LA MODA DE LA CASTRACIÓN ES INGENIERÍA SOCIAL
La
reacción airada e insultante de los medios y de ciertos cargos
públicos a un mensaje políticamente incorrecto es una prueba de la
dictadura del pensamiento único. El establishment ha saltado de sus
poltronas públicas o subvencionadas porque alguien –me da igual
quién- ha emitido un mensaje –me da igual qué- distinto a la
verdad oficial.
Es
triste, pero el consenso socialdemócrata ha creado una sociedad
de ciudadanos-niño
donde la responsabilidad se ha depositado en el Poder. La verdad y la
moral son dictadas a través de la legislación y las instituciones
internacionales; esas mismas que controla el establishment. El
individuo de Occidente, sometido al terrible Estado Minotauro que se
retroalimenta, es un pobre
personajillo orwelliano.
El
ciudadano-niño se siente liberado de tener que asumir la
responsabilidad de construir su propio futuro, tutelado de la cuna a
la tumba, resguardado de los riesgos de la vida, y sin tener que
elaborar su propia moral. Ya lo hace el Poder por él.
Ese
Poder nos ha hecho creer que la democracia es la combinación
de derechos
sociales
con pensamiento
único.
Es el sueño del socialdemócrata que surge de la New
Left:
un Hombre Nuevo defensor de su amo, en aras de una Sociedad Nueva,
igualitaria, homogénea y confortable gracias al paternalismo
vigilante e imprescindible del Estado, y todo envuelto en la retórica
de la democracia totalitaria.
El
método es la
lógica de los intolerantes,
que obliga a eliminar al que piensa distinto o quiere iniciar un
debate. No se trata solo de que los grupos que apoyan la verdad
oficial son subvencionados y aupados a los medios de comunicación,
convirtiéndose así en un resorte personal e interesado para el
ascenso social y económico. Es que, además, los que opinan de forma
diferente, reclamando libertad para decidir su presente y futuro, su
moral y comportamiento, son acosados, insultados y expulsados de esa
comunidad progresista y perfecta. La violencia no es solo física
sino social y de comunicación. Esa
es la nueva ola violenta que nos acecha.
El
progresismo internacional ha impuesto una idea de comunidad basada en
las identidades de grupo opuestas a las tradicionales. Es el viejo
planteamiento maoísta de conformar una Sociedad Nueva extirpando los
“cuatro viejos”: pensamiento,
educación, cultura y costumbres.
Y lo llevan haciendo al modo gramsciano desde la década de 1970
mediante el control de la educación, las artes y las letras, con la
legislación en la mano, a golpe de subvención a los
colaboracionistas.
La
escuela dejó de ser un lugar de instrucción intelectual y laboral
para convertirse en el perfecto centro de adoctrinamiento. Lo
hicieron los Estados nacionales, como el francés desde 1875, para
inculcar, se quisiera o no, los principios republicanos. Lo
repitieron las dictaduras en el siglo XX, que convirtieron los
colegios en fábricas de patriotas nacionales o proletarios, en
pioneritos, en pequeños
vigilantes de la verdad oficial.
Y a la “Formación del Espíritu Nacional” le sustituyó la
“Educación para la Ciudadanía”, y luego “Valores éticos”,
donde la solidaridad, el feminismo o el ecologismo tal y como dicta
el establishment son principios obligatorios.
El
político dicta “la normalidad” que el ciudadano-niño debe
obedecer. El Poder paternalista esconde la libertad en un cuarto
oscuro donde al individuo le da miedo entrar. Se ha perdido la
responsabilidad en la elección, y con ello la individualidad. Lo
apuntaba Giuseppe
Capograssi:
el objetivo del Estado es conseguir que la persona desee ser como los
demás, para lo cual solo tiene que seguir las normas dictadas por el
establishment.
El
castigo por salir del cauce es duro. En realidad, la izquierda
alternativa, esa que está en Podemos y su entorno, no es más que la
tropa de ese Poder transnacional que, como si fueran las SA, hace el
trabajo sucio, callejero y mediático de romper cristales de la
libertad. No
son antisistema, son parte de él.
Es la falsa oposición a la dictadura de la democracia social y el
pensamiento único.
Si
el ciudadano-niño no cumple, discrepa o quiere debatir los dictados
morales del Estado paternalista, obtiene el merecido castigo. El
ingeniero social debe corregir al individuo para conseguir la
perfección, esa utopía uniforme a la que vamos encaminados. Las
libertades languidecen bajo la verdad de los herederos de Rousseau,
de aquellos jacobinos que querían imponer una nueva Era dándole la
vuelta, como si de un gorro frigio se tratase, a todas las creencias.
Incluso iniciaron un calendario alternativo, con meses cuyos nombres
estaban tomados de la Naturaleza.
Era
el tiempo de la conversión de la persona en ciudadano gracias al
Poder -como hoy-, que es quien dicta la única verdad y la moral
exclusiva, porque sin su control parental el hombre es un lobo para
el hombre. Corregir y dictar, esa es la clave. Pero aquello que
decían los súbditos de Robespierre es lo mismo que con el tiempo
suscribirían fascistas y comunistas: “Todo en el Estado,
nada contra el Estado, nada fuera del Estado”. Claro que
el Estado, confundido con el Gobierno, era y es para ellos el
dictador de los comportamientos sociales y de su moral, como hoy para
el establishment progresista.
Al
autobús de “Hazte Oír” no se le ha contestado con una batería
argumental, o debates en medios, como si fuera un país libre, sino
con amenazas de denuncias judiciales, ofensas, retirada policial, e
insultos. No me importa la certeza o la falsedad del mensaje, sino el
bloqueo oficial y oficialista a la discrepancia, que muestra el
recorte en las libertades, resultado de esa rendición consciente e
inconsciente a la hegemonía cultural progresista.
Es
posible que a la vista de esta ingeniera social puesta al
descubierto, Karl
Popper hubiera
añadido un capítulo a su obra “La sociedad abierta y sus
enemigos”.
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