LAS ACTITUDES Y CONSECUENCIAS DEL DECRECIMIENTO
La primera
ocasión en la que escuché este término, supe que éste era el
único camino de la sostenibilidad. Llevaba entonces un tiempo dando
vueltas a esa afirmación, científicamente probada, de que nuestra
Casa Común no podría soportar una globalización de los niveles de
consumo, contaminación y generación de residuos propios de nuestro
mundo occidental.
En otras palabras, no
era posible aspirar, ni
siquiera desde la buena fe, a que nuestros hermanos en Asia, África
o Latinoamérica, alcanzaran algún día un nivel de vida como el
nuestro. Si esto ocurriera, sencillamente el Planeta colapsaría en
poco tiempo.
Por lo tanto, decrecer es una necesidad que debemos abordar, no solo desde un punto de vista medioambiental, sino también desde una perspectiva de justicia global. En esta línea, el Papa Francisco afirma en Laudato Si: Por eso ha llegado la hora de aceptar cierto decrecimiento en algunas partes del mundo aportando recursos para que se pueda crecer sanamente en otras partes. (LS, 193).
En el plano personal… ¿qué nos puede mover a sentirnos decrecentistas? Varias actitudes confluyen en ese camino:
- De un lado es
necesario reducir
necesidades;
justo lo contrario de lo que pretende nuestra sociedad consumista.
Por lo tanto, tener espíritu crítico y capacidad de análisis es
fundamental: se trata de discernir cuántas de las cosas que poseo
son realmente útiles y necesarias. “He
empezado un experimento para descubrir qué es lo que me hace feliz”;
con esta frase comienza el director finlandés Petri Luukkainen su
película My
Stuff,
un curioso documental en el que narra su inquietud por averiguar
cuáles son sus verdaderas necesidades.
- Otra actitud a
trabajar en la senda del decrecimiento es la confianza. Si
buena parte del consumo desaforado parte del miedo, del temor, del
“por si acaso”, la vida basada en relaciones de confianza con
Dios, con la naturaleza y con nuestros prójimos deriva en una
reducción drástica de necesidades. Dice Mateo en su
evangelio: Mirad
las aves del cielo, que no siembran, ni siegan, ni recogen en
graneros; y vuestro Padre celestial las alimenta. ¿No valéis
vosotros mucho más que ellas?
- Finalmente,
una cierta
dosis de rebeldía no
es desdeñable en este nadar contracorriente que es el decrecimiento
personal. Diríase que en ocasiones se requiere un cierto grado de
desobediencia para liberarse de presiones y tendencias que nos llegan
desde la publicidad e incluso desde entornos cercanos.
El inicio del
camino, los primeros pasos, son los difíciles. Una vez iniciada la
marcha, el decrecimiento personal es, a cada momento, más sencillo.
Pronto se descubre el “no tener” como
fuente de libertad. El
“dejar de necesitar” tal o tal cosa es, en sí mismo, una
liberación.
Es difícil defender esta postura en una sociedad que ha basado su futuro en el crecimiento. En ocasiones oigo que se ataca al decrecimiento con tesis como “Si todos hiciéramos lo mismo, el paro nos comería”.
Es innegable que una reducción del consumo es catastrófica para la sociedad actual, tal como la hemos organizado. Pero es que decrecer lleva implícito también cambios en los modelos sociales y en la organización de lo común.
Uno de los primeros cambios que debemos adoptar es el del reparto del trabajo. Porque es cierto que si el ciudadano A deja de necesitar bienes de consumo que fabrica el ciudadano B, en la fábrica de B va a haber menos trabajo; si conseguimos que esto no acabe en despidos, sino en reducciones de horarios, habremos evitado el augurio catastrofista de los anti-decrecimiento. Pero….
¿Y qué pasa con B? Mantiene su trabajo pero con previsibles recortes salariales que pueden dejarle en la precariedad. Es posible que esto no sea problema para B, si él, como A, ha descubierto ya que es posible ser feliz con menos. Si es así, B podrá reorganizar su vida con un sueldo inferior que se verá compensado por una reducción de las necesidades y por una mayor sensación de libertad, más tiempo libre y menos preocupaciones.
Es difícil defender esta postura en una sociedad que ha basado su futuro en el crecimiento. En ocasiones oigo que se ataca al decrecimiento con tesis como “Si todos hiciéramos lo mismo, el paro nos comería”.
Es innegable que una reducción del consumo es catastrófica para la sociedad actual, tal como la hemos organizado. Pero es que decrecer lleva implícito también cambios en los modelos sociales y en la organización de lo común.
Uno de los primeros cambios que debemos adoptar es el del reparto del trabajo. Porque es cierto que si el ciudadano A deja de necesitar bienes de consumo que fabrica el ciudadano B, en la fábrica de B va a haber menos trabajo; si conseguimos que esto no acabe en despidos, sino en reducciones de horarios, habremos evitado el augurio catastrofista de los anti-decrecimiento. Pero….
¿Y qué pasa con B? Mantiene su trabajo pero con previsibles recortes salariales que pueden dejarle en la precariedad. Es posible que esto no sea problema para B, si él, como A, ha descubierto ya que es posible ser feliz con menos. Si es así, B podrá reorganizar su vida con un sueldo inferior que se verá compensado por una reducción de las necesidades y por una mayor sensación de libertad, más tiempo libre y menos preocupaciones.
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