Dejaré
 al margen en esta reflexión el debate
 entre legalidad y legitimidad a
 la hora de abordar el derecho a decidir la independencia de un
 territorio, (que en buena lógica tendría que ser aplicable
 igualmente a territorios más pequeños). Parto de la base de que la
 carencia de legitimidad de las leyes acaba creando tensiones o
 rupturas de uno u otro tipo con el orden establecido, (como
 enseñaba, por ejemplo, Castoriadis). Y la legitimidad no es
 precisamente el punto fuerte de una constitución que se nos ofreció
 cocinada desde las élites como única alternativa a la continuación
 de la dictadura, y que además no ha sido refrendada por la
 población actual. 
Por otra
 parte si la lógica explotadora que marca nuestro tiempo destruye
 nuestro medio ambiente y conduce a la deshumanización, el camino
 opuesto pasa por una verdadera  democracia,
 pues esta introduce el criterio humano por encima del
 productivismo, de la burocracia (pública o privada), de la
 plutocracia y de la tecnocracia. Una mayor capacidad política
 de las personas humanizaría la sociedad, y esto permitiría
 el ejercicio del sentido de la responsabilidad en lugar de
 enquistarse en una única decisión magnificada precisamente por ser
 negada, convertida en un conflicto cargado de emociones y en una
 cuestión de amor propio.
Sin
 embargo el empuje de la sociedad civil nacionalista en
 países hiper-desarrollados,  que ha decidido ser connivente
 con sus élites locales en esta aspiración, contrasta con la
 falta de empuje emancipador. Resulta paradójico que no se
 reivindique una mayor independencia respecto al sistema productivo
 que nos oprime a diario como principal aspiración una vez que se
 tiene suficiencia económica mientras se magnifica el problema de la
 dependencia territorial. Creo que ambas cosas tienen un origen
 cultural -pues no es la necesidad lo que está en esta forma de
 motivación- anclado en la modernidad. Dos tercios de los ciudadanos
 de estos países viven -vivimos- en cierto modo como niños mimados
 gracias a la explotación
 ambiental y esclavista de
 tierras lejanas.
 
 
La
 competencia abusiva entre territorios es una seña de identidad de
 nuestro tiempo y está en su ADN, ya diseminado como una planta
 transgénica por todo el mundo, (y por supuesto, no sólo entre los
 separatistas). Todos utilizamos ese marco para analizar los
 problemas globales y cómo nos afectan localmente, y utilizamos ese
 mismo marco para intentar resolverlos. Esto no es una auto-acusación
 sino un problema también para nosotros; un problema que impregna
 a la sociedad de una lógica economicista y explotadora que nos
 angustia.
Para
 entenderlo hay que analizar la marca psicológica que supone crecer
 como niño
 mimado o
 privilegiado por su origen (aun aceptando que no es más que un
 estereotipo que no se cumple tal cual en cada persona). Esta
 condición social no implica sólo una ventaja sino también una
 debilidad de carácter que hace a las personas dependientes y
 temerosas de perder esa prebenda de origen que ha facilitado su
 vida, o bien las lleva a la ansiedad por no poder lucir mejor en el
 ranking de los privilegios que ha marcado su psique. Así se
 entiende que incluso en las sociedades opulentas tenga tanto peso el
 argumento de la discriminación económica, también entre
 territorios, dando alas al nacionalismo (y cadenas para su negación
 al centralismo): en algunos casos la independencia podría optimizar
 mejor el desempeño patrio en una globalización económica que
 favorece a las zonas y a las personas más ricas gracias a la
 fragmentación política.
Por supuesto, el peso de la cultura local -a menudo menos "diferente" de lo que se quiere hacer ver- juega un papel en el reclamo nacionalista: es el uso utilitario de la misma por parte de las élites para lograr la seducción de masas que todo movimiento social necesita y del que estas élites serán las principales beneficiarias. Lo que ofrece el nacionalismo desde sus orígenes burgueses es un paliativo acomodaticio para el sentimiento de desarraigo propio del individualismo materialista promovido por esa misma burguesía desde los albores de la modernidad. No es que esa cultura local no exista ni merezca la pena ser preservada. Todo lo contrario. Pero como decían en este comunicado de la CNT de Vilanova i la Geltrú (que data de 1983), "[el patrimonio cultural] pertenece a la sociedad civil, y el nacionalismo es una creación del poder político separado de la sociedad civil."
Por otro
 lado el nacionalismo aísla quirúrjicamente las diferencias
 culturales para sublimarlas en forma de esencia idealizada
 invirtiendo así el sentido de nuestra naturaleza cultural. Como
 también se dice en el texto anterior: "Si
 la cultura no es otra cosa que la superación de los procesos
 naturales que forman el proceso vital del hombre, es, en su esencia
 interna, en todas partes la misma a pesar del número siempre
 creciente y de la diversidad infinita de sus formas especiales de
 expresión. No hay culturas cerradas que entrañen las leyes de su
 propio origen. Lo común que sirve de base a toda cultura es
 infinitamente más grande que la diversidad de sus formas
 exteriores."
Y es
 que, al igual que ocurre en
 la relación entre economía y ecosistemas,
 la cultura no se da en el vacío, y de hecho, para lograr una menor
 insostenibilidad y cierta emancipación necesitamos, entre otras
 cosas, un cambio cultural simultáneo en casi todos los lugares del
 planeta de acuerdo a nuevos parámetros; una nueva hegemonía que
 no alcance sólo a las formas de consumo y a los hábitos de vida
 sino también a las apuestas políticas. 
 
Esta racionalidad
 ecológica no estaría reñida con la diversidad, como si
 ocurre con el absolutismo de la racionalidad económica liberal, que
 desde la idealización del estado-nación implanta en cada patria
 los mismos hábitos comerciales que igualan el mundo más allá de
 los días de folclore. Por contra, una valoración más realista de
 nuestra ecodependencia y de nuestra interdependencia fomentaría
 la diversidad en convivencia al revalorizar el localismo y al
 reconocer los límites de la razón. A pesar de todo lo que creemos
 saber, nuestra ignorancia es de proporciones "trascendentes"
 y haríamos bien en hacer prevalecer el principio de
 precaución junto al respeto a las diversas creencias sobre lo
 que no podemos conocer.
En
 principio la reivindicación nacionalista es la demanda de un cambio
 que por sí mismo no cambia nada dentro del colectivo que se
 independiza, pudiendo seguir tan alienado, insostenible y desigual
 como antes.
 Pero, volviendo al argumento iniciado más arriba, la globalización
 económica favorece a las regiones que, siendo ricas, se mantienen
 al margen de compromisos políticos con el resto del mundo mientras
 compiten sin restricciones en un mercado global que no cuestionan.
 Un
 síntoma de esto es que resulte más fácil hablar de
 independentismo o de patriotismo de cualquier bandera que hablar de
 aranceles o de relocalización económica o
 de impuestos pigouvianos sobre el transporte, sobre la destrucción
 ambiental lejana o sobre el esclavismo (sin muros que detengan su
 aprovechamiento). Interiorizado el marco de la competencia como
 patrón para la actividad humana, la posible ventaja sobre los
 demás acaba prevaleciendo sobre otras reivindicaciones.
El nacionalismo logra así dividir (o engañar) a la población como ya ocurriera en la Primera Guerra Mundial, cuando la Segunda Internacional quedó relegada en favor del patriotismo popular. Seguimos sin novedad en el frente por mucho que cambien los vencedores. Pero la universalización de una lógica patriótica, crecentista y competitiva está generando también problemas uniformes que sólo tendrán solución desde acuerdos políticos transnacionales para apostar por una relocalización económica cooperativa.
Los planteamientos de la izquierda decimonónica no pueden enganchar ya a la mayoría de la población de las regiones más insostenibles del planeta, bien nutrida y ahíta de distracciones a demanda. No es un problema de suficiencia económica. Y estos partidos acaban entrando con matices en el juego del neoliberalismo imperante, relegando el internacionalismo, o bien obtienen sólo el voto de la minoría excluida. Sin embargo eso no quiere decir que no exista un problema de explotación incluso entre los empleados mejor pagados. No es raro escuchar entre estas personas que cambiarían con gusto parte de su salario por más tiempo libre y sosiego, y sin duda esta sería una reivindicación más potente si tuviera un engarce político explícito y desarrollado, (como podría ser el fomento y la protección de las excedencias y las reducciones de jornada voluntarias entre otras medidas). Pero esto exige plantarse frente a la globalización económica que impone la máxima competitividad a cada estado-nación, (grande o pequeño).
Si a esto unimos el problema de la insostenibilidad de este modelo y la represión económica ejercida sobre ese otro tercio de la población que subsiste precariamente o en la exclusión social, (a su vez infundiendo ansiedad economicista o posicional al resto), podremos ver que tenemos nuevos motivos y que necesitamos nuevas herramientas para reivindicar una cambio transnacional a favor de la vida, a favor de la emancipación humana como parte de ella, a favor de la autonomía y de un bienvivir auténticos.
Si bien
 la lógica de las economías de escala ha elevado el productivismo a
 su máxima expresión, deberían ser ya evidentes los "efectos
 secundarios" suicidas,
 la desigualdad y la dominación que impone esta lógica. Por ello el
 nuevo paradigma a extender por el mundo tendría que incluir un
 cuestionamiento de la escala tanto en el ámbito corporativo como en
 la concentración del poder político o en la posibilidad de
 acumular patrimonio (que también implica poder político). Pero
 decidir con autonomía desde abajo y en ámbitos locales, (a
 escala humana),
 no tiene por qué llevar a la desconexión, a la irresponsabilidad
 sobre problemas comunes o a la ausencia de compromisos
 transnacionales vinculantes. 
 
La
 cuestión es, volviendo al inicio, cuál es la legitimidad de esos
 compromisos (que
 ahora nos imponen desde las élites corporativas),
 y no tanto el grado de independencia entre territorios. De
 hecho, como hemos visto, la independencia política puede ser
 perfectamente connivente con la explotación internacional. La
 soberanía plena es al planeta lo que la propiedad privada a la vida
 en sociedad. Es necesario enmarcarla legalmente en unos límites de
 uso que preserven el interés público y la inclusión,
 (desde el color de la fachada o el humo del tabaco hasta los
 impuestos), y la cuestión es extender esa lógica a la
 responsabilidad colectiva de cada pueblo.
Podemos
 encontrar inspiración para este cambio de paradigma en la reflexión
 llevada a cabo por una parte de los kurdos que han evolucionado en
 su posicionamiento teórico desde el nacionalismo al confederalismo
 democrático. Extraigo
 unos párrafos del siguiente artículo que
 lo explica:
| 
"Varios
    años antes, tras el colapso de la Unión Soviética en 1991, el
    PKK había comenzado a reflexionar de manera crítica sobre el
    concepto de Estado-nación. Ninguno de los territorios
    tradicionales de los kurdos era exclusivamente kurdo. Por tanto
    un estado fundado y controlado por los kurdos automáticamente
    acogería grandes grupos minoritarios, creando el potencial para
    la represión de las minorías étnicas y religiosas del mismo
    modo que los propios kurdos fueron reprimidos durante muchos
    años. Como tal, un estado kurdo tendería a ser visto como una
    continuación del problema existente en la región más que como
    una solución al mismo. Por último, después de haber analizado la interdependencia del capitalismo y el estado-nación, por un lado, y entre el patriarcado y el poder estatal centralizado por el otro, Öcalan se dio cuenta de que la libertad y la independencia reales sólo podrían llegar una vez que el movimiento hubiera cortado todos los lazos con estas formas institucionalizadas de represión y explotación...: "La tarea consiste en apoyar el desarrollo de una democracia desde abajo... que tenga en cuenta las diferencias religiosas, étnicas y de clase en la sociedad ". ... 
Una
    confederación auto-organizada de municipios, trascendiendo las
    fronteras nacionales y los límites étnicos y religiosos, es el
    mejor baluarte contra la usurpación incesante de las potencias
    imperialistas y las fuerzas capitalistas." | 
Una nota
 sobre el pueblo kurdo. Desde mi punto de vista, los kurdos de los
 diferentes territorios que habita este pueblo parten de situaciones
 y de motivaciones muy diferentes a las que se dan en los
 nacionalismos occidentales. Aunque una parte de quienes promueven
 estos últimos, por ejemplo en Cataluña, compartan el
 ideario anterior, contrario a la globalización neoliberal, no es el
 caso de la mayoría de ellos.
Y una
 nota a favor de los niños
 mimados.
 No son pocos los burgueses ilustrados que a lo largo de la historia
 supieron relegar sus preocupaciones económicas en favor de todo
 tipo de pasiones personales, colectivas o políticas. Este me parece
 un camino importante para la transformación social.
Para
 terminar dejo los enlaces a la serie de entradas de este blog en las
 que planteé el problema de la globalización y la posible salida a
 la misma:

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