujeron en el restaurante. Recuerdo que uno de ellos, mirándome con cara de susto, me dijo: «¿Quieres agua, nene?». No recuerdo que los tres jóvenes que ocupaban el vehículo y que se detuvieron una decena de metros después de atropellarme —porque creian que habían arrollado un perro— me introdujesen en el vehículo y junto con el adulto que cuidaba de mí en ese momento me trasladasen al centro sanitario local de aquel municipio costero de 11.000 habitantes, construido en 1912.


Recuerdo estar en la camilla del consultorio local de urgencias, una sala austera, con grandes ventanales por los que entraba mucha luz natural. Recuerdo las estanterías metálicas acristaladas y pintadas de blanco con el instrumental de acero inoxidable. Recuerdo al médico de mediana edad y las dos monjas que ejercían de enfermeras, los recuerdo trabajando en silencio, tranquilos.

Me hicieron una radiografía: fractura de tibia y peroné, diagnosticó el médico. Me enyesaron la pierna derecha desde la punta de los dedos hasta la ingle, me limpiaron la sangre de la cara que me salía por la boca y la nariz y que objetivaron provenía de las erosiones producidas por el morrazo que me di contra el suelo. El médico debió palpar y explorar mi pelvis, mi tórax, mi cabeza, mi abdomen, el resto de extremidades; y una hora después allí estaba, bien perfundido, respirando con normalidad, atento a lo que sucedía a mi alrededor, sin signos de shock, con el abdomen blando y depresible sin dolor a la palpación.

El médico debió pensar: “Este chaval no se va a morir hoy…”, realizó un informe médico escrito a mano o mecanografiado, que quedaría archivado y tal vez ya no se conserve, metió la radiografía en un sobre marrón y se la dio a mi madre, que la tuvo durante años en casa en un cajón hasta que se extravió.

Mi madre me cogió en brazos, nos subimos en el mismo coche que me atropelló y los jóvenes condujeron hasta nuestra casa. Se despidieron y nunca les volvimos a ver. Era verano y recuerdo salir a pasear embutido en un carrito de bebé, con la pierna tiesa saliendo del carrito, lo cual debía resultar bastante cómico. Unas semanas después me condujeron al mismo centro sanitario, donde las mismas monjas asistían a un médico más joven, que agarró una cizalla de acero inoxidable cuyo tamaño me aterrorizó, cortó el yeso, y para casa a correr.

Y de esta sencilla manera se resolvió el incidente. Aunque había un acuartelamiento de la Guardia Civil no apareció ningún agente; aunque había un puesto de carretera de la Cruz Roja en las afueras del pueblo no hubo ambulancias, ni llamadas a un centro de control de emergencias, ni parte del seguro de accidentes. Hospitales con capacidad quirúrgica y pediátricos se encontraban a más de 40 km por carreteras locales y si me hubiera roto el bazo, el hígado, sufrido un neumotórax a tensión o un traumatismo cráneo-encefálico grave, lo hubiese tenido crudo.

El incidente se resolvió usando muy pocos recursos, con la intervención de muy pocos actores, generando muy pocos residuos y utilizando una tecnologia, los rayos X, que data de finales del siglo XIX. Hoy, 45 años después, hay en la tierra más de 7.500 millones de habitantes, en España vivimos unos 47 millones de habitantes consumiendo un total de 2.500 kg de energía equivalente en petróleo per cápita. Es un salto importante en población, uso de energía, y complejidad…

2019. Complejidad

Hoy trabajo como Técnico en Emergencias Sanitarias en una ambulancia del Sistema de Emergencias Médicas de mi comunidad. Asisto en accidentes parecidos, y sé que hoy un incidente de este tipo desplegaría una ingente cantidad de medios, recursos, personal, energía y complejidad.

El atropello de un niño de tan corta edad hubiera generado un aluvión de llamadas de telefonía móvil a través del sistema de telecomunicaciones 4G, a la central de emergencias regional del 112, que hubiesen sido codificadas por los gestores de demanda en una aplicación informática. Luego, los gestores de recursos de los diferentes cuerpos de seguridad y emergencias hubiesen despachado los recursos correspondientes a la alerta codificada.

Para una alerta en la que se codifica “niño atropellado en vía pública, en el suelo, sangrando” se despliegan una gran cantidad de recursos en un plazo breve. En una localidad cercana a cualquier zona metropolitana típicamente aparecerían en pocos minutos (la respuesta varía entre 7 a 15 minutos dependiendo de la isocrona) uno o dos vehículos de la Policía Local, uno o dos vehículos de la Policía Autonómica o Guardia Civil, una ambulancia de Soporte Vital Básico, una ambulancia de Soporte Vital Avanzado, el despegue de un helicóptero medicalizado si estuviese disponible. Y, si en el caos de llamadas recibidas se hubiese generado alguna duda sobre si el niño está atrapado bajo el coche, una unidad de bomberos sería despachada también.

Se me hubiese valorado, inmovilizado, y aplicado técnicas de soporte vital avanzado in situ si fuese necesario. Se activaría un protocolo de paciente politraumático pediátrico, que pondría en marcha un sistema de trauma pre-alertando al hospital de destino. Sería trasladado en una unidad de soporte vital avanzado o helicóptero a un hospital pediátrico de alta complejidad (unidades que tienen como dotación un médico, enfermero y un técnico o piloto y un copiloto haciendo también las funciones de técnico en el caso del helicóptero).

En el hospital de destino me esperarían dispuestos en un box de emergencias con todos los medios disponibles: personal de enfermería y medicina, de trauma, medicina interna, anestesia, cirugía, auxiliares de enfermería, celadores. Posteriormente, tal vez hubiera estado hospitalizado en observación. Todas las comunicaciones telefónicas referentes al centro de control y todas las comunicaciones de radio selectiva digital de las unidades de respuesta quedarían registradas en el sistema informático.

Todos los informes médicos y de enfermería y todas las radiografías y analíticas quedarían registradas informáticamente en mi historial médico. La policía realizaría un atestado, recopilando los datos de la víctima, del vehículo, seguro, conductor… Hubiesen participado directa o indirectamente decenas de profesionales, desde los operadores de demanda, gestores de recursos, médicos, enfermeros, policías, bomberos del centro de control que funciona 24x7x365, más los policías, técnicos en emergencias, médicos, enfermero, bomberos, hasta un total de 8 vehículos terrestres y un helicóptero.

Una vez en el hospital, personal administrativo, personal de limpieza, celadores, auxiliares de enfermería, enfermeras, médicas, técnicos de diagnóstico por imagen y personal de seguridad privada. Todos estos recursos 24x7x365 días del año. Se hubieran generado algunos kg de residuos difícilmente reciclables y se hubiera quemado combustible fósil, especialmente durante el trayecto en helicóptero. La factura del incidente sería enorme y se cargaría sobre la compañía aseguradora del vehículo.

Declive, decrecimiento, simplificación

Ente ambos episodios median 1.500 kg de energía equivalente de petróleo per cápita y la gran complejidad que ha emergido del descomunal uso de energía y recursos que devoramos actualmente.

Un hospital utiliza más energía por metro cuadrado que cualquier otro edificio (Heinberg, 2006). Este flujo de energía fósil y recursos tienen los días contados: va a decrecer por imposición geológica y por colisión con los límites biosféricos. Es simplista decir que a medida que se reduzca nuestra disponibilidad energética y de recursos per cápita, una vez lleguemos a los umbrales de 1974, tendremos un sistema sanitario como el de 1974. Sin embargo, lo que es seguro es que este tendrá que reconfigurarse y adaptarse a lo material y energéticamente posible. La salud y seguridad de las personas no depende del Ministerio de Sanidad: la salud y la seguridad de las personas depende mayormente de las políticas de vivienda, trabajo, medio ambiente, educación, industria, energía… y esto será de vital importancia durante el largo declive (o tal vez corto, abrupto y profundo, ¡quién sabe!). Por esto la adaptación justa al declive energético tal vez pase por un colapso catabólico y por políticas fuertemente redistributivas y emancipadoras de las clases populares. Para terminar, y al hilo de esta reflexión final, es interesante recordar algunas citas de En la espiral de la Energía, libro de obligada lectura:

En paralelo a la degradación de las condiciones básicas de vida, irán surgiendo alternativas. En el plano sanitario, se apostará por una atención con orientación comunitaria y desde un enfoque de salutogénesis. En ella, la atención primaria y la salud pública serán los ejes fundamentales, y la hospitalaria un recurso tan solo de apoyo para ciertas situaciones. Además, se irá articulando otro sistema médico, probablemente basado en la medicina tradicional y oriental. Todo ello requiere muchos menos recursos energéticos, materiales y económicos. En todo caso, lo que más influirá sobre la salud de las poblaciones serán sus condiciones de vida, teniendo la organización del sistema sanitario un papel secundario. (Pag 285).
Entre las causas del incremento de la mortalidad estará la crisis de los sistemas sanitarios públicos, como había ocurrido en el colapso del “socialismo real”. La decadencia del sistema de salud no será solo la de hospitales y centros médicos, sino fundamentalmente el menor control del sistema alimentario (incluida el agua, cuya depuración se complicará mucho, siendo este aspecto más determinante que la potabilización), la imposibilidad de limitar las plagas (resistencia a los antibióticos, limitaciones logísticas y presupuestarias), el encarecimiento de las medicinas, y la paralización o ralentización de la investigación médica. (Pag 289)
La red eléctrica es central porque el capitalismo global no puede existir sin un mar de energía eléctrica barata, ni sin mercados conectados instantáneamente por flujos de información. Solo gracias a la disponibilidad permanente de electricidad funcionan los bancos (incluidos los cajeros), la red de agua potable, los hospitales, las fábricas, los trenes o la administración. (Pag 300)

(Versión extensa del artículo publicado originalmente en gallego en el blog Saber Sustentar, de El Salto.)

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