El
capitalismo ha convertido la vida en un privilegio al mercantilizar
los derechos más básicos como la alimentación, la vivienda, la
seguridad o la educación.
La
miseria devora la cara de los niños menores de cinco años más
pobres, se llama “noma”
y a nadie le importa. La enfermedad recibe su nombre del termino
griego devorar, porque eso hace, gangrena huesos, músculos y carne
de los enfermos. Tiene una mortalidad del 90%. Los supervivientes
viven de por vida en medio del ostracismo social debido a sus
cicatrices, problemas respiratorios y alimenticios. La OMS
estima
que 140.000 niños contraen noma al año en el conocido como
“cinturón del noma”, que va desde Senegal hasta Etiopía. ¿Por
qué la denomino “la miseria devoradora de niños”? Lo hago
porque afecta a aquellos que solo hacen una comida al día
consistente en gachas de trigo, carecen de higiene bucal y sufren
desnutrición. Es el “mal” de los más pobres y por ese motivo
las grandes farmacéuticas -privadas- no mueven ni moverán un solo
dedo o destinarán un solo euro en su erradicación.
El
capitalismo ha convertido la vida en un privilegio al mercantilizar
los derechos más básicos como la alimentación, la vivienda, la
seguridad o la educación.
Soy
una privilegiada en el sistema, tanto que tengo el tiempo necesario
para escribir este artículo. El privilegio se origina desde el mismo
momento de mi nacimiento, por nacer en una familia de capa media, por
nacer en Occidente,
por nacer blanca, en definitiva, por nacer en el grupo hegemónico de
poder, aunque mi poder en la gestión del Estado es más bien escaso,
pues está controlado por las mismas familias desde hace siglos con
escasas nuevas incorporaciones. Es decir, vivo cerca de la órbita
del poder, de su irradiación me beneficio, aunque no forme parte de
él. ¿Por qué se irradia una parte de los beneficios del
capitalismo a las capas medias? En primer lugar, es lo
suficientemente pequeña para no poner en riesgo la hegemonía de
los Hombres
de negro,
pero es lo suficiente para generar un leve efecto de seguridad y
superioridad en el pueblo, que temeroso de perder lo poquito que les
dan, es incapaz de solidarizarse con sus hermanos de humanidad.
Nos
han inducido a pensar que nuestros países son prósperos gracias al
gran progreso económico y la estabilidad en la toma de decisiones
empresariales que el Capitalismo
trae,
mientras que los terceros países subdesarrollados económicamente lo
son por no haber acabado su proceso de liberalización. Nos han
contado, hasta hacer dudar de nosotros mismos, una vil patraña. Los
beneficiarios de que los países periféricos a Occidente tengan
gobiernos y estructuras políticas débiles -producto de la
colonización que nunca acaba y de los constantes golpes de Estado a
las naciones libres- son los países occidentales, pues ejercen
control sobre ellos con el fin de explotar sus recursos naturales y
humanos, así como, controlar rutas comerciales de bienes tan básicos
para el funcionamiento de las sociedades capitalistas como el
petróleo, el gas o los opiáceos. ¿Quiénes se benefician de un
pueblo sumido en una constante nebulosa?
El Capitalismo me
recuerda enormemente al Imperio Romano, en tanto que durante su
esplendor la capital era próspera para los gobernantes y permitía a
la plebe desarrollarse sin grandes lujos, mientras los gobernantes y
el resto de patricios -familias importantes y ricas desde el
surgimiento de Roma- explotaban los recursos minerales de las
provincias, a sus habitantes y usaban sus campos como el granero de
las grandes ciudades romanas. Justamente como hoy en día, promovemos
la agricultura de latifundios en África, Asia y América
Latina,
controlados por multinacionales europeas y norteamericanas, al tiempo
que ayudamos con subvenciones o impedimentos el abandono de la
agricultura minifundista en Occidente.
¿Si perdiéramos el poder sobre nuestras “provincias” qué
ocurriría? Posiblemente la comida sería un bien escaso y las
hambrunas que nos asolarían serían de magnitudes épicas. Siglos de
oscuridad se cernirían sobre nosotros, el saber perdería
importancia al no ser una fuente de sustento familiar.
Hoy
en los principales países exportadores de alimentos primarios como
cereales, frutas o verduras, la mayor parte de la población no tiene
acceso a las mismas, ya que no pueden pagar los precios, no de
producción, sino los exigidos por las multinacionales a los
ciudadanos occidentales.
Si
miramos más de cerca las semejanzas no se quedan ahí. Al igual que
entonces el sueño de convertirse, con esfuerzo y sacrificio
personal, en un hombre próspero sigue plagando nuestros corazones
reacios a aceptar, que como entonces, todo el pastel estaba repartido
y que solo un cambio promovido por las clases populares nos hará
libres. Como entonces las mujeres seguimos siendo valoradas por
nuestro físico y por nuestra pertenencia a una familia, dependiendo
de la cual el sistema nos juzga como las bellas urnas que deban
albergar su simiente para parir a sus hijos (Aristóteles) o como las
bellas putas que deban satisfacer sus deseos. Algunos dirían que la
mujer trabaja o puede hablar públicamente, sin embargo, no seremos
iguales mientras nuestra sexualidad sea analizada en nuestra contra
por y para los hombres. Pregunto a los lectores ¿de qué sirve
gritar si tus gritos no se escuchan, si no calan, si no mueven
montañas? Es tiempo de despertar.
Hace
siglos se empezó a analizar la incorporación de la mujer al trabajo
productivo y se concluyó que el capitalismo no es amable, no se
entristece y ablanda ante la desigualdad y por eso promueve la
incorporación de la mujer obrera a la fábrica; los señores que
dirigían y dirigen el sistema político y económico capitalista
saben que el pueblo se levanta cuando pasa hambre y que mejor darle
migajas y metas “alcanzables” para calentar sus estómagos sin
poner en riesgo su control de la riqueza mundial. La caridad no es
más ni menos que control de masas bien estudiado.
Cuando
la mujer obrera se incorpora a la fábrica aumenta el capital humano
que el empresario puede utilizar en su beneficio, la familia vive al
día con cierta escasez, los hijos empiezan a ser educados a temprana
edad por el Estado que ellos, los poderes fácticos, controlan y por
tanto, empiezan a ser moldeados. Privan de tiempo al pueblo para
reflexionar por qué unos pocos controlan la riqueza mundial para sí
mismos cuando el pueblo, los Estados, pueden controlarla para todos y
repartir, de manera justa, la riqueza. Mientras que el pueblo trabaja
en oficios repetitivos que dejan su mente en blanco, sus hijos son
educados en la competitividad con sus iguales para triunfar,
dividiéndolos, de modo que nunca puedan ser más fuertes que los
poderes fácticos. Silencian cualquier coletazo de rebeldía con una
jugada maestra revestida de bondad.
El Capitalismo podemos
asegurar que triunfa para unos pocos a base de infundir pobreza en
los países adyacentes, mientras enriquece a la “metrópoli”, en
ella solamente se transforman las materias primas a base de ciencia e
ingenio, pero al no producir no es independiente, de modo que el
Estado es débil. En la metrópoli se queda como garantía de control
el saber, la ciencia y la cultura, pues si las provincias lo
conocieran se darían cuenta que hay una garrapata en sus dominios,
sabrían cómo combatirla y expulsarla de los mismos. Acabarían las
escusas de control parental sobre las “antiguas” colonias.
Sin su control sobre las “provincias”, cae el embrujo de superioridad que viste a la “metrópoli”, dejando ver un decrépito cuerpo mortal.
Sin su control sobre las “provincias”, cae el embrujo de superioridad que viste a la “metrópoli”, dejando ver un decrépito cuerpo mortal.
Vamos
al Sol,
pero no conocemos la Tierra.
Invertimos tantos millones de recursos humanos y materiales que ni
siquiera puedo escribir la cifra en una hoja de papel, sin embargo,
no buscamos curar a los seres humanos. Hemos hecho de vivir el
privilegio del pudiente, cuando la vida es un derecho humano desde el
principio de los tiempos, pues es un derecho natural, un derecho que
nace del respeto que queremos que nos profesen y que nosotros debemos
profesar a todo ser vivo y más en especial a todos los seres
humanos.
¿Por
qué no es así? Un cáncer pudre nuestras comunidades: la
psicopatía. Solo alguien que odia a la sociedad carece de la empatía
necesaria para no rechazar la acumulación del 90% de riqueza mundial
en el 10% de la población (Fuente:
Informe sobre la Riqueza Mundial 2015 de Credit Suisse).
Tenemos
la oportunidad de construir una sociedad más justa y la mejor forma
de promoverla es a través de la soberanía alimentaria de cada
región, con el fin de conseguir la igualdad entre hermanos que solo
se consigue con un reparto justo de la riqueza; el respeto a la
Tierra, pues solo un uso sostenible de los recursos nos permitirá
vivir como especie; y la reducción de la jornada laboral que permita
un mayor debate en las capas obreras posibilitando su despertar y por
supuesto, desarrollo personal.
Hace
casi 1500 años nuestros antepasados y antepasadas hicieron caer a
Roma, ¿emularemos su hazaña?
Cynthia
Duque Ordoñez
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