 ES
EL TIEMPO DE LA SOSTEVIDABILIDAD
ES
EL TIEMPO DE LA SOSTEVIDABILIDAD
Ante el
 supuesto drama del fin del empleo y la paradoja de estar más
 ocupadas que nunca, atrevernos a transitar hacia el paradigma de la
 vida activa de manera sostenible. Empezar por cambiar las formas de
 repartir el empleo y el trabajo, distribuir la riqueza, relocalizar
 la actividad productiva y organizar el tiempo. Avanzar hacia un
 nuevo modelo de producción ciudadana que desde el obsoleto esquema
 8 / 8 / 8, podría desplazarse progresivamente hacia una matriz
 tentativa 10 / 4 / 4 / 3 / 2 / 1, para poner la vida en el centro.
Existe
 una cosa muy misteriosa, pero muy cotidiana. 
Todo
 el mundo participa de ella, todo el mundo la conoce, 
pero
 muy pocos se paran a pensar en ella. 
Casi
 todos se limitan a tomarla como viene, sin hacer preguntas. 
Esta
 cosa es el tiempo.
Momo,
 Michael Ende
Que el modelo
 económico-productivo se nos ha ido de las manos, que eso está
 teniendo graves consecuencias sociales y ecológicas, y que estamos
 viviendo un tiempo manierista en el que se precisan importantes
 transformaciones, parece que es algo sobre lo que podría haber
 hasta cierto consenso. Otra cosa es ya, el acuerdo sobre las
 posibles alternativas (el planteamiento y testeo de nuevos y no tan
 nuevos modelos económicos, con diversas etiquetas, formas y
 colores) y el deseo y capacidad real para afrontar colectivamente
 los cambios, algunos de gran calado, que esto supone.
Pero es ya el
 momento de tomar la determinación de hacer ciertos cambios, para
 que estos puedan ser positivos para la humanidad y el planeta, en
 vez de seguir negando la evidencia y dejándolo pasar, hasta que la
 realidad termine imponiéndose dramáticamente. Y en este artículo
 vamos a tratar de plantear una de esas posibles transformaciones,
 que toca los fundamentos, los cimientos de nuestra sociedad, como es
 el paradigma de trabajo-empleo.
> ¿EL TRABAJO NOS HACE PERSONAS?
Nuestras
 sociedades mercantiles tienen en el trabajo-empleo uno de sus
 elementos vertebradores, tanto de la idea de ciudadanía, como de
 generación de valor social, constituyéndose como factor central
 dignificador de la persona (nos imprime carácter, genera
 responsabilidad, nos disciplina) y como vehículo principal de
 acceso a la renta y por tanto, a la capacidad de consumo. El trabajo
 es en torno a lo que organizamos nuestras vidas, en base a qué nos
 dedicamos es como nos presentamos a los demás, es lo que nos
 levanta de la cama, lo que nos socializa. Un sistema de organización
 social basado en mantenernos ocupados y en un acceso a la propiedad
 y al trabajo, de carácter clasista, bajo un disfraz de lógica
 racional.
El trabajo
 determina en gran medida nuestra educación, nuestra posición
 social, nuestros anhelos y nuestras luchas, en definitiva nuestras
 vidas. Un trabajo que en nuestras sociedades, de tradición
 judeocristiana y heteropatriarcal, viene marcado por el mito del
 pecado original; como un castigo que además ya señalaba la
 división por sexos de la autoridad y las tareas, condenando a la
 mujer a estar sometida a su marido y a parir con dolor, y al hombre,
 a ganarse el pan con el sudor de su frente. Un castigo
 ejemplificante que -frente a la posibilidad de enfrentarse a
 cuestiones complicadas desde la complejidad de lo sistémico e
 interrelacionado-, ya generaba las perversas dicotomías
 simplificadoras que hasta hoy venimos arrastrando, entre señor y
 vasallo o productivo y reproductivo. Dicotomías que son las mismas
 que entre capital y trabajo, patrón y obrero, y que siguen
 articulando nuestro modelo social, con el estándar de organización
 del tiempo de vida-trabajo en base a la matriz 8 / 8 / 8.
> LA TRAMPA DE LAS 8 HORAS DE TRABAJO / 8 DE OCIO / 8 DE DESCANSO
La demanda
 explicitada en 1810 por Robert Owen (empresario, socialista utópico
 y padre del cooperativismo) y gran reclamación y consecución
 obrera, respondía a un momento histórico y así hay que valorarla
 (en plena Revolución Industrial y frente a la regulación británica
 de 1496, que establecía una jornada de trabajo de hasta 15 horas).
 Pero haciendo una atrevida valoración crítica desde la distancia,
 podríamos decir que esta propuesta ya otorgaba al trabajo un valor
 preponderante en la vida, al partir de la teoría del valor-trabajo
 de los economistas clásicos (Adam Smith, David Ricardo, Karl Marx)
 y de un deseo empresarial implícito de una mayor y mejor
 productividad -asociando de manera proporcional la calidad del
 trabajo de un obrero con la calidad de vida del mismo-. Ponía en el
 centro de la lucha lo productivo (y sus condiciones de posibilidad),
 asumiendo como cierta la dicotomía entre la propiedad del capital y
 la propiedad del trabajo.
Asumiendo esto,
 la clase obrera se reconocía como tal (persona-máquina) y
 reconocía-otorgaba la hegemonía a la clase capitalista. viéndose
 la primera en la obligación de enfrentarse / negociar con la
 segunda derechos que no le competen. La parte por el todo: los
 derechos humanos, sociales o políticos, confundidos con los
 derechos laborales. Derechos fundamentales como la salud, la
 vivienda, la educación, la cultura, en el mismo paquete, al mismo
 nivel que la reclamación de un salario y unas condiciones de
 trabajo más justas. Y así, en esa lucha -ya trucada desde el
 inicio-, se entiende como consecución del equilibrio, algo que, por
 su carácter redondo podría parecer justo, pero que si anteponemos
 la vida al trabajo -y no al contrario como es la norma-, estaba y
 está muy alejado de serlo.
Los tres ochos
 como patrón de la organización del tiempo, ordenaban-segregaban
 nuestras vidas, creaban entornos estancos, que además, al tener en
 el centro del debate el tiempo y la tarea a desarrollar en la
 fábrica (como institución central de la Revolución Industrial),
 dejaban fuera de la ecuación -como externalidades no contempladas-,
 todas las tareas reproductivas y de cuidados de la vida familiar y
 comunitaria (con movimientos sociales y políticos vinculados en
 gran medida al trabajo y no a otros aspectos de la vida en común).
 Mientras lo productivo era la cuestión a tratar desde la fábrica o
 desde la barricada, lo reproductivo quedaba relegado al entorno de
 lo privado, de lo doméstico (cuando ¿no era este segundo el campo
 originario de la economía?). Una deriva histórica que nos ha
 llevado a, en vez de primar el tener más tiempo para dedicar a los
 cuidados, promover el acceder a más renta para poder
 subcontratarlos.
> LA CAÍDA DEL CASTILLO DE NAIPES
Pero
 si en algún momento el paradigma del trabajo-empleo tuvo sentido,
 vivimos un momento en el que claramente está dejando de tenerlo.
 Porque el empleo ya no es lo que era, ni cuantitativa ni
 cualitativamente. Cada vez más gente no tiene empleo y no lo va a
 tener; y quienes lo tenemos, en muchos aspectos ya no se parece a la
 idea de empleo del siglo XX. El empleo ya no es garantía de
 integración social y hace tiempo que no se asocia con valores como
 honradez o esfuerzo, sino que se relaciona en muchos casos con
 explotación y precariedad. Pero seguimos autoengañándonos
 socialdemocráticamente  con eso de que “la
 mejor política social es crear empleo”,
 sin querer enfrentarnos de verdad al fin del empleo o cuando menos,
 al cambio radical respecto a como hasta ahora lo hemos conocido.
Con la Tercera
 y ahora -sin haber cubierto un ciclo- la Cuarta Revolución
 Industrial -con el desarrollo de la inteligencia artificial y la
 internet de las cosas, y la consiguiente digitalización,
 robotización y automatización de los procesos y las relaciones-,
 va a llegar el momento en que los humanos ya no seamos necesarios
 para desempeñar la mayoría de tareas asociadas al empleo, tanto
 industrial como de servicios. Primero se prescinde de quienes llevan
 buzo, luego les toca el turno a los empleados de cuello blanco, solo
 quedan momentáneamente los infraempleos y los trabajos con ‘alto
 valor añadido’. Y en una huida hacia delante por mantener
 hinchada la burbuja del empleo, se va ampliando y diversificando el
 espectro de actividades mercantilizables. Los trabajos de lo
 reproductivo, de los cuidados, la cultura, el ocio, los afectos
 -hasta ahora abandonados en manos de mujeres, seres diletantes o del
 tercer sector-, llevan años en proceso de colonización. Lo que
 hasta hace poco era una externalidad no monitorizada, ahora corre la
 urgencia de regularizarlo para paliar los índices de paro y dotarlo
 de indicadores para incorporarlo al PIB.
Pero no nos
 engañemos, la mayoría de esas tareas, en poco tiempo también las
 desempeñarán entes no-humanos. Además, en muchos casos, de manera
 más eficaz y eficiente que nuestra especie. Y eso no debería
 suponer un drama, sino una oportunidad. En todo caso un problema de
 organización social y política. Eso sí, un reto de diseño de
 escala descomunal.
Porque se va a
 liberar una gran bolsa de tiempo y es el momento de replantearse el
 paradigma de trabajo-empleo (como nicho cada vez más escaso) y
 pensar en otras posibilidades, como podría ser la idea amplia de
 VIDA ACTIVA (como abundante y diverso yacimiento), poniendo en valor
 la propia vida y el crisol de actividades diversas con las que las
 personas contribuimos a que la sociedad funcione y lo haga de forma
 democrática, justa, abierta e inclusiva. Es el momento de
 desprenderse de la limitante categoría ‘empleo’, de la
 moralizante idea de ‘ganarse la vida’, para abrirse a otras
 muchas posibles formas de ser parte activa y consustancial de una
 comunidad.
Así, mientras
 en el momento presente, la mayoría de quienes conforman la clase
 dirigente (instituciones públicas, partidos políticos, bancos,
 grandes empresas, sindicatos…) siguen apostando por el empleo como
 prioridad de las políticas macro ¿podemos especular desde
 experiencias micropolíticas, sobre cómo sería un futuro próximo
 y deseable que supere el paradigma del empleo como factor central de
 vertebración social, para comenzar a hacerlo sobre el de VIDA
 ACTIVA?
> LA PARADOJA DE ESTAR MÁS OCUPADAS QUE NUNCA
Antes de pasar
 a hacer una propuesta, no queremos dejar de evidenciar la paradoja
 de que a la par que el empleo desaparece, parecemos estar más
 ocupadas y más estresadas que nunca (al menos en las sociedades
 urbanas occidentales, o al menos en los entornos en el que nosotras
 nos movemos -muy marcados por el trabajo cognitivo y relacional-).
 Desubicadas entre un modelo que ya no funciona y otros posibles que
 no terminan de funcionar; una parte cada vez más amplia de la
 población, invertimos gran parte de nuestro tiempo en cumplir con
 diversos miniempleos precarios o actividades no-formales, que nos
 aseguren la supervivencia; y/o vamos haciendo pruebas sobre cómo
 componer un nuevo modelo deseable, con experiencias casi siempre
 precarias, alrededor del emprendimiento, la política, la educación…
 ¿Somos el precariado, emprendedoras sociales, algo que aún no
 sabemos que somos…?
A partir de la
 remezcla de distintas encuestas sobre el uso del tiempo, podríamos
 decir que una persona media europea en edad de trabajar (16-65
 años), dedica actualmente de forma aproximada: el 33% de su tiempo
 a dormir y otros descansos, el 19% al trabajo remunerado, el 17% al
 ocio (ligado principalmente a pantallas), el 13% a tareas domésticas
 y de cuidados, el 10% a desplazamientos y tiempos intermedios, el 6%
 a actividades familiares y/o comunitarias y el 2% a formación.
 Vidas superfragmentadas en un crisol de tareas, relaciones,
 desplazamientos, compromisos, cuidados, que se atraviesan y solapan;
 con una matriz que tratando de simplificar, quedaría: 8 / 4,5 / 4 /
 3 / 2,5 / 2. Lejos del equilibrio 8 / 8 / 8. Lejísimos de la
 socialdemócrata idea de la ‘conciliación laboral’. Más lejos
 aún del ideal de la lucha feminista de ‘poner la vida en el
 centro’.
Y
 eso sin fijarse de manera específica en las cada vez más personas
 que viven solas, estudiantes y becarias ad
 infinitum,
 paradas de laaaaaarga duración (a las que se mantiene ocupadas
 buscando empleo), parejas con trabajos e hijos (con o sin
 familia-tribu que les sirva de apoyo), prejubiladas y jubiladas con
 cada vez mayor esperanza de vida saludable, personas-familias que
 sobreviven combinando la RGI con economías informales,
 profesionales liberales autosometidos como es nuestro caso, etc. Una
 sociedad de equilibristas. Y si tienes algo de tiempo… ¡No te
 olvides de alimentar las redes sociales!
> PERO ENTONCES… ¿QUÉ HACEMOS?
Lo primero tomarnos el tiempo de tomar conciencia
Parar y
 respirar. Hacer un ejercicio íntimo de relativizar el tiempo, de
 verlo no como algo natural, sino como un patrón normativo impuesto.
 Repasar en qué invertimos cada día nuestro tiempo. Pensar sobre en
 qué no lo invertimos y podríamos y/o querríamos hacerlo.
 Reordenar prioridades. Ver qué es lo que cada cual podemos hacer
 desde la introducción de cambios en nuestras vidas cotidianas. Y
 poner este ejercicio en colectivo, en tu entorno, con tu familia,
 con tus compañeras de trabajo, con tu cuadrilla.
>> REPARTIR EL EMPLEO
A la par que
 imaginamos escenarios de futuro para cuando el fin del empleo sea
 una realidad, tenemos que ver cómo abordar la situación de
 transición, en la que aún queda y va a quedar por algún tiempo
 trabajo realizado por humanos a través de la fórmula del empleo
 (trabajo asalariado). A parte de que puedan rescatarse viejos
 empleos (por ejemplo ligados a oficios artesanales) y surgir nuevos
 (por ejemplo asociados a mediaciones, nuevas tecnologías y nuevos
 ámbitos de actividad), el empleo va a ser algo decreciente que
 habrá que ver cómo repartir. Porque en una sociedad donde el
 empleo es un valor aún tan arraigado, su reparto es un factor clave
 de cohesión (y es un hecho que el desempleo no afecta igual a todos
 los sectores de nuestra sociedad, cebándose con los más
 vulnerables).
Sin entrar en
 factores psicosociales que obviamente implican un cambio cultural
 (que no vamos a desdeñar, pero que requieren de un trabajo profundo
 y lento a otro nivel), repartir el empleo no debería ser tan
 complicado. Principalmente supone: en primer lugar, voluntad de las
 empresas empleadoras, de las personas empleadas y de las
 instituciones reguladoras; y en segundo, una optimización de la
 gestión. Aprender a compartir, a trabajar en equipo, a ser en
 conjunto más eficientes y productivas. Empezar por rediseñar la
 semana y la jornada laboral, racionalizando horarios, adecuando las
 circunstancias a los distintos tipos de tarea, a los modos de
 producción o prestación del servicio (horario fijo o flexible,
 posibilidad de concentración de horas, necesidad de turnos y
 alternancias, etc.). Ajustar la economía organizacional, tratando
 de no afectar a las ya reducidas nóminas, sino mantenerlas
 aumentando la facturación. Listar tareas y tiempos necesarios para
 su realización, redistribuirlas entre el equipo, identificar
 solapamientos y carencias de cara a recolocaciones y nuevas
 incorporaciones, fijar un sistema de trabajo, testearlo, irlo
 modificando en base a la experiencia. Una premisa: TODAS las tareas
 pueden repartirse, no hay NADIE tan imprescindible en su puesto (lo
 contrario son autoengaños). En todo caso, son necesarios ajustes de
 los sistemas de trabajo y planes formativos.
Ya hay muchas
 experiencias de este tipo -algunas de ellas muy esperanzadoras en
 cuanto a resultados-, que sitúan actualmente la posible horquilla
 de la semana laboral entre las 20 y las 30 horas.
Ahora, para
 avanzar en esta cuestión, podemos esperar a que en base a un gran
 acuerdo social, este reparto sea algo liderado por las instituciones
 públicas y las grandes empresas (con más medios y recursos para
 ello, generalmente agentes tractores y ejemplificantes, que asumen
 estos cambios a su ritmo, cuando ya empiezan a ser un clamor
 generalizado y no les queda otro remedio). O podemos empezar a
 acometer la transformación desde nuestras pequeñas organizaciones
 o como autónomas, repartiendo lo poco que tenemos. Porque somos
 esos agentes productivos nano, quienes -si no somos capaces de
 articular nuevas formas de colaboración y mutualismo-, más
 dificultades seguiremos teniendo para organizar nuestros tiempos,
 para conciliar, para hacer sostenibles nuestras vidas. Como
 pequeñas, tomar la determinación de acometer este gran reto, haría
 de nuevo cierta esa premisa que dice que es mas generosa quien menos
 tiene (porque entiende mejor la necesidad). Y si por el camino
 llegan medidas de apoyo e incentivos ¡Bienvenidas serán!
>> REPARTIR EL TRABAJO
Reducir la
 jornada laboral liberaría tiempo (y resituaría la mente) para
 asumir el reparto de otros trabajos y que de las personas aflorasen
 otras necesidades, inquietudes y formas de expresarse, más allá de
 la producción y el consumo. Además de disponer de tiempo de
 calidad para las actividades familiares y domésticas, para cuidados
 y autocuidados (para las actividades más planificadas y
 rutinarias), se desarrollarían otras esferas vitales ligadas a lo
 artístico, lo social, lo político. Se dispondría de tiempo para
 comprometerse activamente en la vida comunitaria. Porque el tiempo
 es probablemente la condición material básica para posibilitar una
 participación ciudadana genuina y no forzada, haciéndola
 extensible a la sociedad en general, superando las capas de
 participación clásica de las bases militantes y de los
 profesionales de la participación.
Se pondría en
 valor la esfera de trabajo entendida como reproductiva
 -invisibilizada y cada vez más, imposibilitada para poder ser
 mercantilizada- y se reconocería su carácter esencial para la
 sostenibilidad de la vida y su aporte como fuente de riqueza con
 distintos retornos (cohesión, corresponsabilidad, afectividad…).
 Se diversificarían las relaciones sociales, ahora excesivamente
 mediadas por el entorno laboral. Se daría cauce a posibilidades de
 aprendizaje continuo (basado en el intercambio de saberes) y de ocio
 producido colectivamente (y no de consumo pasivo), para un constante
 ensanchamiento de la vida.
Se pondrían en
 valor también las distintas formas de contribución de personas
 habitualmente subalternas o a las que se considera no productivas,
 como jóvenes, perceptoras de distintos tipos de subsidios, personas
 con grados altos de discapacidad o jubiladas (en una sociedad como
 la europea cada vez más envejecida y con mayor esperanza de vida).
Y sí, por qué
 no, además se posibilitara que el elogio de la pereza no sea un
 privilegio rentista, sino un derecho ciudadano. La pereza como forma
 de contribuir a lo comunitario, como contrapeso al productivismo
 inoculado, como necesaria válvula de escape.
>> ACCESO A RENTA Y REDISTRIBUCIÓN DE LA RIQUEZA
Abandonar el
 paradigma del empleo y ampliar el espectro del trabajo, sin que este
 esté vinculado a la mercantilización de la actividad, ni a la idea
 de salario, supone abordar también otras formas de acceso a renta y
 redistribución de la riqueza.
Obviamente,
 esto a lo primero que nos lleva es a pensar en propuestas tipo Renta
 Básica Universal u otras formas de rentas mixtas, que combinen los
 ingresos procedentes del empleo u otras inversiones, con una
 retribución procedente de lo común. Un derecho incondicional que
 reconoce que cualquier ciudadana contribuye por el hecho de serlo a
 la prosperidad de la comunidad. Un ingreso fijo que debe servir al
 menos para cubrir las necesidades vitales básicas; y que generaría,
 si no una mayor justicia social, si al menos unas mejores
 condiciones de partida (aumento de la autonomía, mayor capacidad de
 negociación y elección frente a las condiciones del mercado,
 atenuar el riesgo de ‘emprender’, menor sentido de la economía
 sumergida, etc.).
Pero más allá
 de esta medida asociada al acceso a una renta mínima, será
 necesario repensar todo nuestro sistema de generación y retorno de
 valor. Un sistema ahora mediado prácticamente en su totalidad por
 una economía de mercado, provista de bienes y servicios por
 empresas capitalistas y articulada en base a una serie de
 transacciones en forma de relaciones mercantiles, salarios, retornos
 de la inversión, impuestos directos e indirectos o subsidios.
Si
 sacamos de esa ecuación el empleo y sus consiguientes
 contraprestaciones en forma de salario y tributos a las arcas
 públicas ¿qué nos queda? Habrá que plantearse, desde viejas
 medidas como la estatalización, procomunización,
 desmercantilización o inclusión dentro del mercado social de
 ciertas infraestructuras y servicios (al menos las básicas); hasta
 otras medidas fruto de los nuevos tiempos, como la ‘cotización’
 sobre el trabajo de las máquinas. Del “¿Sueñan
 los androides con ovejas eléctricas?” al “¿Pagarán
 los androides nuestra Seguridad Social y pensiones de jubilación?”.
Ante una nueva
 realidad económica compleja, puede ser el momento de apostar por la
 potenciación de la sociedad civil organizada y de la Economía
 Social (Solidaria y Feminista). Una apuesta en la que cojan fuerza
 un nuevo tipo de organizaciones empresariales comunitarias, que se
 relacionen con los bienes comunes -gestionándolos, produciéndolos,
 explotándolos-, sin esquilmarlos o privatizarlos. Y desde la
 administración pública, una apuesta por una nueva fiscalidad,
 cláusulas sociales, criterios de compra pública ética y otros
 incentivos que favorezcan el desarrollo cuantitativo y cualitativo
 de un mercado social cada vez más plural y diverso.
Al mismo
 tiempo, ante el fin del empleo humano, las empresas capitalistas, si
 pretenden seguir justificando de algún modo su aportación de valor
 social, deberán buscar otras formas de retornar beneficios a la
 sociedad en general más allá de a sus accionistas. Principalmente,
 vías como el aumento de impuestos sobre beneficios y una mucho
 mayor responsabilidad-compromiso a medio y largo plazo con el
 contexto en que estas empresas están inscritas.
>> RELOCALIZAR LA ACTIVIDAD PRODUCTIVA
Una de nuestras
 principales fugas de tiempo se produce en los desplazamientos y
 tiempos intermedios (aproximadamente un 10% de nuestro tiempo). El
 distanciamiento de nuestro entorno vital y nuestro entorno laboral
 juega en la misma liga que la globalización-deslocalización de los
 mercados. Desplazamientos de personas y mercancías que suponen: una
 excesiva inversión de un valor no regenerable como es el tiempo;
 una importante desconexión de los medios de producción de sus
 comunidades; y una gran dependencia de infraestructuras y medios de
 transporte, asociados al consumo de combustibles fósiles, que
 aumentan desmesuradamente nuestra insostenible huella ecológica.
Es
 preciso relocalizar nuestra actividad material desde una filosofía
 de km. 0 y de desarrollo de relaciones imbricadas en la comunidad.
 Un cambio de modelo productivo, de modelos de negocio, cadenas de
 valor y ciclos materiales, siguiendo la lógica de: la Economía
 P2P, basada en la generación y federación de competencias y
 procomunes inmateriales globales (principalmente a través de
 repositorios digitales de conocimiento libre), que son explotados
 localmente; la Economía Directa, basada en la pequeña escala (con
 equipos que se agregan y desagregan para proyectos concretos), el
 alto alcance tanto en la producción como en la comercialización
 (en general a través de redes de colaboración), y unas bajas
 necesidades de financiación vinculadas a lógicas de 
 crowdfunding o matchfunding,
 así como a la diversificación de capitales que poner en juego
 (relaciones, tiempo, cuidados…); la Economía Colaborativa,
 quedándonos con la versión menos mercantilizada de la misma, la
 basada en compartir recursos y optimizar usos; y el espíritu
 permacultural, de aprender de los ciclos de la naturaleza, algo que
 de ¿distintas-parecidas? maneras proponen-renombran las economías
 Azul, Circular o Regenerativa.
> HACIA EL PARADIGMA DE LA SOSTEVIDABILIDAD
En definitiva,
 ya que no hemos sido capaces de poner la vida en el centro de motu
 propio, hay que aprovechar la posibilidad de hacerlo desde una
 situación de desposesión, desde la pérdida del empleo. Pensar en
 el desempleo no como drama individual, sino como liberadora
 oportunidad colectiva, desencadenante de nuevas energías sociales.
 Porque vivir sin empleo (o con menos tiempo dedicado al mismo) no
 tiene por qué ser una distopía, sino que puede convertirse en una
 deseable realidad practicable desde ya.
Celebrar
 las múltiples formas de aportar y recibir valor desde-en comunidad
 y de redistribuir la riqueza y las oportunidades generadas. Desde
 los trabajos más articulados, ordenados y rutinarios, hasta las
 actividades más esporádicas. Desde dedicarse a la crianza hasta
 trabajar en una cooperativa productora de energía, pasando por
 investigar en un laboratorio, ser concejala en el ayuntamiento,
 emprender en aquello que siempre te ha motivado, formar parte de una
 brigada de arreglos urbanos, dar clases, hacer un programa de radio
 u organizar actividades extraescolares. Desde jugar en una plaza,
 hasta ir con los nietos al cine, pasando por organizar charlas,
 talleres o exposiciones -pero también por asistir a ellas-,
 cultivar un huerto comunitario, implicarse en un movimiento social o
 un partido político, asistir a las asambleas vecinales, ser parte
 de un grupo de teatro, escribir un libro, practicar un deporte o
 participar en la comisión de fiestas del barrio.
Avanzar
 hacia un modo de producción ciudadana capaz de crear abundancia
 allí donde ahora hay escasez, que premia la motivación, no limita
 la iniciativa y reconoce no sólo aquello que tiene precio. Un modo
 de producción colaborativo basado en una regenerada confianza en lo
 común y en un reparto equitativo de lo generado (no un todas
 iguales, sino un a cada cual según su necesidad). Un modelo
 productivo que atienda no sólo necesidades económicas, sino que
 permita ocuparse de forma corresponsable de otras necesidades
 relacionadas con los cuidados o la crianza, con picos de actividad,
 con periodos de descanso, de enfermedad, de formación, etc. Un
 modelo productivo en el que hacer menos cosas entre más gente o más
 cosas entre mucha más gente; en el que dar lo mejor de una misma y
 recibir lo que cada cual necesita. Un modelo de producción
 ciudadana que nos permita por fin, trabajar
 para vivir en lugar de vivir para trabajar.
Un modelo de
 producción ciudadana que gire alrededor de la idea de
 sostevidabilidad: una VIDA ACTIVA, sostenible y viable, desde la
 perspectiva de la ecología de la persona (emocional, relacional y
 material) y de manera compatible con su entorno. Un modelo que desde
 el obsoleto esquema 8 / 8 / 8 podría desplazarse progresivamente
 hacia una matriz tentativa de 10 / 4 / 4 / 3 / 2 / 1. Así,
 dispondríamos de 10 horas para cubrir las necesidades fisiológicas
 que aseguran la supervivencia (descanso, alimentación, sexo…), 4
 horas al trabajo reproductivo que hace sostenible la vida
 (incluyendo tareas domésticas, crianza, cuidados…), 4 horas
 dedicadas al empleo (trabajo asalariado), 3 horas dedicadas al ocio
 (aficiones, formación desinteresada, recreación, tiempo libre…),
 2 horas dedicadas a la actividad comunitaria (participación,
 voluntariado y otras actividades sociales) y 1 hora dedicada a otras
 tareas (desplazamientos, intermediaciones).
Una matriz,
 aplicada al conjunto de los siete días de la semana, no
 universalizable, ecualizable, adaptable a distintas circunstancias
 personales y/o contextuales. Una propuesta que es sobre todo una
 invitación a jugar individual y colectivamente con los tiempos,
 para buscar nuestra propia medida.
> TERMINAR CON PREGUNTAS
Terminamos con
 unas preguntas que en su mayoría tomamos de la boca de James
 Livingston, y que nos sirven para hurgar en esos factores
 psicosociales de carácter cultural, ético o moral, que impiden o
 posibilitan que acometamos cambios significativos en nuestros
 modelos de comportamiento.
Habiendo
 sido educadas en la creencia de que el trabajo es lo que determina
 nuestro valor en esta sociedad ¿sentiríamos que hacemos trampas al
 recibir algo a cambio de nada? ¿De ‘nada’? ¿Es eso posible?
 ¿Es ético? ¿Podemos liberarnos de la ética del trabajo?
¿Cómo
 sería nuestra sociedad si no tuviéramos que ‘ganarnos la vida’?
 ¿Qué harías si no tuvieras que trabajar para obtener un salario?
 ¿Si el ocio no fuera una opción sino un modo de vida? ¿Qué
 harías si el empleo no fuera esa disciplina externa que organiza tu
 vida cuando estás despierto, en forma de imperativo social que hace
 que te levantes por las mañanas y te encamines a la fábrica, la
 oficina, la tienda, el almacén, el restaurante, o adonde sea que
 trabajes y, sin importar cuanto lo odies, hace que sigas regresando?
> CONSTRUIR SOBRE LO CONSTRUIDO
Lo que
 planteamos aquí no es nuevo. No es más que la reelaboración
 contextualizada de pensamientos, experiencias y luchas anteriores,
 filtradas por circunstancias y necesidades personales, que cogen más
 fuerza (y se encarnan en posibilidades) cuando ves que son
 inquietudes que están en boca de cada vez más agentes.
Redactando
 este artículo, tratando de tomar conciencia y poner orden a un
 posible plan de acción, dedicas tiempo a nutrirte. Empiezas
 repasando reflexiones propias como  ‘Euskadi
 P2P, el lugar más copiado del mundo’,
 ‘Agitando
 la(s) economía(s)’ -texto
 que es el germen de este- y que tienen tanto que ver con debates en
 ColaBoraBora y en WikiToki, que tienen un buen reflejo en textos
 como
 ‘Itinerarios
 vitales e interacciones viscosas’,
 de Irati Mogollón García que nos retrotrae a “Economía
 Creativa para el Underground #2. Prototipo de gestión de tiempo
 para microorganismos culturales” de
 María ptqk) 
 
Ves
 como se pone en marcha el experimento
 finlandes en
 torno a la renta básica o como en el estado se abre el debate sobre
 la racionalización
 del tiempo de trabajo y los husos horarios.
 Te calientas la cabeza con artículos del momento que vas
 encontrando por el camino como ‘A
 la mierda el trabajo’,
 de James Livingston, autor de ‘No
 More Work: Why Full Employment is a Bad Idea’ de
 quien hemos tomado las preguntas finales del texto  ‘Fermentación
 urbana’,
 del Vivero de Iniciativas Ciudadanas;
‘Trabajo
 e infelicidad’,
 de Julen Iturbe, que también fue al primero que oímos hablar de
 ese oxímoron tan real como son las trabacaciones (periodo
 que ha servido para alumbrar este texto). El último de estos
 artículos nos lo manda Gorka Rodríguez casi a la par que ponemos
 punto y final a este texto y no podíamos dejar de enlazarlo,
 ‘El
 fin del trabajo. El declive de la fuerza del trabajo global y el
 nacimiento de la era posmercado’,
 de Jeremy Rifkin, en 1995;
 ’21
 horas. Una semana laboral más corta para prosperar en el siglo
 XXI’,
 de Ecopolítica y New Economic Foundation, en 2012;
 ‘Subversión
 feminista de la economía. Aportes para un debate sobre el conflicto
 capital vida’,
 de Amaia Pérez Orozco, en 2014 
 
 CoCoRoCLOCK desde
 México y su guía sobre ‘Como
 hacer abundante el tiempo’,
 (donde participa Julio Gisbert, autor de otra muy buena
 referencia: ‘Vivir
 sin empleo’);
 
 
La
 lucha por este tipo de cuestiones en Euskadi desde los movimientos
 sociales, que quizá tienen su principal hito en la Iniciativa
 Legislativa Popular para una Carta de Derechos Sociales, que en
 1997, con el respaldo de 82.054 firmas, abrió un importante debate
 en el Parlamento Vasco. Un hilo de memoria que hila bien Iñaki
 Uribarri en su artículo ‘Historia
 y futuro de las rentas mínimas en Euskadi’.
Un hilo del que
 con este artículo esperamos contribuir a seguir tirando.
O si no,
 también existe la posibilidad de
Ir
 más allá y dedicarnos a parar
 todos los relojes, 
desajustar
 los péndulos, 
suprimir
 los despertadores y los relojes callejeros.
Beaubourg,
 Albert Meister
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