PÀGINES MONOGRÀFIQUES

23/1/19

Contar con recursos incondicionales permitiría elegir proyectos de vida propios

RENTA BÁSICAUN DERECHO EMERGENTE CONTRA EL MIEDO

La renta básica universal es un ingreso monetario e individual que el Estado ingresaría a toda la población. Para quienes la defienden, esta medida apunta a la justicia social y a la libertad de las personas. Pero también aporta un proyecto ilusionante que contraponer al discurso del miedo, seguridad material para pensar en común. 

Es 18 de diciembre, en las redes sociales circula uno de esos titulares que provocan indignadas reacciones. El Congreso ha aprobado destinar 88.000 euros para pagar un retrato de Felipe VI. “¿Para esto sí hay dinero?”, se preguntan los internautas. Leen que no tiene nada de extraordinario. Es habitual hacer retratos de miembros de la familia real, así como de expresidentes o exministros. Hasta hace poco a nadie le escandalizaban estos gastos. Un día después, otra noticia centra el debate. Un hombre se ha suicidado antes de ser desahuciado en Terrassa. Se alarga la lista de víctimas mortales de la pobreza en el Estado.

Estas noticias ponen en relieve una cuestión fundamental: cómo se reparten los recursos del Estado, a qué se destina la riqueza común. España es el tercer país más desigual de la Unión Europea. 12,3 millones personas —algo más de un cuarto de la población— se encuentran en riesgo de pobreza o exclusión social, mientras que el 10% más rico concentra el 53% de la riqueza. El trabajo, principal vía de acceso a recursos, es cada vez más escaso y, aun cuando se tiene, no garantiza una vida digna.


La renta básica es un ingreso de cantidad, al menos igual al umbral de la pobreza, pagado por el Estado de forma incondicional a toda la población”, explica una voz femenina en un vídeo que la Red de Renta Básica publica en su web. La suficiencia, la incondicionalidad y la universalidad son las características que debe tener este ingreso, que se abonaría a cada ciudadana y ciudadano. Se trata, dicen quienes la defienden, de acabar con la pobreza. Pero no solo.



DERECHO EMERGENTE

La renta básica universal (RBU) no es una propuesta revolucionaria, sino más bien reformista, de refuerzo del Estado de bienestar. Su objetivo es profundizar en la justicia social, la libertad y la participación reales como bases de la democracia”, resume la socióloga Paloma Bru, integrante de la Red Renta Básica y del Observatorio sobre Renta Básica de Attac.

Como herramienta, “debería venir acompañada de medidas que permitan controlar la economía financiera global y luchen contra el fraude y la evasión fiscal en el plano nacional, además de introducir una reforma de la fiscalidad en sentido progresivo”, apunta. Sobre todo, alerta, “no puede ser la excusa para el recorte de gasto social en educación, sanidad, políticas activas de empleo o conciliación”.

Es recurrente la advertencia de que la RBU no debe sustituir las transferencias en especie del Estado de bienestar. No es una prevención en vano: existe una tradición liberal cuya expresión más clásica es la propuesta del impuesto negativo de Milton Friedman. También en la cumbre de Davos de 2016, los poderes económicos debatieron sobre una posible renta básica como respuesta a la automatización del trabajo. “Sí, existe el peligro de que los neoliberales digan: ‘Adoptamos la renta básica pero nos cargamos el conjunto del Estado de bienestar’. Quienes defendemos la RBU debemos ser muy honrados y admitir que esta es una posibilidad”, advierte David Casassas, vicepresidente de la Red y autor del libro Libertad incondicional. La renta básica en la revolución democrática (Paidós, 2018).

Pensada como una reacción frente a un mercado de trabajo que se contrae, un instrumento para mantener la paz social, la idea puede perder su potencial redistributivo. Ante esta mirada, quienes la defienden desde una perspectiva de justicia social hablan de la RBU como un derecho emergente. En particular, sería una herramienta para garantizar los derechos sociales, económicos y culturales (DESC), comprendidos en el Pacto Internacional DESC de 1966. Pero el primer derecho que garantiza este tratado es el del trabajo, entendido como empleo remunerado y, en relación a este, el de la Seguridad Social o la sindicación.

Bru lamenta la ausencia de una educación en ciudadanía que incorpore un enfoque de derechos y conciencie de que estos “son inherentes a todos los seres humanos y, por su carácter universal e indivisible, tienen que ser exigidos y defendidos para todos y en todas partes”. Además, añade, “el hecho de que, en la Constitución, los DESC se recojan como principios rectores de la política social y económica impide que puedan ser reclamados judicialmente”.

Marta de Ron pertenece a la Marea Básica, una plataforma que articula a asambleas de personas desempleadas y precarias que reclaman derechos sociales, entre ellos, la renta básica. “Es paradójico que a la gente que menos tiene le digas que le darías un ingreso sin más y que te digan que no, que ellos se lo quieren ganar, se sienten menos. Pensar que es un derecho, que te corresponde porque es parte de la riqueza que generamos todos, cuesta entenderlo”, constata. Según esta activista, resulta especialmente complicado para determinados sectores, como las personas mayores, cuya identidad está muy arraigada en el trabajo. “Pero al final lo ven, lo ven nítido, incluso esa gente que parte del ‘necesitamos trabajar a toda costa’. Podrían, por lo menos, aspirar a un tipo de negociación diferente, reclamar un salario suficiente”.

Según De Ron, cuantas más plataformas de personas desempleadas conoce, más clara ve la necesidad de desvincular la vida del empleo: “No se trata de que no encuentres o de que no quieras buscar ese empleo. Simplemente no lo hay”.

TRABAJO Y LIBERTAD
El sector de la izquierda tradicional, sobre todo el que está más ligado a los sindicatos, todavía defiende el trabajo como vector fundamental para la integración social. La mayoría aún piensa que podemos alcanzar el pleno empleo, con salarios dignos”, comenta Lluís Torrens, de la Red Renta Básica. Este economista confronta las tesis trabajistas que contraponen la renta básica al trabajo. “Es que la renta básica no desincentiva el trabajo, al contrario, elimina las trampas de la pobreza que hacen que la gente, cuando cobra el paro o cobra la renta mínima, ante el riesgo de perder ingresos, no le interese trabajar”. La idea es facilitar que la gente pueda trabajar en lo que le gusta. Y para aquellos empleos que nadie desearía hacer, subir los salarios de modo que resultaran atractivos, insiste.

Otras críticas apuntan a que la dependencia de un ingreso pagado por el Estado podría repercutir negativamente en la iniciativa y libertad de los individuos. Casassas opina lo contrario: “Nos facilita deshacernos de muchas tutelas, sobre todo privadas: la tutela de los jefes en el mercado de trabajo y las tutelas en el ámbito doméstico; pero también hay una lógica invasiva en ciertos programas del Estado que, con la renta básica o con cualquier dispositivo incondicional, se superan”. Liberadas y liberados de trabajos que no dignifican, apunta, entra en juego la posibilidad de arriesgarse, de organizarse a largo plazo y dedicarse a trabajos remunerados y no remunerados “que nos acerquen más a los demás y a lo que realmente somos”.

Pero no se trata de una cuestión meramente individual y de obtener una renta básica y quedarse en el sofá. Según defiende Casassas, “tiene que ver con la idea de que nos podamos agrupar libremente alrededor de un trabajo libremente escogido. De lo que estamos hablando es de democratizar las relaciones de trabajo también en casa. Se trata de democratizar la vida social entera, este es el proyecto de fondo”.

LA CUESTIÓN DEL SUJETO POLÍTICO
Hace algo más de un año, Rudy Gnutti, director del documental In the Same Boat (2016), daba una charla en Madrid. La película suma argumentos que apuntan a una renta básica como solución ante la deriva antropológica y ecológica. En el debate tras la proyección, el público parecía estar bastante de acuerdo, pero surgió un interrogante. “¿Quién va a ser el sujeto político que reclame esto?”, preguntaba una chica.

Baladre es una red de coordinación contra la precariedad, el empobrecimiento y la exclusión. “Surge a finales de los 80, de las asambleas de gente en paro, fundamentalmente la gente que empieza a cuestionar el mundo del empleo. Nos preguntábamos si realmente la solución a nuestros problemas es encontrar un empleo o más bien era la causa”, cuenta Ruth López, integrante del colectivo Erletxea, en Irún, que forma parte de Baladre. “Somos pequeños grupos que actuamos, denunciamos nuestras realidades concretas en nuestros territorios, ya sea en Euskal Herria, en Galiza, en Andalucía o en el País Valencià”.

Baladre participó en la Iniciativa Legislativa Popular por una RBU en marzo de 2015. Recogió muchas de las 120.000 firmas que se consiguieron del medio millón que se necesitaban. La Marea Básica se creó tras esa experiencia. “La constituimos por seguir unidas entre quienes habíamos recogido firmas por todo el Estado. Muchas personas no estaban ni politizadas y luego se han ido incorporando plataformas de desempleadas y precarias a lo largo de estos tres años, porque hemos empezado a denunciar la insuficiencia de las rentas mínimas”. La lucha por la aplicación de la Carta Social Europea, que prohíbe que los subsidios estén por debajo del umbral de la pobreza, es una de las batallas que está dando. Pero su horizonte, afirman, es la RBU.

En marzo de 2018 protagonizaron la Marcha Básica, una acción reivindicativa por la que caminaron desde León hasta Madrid reclamando derechos sociales, entre ellos la renta básica. Cuenta De Ron que se trataba de la primera acción de estas características en torno a la RBU. La marcha fue poco numerosa, así como la manifestación que tuvo lugar en Madrid a su llegada. Lo cierto es que no parece haber un sujeto político preparado para tomar las calles demandando la RBU. Tampoco el feminismo, en pleno apogeo, parece que vaya a agitar esa bandera.

Cuenta De Ron que comprende las críticas de las feministas: “Es verdad que el hecho de dar un ingreso económico a una mujer la puede emancipar de una situación mala en el hogar, pero no le cambia los roles: acceder a ingresos no implica el reparto del trabajo de cuidados”. Pero también detecta en las críticas feministas a la RBU “algo de trabajismo, un nosotras lo que queremos es igualdad, ese tipo de empleos y ese tipo de condiciones laborales”. Pero esto invisibiliza, dice De Ron, la feminización de la pobreza. De hecho, López apunta que “el feminismo más mediático no está acompañando a la renta básica” y, aunque celebra este gran apogeo del feminismo, lamenta: “Tendemos a oír los discursos de un sector del feminismo que no es el sector que habla de feminización de la pobreza o de diferencias norte-sur”.

Respecto a quién reclamará la RBU, Casassas piensa que hay una cuestión generacional, que las personas menores de 45 años no tienen una identidad tan aferrada al empleo. Se muestra más optimista: “Me parece que hay muchos actores, movimientos sociales sobre todo, que están reclamando el reapropiarnos de nuestras vidas a base de reapropiarnos de recursos incondicionales que nos permitan negociar formas de trabajar y de vivir mucho más propias. La renta básica creo que forma parte de este gesto de insumisión que venimos observando desde la crisis, e incluso antes, de rechazo de la desposesión neoliberal”.

UN PROGRAMA PARA LA IZQUIERDA
¿Encuentra la demanda de una RBU eco en los partidos? Actualmente solo Equo la defiende. Esto no siempre fue así, Izquierda Unida, antes de abrazar la propuesta del Trabajo Garantizado, la promovió. En las Europeas de 2015, la RBU era una de las protagonistas del programa de Podemos. Hasta el presidente del Centro de Investigaciones Sociológicas, José Félix Tezanos, del PSOE, la defendió antes de que su partido accediese al gobierno. “Está en el debate pero luego cuesta mucho proponerlo por el miedo del coste de financiación, que implica una subida fuerte de la presión fiscal, sobre todo sobre las rentas más altas”, afirma Torrens.

Hay una resistencia electoral, que yo creo que es miope porque la gente necesita entusiasmarse. Entusiasmarse con la idea de hacerse con poder de decisión para construir vidas propias”, apunta Casassas. “Además combatir el programa fascista, tendríamos que poner sobre la mesa cuál es nuestro programa ilusionante. Ellos hablan de reconquista, nosotros podemos hablar también de reconquistar, de reapropiarnos de nuestras vidas y recordar que el capitalismo es un sistema que históricamente, y hoy también, funciona acumulando por desposesión, nos desposee de nuestras vidas”.

Desde Baladre defienden que una parte de la RBU debe ir destinada a proyectos colectivos. “Lo planteamos como una buena herramienta de lucha contra el capitalismo en el sentido de que hay que atacar al dinero, repartir, hacer un reparto de la renta, y tiene que ir acompañado, no de una reforma fiscal, sino de una reforma estructural del sistema”. Para López es esencial poner el centro en lo comunitario: “El espacio más pequeño, que es donde realmente se pueden tomar decisiones más horizontales, retomar la relación social entre las vecinas”. “Todas las personas desempleadas que he conocido en estos tiempos, si les preguntas qué harían si tuvieran ese dinero garantizado, ninguna se estaría quieta. Todas harían algo de tipo cooperativo en el barrio, casi todas pondríamos una parte de esa RBU para crear algo colectivo”, añade De Ron.

Yo creo que una RBU abriría la puerta a proyectos comunes, frente al miedo hacia el último en llegar por parte del penúltimo que propone el fascismo, y frente a todas las posibles fragmentaciones de la gente que tiene que trabajar para vivir”. Casassas cree que contar con recursos incondicionales permitiría “que podamos parar la máquina de Satanás —que decía Polanyi— que es este mercado de trabajo que todo lo engulle parar encontrarnos y, con calma, ir eligiendo proyectos de vida propios que sean realmente nuestros. Esto es un antídoto contra el miedo”.


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