PÀGINES MONOGRÀFIQUES

12/1/18

Una amalgama de iniciativas que se tendrían que ver como parte de un ecosistema.

EL CAMBIO EN EL CONSUMO Y LA REGENERACIÓN DEMOCRÁTICA

Ruben Suriñach (Vic, 1984) es economista de formación, poeta por afición, consultor en economías transformadoras y dinamizador de la Xarxa d'Economia Solidària (XES).

Su cambio de estilo de vida hacia el consumo consciente empezó en la adolescencia, motivado por las ganas de cambiar el sistema. Sus padres también tuvieron algo que ver: “Mis padres me educaron para tener una visión crítica sobre la realidad. Un ejemplo muy claro fue mi madre durante mi adolescencia. Cuando yo caía en la tentación de consumir sin reflexionar, me reprochaba que iba de alternativo pero que estaba alimentando a los ‘capirrongos’, que es como denominaba a las élites”.

Decidió estudiar Economía en la Universidad de Girona para entender cómo funcionaba el sistema desde dentro para cambiarlo. “Lo que se enseñaba allí poco tenía que ver con cambiar el mundo, pero me sirvió para entender cómo funcionan los mecanismos del capitalismo.”

La carrera de economía fue una travesía en el desierto. Era una universidad muy pequeña y una facultad muy nueva en una ciudad rica como Girona. Había pocas rendijas para impulsar cambios. Pero pudo hacer las prácticas de la carrera en el Centro de Investigación e Información en Consumo (CRIC), entidad editora de la revista Opcions. Allí encontró la manera de comunicar e investigar alternativas en la economía que se enseñaba en la facultad.

Se quedó a trabajar en el CRIC y complementaba su sueldo llevando la gestión económica de Recursos de Animación Intercultural (RAI). Allí conoció a Laia Gómez Franco y el activismo de barrio. Además, se vinculó al ecologismo social y a la agroecología a través de campañas contra la minería en América Latina y participando en la Entesa pel Decreixement en el Infoespai del barrio de Gràcia.

Así empezó a entrar en el mundo de la Economía Social y Solidaria (ESS), en las luchas de barrio y a relacionar el activismo con el trabajo. El estilo de vida que siempre había deseado empezaba a perfilarse.

MM: ¿Hasta qué punto existe espacio para una economía colaborativa centrada en las personas?
RS: La economía colaborativa surgió muy relacionada con el consumo colaborativo. Hacia 2010 se vinculaba al uso de las nuevas tecnologías para utilizar bienes y recursos que estaban infrautilizados. Se le daba valor al intercambio, el alquiler de recursos para el uso, compartir coche, alquilar herramientas para utilizar en casa, etc.

MM: ¿De dónde salen estas primeras referencias?
RS: Algunas surgen a raíz del libro de Rachel Botsman What’s Mine Is Yours. The Rise of Collaborative Consumption, donde empieza definiendo estas prácticas; entonces, en este barullo de iniciativas, se empiezan a desarrollar dos tipos de economías colaborativas. Una más vinculada a las empresas emergentes tecnológicas, modelo “Silicon Valley”, de emprendedores individuales con una idea brillante que venden a los bussines angels que, a su vez, hacen rondas de financiación muy grandes y generan unos crecimientos del valor de la firma exponencial que funcionan como burbujas especulativas.

MM: ¿Serían como burbujas especulativas dentro de la burbuja tecnológica?
RS: Sí. Y además no tienen en cuenta quién es propietario de la plataforma, ni si hay relaciones laborales encubiertas con la gente que la utiliza: start-ups tecnológicas donde lo importante son las dinámicas que generan los usuarios.

MM: ¿Y la otra vertiente sería la de la economía social y solidaria y el procomún?
RS: Exacto. Desde el mundo de la economía basada en los comunes se dice que, más allá del uso de las tecnologías, hace falta que nos cuestionemos en qué marco se dan estas relaciones. Aquí es cuando se empieza a hablar de cooperativismo de platafoma.

MM: Pongamos ejemplos. ¿Qué hay detrás de un Uber o un Airbnb? ¿Y de un Goteo o un Som Movilitat?
RS: Las dos primeras son empresas privadas que tienen sus accionistas y que quieren crecer y generar rendimientos. Por mucho que digan que son colaborativas, representan el capitalismo en red. En cambio, Goteo o Som Movilitat son entidades sin ánimo de lucro. También ofrecen servicios a través de plataformas tecnológicas, pero su corazón y su funcionamiento son democráticos y se preocupan por el impacto social de su actividad. Son plataformas de economía colaborativa procomún, que son las realmente transformadoras.

MM: En el libro Economías transformadoras de Barcelona defines tres retos de crecimiento de la economía social.
RS: Vivimos en una amalgama de iniciativas transformadoras que se tendrían que ver como parte de un ecosistema. Ese sería el primer reto. Algunas están más vinculadas a la ESS y su espacio de representación y articulación es la XES, mi principal espacio de trabajo y militancia de los últimos años. Otras están más vinculadas al procomún y a los commons digitales y participan en la XES de forma más tangencial. La economía social más convencional tiende a identificarse con la Federación de Cooperativas de Trabajo y la Mesa de Entidades del Sector Social de Cataluña. Todo ello es como un mosaico de diferentes movimientos de economía alternativa. Todas estas iniciativas tendrían que verse como parte de un ecosistema.

MM: ¿No se  ven ahora como movimientos en red?
RS: Más bien se ven como redes o plataformas que tienen que aglutinar a otras redes y plataformas. Creo que hay que romper con la idea que “mi movimiento es el paraguas de otros movimientos”. Es decir, ni los comunies ni la ESS ni el decrecimiento lo agrupan todo. Mi conclusión es que hay varios movimientos con una génesis propia, unos espacios de representación, unas ventajas posicionales para hacer cambios de escala y revulsivos. Pero es necesario que nos reconozcamos y que seamos suficientemente humildes para aceptar las ventajas posicionales de cada uno y poner nuestros esfuerzos cuando conviene en un movimiento que quizás no sea el nuestro principal. En definitiva, que actuemos como ecosistema y como sociedad en red por la transformación. Concepto que en el libro he definido como tener “consciencia de red”.

MM: Este sería el primer reto, entonces, el reconocimiento entre movimientos y trabajar en red para aprovechar el potencial de cada uno. ¿Y el segundo?
RS: El que tiene más que ver con los retos de escala de los mismos proyectos empresariales u organizativos. Una cosa más práctica: ¿cómo conseguimos que nuestros proyectos de ESS puedan ser alternativas mayoritarias para llegar al gran público sin que eso implique una pérdida de valores en el camino? Cuando seamos capaces de crear estructuras de gran alcance sin que la plataforma deje de ser democrática. Som Energia demuestra que es posible, aunque no sea un camino fácil.

MM: ¿Hay tensión entre la creación de grandes estructuras y la gestión interna democrática?
RS: Sí. De hecho también pasa en las iniciativas empresariales, en un partido político o en otros ámbitos organizativos.

MM: El tercer reto que describes está relacionado con la expansión.
RS: Las barreras socioeconómicas y socioculturales provocan que impulsemos iniciativas que sirven para retroalimentar los mismos estratos sociales donde nos encontramos pero no nos permiten llegar a las capas de población que más lo necesita.

MM: ¿Qué pasa con los que no conocen este ámbito transformador? ¿Hasta qué punto las iniciativas de base involucran capas más desfavorecidas de la población?
RS: El reto está en que se identifiquen con el cooperativismo y lo vean como una posibilidad de mejorar sus condiciones de vida. Alencop, una cooperativa de recogida de chatarra, que dignifica un trabajo para personas en situación de vulnerabilidad, puede ser un ejemplo de ello. A pesar de que desde varias cooperativas se les hace un acompañamiento, el objetivo es empoderar a los trabajadores parar que puedan gestionar la cooperativa ellos mismos.

MM: ¿Qué margen tiene la administración pública para favorecer estas economías?
RS: Hay mucho margen pero hay que aprender a hacerlo. Existe una parte de promoción que está muy clara: introducir los valores de la ESS en el emprendimiento, en la creación de empresa o la creación de ocupación, dentro de las agencias de promoción económica de los ayuntamientos. En este tipo de políticas hay margen para realizar formaciones sobre emprendimiento colectivo, por ejemplo. El Ayuntamiento de Barcelona lo está haciendo. A través de la Red de Municipios por la Economía Social y Solidaria se está llevando a cabo este intercambio de conocimientos.
La Comunificadora es un programa para acompañar al emprendimiento de proyectos de economía colaborativa procomún, como Som Movilitat. O modelos de negocio de economía digital basados en el procomún, licencias libres, políticas de conocimiento abierto, etc. La promoción está clara. También hay otra parte que tiene más que ver con la gestión de servicios públicos y la externalización de muchos servicios.

MM: ¿Cómo se tienen que gestionar los bienes comunes desde la administración?
RS: Existe una pulsión de “esto tiene que ser público”, entendiendo público como la gestión directa des del entramado de la administración pública. Pero hay un espacio intermedio que concibe lo público des de una visión de lo común, y que entienden que hay formas híbridas como la gestión publicocooperativa comunitaria. En algunos ámbitos, la titularidad tiene que ser pública, pero hay determinados recursos públicos y equipamientos que se gestionan mejor desde la comunidad, que no con la burocratización que implica la administración. Es un reto muy importante porque implica cambiar la cultura de la Administración de cómo se toman las decisiones, cómo se gestiona y cómo se controla. Y esto pasa por poner a las personas que están involucradas a decidir qué se hace con ese bien compartido. Estos procesos de codecisión son difíciles.

MM: Pon un ejemplo de remunicipalización que haya dado estos pasos.
RS: Más que un ejemplo de remunicipacización propiamente, pondré el ejemplo de un caso y las soluciones que se encontraron para resolverlo. El Ayuntamiento de Barberà quería remunicipalizar la atención domiciliaria de la gente mayor (hacer visitas al hospital, acompañarlos…) porque creían que este servicio tenía que ser público. Entonces aquí toparon con trabas administrativas y legales (vinculadas al marco estatal y europeo). Al final optaron por la contratación pública social e incluyeron unas cláusulas dentro del contrato público: las personas que trabajaran con aquel contrato tenían que tener un incremento del 3% de su sueldo, la empresa tenía que tener políticas de conciliación muy claras… También se creó un espacio de cogestión entre el Ayuntamiento, la empresa y los usuarios.
Pusieron estas cláusulas para aproximar el servicio a los usuarios y mejorar las condiciones de quienes  trabajan. El concurso lo ganó la misma empresa que años anteriores, una empresa privada. Pero se vio obligada a adaptar su servicio a los nuevos requerimientos.

MM: ¿El plan A sería la municipalización y el plan B la inclusión de cláusulas sociales en el contrato?
RS: El plan A es la municipalización de algunos servicios básicos –como la atención domiciliaria o los servicios energéticos–, porque da más cobertura legal, seguridad y estabilidad. Pero están las cláusulas sociales, el plan B, que también puede servir para que las empresas mejoren las condiciones en las que actúan, pero siempre adecuando la respuesta al sector o recurso específico a gestionar. Para mi, un espacio de barrio siempre será mejor que lo gestione el mismo barrio que la administración.

MM: ¿Cómo se lucha contra la apropiación del discurso transformador por parte del capitalismo?
RS: Hay procesos de mercantilización que son inevitables. Nos puede encender la sangre, pero que aparezca una Casa Ametller posiblemente es inevitable. Es una empresa que ve un nicho de mercado y decide invertir en él. Eso no quiere decir que no luchemos en contra, pero si pensamos que es inevitable nos lo tomaremos mejor. La clave es relegar estos oportunistas a la marginalidad, y por ésto es muy importante que el gran mediador de los significados, la administración pública, haga volcar los significantes hacia nuestro lado.
Por ejemplo, si en un momento se tiene que hacer una política pública desde la Generalitat de fomento de la empresa social, haría falta que en la definición de empresa social se presione para que el contenido sea cercano a la economía social y solidaria. Se tiene que acotar muy bien el significado de empresa social porque, según cómo se defina, acaba siendo la entrada del capitalismo con unos toques de responsabilidad social corporativa.

MM: ¿Qué criterios debe tener la empresa social?
RS: Criterios de democracia interna muy estrechos, de cooperativización del trabajo. Cosas que al final te empujan hacia la definición de ESS de los movimientos sociales. Si la Generalitat regula la empresa social de este modo, habrá decantado la balanza hacia las empresas sociales de verdad. Tiene mucho que ver con las instituciones y las estructuras de poder. Si consigues que en estos espacios se deslegitimen las versiones instrumentalizadas de las economías transformadoras y se potencie lo que es realmente transformador, podremos cambiar las cosas.

MM: ¿Qué es la XES?
RS: Es una organización representativa de la economía social y solidaria catalana que aglutina empresas, entidades y personas. Nació en 2002 y hoy en día tiene 200 organizaciones socias y unas 100 individuales.
Tiene dos grandes funciones. La primera es conseguir incidencia política para que el proyecto político de la ESS gane terreno en la esfera pública y las estructuras. Con las elecciones municipales del 2015, entregamos a todos los partidos políticos 14 medidas para democratizar la economía a escala municipal. Cuando ganan los partidos afines a estos 14 principios, se empiezan a promover planes de impulso de la ESS inspirados en estas 14 medidas. La segunda función es generar herramientas de activación económica o articulación socioempresarial. Aquí es donde está la Feria de Economía Solidaria, que busca activar el mercado social, potenciar las ventas de las usuarias.

MM: ¿Cómo funciona el balance social de la XES? ¿Hay una valoración independiente o externa?
RS: El balance es una herramienta de diagnóstico interno que sirve a las organizaciones para reportar información en seis ámbitos: democracia, igualdad, medio ambiente, compromiso social, calidad laboral y calidad profesional. Para estos bloques se desgranan unos indicadores determinados. La empresa rellena unos documentos con ítems fácilmente objetivables (sueldos más altos y más bajos, por ejemplo). También incluye campos más cualitativos.
Además de la información que facilita la organización, existe una evaluación externa: los cuestionarios de calidad que se envían a trabajadoras, clientes o usuarios. El más importante es el de calidad laboral, porque es obligatorio para poder cerrar el balance.
Ejerce dos funciones. La primera es en clave interna, porque ayuda a emprender procesos de mejora dentro de la organización. Al hacer un autodiagnóstico, corroboras cosas que intuías que no funcionaban y detectas retos nuevos. También incluye una parte más de cara hacia “afuera”, de “diferenciación”. Porque cuando haces el balance te dan un sello y apareces en el catálogo de mercado social de la XES. Ganas visibilidad.
Después se encuentra una parte más en clave de sector que es el análisis agregado de los datos. Como es un cuestionario estandarizado, tenemos una contabilidad de la ESS en base a criterios. Podemos saber las cooperativas de la ESS, cuántas empresas participan en la toma de decisiones, las diferencias salariales…

MM: ¿Cuántas empresas lo hacen cada año?
RS: Este año 150 organizaciones y 144 lo han aprobado. Tenemos un sistema de evaluación que vamos mejorando. De los 20 indicadores básicos que creemos fundamentales miramos si están por encima o por debajo de la media del sector.
Por ejemplo, puede ser que apruebes con muy buena nota lo relacionado con los criterios medioambientales pero que tengas un patronato en el que son todo hombres o que  haya diferencias salariales muy importantes. Eso es lo que identifica la comisión de balance social.

MM: ¿Todo el mundo puede hacer el balance social?
RS: Sí. Pero no todo el mundo obtiene el sello. Intentamos ser muy pedagógicos explicando por qué no han aprobado, insistiendo que es también un paso hacia la mejora y la integración de la empresa a la ESS.

MM: ¿Cómo se puede afrontar la entrada al sector ecológico de grandes capitales atraídos por el crecimiento del mercado?
RS: Los productos ecológicos no desaparecerán de los supermercados. También se puede leer como el síntoma de una victoria: el discurso del movimiento social a favor de la producción ecológica ha penetrado en el imaginario colectivo y por eso hay productos eco en los súpers.

MM: Victoria relativa porque no se cuestiona el modelo sino que se cambia un producto por otro
RS: Insisto en la parte de síntoma positivo de cambio de cultura colectiva.

MM: ¿Qué limitaciones tienen las cooperativas de consumo para competir con esas ofertas?
RS: Algunos productores comparten la dificultad de hacer viable un modelo de negocio basado en este sistema de distribución, por la complicación de distribuir a tantos puntos diferentes.
También hemos visto que muchos consumidores, incluso los más sensibilizados, se han acabado desvinculando de los grupos de consumo porque exigen un alto grado de implicación. En mi caso, ya no formo parte de una cooperativa de consumo porque si quiero comer ecológico prefiero ir al payés, coger la cesta y volver a casa.

MM: Incluso con estas limitaciones, ¿las cooperativas de consumo también tienen virtudes?
RS: Son escuelas de micropolítica cotidiana porque la gente se forma allí al participar en asambleas y a discutir sobre los criterios de consumo. Te encuentras con discusiones sobre, por ejemplo, qué es proximidad y qué no, qué es kilómetro cero y qué no lo es. Esa es una de las grandes virtudes del grupo de consumo y por eso tendrían que seguir existiendo en convivencia con modelos más funcionales.

MM: ¿Qué es el consumo consciente para ti?
RS: Creo que es el cambio de cultura colectiva hacia otras formas de vivir. Eso puede ir desde las microprácticas cotidianas hasta fórmulas más complejas de organización para vivir de otro modo. Creo que acotarlo al consumo a mí se me queda pequeño. Yo prefiero hablar de estilos de vida porque al final es eso lo que nos define.
Obsesionarte con tus actos de compra cotidiana no tiene sentido. Lo importante es que estés satisfecho con la manera como vives.
Si tengo que ir al supermercado a comprar algo,  voy con toda la tranquilidad del mundo. Porque sé que mi día a día es el que yo quiero. Me muevo en bici, tengo mi huerto y sobre todo trabajo en Opcions y en la XES. Las pequeñas contradicciones cotidianas las llevo muy bien.

MM: Eso es desde un punto de vista individual, pero… ¿y el escenario colectivo?
RS: Es mucho más fácil ser un consumidor consciente si tienes un entorno que te refuerza en positivo. Por eso las cooperativas de consumo son tan interesantes. Es muy importante que  haya espacios sociales que refuercen tu proceso de cambio y las cooperativas de consumo lo han hecho. Pero también en tu entorno de trabajo puedes generar una cultura favorable. Hay espacios de cotrabajo que son muy interesantes en este sentido, porque entonces no tienes que ir a contracorriente.

MM: ¿Y qué pasa con las barreras socioeconómicas que hacen difíciles los cambios de estilo de vida?
RS: Creo que es imposible pensar que todo el mundo cambiará voluntariamente sus formas de vida porque ha llegado a una concepción muy clara de los problemas del mundo y quiere hacerlo. Pienso que hay un núcleo irradiador de gente, de prácticas de empresas que están empujando este cambio y que van intentando incidir sobre las estructuras dominantes. Y las estructuras dominantes pueden ser desde los ámbitos educativos, como los comedores escolares ecológicos, que afectan a toda la comunidad, o la administración, con las políticas de compra pública.
En el momento en que se prohíben las bolsas de plástico, ya no depende de la gente que cambie voluntariamente su forma de consumo y uso de bolsas. Ha habido un núcleo irradiador que ha potenciado que la gente deje de consumir bolsas de plástico y gracias a esta generación de cultura de fondo ya no se ve mal que se prohíban las bolsas. Es esta dialéctica entre prácticas que ejemplifican espacios donde se incide sobre las estructuras dominantes y regulaciones que favorecen cambios más amplios gracias a la legitimación que les dan las prácticas y espacios de incidencia. Si conseguimos desbloquear políticas públicas que generan cambios desde arriba hacia abajo con los estilos de vida gracias a la ejemplificación de abajo a arriba podemos hacer cambios más profundo en las estructuras. Es un círculo que se va retroalimentando.

MM: ¿Qué piensas de las monedas sociales?
RS: Soy escéptico con las monedas sociales. Intentar generar sistemas económicos alternativos desde la moneda es empezar la casa desde el tejado. Primero construye un espacio como el mercado social de intercambio de bienes y servicios dentro de la economía social y solidaria. Entonces, cuando tienes una red muy densa, puedes empezar a introducir la moneda social para cerrar el circuito y que el dinero circule para satisfacer necesidades desde dentro.
Creo que la moneda social tiene sentido cuando es para satisfacer una necesidad más comunitaria, como en los bancos del tiempo o incluso como sistema de fidelidad de comercio local. Pero la moneda social no es, en el estadio actual de la construcción de alternativas económicas, una estrategia prioritaria.

MM: ¿El 15M fue también un punto de inflexión del cambio en temas de consumo y otras economías?
RS: El mes de marzo del 2011 estábamos acabando el informe “Cambio Global España 2020/2050 sobre consumo y estilos de vida” e hicimos unos talleres de escenarios futuros. Nos preguntábamos cómo estaríamos en el Estado español en 2020-2050: cuáles serían los vectores de cambio que coincidirían en estos estilos de vida que reivindicamos. Reunimos a una treintena de personas de diferentes ámbitos: movimientos sociales, administraciones, mundo empresarial… e hicimos dinámicas interesantes. De estos talleres salió que los dos principales vectores de cambio que incidirían sobre el cambio en el consumo y los estilos de vida eran la disponibilidad de recursos naturales y la regeneración democrática.
Y al cabo de dos meses estalló el 15M y con el equipo de Altekio, que nos ayudó a dinamizarlo, decíamos “¡está pasando, ¡está pasando!”. Estaba habiendo una explosión de regeneración democrática dos meses después que diagnosticásemos que esto era una condición necesaria para avanzar en cambios más profundos en el consumo y en los estilos de vida. No nos lo esperábamos para nada.

MM: A la primera edición de la FESC, en 2011, ¿se notó mucho la llegada de gente del 15M?
RS: El 15M se ha notado en el ámbito de la ESS, especialmente en temas de finanzas éticas, pero también en otros ámbitos. Sí, fue un punto muy grande de potenciación. Sin el 15M tampoco se explicaría el camino municipalista que hubo en Madrid o Barcelona. Hay una relación directa entre la explosión de regeneración democrática, el cambio institucional y la emergencia de las propuestas de base por una nueva cultura colectiva.

MM: Este es el sexto año de la FESC. ¿Cuál es tu balance?
RS: La feria ha reforzado su espacio referencial en economía social y solidaria y en opciones de consumo responsable. Primero queríamos poner sobre la mesa las alternativas y ahora ya está más consolidado. Ahora hemos reforzado la hibridación de la economía social y solidaria y el acceso a otros ámbitos de la economía, como el procomún digital y los espacios urbanos de gestión comunitaria.

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