PÀGINES MONOGRÀFIQUES

24/10/17

Ningún interés económico puede estar por encima de la reverencia hacia la vida

AUSENTE DE NUESTRA CULTURA EL CONCEPTO DE SUFICIENCIA


'La economía desenmascarada. Del poder y la codicia a la compasión y el bien común',
de Manfred Max-Neef

Max-Neef, que ha hecho importantes contribuciones al desarrollo de la economía ecológica y la transdisciplinariedad, fue fundador y director del Centro de Alternativas de Desarrollo (CEPAUR), desde el que se impulsó la teoría del Desarrollo a Escala Humana y los principios de la Economía Descalza.

En 1983 fue galardonado con el Premio Nobel Alternativo en el Parlamento de Suecia. Es miembro honorario del Club de Roma y de la Academia Europea de Ciencias y Artes, de la New York Academy of Sciences y de la Academia Leopold Kohr de Salzburgo.

Max-Neef señala que este libro, escrito junto al físico Philip B. Smith, es fruto de una larga conversación entre un economista heterodoxo y un científico interesado en la economía, visiones que convergen para desenmascarar «todas las estupideces que hay en la economía, las falsedades, las intenciones que son tremendamente nefastas. Una de las cosas que demostramos en el libro es que a lo largo de toda la evolución del pensamiento económico se termina siempre por favorecer al poder y al dinero; esto es algo sistemático, como demuestran los últimos 300 años, hasta el día de hoy».

Max-Neef se refiere al desarrollo de la teoría económica neoclásica, plagada de inconsistencias y fantasías que plantean un error de base que se ha ido imponiendo hasta convertirse hoy en un dogma. El cuerpo teórico de matriz neoclásica es una disciplina decimonónica que ha llegado a convertirse en una pseudoreligión: «El problema es que la economía, y este es el peor escándalo para mí, es una economía del siglo XIX. Es la única disciplina que todavía es del siglo XIX; no hay física del siglo XIX, ni biología del siglo XIX, ni astronomía del siglo XIX...».


La economía convencional se sostiene en la teoría neoclásica, formulada durante el siglo pasado, que -como explica Max-Neef «está basada en una cosmovisión mecánica, en un mundo mecánico, donde los sistemas tienen partes, etc., pero resulta que el mundo no es mecánico, sino orgánico, como lo entiende la economía ecológica, en el que todo está relacionado con todo, y eso la economía no lo entiende».

Por eso no hay que sorprenderse de que los economistas no entiendan el mundo real cuando no son capaces de percibir la importancia de la interconexión de la economía con la sociedad y la naturaleza.

Esta situación nos conduce al meollo del problema. «Una de las características del economista es que no entiende el mundo real, no lo conoce porque la idea de usar esos modelos matemáticos, al estilo del físico –recordemos que cuando se gestó la teoría económica Newton lo era todo, y los economistas quisieron imitar a los científicos− le lleva a vivir en un mundo ilusorio y está convencido de que eso es la realidad».

Max-Neef pone el dedo en la llaga de las falacias e incoherencia de la economía ortodoxa.

«Los economistas inventan un montón de trucos absurdos, como la externalidad. Si tú haces algo, eso ocurrió ahí, en el medio ambiente, pero yo no tengo nada que ver; rehúyen las responsabilidades que ellos mismos provocan». Pero no menos absurdo es la obsesión por el crecimiento o la contabilización macroeconómica de contabilizar la pérdida de patrimonio como incremento del ingreso.

Una vez “desactivado” el valor teórico del modelo económico convencional, indagamos en busca de propuestas para encontrar una idea de suficiencia que permita disponer de lo necesario para cubrir lo básico sin pasarnos de la raya para no entrar en el terreno de lo antieconómico. Cuando los costes sociales y ambientales del crecimiento empiezan a ser más evidentes que las ventajas terminamos por afectar de forma negativa la calidad de vida y al medio ambiente. Es lo que está implícito en la tesis del umbral, que formuló Max-Neff a mediados de la década de los noventa del siglo pasado,donde muestra cómo la correlación entre crecimiento económico y calidad de vida sólo es cierta hasta un punto o umbral, a partir del cual la evolución del crecimiento no sólo se divorcia del bienestar sino que puede atentar contra él.

La tesis del umbral, en un mundo de contrastes donde coexiste la miseria junto a la sobreabundancia y del exceso, nos debería conducir a buscar un espacio intermedio donde la humanidad se pueda mover de forma segura, tanto desde el punto de vista ambiental como desde el punto de vista de la justicia social. ¿Cómo garantizar ese suelo que cubra las necesidades para toda la humanidad sin rebasar el techo ambiental del Planeta?¿Cómo buscar la suficiencia?

Max-Neef indica que «unos países tienen que crecer y otros tienen que decrecer porque ya se excedieron absolutamente», y apunta como hoja de ruta unas necesarias transiciones que solo podrán llegar de la mano de cambios profundos en los estilos de vida y, por tanto, en los valores. «Es necesario un cambio cultural y enseñar a la gente a consumir. Por ejemplo, siempre digo, ¿es fundamental que haya 287 tipos de champú? ¿El mundo se empobrecería terriblemente si sólo hubiera 40 tipos de champú? Es estúpido. Consumir más y más es un principio peligroso, una obsesión asociada al fetiche del crecimiento.

Está totalmente ausente de nuestra educación y de nuestra cultura el concepto de suficiencia, y ahí es donde entra una de las herramientas más poderosas del mundo que es la publicidad. ¿Para qué sirve la publicidad? Para que consumas lo que no necesitas, con dinero que no tienes para impresionar a los que no conoces. Por eso, como propone la economía ecológica, los gastos de publicidad en una sociedad se deberían restar en los indicadores de bienestar pues la publicidad es negativa para la sociedad».

La tesis del umbral es también una llamada de atención sobre el problema de la escala. Hay algo extraño en la enorme dimensión que están adquiriendo las creaciones humanas. Por un lado, en la teoría económica moderna la dimensión únicamente se contempla para promover el gigantismo a través de las llamadas “economías de escala ”; sin embargo, por otro lado, los seres humanos parece que no somos capaces de crear relaciones basadas en la reciprocidad y la entrega generosa más que en espacios de proximidad y en contextos comunitarios reducidos.

Ante los problemas globales que exigen movernos en escalas no precisamente comunitarias, ¿qué hacer? ¿Es posible abordar problemas como el cambio climático desde un enfoque exclusivamente centrado en escalas comunitarias?

Preguntamos al respecto a Max-Neef, que ha trabajado extensamente la cuestión de la magnitud. «No te puedes situar en esas escalas; en ellas te deshumanizas, eres un número, no eres nadie... pierdes tu identidad. La identidad está limitada por una escala, te sientes tú cuando estás en tu casa, pero no cuando estás en medio de una multitud o en Manhattan.

Lo pequeño no es otra cosa que la inmensidad a la medida humana. Lo que tiene que hacer la economía y la política es reforzar las economías y los procesos locales y regionales, que cada área sea autosuficiente. Como el movimiento que hay en Inglaterra en torno a las transition towns, esa es la posición inteligente; también lo referido a los ecomunicipios en Suecia, que funcionan con gran autonomía y donde saben lo que hacen con su dinero, no como acá. Y así, lo grande tiene que ser la agregación de lo pequeño, pero lo pequeño sólido, con capacidad de autogestión, y la suma tiene que ser un grande coherente».

Finalmente le preguntamos por los principios que deberían orientar una economía humanizada para el siglo XXI que ayude a pasar del poder y la codicia a la compasión y el bien común, y nos señala que todas las alternativas que se están gestando deberían incorporar cinco postulados y un principio fundamental de valor:

1. La economía ha de servir a la gente, no a la inversa.

2. El desarrollo se refiere a las personas, no a los objetos.

3. Crecimiento no es sinónimo de desarrollo, y el desarrollo no necesariamente requiere del crecimiento.

4. Ninguna economía es posible en ausencia de los servicios de los ecosistemas.

5. La economía es un subsistema de un sistema mayor y finito, la biosfera; de ahí que el crecimiento permanente es imposible.

Principio de valor: Ningún interés económico, bajo ninguna circunstancia, puede estar por encima de la reverencia hacia la vida.

Así se comprende la rapidez con la que reaccionó a nuestro atrevimiento de catalogarle como economista humanista al comienzo de la entrevista: «No, humanista no. Vamos a empezar por ahí. Hubo una época en que pensé que era humanista y que eso era sensaciónal, pero después me dio vergüenza, porque significa poner al ser humano en el centro de todo, lo cual es de una arrogancia inaceptable. Yo soy “bioista”, lo que pongo en el centro de todo es la vida. Creo que se refleja bien en el principio de valor que defiendo: ningún interés económico, bajo ninguna circunstancia, puede estar por encima de la reverencia hacia la vida»


Enlace a la charla de Max-Neef que ofreció en La Central, en Madrid, el 2 de julio de 2014. http://youtu.be/WI9UVPBfxfM

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