HAY VIDA DESPUÉS DEL CRECIMIENTO
El crecimiento ya no es
un valor de futuro. Como reconoce hasta el propio FMI, el
estancamiento de la economía tiende a ser la nueva normalidad. Por
mucho que unos digan que van a arrancar unas décimas de PIB con los
dientes y que otros se inventen todo tipo de adjetivos para salvar el
crecimiento –ya sea inteligente, inclusivo, verde, etc.–, nadie
puede garantizar ya una vuelta al crecimiento, y aún menos sus
bondades, a medio y largo plazo.
En este escenario,
proponer una prosperidad sin crecimiento ya no es un planteamiento
teórico e ideológico. Por el contrario, es
un ejercicio de realismo frente a una dinámica
objetiva y empírica: los países occidentales, incluido la Unión
Europea y España, ha salido del breve periodo de su historia –que
llegó a su paroxismo después de la segunda guerra mundial– en que
su modelo económico, la paz social y el progreso se basaban en un
aumento continuo de las cantidades producidas y consumidas. Pero es
que además, se
mire por donde se mire, es imposible a la vez
seguir creciendo y luchar contra el cambio climático o la
depredación de los recursos naturales.
Mientras la mayoría de
los economistas y políticos de las corrientes dominantes viven de
forma traumática y a la defensiva este nuevo estado de cosas, sería
más conveniente adoptar una actitud más proactiva. Si la economía
del siglo XXI tendrá un crecimiento bajo, nulo o negativo, y además
no permite enfrentarnos a la crisis ecológica, enfoquémonos
colectivamente en la resolución de problemas que este estancamiento
y este cambio de paradigma generan. Si ya no se puede basar una
economía y una sociedad en el crecimiento perpetuo, encontremos
alternativas solventes a la par que atractivas.
Para ello, cambiemos
primero el imaginario colectivo, o el sentido común
mayoritario, hoy dominado por el fetichismo del crecimiento (del
PIB). La idea tendría que ser tan básica como afirmar que haya
crecimiento o no del PIB esto es totalmente secundario: lo
prioritario es cubrir las necesidades reales de la población
respetando los límites biofísicos del planeta. El objetivo de
cualquier economista o político debería ser básicamente hacer
compatible los derechos de las personas con la realidad finita de los
ecosistemas (y de nuestra interdependencia con ellos). En
el nuevo vocabulario económico, político y ciudadano,
deberíamos hablar cada vez más de calidad en vez de cantidad,
aumento de sostenibilidad en vez de aumento de productividad,
políticas de autolimitación en vez de políticas expansivas o
nuevos indicadores de riqueza socio-ambientales más allá del ya
incompleto PIB.
Este
nuevo sendero implica reestructurar, reciclar y
optimizar lo existente, repartir las riquezas económicas, ecológicas
y sociales, reducir lo superfluo, inútil e insostenible, cuidar de
las personas, del entorno y de las cosas, innovar en lo sostenible,
circular y compartido, así como desmercantilizar nuestras mentes,
cuerpos y sociedades. Implica también poner la cuestión de los
límites, por abajo y por arriba –con la renta básica y máxima
por ejemplo– en el centro de atención: tanto a nivel legislativo y
socio-económico como a nivel cultural. Dicho de otra manera, se
trata de iniciar una Gran
Transición socio-ecológica.
Pero ¿pueden estas
ideas ser las prioridades y claves de un partido político y de un
gobierno? Así lo pienso firmemente por las siguientes razones.
Primero, hacerlo y transmitir un relato conectado con la realidad
incontestable del “no hay planeta B” es lo más responsable de
cara a garantizar en el corto, medio y largo plazo los derechos de
las personas, la justicia social y ambiental, así como un futuro
sano y salvo para nuestros hijos y nietos. Como ya dice la
confederación sindical europea: no hay empleo en un planeta muerto.
Segundo, plantear y
gobernar con respuestas relacionadas con esta “nueva normalidad”
es social y económicamente más eficiente para salir de la crisis y
el mejor antídoto para evitar la frustración social. Por un lado,
el
futuro del empleo está en los sectores verdes
que suman millones de empleos más que los sectores marrones e
insostenibles. Y por otro lado, las respuestas demagogas, excluyentes
y xenófobas se aprovechan de las promesas de crecimiento imposibles
de cumplir. Al despojarnos de viejos espejismos crecentistas, también
damos menos espacio a la extrema derecha y al repliegue identitario.
Tercero, estas
ideas son mucho más compartidas en la sociedad
de lo que pensamos: más de 20% de los españoles ya piensan que el
crecimiento económico no tendría que ser un objetivo en sí mismo y
casi un 15% propone abandonar la persecución del crecimiento
económico. Más allá, según este
estudio reciente, en caso de crisis ecológica
el 85% de las personas de seis países industrializados aceptaría el
uso de objetos más duraderos, el 76% estaría de acuerdo con
consumir menos, el 75% estaría dispuestas a reducir sus
desplazamientos, privilegiar la proximidad y comprar productos de
origen local. La sociedad ya va un paso por delante del
mainstream político y económico.
Cuarto, los conflictos
socio-ecológicos, como pueden ser las
migraciones climáticas, estructurarán el
siglo XXI. Por tanto, serán el nuevo cimento teórico y práctico
que muevan y unan los movimientos sociales, políticos y culturales.
Los primeros en pensar, prever y adaptarse a esta nueva normalidad
serán los que liderarán el mundo de mañana.
Por todas estas
razones, varios
eurodiputados de diferentes grupos políticos y países llevamos a
debate el post-crecimiento al Parlamento Europeo.
Del 17 al 20 de septiembre de este año, personas expertas del
movimiento decrecentista y sindical, del mundo económico o de las
instituciones europeas nos citamos para confrontar ideas sin
cortapisas, ni respuestas pre-establecidas e imaginar el mundo fuera
del callejón sin salida existente.
El viejo mundo basado
en el crecimiento se muere. En el nuevo mundo hay vida después del
crecimiento.
¡Preparémonos para
ello!
Florent Marcellesi - Ctxt
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