La obsolescencia de los productos es uno de los recursos de los que se sirve la sociedad de consumo para que no cese el ciclo de compra y descarte. Analizamos iniciativas que, desde las instituciones y la sociedad civil, intentan contrarrestar este sistema perverso y de consecuencias ambientales catastróficas.
Obsolescencia,
según Wikipedia, es la caída en desuso de las máquinas, equipos y
tecnologías motivada NO por un mal funcionamiento de éstos, sino
por un insuficiente desempeño de sus funciones. En 1954, Brook
Stevens, diseñador industrial estadounidense, acuñó el término
dotándolo de contenido: "instalar en el comprador el deseo de
poseer algo un poco más nuevo, un poco mejor, un poco antes de lo
necesario".
Hace
algunos años esta palabra era prácticamente desconocida para la
mayoría de los consumidores, pero poco a poco se ha ido instalando
en la conciencia colectiva, ya nadie pregunta obsoles
¿qué?,
hoy se empieza a ser consciente que el objetivo de la obsolescencia
es exclusivamente el lucro económico, lucro que no solo no tiene en
cuenta las necesidades de los consumidores, sino tampoco las
repercusiones medioambientales de la producción y, mucho menos, las
consecuencias desde el punto de vista de acumulación de residuos,
con la contaminación que conllevan.
En
la época en la que estamos instalados, la de “usar y tirar”, las
reparaciones de productos han sido mínimas, porque, según se
deducía de la publicidad era mucho más barato comprar un producto
nuevo que arreglar el viejo. En esta afirmación no se tienen en
cuenta otros costes no incluidos en el precio, como la contaminación
medioambiental necesaria para la fabricación de nuevos productos, la
acumulación de residuos eléctricos y electrónicos que se producen
y su impacto en el planeta. La crisis económica en la que estamos
inmersos ha conseguido que se replantee el “usar y tirar”, ya que
a pesar de que han desaparecido los pequeños talleres que reparaban
electrodomésticos y aparatos electrónicos, un fuerte movimiento
está empezando a instalarse en la sociedad, por un lado como
reacción al consumo desenfrenado practicado en otras épocas y por
otro lado porque iniciativas, incluso desde la sociedad civil, están
apostando por este tipo de trabajos que minoran (aunque sea a pequeña
escala) el alto índice de paro existente en España. En definitiva,
se está empezando a actuar de forma diferente.
Los
consumidores están empezando a exigir más información por parte de
los fabricantes para poder ejercer su derecho a un consumo
responsable y, al mismo tiempo, se ha iniciado una presión
importante hacia los gobiernos para exigir leyes que garanticen que
las empresas no producen con criterios de obsolescencia.
Según
el Consejo Económico y Social Europeo (CESE) –órgano de
representación institucional tripartito, en el que están presentes
empresarios, sindicatos y organizaciones de la sociedad civil,
expertos y universidades–, en su Dictamen CCMI/112, cabe distinguir
varias formas de obsolescencia:
-
La obsolescencia programada propiamente dicha, consistente en prever una duración de vida reducida del producto, si fuera necesario mediante la inclusión de un dispositivo interno para que el aparato llegue al final de su vida útil después de un cierto número de utilizaciones.
-
La obsolescencia indirecta, derivada, generalmente, de la imposibilidad de reparar un producto por falta de piezas de recambio adecuadas o por resultar imposible la reparación (por ejemplo, en el caso de las baterías soldadas al aparato electrónico).
-
La obsolescencia por incompatibilidad, como es el caso, por ejemplo, de un programa informático que deja de funcionar al actualizarse el sistema operativo.
-
La obsolescencia psicológica, derivada de las campañas de marketing de las empresas, encaminadas a hacer que los consumidores perciban como obsoletos los productos existentes. No serviría de nada obligar a un fabricante de tabletas electrónicas a producir objetos cuya vida útil sea de diez años, si nuestros patrones de consumo hacen que deseemos sustituirlas cada dos años.
El
CESE es taxativo: aboga por la prohibición total de los productos
cuyos defectos se calculan para provocar el fin de la vida útil del
apartado y más adelante el CESE recomienda a las empresas que
faciliten la reparación de sus productos.
También
en España hubo iniciativas, incluso anteriores al Dictamen del CESE
europeo, en concreto:
El
Consejo Estatal de Responsabilidad Social Empresarial español
(CERSE) órgano consultivo cuatripartito, con representación de
empresarios, sindicatos, organizaciones de la sociedad civil y
comunidades autónomas/municipios, aprobó en mayo del 2011 el
Informe sobre Consumo Socialmente Responsable (elaborado en el marco
del mismo). En él se establece la Definición de Consumo Responsable
y Definición de la RSE en el sector consumo, especificándose “por
RSE en el sector del consumo entendemos el papel de una empresa en el
consumo responsable o sostenible, surge de los productos y servicios
que ofrece, su ciclo de vida y cadena de valor y de la naturaleza de
la información que proporciona a los consumidores y usuarios”,
igualmente más adelante ese informe señala que es necesario
“Ofrecer a los consumidores productos a través de: el ecodiseño
de los productos y envases, de modo que integren aspectos ambientales
que mejoren el comportamiento ambiental del producto a lo largo de
todo su ciclo de vida”.
Francia
se ha situado a la cabeza de los países que han iniciado una lucha
contra la obsolescencia programada. El parlamento francés aprobó,
en el marco de la Ley de Transición Energética, en 2014, castigar
con penas de hasta dos años de prisión y multas de 300.000 € a
las empresas que, con la excusa de las leyes de mercado y la
supervivencia empresarial, violen las leyes de defensa del
consumidor. Se establece en la norma la existencia de la
obsolescencia programada, explicando que en ella se incluyen técnicas
que introduzcan defectos, debilidades, paradas programadas,
obstáculos para su reparación y limitaciones técnicas. Esta ley
también incluyó medidas para luchar contra el despilfarro, y la
reducción de residuos en origen.
Esperemos
que de forma clara, en el marco del nuevo Ministerio de Transición
Energética y Medio Ambiente y en colaboración con el resto de
Ministerios que pueden aportar valor a la norma, se establezcan
normas parecidas en nuestro país.
Mientras
tanto, la sociedad civil va lanzando iniciativas para paliar de
alguna manera las consecuencias adversas de la obsolescencia de los
productos, por ejemplo Fundación
FENISS a
través del sello
ISSOP (Innovación
Sostenible sin Obsolescencia Programada), o Amigos
de la Tierra,
que puso en marcha una
web para luchar contra la obsolescencia.
Igualmente se han desarrollado diferentes campañas de
sensibilización sobre este tema por parte de otras organizaciones
como Ecologistas
en Acción, Economistas
sin Fronteras, AERESS, OCU, CECU y ASGECO.
Poco
a poco en los ciudadanos se instala la conciencia sobre esta práctica
y desde los gobiernos e instituciones europeas se plantean normas y
leyes que avanzan en la línea de evitar que se siga produciendo con
esos criterios. Avanzamos, muy lentamente, pero avanzamos.
OTRAS
INICIATIVAS FRENTE A LA OBSOLESCENCIA
Las
alternativas frente a la obsolescencia giran en torno a la
reutilización o la reparación de los productos. En este sentido,
Suecia ha reducido el IVA a las reparaciones, promoviendo esta
práctica a través de una fiscalidad más favorable. También, cabe
destacar la existencia del teléfono Fairphone diseñado
para ser fácilmente reparado. Además, existen otras iniciativas
importantes, como el trabajo del británico Tom
Cridland,
que fabrica prendas de vestir con una duración garantizada de 30
años.
En cuanto a las alternativas colectivas, ya hay un gran número en marcha, desde tiendas gratis de ropa, hasta mercadillos de trueque o segunda mano, cosatecas, etc. Cabe destacar, por novedosos, los repair cafés, lugares o reuniones de libre acceso donde todo gira en torno a reparar cosas juntos, la plataforma Ifixit, que impulsa el compartir conocimientos de cómo arreglar objetos, programas como No tires, Aprende y Repara de la Fundación FENISS, la campaña Millor que Nou, 100% Vell, iniciativas como la de Makea Tu Vida para el fomento de la reutilización creativa…
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