AÑO 2090
Acabamos
de comenzar este 2090, el planeta Tierra acoge a casi once mil
millones y medio de humanos. El porcentaje de población en riesgo de
hambre sigue siendo inferior al 0,5 y todo el mundo consume agua
potable. El acceso a energía abundante y barata está asegurado. Los
problemas de abastecimiento, apagones y pobreza energética son cosa
del pasado. Nuestros hijos aprenden en las escuelas cómo la ciencia
y la tecnología hicieron posible que superásemos las hambrunas y
problemas energéticos de principios de este siglo.
El
próximo día 31 de enero, y con motivo del “Dia Mundial del
Medioambiente”, la Consejera de Medioambiente de Extremadura
recibirá el premio al mejor “Programa medioambiental” de
Naciones Unidas por haber sido, hace ya 10 años, la primera en
declarar su región como “Región libre de aerogeneradores”
cerrando todos los parques eólicos extremeños. La población de
buitre leonado, prácticamente extinta desde los 60, se recupera
satisfactoriamente; la de milanos reales y águilas imperiales se ha
duplicado y la de otras rapaces y murciélagos, en general, casi ha
vuelto a los niveles anteriores a la época eólica.
Además,
la construcción de la nueva planta de reciclado y almacenado de
turbinas eólicas obsoletas en las cercanías de Mérida se ha
convertido en una nueva fuente de ingresos para los habitantes de la
región. Las piezas, que llegan a Mérida a través de la red
intereuropea de canales fluviales navegables– a la que pertenece el
Canal Duero-Tajo-Guadiana-Guadalquivir- son tratadas y recicladas con
las tecnologías desarrolladas en diferentes universidades españolas.
Las piezas no reciclables también tienen una aplicación directa:
entre Plasencia y Navalmoral crecen, sobre los hombros de esa basura,
las instalaciones de la estación de deportes de invierno indoor
“Nova Covatilla”.
Tras
el apagón de todas las centrales nucleares en 2025 y en medio de la
locura decarbonizadora ocurrió lo que muchos habían avanzado: el
suministro energético se convirtió en rehén de la climatología. Y
así se llegó a los colapsos a gran escala del suministro de
energía, los llamados “apagones del siglo”, con miles de
millones de pérdidas para la economía y los desórdenes sociales
conocidos como las “Revueltas de los chalecos verdes”. Los
disturbios, iniciados en 2034 en Alemania por los miembros del
partido “Alianza contra la Pobreza Energética” se extendieron
rápidamente por Holanda, Bélgica, España, Italia o Grecia, dejando
miles de muertos. El “Acuerdo Energético de París” de
2039 terminó con aquel negro episodio de nuestra historia. Francia,
Reino Unido, Suecia y Finlandia, que no habían renunciado a sus
plantas nucleares y habían desarrollado nuevas tecnologías de
fusión y fisión, se comprometieron a la transferencia de tecnología
más grande de la historia de la humanidad, facilitando así la
creación plantas de energía nuclear de nueva generación en los
otros países.
En
España funcionan hoy 27 centrales nucleares, 5 de las cuales ya usan
los nuevos reactores de tipo WAMSR (Waste
Annihilating Molten Salt Reactor),
que son reactores de sal fundida capaces de usar como combustible
hasta su completa eliminación todo tipo de desechos radiactivos.
Se trata además de reactores de máxima seguridad.
Es
gratificante ver cómo hoy en día cada vez más jóvenes reciben
capacitación para trabajar en industrias orientadas al futuro. En
lugar de temas como “Fundamentos del entrenamiento de relajación
corporal”, “Estudios de ocio aplicados” y “Euritmia para
todos”, estudian de nuevo ingeniería, química, matemáticas y
física. La biología como materia nunca ha estado completamente
fuera de moda, pero la demanda en centros universitarios y de
formación profesional crece sin parar: como muchos expertos
predijeron, la era de la biotecnología comenzó a mediados del siglo
XXI. Los avances en medicina y agricultura de los años 50 se conocen
hoy como la “Revolución Biotecnológica”. El abandono del
ecologismo en favor de una nueva percepción de la ecología también
se ha consolidado y nos ha facilitado traducir nuestros conocimientos
a medidas concretas de crecimiento socioeconómico y protección
medioambiental.
La
revolución agrícola, iniciada en 2017 por el ya desaparecido
Partido de los Verdes alemán, ha tenido un éxito rotundo.
Paradójico resulta, sin embargo, que prácticamente nada ocurrió
como habían previsto los ecologistas germanos de la época. Hoy una
gran parte de la tierra cultivable ya no se cultiva. Más del quince
por ciento de aquellos terrenos están declarados hoy como áreas de
prioridad ecológica. Hablamos de las tierras en barbecho, las
franjas de floración, los setos y los humedales intercalados entre
los cultivos. Esto ha sido posible gracias a un gigantesco aumento en
la productividad del suelo cultivado. La “agricultura orgánica”
del pasado dejó de subvencionarse en los 40 y hoy apenas se practica
debido a sus bajos rendimientos. La fertilización con nitrógeno es
obsoleta para la mayoría de los cultivos. La mayoría de éstos,
como el maíz, el trigo, la colza y la remolacha, ahora son capaces
de fijar el nitrógeno del aire mediante simbiosis con bacterias
nodulares.
Los
ingenieros genéticos también han equipado los cultivos agrícolas
más importantes con enzimas que han aumentado la eficiencia
de la fotosíntesis en
un 60 por ciento. En los trópicos y subtrópicos, en parte también
en Europa Central, muchos cultivos agrícolas presentan hoy nuevas
características, como la resistencia a las sequías. Esto significa
que sobreviven períodos más largos sin lluvia. Por supuesto,
también necesitan agua durante las etapas cruciales de crecimiento.
La solución al problema del agua llegó de la mano de las nuevas
tecnologías en materia de desalinización.
Las enormes cantidades de energía necesarias para alimentar los
miles de plantas desalinizadoras repartidas por todo el mundo
provienen de las plantas de energía nuclear y los parques solares,
los cuales -asociados a sistemas de almacenaje basados en procesos
de hidrólisis–
funcionan muy rentablemente en los países del sur. La
península del Sinaí y grandes áreas de África se encuentran ahora
entre las más fértiles del planeta.
Muchas
plantas han sido alteradas genéticamente para que, por ejemplo, les
especies forrajeras contengan cantidades de aminoácidos
esenciales muy superiores a
lo que conocíamos hace 50 años. Su valor nutricional aumentó tanto
que los animales necesitan un 15 por ciento menos de forraje que
antes. La mayoría de las plantas son inmunes a las plagas de virus y
hongos más comunes. Producen secuencias de ARN que evitan la
multiplicación de plagas.
Las
plantas modificadas genéticamente producen fragancias para nosotros
imperceptibles (feromonas) que las protegen frente a las plagas. Las
orugas, los pulgones y otros insectos disfrutan de sus nichos
ecológicos en las áreas de barbecho, para alegría de las aves que
los depredan, ¡pero no en los cultivos! El abandono de los
insecticidas tradicionales ha sido posible gracias a las
investigaciones sobre ARN
interferente de
principios de siglo. Hoy se pulverizan sobre los campos moléculas de
ARN interferente (completamente inocuo
para humanos y mamíferos),
cada una de las cuales desactiva un gen vital de los organismos que
parasitan los cultivos.
Ha
sido la combinación de avances científico-tecnológicos y políticas
inteligentes la que ha llevado a la reintroducción en España de
especies en peligro de extinción, como la perdiz, el avefría o las
alondras, de las que hoy podemos regocijarnos todos en nuestros
campos. Los agricultores ya no reciben subsidios para financiar el
exceso de producción, …
Efectivamente,
es una historia de ciencia ficción. Y, sin embargo, gran parte de lo
que les cuento es perfectamente plausible… y podría ser posible.
Solo nosotros, en nombre de un mal entendido principio de precaución,
podemos impedirlo.
A
pesar de que nuestra generación disfruta de tanta prosperidad como
ninguna otra antes, me queda la duda continua: la tecnología moderna
podría haber sido mucho más innovadora y revolucionaria. ¿Qué
pasa con las futuras generaciones? El potencial tecnológico es
casi ilimitado: impresoras 3D, la fusión nuclear, carne sintética,
vacunas contra la adicción a las drogas, coches sin conductor,
coches voladores, turismo espacial, colonización del
espacio, la realidad aumentada, los robots inteligentes, órganos
artificiales, tratamientos para prolongar la vida, …. y mucho
más. Pero para cumplir todos esos sueños nos sobran leyes, nos
faltan libertad y responsabilidad.
En
la vida los seres humanos interactúan y, precisamente por ello,
toman decisiones. Cuanto mayor es el grado de normación de mis actos
(de mi interacción) menor mi capacidad para tomar decisiones.
Cuantas menos decisiones deba tomar, menor será el número de
ocasiones en las que podré experimentar las consecuencias -positivas
y negativas- de las mismas y, por tanto, de aprender. Aprender para
alcanzar un futuro mejor.
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