ES EL TIEMPO DE LA SOSTEVIDABILIDAD
Ante el
supuesto drama del fin del empleo y la paradoja de estar más
ocupadas que nunca, atrevernos a transitar hacia el paradigma de la
vida activa de manera sostenible. Empezar por cambiar las formas de
repartir el empleo y el trabajo, distribuir la riqueza, relocalizar
la actividad productiva y organizar el tiempo. Avanzar hacia un
nuevo modelo de producción ciudadana que desde el obsoleto esquema
8 / 8 / 8, podría desplazarse progresivamente hacia una matriz
tentativa 10 / 4 / 4 / 3 / 2 / 1, para poner la vida en el centro.
Existe
una cosa muy misteriosa, pero muy cotidiana.
Todo
el mundo participa de ella, todo el mundo la conoce,
pero
muy pocos se paran a pensar en ella.
Casi
todos se limitan a tomarla como viene, sin hacer preguntas.
Esta
cosa es el tiempo.
Momo,
Michael Ende
Que el modelo
económico-productivo se nos ha ido de las manos, que eso está
teniendo graves consecuencias sociales y ecológicas, y que estamos
viviendo un tiempo manierista en el que se precisan importantes
transformaciones, parece que es algo sobre lo que podría haber
hasta cierto consenso. Otra cosa es ya, el acuerdo sobre las
posibles alternativas (el planteamiento y testeo de nuevos y no tan
nuevos modelos económicos, con diversas etiquetas, formas y
colores) y el deseo y capacidad real para afrontar colectivamente
los cambios, algunos de gran calado, que esto supone.
Pero es ya el
momento de tomar la determinación de hacer ciertos cambios, para
que estos puedan ser positivos para la humanidad y el planeta, en
vez de seguir negando la evidencia y dejándolo pasar, hasta que la
realidad termine imponiéndose dramáticamente. Y en este artículo
vamos a tratar de plantear una de esas posibles transformaciones,
que toca los fundamentos, los cimientos de nuestra sociedad, como es
el paradigma de trabajo-empleo.
> ¿EL TRABAJO NOS HACE PERSONAS?
Nuestras
sociedades mercantiles tienen en el trabajo-empleo uno de sus
elementos vertebradores, tanto de la idea de ciudadanía, como de
generación de valor social, constituyéndose como factor central
dignificador de la persona (nos imprime carácter, genera
responsabilidad, nos disciplina) y como vehículo principal de
acceso a la renta y por tanto, a la capacidad de consumo. El trabajo
es en torno a lo que organizamos nuestras vidas, en base a qué nos
dedicamos es como nos presentamos a los demás, es lo que nos
levanta de la cama, lo que nos socializa. Un sistema de organización
social basado en mantenernos ocupados y en un acceso a la propiedad
y al trabajo, de carácter clasista, bajo un disfraz de lógica
racional.
El trabajo
determina en gran medida nuestra educación, nuestra posición
social, nuestros anhelos y nuestras luchas, en definitiva nuestras
vidas. Un trabajo que en nuestras sociedades, de tradición
judeocristiana y heteropatriarcal, viene marcado por el mito del
pecado original; como un castigo que además ya señalaba la
división por sexos de la autoridad y las tareas, condenando a la
mujer a estar sometida a su marido y a parir con dolor, y al hombre,
a ganarse el pan con el sudor de su frente. Un castigo
ejemplificante que -frente a la posibilidad de enfrentarse a
cuestiones complicadas desde la complejidad de lo sistémico e
interrelacionado-, ya generaba las perversas dicotomías
simplificadoras que hasta hoy venimos arrastrando, entre señor y
vasallo o productivo y reproductivo. Dicotomías que son las mismas
que entre capital y trabajo, patrón y obrero, y que siguen
articulando nuestro modelo social, con el estándar de organización
del tiempo de vida-trabajo en base a la matriz 8 / 8 / 8.
> LA TRAMPA DE LAS 8 HORAS DE TRABAJO / 8 DE OCIO / 8 DE DESCANSO
La demanda
explicitada en 1810 por Robert Owen (empresario, socialista utópico
y padre del cooperativismo) y gran reclamación y consecución
obrera, respondía a un momento histórico y así hay que valorarla
(en plena Revolución Industrial y frente a la regulación británica
de 1496, que establecía una jornada de trabajo de hasta 15 horas).
Pero haciendo una atrevida valoración crítica desde la distancia,
podríamos decir que esta propuesta ya otorgaba al trabajo un valor
preponderante en la vida, al partir de la teoría del valor-trabajo
de los economistas clásicos (Adam Smith, David Ricardo, Karl Marx)
y de un deseo empresarial implícito de una mayor y mejor
productividad -asociando de manera proporcional la calidad del
trabajo de un obrero con la calidad de vida del mismo-. Ponía en el
centro de la lucha lo productivo (y sus condiciones de posibilidad),
asumiendo como cierta la dicotomía entre la propiedad del capital y
la propiedad del trabajo.
Asumiendo esto,
la clase obrera se reconocía como tal (persona-máquina) y
reconocía-otorgaba la hegemonía a la clase capitalista. viéndose
la primera en la obligación de enfrentarse / negociar con la
segunda derechos que no le competen. La parte por el todo: los
derechos humanos, sociales o políticos, confundidos con los
derechos laborales. Derechos fundamentales como la salud, la
vivienda, la educación, la cultura, en el mismo paquete, al mismo
nivel que la reclamación de un salario y unas condiciones de
trabajo más justas. Y así, en esa lucha -ya trucada desde el
inicio-, se entiende como consecución del equilibrio, algo que, por
su carácter redondo podría parecer justo, pero que si anteponemos
la vida al trabajo -y no al contrario como es la norma-, estaba y
está muy alejado de serlo.
Los tres ochos
como patrón de la organización del tiempo, ordenaban-segregaban
nuestras vidas, creaban entornos estancos, que además, al tener en
el centro del debate el tiempo y la tarea a desarrollar en la
fábrica (como institución central de la Revolución Industrial),
dejaban fuera de la ecuación -como externalidades no contempladas-,
todas las tareas reproductivas y de cuidados de la vida familiar y
comunitaria (con movimientos sociales y políticos vinculados en
gran medida al trabajo y no a otros aspectos de la vida en común).
Mientras lo productivo era la cuestión a tratar desde la fábrica o
desde la barricada, lo reproductivo quedaba relegado al entorno de
lo privado, de lo doméstico (cuando ¿no era este segundo el campo
originario de la economía?). Una deriva histórica que nos ha
llevado a, en vez de primar el tener más tiempo para dedicar a los
cuidados, promover el acceder a más renta para poder
subcontratarlos.
> LA CAÍDA DEL CASTILLO DE NAIPES
Pero
si en algún momento el paradigma del trabajo-empleo tuvo sentido,
vivimos un momento en el que claramente está dejando de tenerlo.
Porque el empleo ya no es lo que era, ni cuantitativa ni
cualitativamente. Cada vez más gente no tiene empleo y no lo va a
tener; y quienes lo tenemos, en muchos aspectos ya no se parece a la
idea de empleo del siglo XX. El empleo ya no es garantía de
integración social y hace tiempo que no se asocia con valores como
honradez o esfuerzo, sino que se relaciona en muchos casos con
explotación y precariedad. Pero seguimos autoengañándonos
socialdemocráticamente con eso de que “la
mejor política social es crear empleo”,
sin querer enfrentarnos de verdad al fin del empleo o cuando menos,
al cambio radical respecto a como hasta ahora lo hemos conocido.
Con la Tercera
y ahora -sin haber cubierto un ciclo- la Cuarta Revolución
Industrial -con el desarrollo de la inteligencia artificial y la
internet de las cosas, y la consiguiente digitalización,
robotización y automatización de los procesos y las relaciones-,
va a llegar el momento en que los humanos ya no seamos necesarios
para desempeñar la mayoría de tareas asociadas al empleo, tanto
industrial como de servicios. Primero se prescinde de quienes llevan
buzo, luego les toca el turno a los empleados de cuello blanco, solo
quedan momentáneamente los infraempleos y los trabajos con ‘alto
valor añadido’. Y en una huida hacia delante por mantener
hinchada la burbuja del empleo, se va ampliando y diversificando el
espectro de actividades mercantilizables. Los trabajos de lo
reproductivo, de los cuidados, la cultura, el ocio, los afectos
-hasta ahora abandonados en manos de mujeres, seres diletantes o del
tercer sector-, llevan años en proceso de colonización. Lo que
hasta hace poco era una externalidad no monitorizada, ahora corre la
urgencia de regularizarlo para paliar los índices de paro y dotarlo
de indicadores para incorporarlo al PIB.
Pero no nos
engañemos, la mayoría de esas tareas, en poco tiempo también las
desempeñarán entes no-humanos. Además, en muchos casos, de manera
más eficaz y eficiente que nuestra especie. Y eso no debería
suponer un drama, sino una oportunidad. En todo caso un problema de
organización social y política. Eso sí, un reto de diseño de
escala descomunal.
Porque se va a
liberar una gran bolsa de tiempo y es el momento de replantearse el
paradigma de trabajo-empleo (como nicho cada vez más escaso) y
pensar en otras posibilidades, como podría ser la idea amplia de
VIDA ACTIVA (como abundante y diverso yacimiento), poniendo en valor
la propia vida y el crisol de actividades diversas con las que las
personas contribuimos a que la sociedad funcione y lo haga de forma
democrática, justa, abierta e inclusiva. Es el momento de
desprenderse de la limitante categoría ‘empleo’, de la
moralizante idea de ‘ganarse la vida’, para abrirse a otras
muchas posibles formas de ser parte activa y consustancial de una
comunidad.
Así, mientras
en el momento presente, la mayoría de quienes conforman la clase
dirigente (instituciones públicas, partidos políticos, bancos,
grandes empresas, sindicatos…) siguen apostando por el empleo como
prioridad de las políticas macro ¿podemos especular desde
experiencias micropolíticas, sobre cómo sería un futuro próximo
y deseable que supere el paradigma del empleo como factor central de
vertebración social, para comenzar a hacerlo sobre el de VIDA
ACTIVA?
> LA PARADOJA DE ESTAR MÁS OCUPADAS QUE NUNCA
Antes de pasar
a hacer una propuesta, no queremos dejar de evidenciar la paradoja
de que a la par que el empleo desaparece, parecemos estar más
ocupadas y más estresadas que nunca (al menos en las sociedades
urbanas occidentales, o al menos en los entornos en el que nosotras
nos movemos -muy marcados por el trabajo cognitivo y relacional-).
Desubicadas entre un modelo que ya no funciona y otros posibles que
no terminan de funcionar; una parte cada vez más amplia de la
población, invertimos gran parte de nuestro tiempo en cumplir con
diversos miniempleos precarios o actividades no-formales, que nos
aseguren la supervivencia; y/o vamos haciendo pruebas sobre cómo
componer un nuevo modelo deseable, con experiencias casi siempre
precarias, alrededor del emprendimiento, la política, la educación…
¿Somos el precariado, emprendedoras sociales, algo que aún no
sabemos que somos…?
A partir de la
remezcla de distintas encuestas sobre el uso del tiempo, podríamos
decir que una persona media europea en edad de trabajar (16-65
años), dedica actualmente de forma aproximada: el 33% de su tiempo
a dormir y otros descansos, el 19% al trabajo remunerado, el 17% al
ocio (ligado principalmente a pantallas), el 13% a tareas domésticas
y de cuidados, el 10% a desplazamientos y tiempos intermedios, el 6%
a actividades familiares y/o comunitarias y el 2% a formación.
Vidas superfragmentadas en un crisol de tareas, relaciones,
desplazamientos, compromisos, cuidados, que se atraviesan y solapan;
con una matriz que tratando de simplificar, quedaría: 8 / 4,5 / 4 /
3 / 2,5 / 2. Lejos del equilibrio 8 / 8 / 8. Lejísimos de la
socialdemócrata idea de la ‘conciliación laboral’. Más lejos
aún del ideal de la lucha feminista de ‘poner la vida en el
centro’.
Y
eso sin fijarse de manera específica en las cada vez más personas
que viven solas, estudiantes y becarias ad
infinitum,
paradas de laaaaaarga duración (a las que se mantiene ocupadas
buscando empleo), parejas con trabajos e hijos (con o sin
familia-tribu que les sirva de apoyo), prejubiladas y jubiladas con
cada vez mayor esperanza de vida saludable, personas-familias que
sobreviven combinando la RGI con economías informales,
profesionales liberales autosometidos como es nuestro caso, etc. Una
sociedad de equilibristas. Y si tienes algo de tiempo… ¡No te
olvides de alimentar las redes sociales!
> PERO ENTONCES… ¿QUÉ HACEMOS?
Lo primero tomarnos el tiempo de tomar conciencia
Parar y
respirar. Hacer un ejercicio íntimo de relativizar el tiempo, de
verlo no como algo natural, sino como un patrón normativo impuesto.
Repasar en qué invertimos cada día nuestro tiempo. Pensar sobre en
qué no lo invertimos y podríamos y/o querríamos hacerlo.
Reordenar prioridades. Ver qué es lo que cada cual podemos hacer
desde la introducción de cambios en nuestras vidas cotidianas. Y
poner este ejercicio en colectivo, en tu entorno, con tu familia,
con tus compañeras de trabajo, con tu cuadrilla.
>> REPARTIR EL EMPLEO
A la par que
imaginamos escenarios de futuro para cuando el fin del empleo sea
una realidad, tenemos que ver cómo abordar la situación de
transición, en la que aún queda y va a quedar por algún tiempo
trabajo realizado por humanos a través de la fórmula del empleo
(trabajo asalariado). A parte de que puedan rescatarse viejos
empleos (por ejemplo ligados a oficios artesanales) y surgir nuevos
(por ejemplo asociados a mediaciones, nuevas tecnologías y nuevos
ámbitos de actividad), el empleo va a ser algo decreciente que
habrá que ver cómo repartir. Porque en una sociedad donde el
empleo es un valor aún tan arraigado, su reparto es un factor clave
de cohesión (y es un hecho que el desempleo no afecta igual a todos
los sectores de nuestra sociedad, cebándose con los más
vulnerables).
Sin entrar en
factores psicosociales que obviamente implican un cambio cultural
(que no vamos a desdeñar, pero que requieren de un trabajo profundo
y lento a otro nivel), repartir el empleo no debería ser tan
complicado. Principalmente supone: en primer lugar, voluntad de las
empresas empleadoras, de las personas empleadas y de las
instituciones reguladoras; y en segundo, una optimización de la
gestión. Aprender a compartir, a trabajar en equipo, a ser en
conjunto más eficientes y productivas. Empezar por rediseñar la
semana y la jornada laboral, racionalizando horarios, adecuando las
circunstancias a los distintos tipos de tarea, a los modos de
producción o prestación del servicio (horario fijo o flexible,
posibilidad de concentración de horas, necesidad de turnos y
alternancias, etc.). Ajustar la economía organizacional, tratando
de no afectar a las ya reducidas nóminas, sino mantenerlas
aumentando la facturación. Listar tareas y tiempos necesarios para
su realización, redistribuirlas entre el equipo, identificar
solapamientos y carencias de cara a recolocaciones y nuevas
incorporaciones, fijar un sistema de trabajo, testearlo, irlo
modificando en base a la experiencia. Una premisa: TODAS las tareas
pueden repartirse, no hay NADIE tan imprescindible en su puesto (lo
contrario son autoengaños). En todo caso, son necesarios ajustes de
los sistemas de trabajo y planes formativos.
Ya hay muchas
experiencias de este tipo -algunas de ellas muy esperanzadoras en
cuanto a resultados-, que sitúan actualmente la posible horquilla
de la semana laboral entre las 20 y las 30 horas.
Ahora, para
avanzar en esta cuestión, podemos esperar a que en base a un gran
acuerdo social, este reparto sea algo liderado por las instituciones
públicas y las grandes empresas (con más medios y recursos para
ello, generalmente agentes tractores y ejemplificantes, que asumen
estos cambios a su ritmo, cuando ya empiezan a ser un clamor
generalizado y no les queda otro remedio). O podemos empezar a
acometer la transformación desde nuestras pequeñas organizaciones
o como autónomas, repartiendo lo poco que tenemos. Porque somos
esos agentes productivos nano, quienes -si no somos capaces de
articular nuevas formas de colaboración y mutualismo-, más
dificultades seguiremos teniendo para organizar nuestros tiempos,
para conciliar, para hacer sostenibles nuestras vidas. Como
pequeñas, tomar la determinación de acometer este gran reto, haría
de nuevo cierta esa premisa que dice que es mas generosa quien menos
tiene (porque entiende mejor la necesidad). Y si por el camino
llegan medidas de apoyo e incentivos ¡Bienvenidas serán!
>> REPARTIR EL TRABAJO
Reducir la
jornada laboral liberaría tiempo (y resituaría la mente) para
asumir el reparto de otros trabajos y que de las personas aflorasen
otras necesidades, inquietudes y formas de expresarse, más allá de
la producción y el consumo. Además de disponer de tiempo de
calidad para las actividades familiares y domésticas, para cuidados
y autocuidados (para las actividades más planificadas y
rutinarias), se desarrollarían otras esferas vitales ligadas a lo
artístico, lo social, lo político. Se dispondría de tiempo para
comprometerse activamente en la vida comunitaria. Porque el tiempo
es probablemente la condición material básica para posibilitar una
participación ciudadana genuina y no forzada, haciéndola
extensible a la sociedad en general, superando las capas de
participación clásica de las bases militantes y de los
profesionales de la participación.
Se pondría en
valor la esfera de trabajo entendida como reproductiva
-invisibilizada y cada vez más, imposibilitada para poder ser
mercantilizada- y se reconocería su carácter esencial para la
sostenibilidad de la vida y su aporte como fuente de riqueza con
distintos retornos (cohesión, corresponsabilidad, afectividad…).
Se diversificarían las relaciones sociales, ahora excesivamente
mediadas por el entorno laboral. Se daría cauce a posibilidades de
aprendizaje continuo (basado en el intercambio de saberes) y de ocio
producido colectivamente (y no de consumo pasivo), para un constante
ensanchamiento de la vida.
Se pondrían en
valor también las distintas formas de contribución de personas
habitualmente subalternas o a las que se considera no productivas,
como jóvenes, perceptoras de distintos tipos de subsidios, personas
con grados altos de discapacidad o jubiladas (en una sociedad como
la europea cada vez más envejecida y con mayor esperanza de vida).
Y sí, por qué
no, además se posibilitara que el elogio de la pereza no sea un
privilegio rentista, sino un derecho ciudadano. La pereza como forma
de contribuir a lo comunitario, como contrapeso al productivismo
inoculado, como necesaria válvula de escape.
>> ACCESO A RENTA Y REDISTRIBUCIÓN DE LA RIQUEZA
Abandonar el
paradigma del empleo y ampliar el espectro del trabajo, sin que este
esté vinculado a la mercantilización de la actividad, ni a la idea
de salario, supone abordar también otras formas de acceso a renta y
redistribución de la riqueza.
Obviamente,
esto a lo primero que nos lleva es a pensar en propuestas tipo Renta
Básica Universal u otras formas de rentas mixtas, que combinen los
ingresos procedentes del empleo u otras inversiones, con una
retribución procedente de lo común. Un derecho incondicional que
reconoce que cualquier ciudadana contribuye por el hecho de serlo a
la prosperidad de la comunidad. Un ingreso fijo que debe servir al
menos para cubrir las necesidades vitales básicas; y que generaría,
si no una mayor justicia social, si al menos unas mejores
condiciones de partida (aumento de la autonomía, mayor capacidad de
negociación y elección frente a las condiciones del mercado,
atenuar el riesgo de ‘emprender’, menor sentido de la economía
sumergida, etc.).
Pero más allá
de esta medida asociada al acceso a una renta mínima, será
necesario repensar todo nuestro sistema de generación y retorno de
valor. Un sistema ahora mediado prácticamente en su totalidad por
una economía de mercado, provista de bienes y servicios por
empresas capitalistas y articulada en base a una serie de
transacciones en forma de relaciones mercantiles, salarios, retornos
de la inversión, impuestos directos e indirectos o subsidios.
Si
sacamos de esa ecuación el empleo y sus consiguientes
contraprestaciones en forma de salario y tributos a las arcas
públicas ¿qué nos queda? Habrá que plantearse, desde viejas
medidas como la estatalización, procomunización,
desmercantilización o inclusión dentro del mercado social de
ciertas infraestructuras y servicios (al menos las básicas); hasta
otras medidas fruto de los nuevos tiempos, como la ‘cotización’
sobre el trabajo de las máquinas. Del “¿Sueñan
los androides con ovejas eléctricas?” al “¿Pagarán
los androides nuestra Seguridad Social y pensiones de jubilación?”.
Ante una nueva
realidad económica compleja, puede ser el momento de apostar por la
potenciación de la sociedad civil organizada y de la Economía
Social (Solidaria y Feminista). Una apuesta en la que cojan fuerza
un nuevo tipo de organizaciones empresariales comunitarias, que se
relacionen con los bienes comunes -gestionándolos, produciéndolos,
explotándolos-, sin esquilmarlos o privatizarlos. Y desde la
administración pública, una apuesta por una nueva fiscalidad,
cláusulas sociales, criterios de compra pública ética y otros
incentivos que favorezcan el desarrollo cuantitativo y cualitativo
de un mercado social cada vez más plural y diverso.
Al mismo
tiempo, ante el fin del empleo humano, las empresas capitalistas, si
pretenden seguir justificando de algún modo su aportación de valor
social, deberán buscar otras formas de retornar beneficios a la
sociedad en general más allá de a sus accionistas. Principalmente,
vías como el aumento de impuestos sobre beneficios y una mucho
mayor responsabilidad-compromiso a medio y largo plazo con el
contexto en que estas empresas están inscritas.
>> RELOCALIZAR LA ACTIVIDAD PRODUCTIVA
Una de nuestras
principales fugas de tiempo se produce en los desplazamientos y
tiempos intermedios (aproximadamente un 10% de nuestro tiempo). El
distanciamiento de nuestro entorno vital y nuestro entorno laboral
juega en la misma liga que la globalización-deslocalización de los
mercados. Desplazamientos de personas y mercancías que suponen: una
excesiva inversión de un valor no regenerable como es el tiempo;
una importante desconexión de los medios de producción de sus
comunidades; y una gran dependencia de infraestructuras y medios de
transporte, asociados al consumo de combustibles fósiles, que
aumentan desmesuradamente nuestra insostenible huella ecológica.
Es
preciso relocalizar nuestra actividad material desde una filosofía
de km. 0 y de desarrollo de relaciones imbricadas en la comunidad.
Un cambio de modelo productivo, de modelos de negocio, cadenas de
valor y ciclos materiales, siguiendo la lógica de: la Economía
P2P, basada en la generación y federación de competencias y
procomunes inmateriales globales (principalmente a través de
repositorios digitales de conocimiento libre), que son explotados
localmente; la Economía Directa, basada en la pequeña escala (con
equipos que se agregan y desagregan para proyectos concretos), el
alto alcance tanto en la producción como en la comercialización
(en general a través de redes de colaboración), y unas bajas
necesidades de financiación vinculadas a lógicas de
crowdfunding o matchfunding,
así como a la diversificación de capitales que poner en juego
(relaciones, tiempo, cuidados…); la Economía Colaborativa,
quedándonos con la versión menos mercantilizada de la misma, la
basada en compartir recursos y optimizar usos; y el espíritu
permacultural, de aprender de los ciclos de la naturaleza, algo que
de ¿distintas-parecidas? maneras proponen-renombran las economías
Azul, Circular o Regenerativa.
> HACIA EL PARADIGMA DE LA SOSTEVIDABILIDAD
En definitiva,
ya que no hemos sido capaces de poner la vida en el centro de motu
propio, hay que aprovechar la posibilidad de hacerlo desde una
situación de desposesión, desde la pérdida del empleo. Pensar en
el desempleo no como drama individual, sino como liberadora
oportunidad colectiva, desencadenante de nuevas energías sociales.
Porque vivir sin empleo (o con menos tiempo dedicado al mismo) no
tiene por qué ser una distopía, sino que puede convertirse en una
deseable realidad practicable desde ya.
Celebrar
las múltiples formas de aportar y recibir valor desde-en comunidad
y de redistribuir la riqueza y las oportunidades generadas. Desde
los trabajos más articulados, ordenados y rutinarios, hasta las
actividades más esporádicas. Desde dedicarse a la crianza hasta
trabajar en una cooperativa productora de energía, pasando por
investigar en un laboratorio, ser concejala en el ayuntamiento,
emprender en aquello que siempre te ha motivado, formar parte de una
brigada de arreglos urbanos, dar clases, hacer un programa de radio
u organizar actividades extraescolares. Desde jugar en una plaza,
hasta ir con los nietos al cine, pasando por organizar charlas,
talleres o exposiciones -pero también por asistir a ellas-,
cultivar un huerto comunitario, implicarse en un movimiento social o
un partido político, asistir a las asambleas vecinales, ser parte
de un grupo de teatro, escribir un libro, practicar un deporte o
participar en la comisión de fiestas del barrio.
Avanzar
hacia un modo de producción ciudadana capaz de crear abundancia
allí donde ahora hay escasez, que premia la motivación, no limita
la iniciativa y reconoce no sólo aquello que tiene precio. Un modo
de producción colaborativo basado en una regenerada confianza en lo
común y en un reparto equitativo de lo generado (no un todas
iguales, sino un a cada cual según su necesidad). Un modelo
productivo que atienda no sólo necesidades económicas, sino que
permita ocuparse de forma corresponsable de otras necesidades
relacionadas con los cuidados o la crianza, con picos de actividad,
con periodos de descanso, de enfermedad, de formación, etc. Un
modelo productivo en el que hacer menos cosas entre más gente o más
cosas entre mucha más gente; en el que dar lo mejor de una misma y
recibir lo que cada cual necesita. Un modelo de producción
ciudadana que nos permita por fin, trabajar
para vivir en lugar de vivir para trabajar.
Un modelo de
producción ciudadana que gire alrededor de la idea de
sostevidabilidad: una VIDA ACTIVA, sostenible y viable, desde la
perspectiva de la ecología de la persona (emocional, relacional y
material) y de manera compatible con su entorno. Un modelo que desde
el obsoleto esquema 8 / 8 / 8 podría desplazarse progresivamente
hacia una matriz tentativa de 10 / 4 / 4 / 3 / 2 / 1. Así,
dispondríamos de 10 horas para cubrir las necesidades fisiológicas
que aseguran la supervivencia (descanso, alimentación, sexo…), 4
horas al trabajo reproductivo que hace sostenible la vida
(incluyendo tareas domésticas, crianza, cuidados…), 4 horas
dedicadas al empleo (trabajo asalariado), 3 horas dedicadas al ocio
(aficiones, formación desinteresada, recreación, tiempo libre…),
2 horas dedicadas a la actividad comunitaria (participación,
voluntariado y otras actividades sociales) y 1 hora dedicada a otras
tareas (desplazamientos, intermediaciones).
Una matriz,
aplicada al conjunto de los siete días de la semana, no
universalizable, ecualizable, adaptable a distintas circunstancias
personales y/o contextuales. Una propuesta que es sobre todo una
invitación a jugar individual y colectivamente con los tiempos,
para buscar nuestra propia medida.
> TERMINAR CON PREGUNTAS
Terminamos con
unas preguntas que en su mayoría tomamos de la boca de James
Livingston, y que nos sirven para hurgar en esos factores
psicosociales de carácter cultural, ético o moral, que impiden o
posibilitan que acometamos cambios significativos en nuestros
modelos de comportamiento.
Habiendo
sido educadas en la creencia de que el trabajo es lo que determina
nuestro valor en esta sociedad ¿sentiríamos que hacemos trampas al
recibir algo a cambio de nada? ¿De ‘nada’? ¿Es eso posible?
¿Es ético? ¿Podemos liberarnos de la ética del trabajo?
¿Cómo
sería nuestra sociedad si no tuviéramos que ‘ganarnos la vida’?
¿Qué harías si no tuvieras que trabajar para obtener un salario?
¿Si el ocio no fuera una opción sino un modo de vida? ¿Qué
harías si el empleo no fuera esa disciplina externa que organiza tu
vida cuando estás despierto, en forma de imperativo social que hace
que te levantes por las mañanas y te encamines a la fábrica, la
oficina, la tienda, el almacén, el restaurante, o adonde sea que
trabajes y, sin importar cuanto lo odies, hace que sigas regresando?
> CONSTRUIR SOBRE LO CONSTRUIDO
Lo que
planteamos aquí no es nuevo. No es más que la reelaboración
contextualizada de pensamientos, experiencias y luchas anteriores,
filtradas por circunstancias y necesidades personales, que cogen más
fuerza (y se encarnan en posibilidades) cuando ves que son
inquietudes que están en boca de cada vez más agentes.
Redactando
este artículo, tratando de tomar conciencia y poner orden a un
posible plan de acción, dedicas tiempo a nutrirte. Empiezas
repasando reflexiones propias como ‘Euskadi
P2P, el lugar más copiado del mundo’,
‘Agitando
la(s) economía(s)’ -texto
que es el germen de este- y que tienen tanto que ver con debates en
ColaBoraBora y en WikiToki, que tienen un buen reflejo en textos
como
‘Itinerarios
vitales e interacciones viscosas’,
de Irati Mogollón García que nos retrotrae a “Economía
Creativa para el Underground #2. Prototipo de gestión de tiempo
para microorganismos culturales” de
María ptqk)
Ves
como se pone en marcha el experimento
finlandes en
torno a la renta básica o como en el estado se abre el debate sobre
la racionalización
del tiempo de trabajo y los husos horarios.
Te calientas la cabeza con artículos del momento que vas
encontrando por el camino como ‘A
la mierda el trabajo’,
de James Livingston, autor de ‘No
More Work: Why Full Employment is a Bad Idea’ de
quien hemos tomado las preguntas finales del texto ‘Fermentación
urbana’,
del Vivero de Iniciativas Ciudadanas;
‘Trabajo
e infelicidad’,
de Julen Iturbe, que también fue al primero que oímos hablar de
ese oxímoron tan real como son las trabacaciones (periodo
que ha servido para alumbrar este texto). El último de estos
artículos nos lo manda Gorka Rodríguez casi a la par que ponemos
punto y final a este texto y no podíamos dejar de enlazarlo,
‘El
fin del trabajo. El declive de la fuerza del trabajo global y el
nacimiento de la era posmercado’,
de Jeremy Rifkin, en 1995;
’21
horas. Una semana laboral más corta para prosperar en el siglo
XXI’,
de Ecopolítica y New Economic Foundation, en 2012;
‘Subversión
feminista de la economía. Aportes para un debate sobre el conflicto
capital vida’,
de Amaia Pérez Orozco, en 2014
CoCoRoCLOCK desde
México y su guía sobre ‘Como
hacer abundante el tiempo’,
(donde participa Julio Gisbert, autor de otra muy buena
referencia: ‘Vivir
sin empleo’);
La
lucha por este tipo de cuestiones en Euskadi desde los movimientos
sociales, que quizá tienen su principal hito en la Iniciativa
Legislativa Popular para una Carta de Derechos Sociales, que en
1997, con el respaldo de 82.054 firmas, abrió un importante debate
en el Parlamento Vasco. Un hilo de memoria que hila bien Iñaki
Uribarri en su artículo ‘Historia
y futuro de las rentas mínimas en Euskadi’.
Un hilo del que
con este artículo esperamos contribuir a seguir tirando.
O si no,
también existe la posibilidad de
Ir
más allá y dedicarnos a parar
todos los relojes,
desajustar
los péndulos,
suprimir
los despertadores y los relojes callejeros.
Beaubourg,
Albert Meister
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