Los
cementerios nucleares –ocultos en la jerga gremial tras el aséptico
nombre de Almacén Temporal Centralizado– desatan su fantasma,
enfrentando a los ciudadanos y a sus intereses. Unos los reciben como
la panacea para impulsar el desarrollo económico de las localidades
deprimidas; otros se rasgarían las vestiduras si se almacenara
basura radioactiva en el patio de su casa, sin importarles en cambio
que se acumule en los patios de vecinos distantes. Los privilegios no
se gozan igual cuando nos salpica la miseria que generan.
¿Acaso han caído del cielo las comodidades de la vida consumista y el sinfín de futilidades que llenan nuestras vidas? El 80% de los recursos naturales fósiles se destina al consumo frenético del 20% de la población mundial, que estruja las últimas gotas que brotan de las fuentes de energía. Necesidades fabricadas, crecientes y frustradas han engendrado consumidores soldado, que obedecen sin pestañar a los imperativos de la publicidad. El número de centrales nucleares y la cantidad de sus letales desechos se incrementarán incluso con un crecimiento cero en los actuales niveles de vida de los ricos.
¿Acaso han caído del cielo las comodidades de la vida consumista y el sinfín de futilidades que llenan nuestras vidas? El 80% de los recursos naturales fósiles se destina al consumo frenético del 20% de la población mundial, que estruja las últimas gotas que brotan de las fuentes de energía. Necesidades fabricadas, crecientes y frustradas han engendrado consumidores soldado, que obedecen sin pestañar a los imperativos de la publicidad. El número de centrales nucleares y la cantidad de sus letales desechos se incrementarán incluso con un crecimiento cero en los actuales niveles de vida de los ricos.
No hay recurso energético que pueda sostenerlo. Y, a
pesar de ello, las medidas anti-crisis de nuestros mandatarios
consisten en, por ejemplo, animar la construcción de más viviendas,
mientras hay cerca de un millón de pisos vacíos y miles de personas
sin un techo digno donde cobijarse; o en el consumo de más coches,
regalando el dinero público a los particulares, en vez de incentivar
el uso del transporte público. Todo para empujar un PIB que es ajeno
a la realidad energética e incapaz de medir los valores éticos o la
felicidad individual y colectiva.
O renunciamos al despilfarro cotidiano y buscamos modelos de vida sencilla y más acorde a nuestras posibilidades, o seguimos andando a la sopa boba. Garantizar los actuales patrones de movilidad, vivienda, alimentación y ocio de una minoría supone agresiones militares, hambrunas, migraciones en masa y la destrucción de millones de seres vivos y ecosistemas enteros.
La escasez de energías viables nos conducirá hacia una economía de guerra, de racionamiento de agua, luz y aire limpio a menos que planeemos un decrecimiento en el consumo a nivel colectivo e individual, desligando el poder adquisitivo del bienestar. No sólo para que vivamos mejor, sino para que vivamos todos.
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