Uno se pregunta cómo sería una
sociedad que no siga el dogma del crecimiento ilimitado que hoy
padecemos y qué tipo de individuos formarían parte de ella.
¿Estaremos preparados para vivir en comunidades sin pretensión de
crecimiento económico? Dudo que seamos plenamente conscientes de los
cambios voluntarios o involuntarios que quizás tengamos que
asumir.
Si queremos cambiar una sociedad insostenible por otra en equilibrio con su entorno, parece lógico pensar que también deben cambiar los individuos que la forman. No se trata de establecer un perfil psicológico adecuado sino de abrir el debate a las cosas que quizás tengamos que ir revisando en nuestra forma de vida.
Desde niños hemos recibido un mensaje muy claro: “hay que esforzarse para progresar en esta vida”. Esta pretensión entra dentro de la lógica del crecimiento continuo e ilimitado. La lógica del más, que lleva asociada una serie de enfermedades características de nuestro tiempo como ansiedad, estrés, insatisfacción o frustración. Vivimos con la sensación de que lo que tenemos o somos no es suficiente, queremos algo más, algo externo que quisiéramos comprar.
Si queremos cambiar una sociedad insostenible por otra en equilibrio con su entorno, parece lógico pensar que también deben cambiar los individuos que la forman. No se trata de establecer un perfil psicológico adecuado sino de abrir el debate a las cosas que quizás tengamos que ir revisando en nuestra forma de vida.
Desde niños hemos recibido un mensaje muy claro: “hay que esforzarse para progresar en esta vida”. Esta pretensión entra dentro de la lógica del crecimiento continuo e ilimitado. La lógica del más, que lleva asociada una serie de enfermedades características de nuestro tiempo como ansiedad, estrés, insatisfacción o frustración. Vivimos con la sensación de que lo que tenemos o somos no es suficiente, queremos algo más, algo externo que quisiéramos comprar.
Así pues necesitamos trabajar y
ganar más de lo que necesitamos ya que queremos una casa en
propiedad o una segunda vivienda. Queremos un coche o dos, queremos
viajar, experiencias, sensaciones… y consumimos todo lo que
podemos. Ya no se sabe vivir sin todas esas necesidades que hemos ido
adquiriendo con el paso del tiempo.
Trabajamos para poder pagar cosas no esenciales. ¿Acaso nos hemos convertido en esclavos sin darnos cuenta? Mirando algunas personas parece que vivieran para trabajar, que no saben qué hacer con su tiempo libre aparte de gastar su dinero, ya sea en ropa o clases de yoga. Esa actividad mantiene activada la economía y genera trabajo, por ese trabajo la gente puede comprar más y entramos en un círculo vicioso insostenible, puesto que la energía y los recursos son limitados por mas eficientes que seamos.
Este comportamiento no es otra cosa que una forma de adicción. La ley que impera actualmente es la rentabilidad. Aquello que genera dinero sobrevive, aquello que no, sucumbe y desde luego, hacer creer a la gente que tienen necesidades que antes no tenían, es un buen negocio.
Parece evidente que tendremos que aprender a diferenciar entre lo razonable y lo no esencial. Teniendo en cuenta que el uso de combustibles fósiles está causando cambios en el clima de la Tierra y que sostienen la producción mundial de alimentos, parece extravagante conducir un automóvil por persona. Razonable es alimentarse, extravagante es comprar alimentos que provienen del otro lado del planeta. ¿Es razonable beber cerveza si para la elaboración de un litro se consumen 300 litros de agua o comer una hamburguesa si para fabricarla hacen falta 2.400? Estos y otros datos son los que ofrece Pacific Institute para poner algo de luz en nuestros hábitos cotidianos.
Allí donde hay recursos estratégicos hay guerras, que son la consecuencia de nuestra lógica del más. Sobre nuestra sociedad de consumo pesa la memoria de mas de 5 millones de muertos en el Congo desde 1998, país que tiene casi en exclusiva las reservas mundiales de coltán, una serie de minerales imprescindibles para la fabricación de teléfonos móviles, GPS, televisores de plasma, videoconsolas, ordenadores portátiles, MP3, MP4...
¿Seríamos capaces de vivir sin todos estos aparatos? ¿Nos sentimos cómodos utilizándolos si lo sabemos? No creo que haya que dar la espalda a la innovación y la investigación si no que, siendo conscientes del origen de las materias primas y sus limitaciones, quizás debiéramos plantearnos otras formas de consumo y de propiedad.
El decrecimiento voluntario nos propone mayor sencillez en nuestras vidas y una auténtica revolución psicológica pero, ¿estamos preparados o dispuestos a semejante cosa
Iván Flamarique Urdín
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