POR QUÉ OCCIDENTE SE AVERGÜENZA DE SÍ MISMO
Un
fantasma recorre el Mundo Occidental. O, al menos, esa es la
percepción de sus élites gobernantes. Un profundo malestar, un
singular enojo se apodera de muchos ciudadanos, que no desaprovechan
ocasión para manifestar su hartazgo, su protesta contra un
asombrado establishment.
Frente a todo pronóstico, un personaje ajeno al aparato de los
partidos, Donald
Trump,
salió victorioso en la carrera hacia la Casa Blanca. Contra todas
las apuestas, los ciudadanos británicos votaron su salida de la
Unión Europea, en un gesto de rechazo a la burocracia
de Bruselas. ¡No
es posible! vocean las élites ante la “traición” de los
votantes. ¡Esto no es justo! claman gobernantes, burócratas,
dirigentes de partidos, ante la inexplicable disconformidad de la
gente con un sistema supuestamente diseñado por su bien, por su
felicidad. O… quizá no.
¿Qué
ha sucedido para que tantos ciudadanos recelen del estabishment?
Hay varios factores pero en este artículo esbozaré solo uno de los
aspectos, dejando otros para futuros análisis. Por iniciativa de sus
nuevas élites, el mundo occidental rompió
drásticamente con su historia,
con su cultura, con los usos y costumbres que caracterizaron su forma
de ser y hacer durante siglos. La demonización
del pasado,
la constante aceptación de lo último, de lo más reciente o de la
moda, son hoy la única guía para un ciudadano sometido a constantes
bandazos.
Una
radical ruptura con el pasado, con la historia
Un
cambio estructural muy profundo sacudió al mundo occidental durante
el siglo XX, apartándolo radicalmente de los principios y valores
que predominaban hace 100 años. El trauma de la Primera
Guerra Mundial marca
el arranque de transformaciones dramáticas de la sociedad, de la
política, de las creencias, aunque el cambio definitivo no se
produce hasta los años 60 y 70. Por iniciativa de sus nuevas élites,
Occidente abjuró de su historia, de las enseñanzas de los
antepasados, de ciertos hábitos y conocimientos sociales acumulados
por la experiencia de siglos.
En
un momento determinado, quebró ese frágil proceso por el que los
nuevos descubrimientos se van incorporando paulatinamente al acervo
cultural,
por el que cada generación toma el legado de la anterior, sus
enseñanzas, y lo adapta a los nuevos tiempos. Se disolvió así en
el éter una de las principales cualidades de nuestra sociedad:
la aceptación
crítica del pasado, una
cultura en permanente evolución, en constante
revisión,
una sociedad que tomaba lo existente como punto de partida para
incorporar elementos nuevos, superando los obsoletos. En adelante, la
sociedad se construiría partiendo de cero, sin aprovechar la
experiencia histórica, una suerte de adanismo que
marca a hierro candente el mundo de hoy.
Por
ello, el ciudadano occidental navega hoy a la deriva, desorientado,
sin nada a qué aferrarse, avergonzándose
de su pasado,
de sus símbolos, personajes e historia. Empujado por sus dirigentes,
se debate entre la autocensura que
impone la corrección
política,
el sentimiento
de culpa,
el miedo
a peligros imaginados, la infantilización,
el hedonismo y
el conformismo ante el omnipresente paternalismo
estatal.
Occidente
ya no es un modelo a imitar
Occidente
dejó de ser un modelo
a imitar por
otros pueblos para convertirse en un enemigo
a batir. O
alguien de quien aprovecharse, de quien sacar tajada. Gran parte del
Mundo se volvió antioccidental: ¿cómo respetar a quien no se
respeta a sí mismo, a quién odia
su propia cultura?
Se trata de un despropósito de tal calibre que ha acabado estallando
en nuestra sociedad, desencadenando el hartazgo y la indignación de
muchos conciudadanos. Y el surgimiento de numerosos disidentes.
Fueron
pensadores como el historiador y sociólogo
norteamericano Christopher
Lasch,quienes
identificaron elementos disfuncionales en el rumbo marcado por las
nuevas clases dirigentes. En su obra póstuma, The
Revolt of the Elites and the Betrayal of Democracy(1994),
Lasch señaló que “si
en un tiempo fue la Rebelión de las Masas la que amenazó el orden
social y la cultura de Occidente, hoy día la principal amenaza
proviene de aquellos situados en la parte más alta de la jerarquía
social“.
“Las
nuevas élites se han rebelado contra la América convencional, a la
que imaginan tecnológicamente atrasada, retrasada en sus gustos,
presuntuosa y complaciente, aburrida y desaliñada”.
Una
ingeniería social poco prudente
Corregir
esos “malos hábitos”, requería una ingeniería
social poco
prudente, intrusiva, que impusiese nuevas formas de ser y de pensar,
siempre fundamentadas, aparentemente, en la última idea, en el
último descubrimiento. Y la marcada discontinuidad
históricapropició
fenómenos aparentemente diversos pero interconectados entre sí.
Para
sustituir antiguos usos y costumbres, apareció una nueva ideología,
la corrección
política,
singular inclinación a dividir la sociedad en grupos buenos y malos,
víctimas y verdugos. Una doctrina que no sólo impuso la desigualdad
de trato, también una implacable y orwelliana censura del lenguaje y
creó un universo de reglas
cambiantes,
de criterios variables, de caprichos y ocurrencias, capaz de
desorientar al más entusiasta de sus partidarios. Y de indignar a
muchos ciudadanos sensatos.
La sociedad
se infantilizó,
mermando la responsabilidad
individual, generalizándose
una cultura
de queja,
de victimismo, de
sentimiento de culpa colectiva o de puro narcisismo. Actividades
cotidianas, que antaño la gente llevaba a cabo sin dificultad, que
aprendía por experiencia, o de sus padres y abuelos, como criar y
educar a los hijos, pasaron a ser tareas
problemáticas,
que necesitaban apoyo
y consejo de expertos.
O nuevas leyes que regularan el ámbito más privado de la familia.
El consejo de los mayores se volvió irrelevante, incluso
perjudicial. Más que una cualidad, la
experiencia pasó a ser una rémora,
algo vergonzante, mientras se ensalzaba la figura del adolescente,
ese que está al tanto de la última tecnología.
Las
enseñanzas de “Un Mundo Feliz”
Pero
¿no es conveniente que la sociedad adapte constantemente su
comportamiento, su pensamiento, a los últimos avances de la ciencia,
al criterio
de los expertos?
La respuesta nos la dió Aldous
Huxley en Un
mundo feliz
(1932), que describe una sociedad del futuro regida por la ciencia y
la tecnología más avanzadas. El sistema garantiza el placer y la
satisfacción inmediata de los deseos de todos sus miembros pero
desecha la libertad por considerar que hace infelices a los
individuos.
La
genial distopía de
Huxley advierte contra la adoración de la ciencia como divinidad
omnipotente, contra la persecución de fines sin reparar en los
medios, pues implican un grave peligro para la libertad
individual.
También advierte contra el conformismo, esa inclinación a
aprovechar los adelantos tecnológicos para abrazar una cultura
del hedonismo,
de la satisfacción inmediata. Previene contra la tentación de
rechazar de forma sistemática y acrítica todos los principios y
valores que rigieron en el pasado por considerarlos automáticamente
antiguos y obsoletos.
Por
su propia naturaleza, los descubrimientos científicos nunca son
definitivos sino provisionales, mucho más en el ámbito de las
ciencias sociales. Por ello, las medidas que impone la ingeniería
social suelen ser cambiantes, contradictorias en el tiempo,
existiendo una niebla
de incertidumbre sobre
sus efectos finales. Además, los expertos sociales suelen tener
su propia
agenda,
al igual que burócratas y políticos; y no siempre coincide con los
intereses del público. Para mayor gravedad, la ingeniería social
suele ser capturada por
grupos interesados,
que se postulan como víctimas para obtener ventajas y prebendas.
Restaurar
el equilibrio; recuperar la conexión con el pasado
Los
descubrimientos de las ciencias sociales implican avances del
conocimiento que la sociedad debe aprovechar. Pero no es prudente por
parte del los gobernantes utilizar cualquier resultado para tomar
medidas sin reflexión, mucho menos si son coactivas,
argumentando que cambiar por decreto el comportamiento de las gentes
redunda en su propio interés: no suele ser así. Al contrario, acaba
generando desconfianza, enojo, rechazo de la población hacia sus
dirigentes.
Por
ello, resulta mucho más conveniente que nuestra sociedad recupere
los principios
críticos que
caracterizaron nuestra civilización, erradicando los sentimientos
de vergüenza
y culpa.
Se trata de recuperar nuestra conexión con el pasado, con nuestros
ancestros, restaurar ese difícil equilibrio entre conocimientos nuevos y formas de hacer que mostraron ser eficaces a
lo largo del tiempo; entre nuevos descubrimientos y experiencia.
La
evolución de los usos y costumbres sociales debe dejar de ser
coactiva, volverse mucho más voluntaria.
Que sean los ciudadanos quienes decidan si resulta mejor adaptarse a
ciertas novedades o si consideran más eficaz seguir haciendo las
cosas como en el pasado. No lo olviden: a pesar del extendido
prejuicio, no siempre lo último es lo mejor.
Juan
M. Blanco
https://disidentia.com/por-que-occidente-se-averguenza/
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