PÀGINES MONOGRÀFIQUES

12/2/19

Contribuir a que sea un mundo mejor está en nuestras manos y en nuestro corazón.

TENEMOS LA OPORTUNIDAD INSÓLITA DE CAMBIAR EL MUNDO
Jordi Pigem es el filósofo de nuestro tiempo. Así lo demuestra en su libro Buena Crisis (Ed. Kairós y Ara Llibres), donde realiza un fiel retrato del especial momento en que nos ha tocado vivir. Sus recetas a los grandes retos se pueden resumir en dos líneas: acabar con el divorcio entre el ser humano y el resto de la naturaleza y empezar a buscar la felicidad en la creatividad, la solidaridad y las relaciones humanas. El consumismo y el materialismo son el pasado, ha llegado la época del postmaterialismo. Pigem ha sido profesor del Schumacher College, colaborador de Raimon Panikkar, Fritjof Capra… Y lo más importante: es muy buena gente.

Buena Crisis es el título de tu último libro. Normalmente crisis se suele asociar a algo negativo pero tú apuntas a algo positivo.

La palabra crisis viene de un término médico empleado para describir el momento en el cual el paciente se sana o empeora. Si se sana, se decía tradicionalmente que el paciente había tenido una crisis feliz, favorable o una buena crisis.

Estamos en un sistema que ya estaba enfermo y ha entrado en crisis, es decir, puede empeorar y volverse más hacia la sed de control, la violencia, la alienación o bien puede transformarse hacia un mundo más sano, más sensato, más ecológico, más justo y más sabio.


Es útil darnos cuenta de que esto nos da un poder de actuación que antes no teníamos. En una situación estable puedes intentar cambiar cosas y nada se mueve. En cambio en una situación de crisis todo está en transformación y  es mucho más fácil incidir en el curso de las cosas.

Ahora todo está fluyendo y es mucho más fácil orientar los cambios en el sentido que creamos que son positivos. La única certeza que podemos tener es de que nada se quedará igual.

En un mundo en donde cada vez hay más desigualdades y formas de explotación cada vez más sutiles, el hecho de que llegue una crisis como esta es una campanada que nos despierta. La bonanza económica y la posibilidad de consumir cada vez más eran como un soborno a nuestra consciencia que nos hacía ignorar los problemas terribles del mundo, a nivel de derechos humanos y de crisis ecológica, por ejemplo.  Creíamos que como yo cobro a final de mes y me puedo comprar lo que quiera, el sistema funciona.

Del mismo modo que hemos creído que la economía es la clave del bienestar de una sociedad, creíamos que el consumo era la clave del bienestar humano. Ahora sabemos que no es así. Y al desmontarse todo este sistema de creencias, todos los problemas que ya estaban ahí, pero que la sociedad prefería ignorar, ahora nos miran a la cara.

Es una medicina amarga…

Sí, pero nos despierta de un estado de sopor. El sistema era como un gigante sonámbulo que avanzaba estrujando ecosistemas, comunidades y el equilibrio del planeta bajo sus pasos. Ahora el sistema se desmonta y nos damos cuenta de que tenemos la oportunidad insólita, increíble y privilegiada de poder cambiar el mundo.

Pocas generaciones han podido sentir que sus decisiones pueden afectar el futuro, no solo de su comunidad local sino del conjunto de la Tierra. Estamos en un momento muy duro y muy difícil pero también podemos pensar que es un gran privilegio haber venido a la Tierra en este momento. Tener una vida humana en esta época de transformación enorme, con todas las posibilidades ilimitadas que ello conlleva, es la experiencia más interesante que se puede pedir.

El materialismo ha tenido una serie de manifestaciones políticas, como el capitalismo y el comunismo. ¿Qué tipo de organización social puede emanar de este nuevo paradigma holístico?

La visión holística del mundo lleva por naturaleza a sistemas de gobiernos mucho más descentralizados. El poder está en las comunidades locales. Se trata de una sociedad en donde no hay estructuras jerárquicas, no hay personas que lideran al conjunto de la población, sino que cada uno es capaz de tomar mayor responsabilidad por lo que hace y consume, por su impacto en la comunidad local y en el conjunto de los ciclos de la tierra.

Creo que esta crisis marca el principio del fin de la globalización económica y eso abrirá espacios de diversidad cultural que hasta ahora se habían ido sofocando. Permitirá una mayor diversidad de maneras de actuar en sintonía con  los ritmos de cada ecosistema. De hecho, es así como las culturas han ido evolucionando siempre: en sintonía con los ritmos climáticos y biológicos del ecosistema que las acoge, cosa que ahora prácticamente no tenemos en cuenta.

Ahora mismo lo que tenemos a nivel político es la gran transición desde estructuras rígidas y jerarquías centralizadas a toda una serie de iniciativas participativas que van a ir surgiendo a nivel local.

Todo esto comporta fomentar la participación ciudadana y la recuperación de maneras autosuficientes de vivir. Recuperar oficios que se estaban perdiendo, recuperar variedades agrícolas locales que se estaban abandonando. Hay que fortalecer estas comunidades locales y dejar que las estructuras más globales sean solo como un paraguas protector, no como una pirámide que acumula el poder en su cúspide. Sería un poder que emerge de abajo a arriba, no  de arriba a abajo.

¿A nivel simbólico estaríamos hablando de pasar de la fórmula piramidal al trabajo en red?

Sí, exacto. La pirámide es una metáfora que vale mucho para los sistemas que hemos creado hasta ahora, tanto políticos como empresariales. Pero la naturaleza no funciona así. El concepto de pirámide puede asociarse con nociones teológicas que proclaman un dios superior que está por encima de la Tierra. La versión del cristianismo que ha triunfado (que no es por ejemplo la de San Francisco) es muy jerárquica y se ha vuelto compatible la visión del mundo hasta ahora hegemónica, en la que destaca la competición y la lucha por la supervivencia, todo se rige por leyes mecánicas y lo que tiene más fuerza triunfa.

La visión holística nos revela que todas las cosas están íntimamente relacionadas y todo depende de todo lo demás. Es una visión mucho más compatible con la idea de red. Cada acto, como una piedra que cae en un estaque, genera ondas que luego se van expandiendo. En esta crisis, las pirámides se derrumban y las redes se fortalecen. Todos sabemos que las estructuras piramidales ya no funcionan.

Inventar estructuras piramidales es un experimento de la humanidad que hemos comprobado que no funciona. Y no funciona ni siquiera para los que están arriba, muchos de los cuales están colmados de insatisfacción.

Ahora nos toca probar formas nuevas de organización. Sabemos que el cosmos y la vida funcionan en red. Cuanto más funcionemos en red nosotros, más fluiremos con la naturaleza y mejor nos irá.

¿Es el universo un lugar acogedor?

Los pueblos indígenas tradicionales se han sentido parte de su ecosistema inmediato y del Universo. Cuando miran a la Luna y al Sol, los ven no solo como parte de su cosmología, sino de su mitología y de su propia familia… De esa percepción primordial del mundo, en la cual nos sentíamos instintivamente hermanos de  las plantas, los animales y los astros… hemos pasado a una visión mecanicista en la que consideramos que lo único real es lo que se puede medir, lo que se puede cuantificar. Eso da lugar a un mundo que puede ser controlable y eficiente en muchos sentidos, pero donde todo lo que no es cuantificable, todo lo que tiene que ver con la creatividad, la imaginación, el arte, la espiritualidad, nuestras relaciones, el amor… todo ello se percibe como una cosa accesoria y poco importante. Si creemos que lo más propiamente humano es un añadido, creamos un mundo inhumano y hostil.

Es curioso que las conclusiones a las que está llegando la ciencia de vanguardia coinciden con las  filosofías espirituales más tradicionales. Parece que los científicos y los místicos acaban entendiéndose al final del trayecto.

Dos premios Nobel de Física del siglo XX, Schrödinger y Wigner, independientemente llegaron a la conclusión de que ciertos experimentos de física contemporánea solo podían explicarse satisfactoriamente si pasamos a considerar que el fundamento de la realidad no es la materia y la energía, sino la conciencia y la percepción. Eso significa un giro de 180 grados en cómo vemos el mundo desde hace siglos. Y esto no lo dicen maestros espirituales, sino premios Nobel de Física. Hay, como mínimo, paralelismos entre la visión del mundo que han cultivado las filosofías no dualistas de diversas escuelas budistas, taoístas e hinduistas, y la visión que nos presenta la física contemporánea.

La física ha descubierto cosas que los propios físicos no son capaces de asimilar en su vida cotidiana.

La visión del mundo que emerge de la física cuántica borra la visión de que existen entidades separadas. La mayoría de los físicos viven en una especie de doble vida. Cuando están trabajando con la física cuántica, abrazan la visión de radical interdependencia de todas las cosas, pero cuando están en su vida cotidiana, todo vuelve a estar fragmentado y muchas cosas se siguen rigiendo por los valores tradicionales.

Nuestra cultura todavía no ha sabido integrar lo que hace ya cien años comenzó a emerger de la física cuántica y más recientemente de la neurobiología.

Tenemos la base científica para una visión holística, en la cual nos damos cuenta de que todas las cosas son interdependientes y en la que la actitud más natural y más efectiva es cooperar y no competir. De ello puede nacer espontáneamente una actitud que no es de control sino de participación de los ciclos de la naturaleza.

Del control, al fluir. ¿Cómo podemos aprender a fluir? Supongo que la confianza es la clave ¿no?

Sí, la confianza es parte de este proceso. Si nos sentimos separados del mundo y separados los unos de los otros, la única manera efectiva de actuar es controlar y competir. Es una actitud basada en la desconfianza. Pero la palabra confianza puede tener la connotación de ingenuidad. Yo usaría la palabra participación, en el sentido de que nos sentimos parte de una red de ciclos, de una red inagotable de múltiples ciclos y de ese modo podemos sentirnos parte del conjunto del universo y parte del milagro continuo de renovación de la vida.

Pasar de esta actitud de control a una actitud de fluir es lo que te permite dejarte guiar por tu creatividad. También es una actitud mucho más sana. Se puede medir fisiológicamente cómo una persona que intenta controlar tiene mucha más tensión que una persona que siente que participa en el fluir de las cosas, que está naturalmente más relajada.

En una visión del mundo en la cual las cosas están separadas hay que unirlas con vínculos de control o con leyes mecánicas que rijan su funcionamiento. Una visión más participativa nos lleva a fluir con los ciclos de la naturaleza y con los ciclos de las relaciones humanas.

Hay pensadores que opinan que los humanos ya no podemos reintegrarnos en los ciclos de la naturaleza, que la expulsión del Paraíso es definitiva

La raíz del problema que tenemos hoy en día es el dualismo entre nosotros y el mundo, que se manifiesta por ejemplo como dualismo entre la humanidad y la naturaleza. La clave para conseguir un mundo que funcione es superar ese dualismo.

Hay actitudes que parten de la idea de que los humanos estamos aquí para administrar el planeta. Parten de la arrogancia de creer que saben cómo funciona el planeta.

Pero tal como nosotros respiramos sin ser conscientes de todos los procesos ligados a nuestra respiración y tal como nuestro corazón late sin que nosotros sepamos cómo, nadie sabe en detalle cómo funcionan los innumerables ciclos en continua transformación que constituyen la naturaleza.

La naturaleza es líder en tecnología porque todo lo que crea es mucho más complejo, mucho más bello y mucho más eficiente que lo que creamos nosotros. Creer que nosotros podemos controlar artificialmente el equilibrio ecológico de la Tierra es de una gran ingenuidad y arrogancia.

Los seres humanos de los países ricos y de las elites ricas de los países del Sur hemos vivido de un modo que nadie nunca antes había vivido. Volar, adaptar la temperatura de cada sala a lo que nosotros queramos y regular todo lo que ocurre a nuestro alrededor, importar comida de la otra punta del mundo y disponer de todo tipo de artilugios electrónicos… son comodidades que ni siquiera los grandes emperadores tenían, pero hemos terminado creyendo que esta era la manera natural de vivir.

¿La solución pasa por vivir con menos?

La economía convencional sigue ignorando que depende de la naturaleza. La inminente escasez de recursos energéticos clave nos obliga a reconocer que la vida que hemos estado llevando en las últimas décadas no es sostenible. Si queremos perdurar como una especie integrada en los ciclos de la tierra, hemos de consumir menos energía y hemos de aprender a vivir mejor con menos, ser más felices con menos.

No hay ninguna alternativa energética viable que sea capaz de proporcionar el nivel del consumo que hemos tenido hasta ahora. Pero eso no es una mala noticia, porque esta sociedad de consumo es una fuente de adicciones y de problemas psicológicos que antes no existían. Hay que reaprender a vivir mejor con menos energía externa y en cambio potenciar nuestras energías interiores: la creatividad, la solidaridad…

Hemos de limitar nuestro impacto en el medio, pero hay mil cosas que son ilimitadas: la amistad, la solidaridad, la imaginación, la creatividad, el arte, la capacidad de aprender… siempre las podemos potenciar.

Todo lo que no depende de una base material, no tiene límites. Darnos cuenta de que estamos en un mundo de posibilidades ilimitadas abre la puerta a darnos cuenta de que el mundo que podemos crear tampoco tiene límites. Tal vez nos espera un mundo que ahora mismo no podemos imaginar. Tiene el potencial de ir a peor o a mejor. Podemos vivir una mala crisis o una buena crisis. Nos espera un mundo que no será como este. Contribuir a que sea un mundo mejor está en nuestras manos, y en nuestro corazón.

Por Alberto D. Fraile Oliver  Revista Namaste


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