AUSENTE DE NUESTRA CULTURA EL CONCEPTO DE SUFICIENCIA
'La
economía desenmascarada. Del poder y la codicia a la compasión y el
bien común',
de
Manfred Max-Neef
Max-Neef,
que ha hecho importantes contribuciones al desarrollo de la economía
ecológica y la transdisciplinariedad, fue fundador y director del
Centro de Alternativas de Desarrollo (CEPAUR), desde el que se
impulsó la teoría del Desarrollo a Escala Humana y los principios
de la Economía Descalza.
En 1983
fue galardonado con el Premio Nobel Alternativo en el Parlamento de
Suecia. Es miembro honorario del Club de Roma y de la Academia
Europea de Ciencias y Artes, de la New York Academy of Sciences y de
la Academia Leopold Kohr de Salzburgo.
Max-Neef
señala que este libro, escrito junto al físico Philip B. Smith, es
fruto de una larga conversación entre un economista heterodoxo y un
científico interesado en la economía, visiones que convergen para
desenmascarar «todas las estupideces que hay en la economía, las
falsedades, las intenciones que son tremendamente nefastas. Una de
las cosas que demostramos en el libro es que a lo largo de toda la
evolución del pensamiento económico se termina siempre por
favorecer al poder y al dinero; esto es algo sistemático, como
demuestran los últimos 300 años, hasta el día de hoy».
Max-Neef
se refiere al desarrollo de la teoría económica neoclásica,
plagada de inconsistencias y fantasías que plantean un error de base
que se ha ido imponiendo hasta convertirse hoy en un dogma. El cuerpo
teórico de matriz neoclásica es una disciplina decimonónica que ha
llegado a convertirse en una pseudoreligión: «El problema es que la
economía, y este es el peor escándalo para mí, es una economía
del siglo XIX. Es la única disciplina que todavía es del siglo XIX;
no hay física del siglo XIX, ni biología del siglo XIX, ni
astronomía del siglo XIX...».
La
economía convencional se sostiene en la teoría neoclásica,
formulada durante el siglo pasado, que -como explica Max-Neef «está
basada en una cosmovisión mecánica, en un mundo mecánico, donde
los sistemas tienen partes, etc., pero resulta que el mundo no es
mecánico, sino orgánico, como lo entiende la economía ecológica,
en el que todo está relacionado con todo, y eso la economía no lo
entiende».
Por eso
no hay que sorprenderse de que los economistas no entiendan el mundo
real cuando no son capaces de percibir la importancia de la
interconexión de la economía con la sociedad y la naturaleza.
Esta
situación nos conduce al meollo del problema. «Una de las
características del economista es que no entiende el mundo real, no
lo conoce porque la idea de usar esos modelos matemáticos, al estilo
del físico –recordemos que cuando se gestó la teoría económica
Newton lo era todo, y los economistas quisieron imitar a los
científicos− le lleva a vivir en un mundo ilusorio y está
convencido de que eso es la realidad».
Max-Neef
pone el dedo en la llaga de las falacias e incoherencia de la
economía ortodoxa.
«Los
economistas inventan un montón de trucos absurdos, como la
externalidad. Si tú haces algo, eso ocurrió ahí, en el medio
ambiente, pero yo no tengo nada que ver; rehúyen las
responsabilidades que ellos mismos provocan». Pero no menos absurdo
es la obsesión por el crecimiento o la contabilización
macroeconómica de contabilizar la pérdida de patrimonio como
incremento del ingreso.
Una vez
“desactivado” el valor teórico del modelo económico
convencional, indagamos en busca de propuestas para encontrar una
idea de suficiencia que permita disponer de lo necesario para cubrir
lo básico sin pasarnos de la raya para no entrar en el terreno de lo
antieconómico. Cuando los costes sociales y ambientales del
crecimiento empiezan a ser más evidentes que las ventajas terminamos
por afectar de forma negativa la calidad de vida y al medio ambiente.
Es lo que está implícito en la tesis del umbral, que formuló
Max-Neff a mediados de la década de los noventa del siglo
pasado,donde muestra cómo
la correlación entre crecimiento económico y calidad de vida sólo
es cierta hasta un punto o umbral, a partir del cual la evolución
del crecimiento no sólo se divorcia del bienestar sino que puede
atentar contra él.
La tesis
del umbral, en un mundo de contrastes donde coexiste la miseria junto
a la sobreabundancia y del exceso, nos debería conducir a buscar un
espacio intermedio donde la humanidad se pueda mover de forma segura,
tanto desde el punto de vista ambiental como desde el punto de vista
de la justicia social. ¿Cómo garantizar ese suelo que cubra las
necesidades para toda la humanidad sin rebasar el techo ambiental del
Planeta?¿Cómo buscar la suficiencia?
Max-Neef
indica que «unos países tienen que crecer y otros tienen que
decrecer porque ya se excedieron absolutamente», y apunta como hoja
de ruta unas necesarias transiciones que solo podrán llegar de la
mano de cambios profundos en los estilos de vida y, por tanto, en los
valores. «Es necesario un cambio cultural y enseñar a la gente a
consumir. Por ejemplo, siempre digo, ¿es fundamental que haya 287
tipos de champú? ¿El mundo se empobrecería terriblemente si sólo
hubiera 40 tipos de champú? Es estúpido. Consumir más y más es un
principio peligroso, una obsesión asociada al fetiche del
crecimiento.
Está
totalmente ausente de nuestra educación y de nuestra cultura el
concepto de suficiencia, y ahí es donde entra una de las
herramientas más poderosas del mundo que es la publicidad. ¿Para
qué sirve la publicidad? Para que consumas lo que no necesitas, con
dinero que no tienes para impresionar a los que no conoces.
Por eso, como propone la economía ecológica, los gastos de
publicidad en una sociedad se deberían restar en los indicadores de
bienestar pues la publicidad es negativa para la sociedad».
La tesis
del umbral es también una llamada de atención sobre el problema de
la escala. Hay algo extraño en la enorme dimensión que están
adquiriendo las creaciones humanas. Por un lado, en la teoría
económica moderna la dimensión únicamente se contempla para
promover el gigantismo a través de las llamadas “economías de
escala ”; sin embargo, por otro lado,
los seres humanos parece que no somos capaces de crear relaciones
basadas en la reciprocidad y la entrega generosa más que en espacios
de proximidad y en contextos comunitarios reducidos.
Ante los
problemas globales que exigen movernos en escalas no precisamente
comunitarias, ¿qué hacer? ¿Es posible abordar problemas como el
cambio climático desde un enfoque exclusivamente centrado en escalas
comunitarias?
Preguntamos
al respecto a Max-Neef, que ha trabajado extensamente la cuestión de
la magnitud. «No te puedes situar en esas escalas; en ellas te
deshumanizas, eres un número, no eres nadie... pierdes tu identidad.
La identidad está limitada por una escala, te sientes tú cuando
estás en tu casa, pero no cuando estás en medio de una multitud o
en Manhattan.
Lo
pequeño no es otra cosa que la inmensidad a la medida humana.
Lo que tiene que hacer la economía y la política es reforzar las
economías y los procesos locales y regionales, que cada área sea
autosuficiente. Como el movimiento que hay en Inglaterra en torno a
las transition towns,
esa es la posición inteligente; también lo referido a los
ecomunicipios en Suecia, que funcionan con gran autonomía y donde
saben lo que hacen con su dinero, no como acá. Y así,
lo grande tiene que ser la agregación de lo pequeño, pero lo
pequeño sólido, con
capacidad de autogestión, y la suma tiene que ser un grande
coherente».
Finalmente
le preguntamos por los principios que deberían orientar una economía
humanizada para el siglo XXI que ayude a pasar del poder y la codicia
a la compasión y el bien común, y nos señala que todas las
alternativas que se están gestando deberían incorporar cinco
postulados y un principio fundamental de valor:
1. La
economía ha de servir a la gente, no a la inversa.
2. El
desarrollo se refiere a las personas, no a los objetos.
3.
Crecimiento no es sinónimo de desarrollo, y el desarrollo no
necesariamente requiere del crecimiento.
4.
Ninguna economía es posible en ausencia de los servicios de los
ecosistemas.
5. La
economía es un subsistema de un sistema mayor y finito, la biosfera;
de ahí que el crecimiento permanente es imposible.
Principio
de valor: Ningún interés económico, bajo ninguna circunstancia,
puede estar por encima de la reverencia hacia la vida.
Así se
comprende la rapidez con la que reaccionó a nuestro atrevimiento de
catalogarle como economista humanista al comienzo de la entrevista:
«No, humanista no. Vamos a empezar por ahí. Hubo una época en que
pensé que era humanista y que eso era sensaciónal, pero después me
dio vergüenza, porque significa poner al ser humano en el centro de
todo, lo cual es de una arrogancia inaceptable. Yo soy “bioista”,
lo que pongo en el centro de todo es la vida. Creo que se refleja
bien en el principio de valor que defiendo: ningún interés
económico, bajo ninguna circunstancia, puede estar por encima de la
reverencia hacia la vida»
Enlace a la charla de Max-Neef que ofreció en La Central,
en Madrid, el 2 de julio de 2014. http://youtu.be/WI9UVPBfxfM
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