EL MUNDO ESTÁ CADA VEZ MÁS DISEÑADO PARA DEPRIMIRNOS
“El
secreto de la felicidad no es casarse o tener un hijo, sino viajar”.
Así titula un periódico un “artículo” que aparece en su
versión digital y que hace referencia a los resultados de una
encuesta que hace Booking.com, una página de viajes. Las decenas de
miles de viajeros empedernidos que comparten este artículo en
Facebook y en Twitter parecen no reparar en que el artículo da como
receta para la felicidad precisamente lo que vende: viajes.
Nadie
discute que viajar puede dar felicidad,
como casarse o tener hijos. Pero ninguna de las tres te puede dar LA
felicidad. Si esa felicidad tan definida y tan absoluta dependiera de
algo externo, entonces quizá estaríamos corriendo el peligro de
confundirla con una proyección de nuestras carencias. Nos podríamos
encontrar ante el abismo de encontrarnos excluidos de la posibilidad
de ser felices si no tenemos dinero para
viajar, si nos lo impidieran nuestras obligaciones u otros
obstáculos.
“El
mundo está cada vez más diseñado para deprimirnos. La felicidad no
es muy buena para la economía. Si fuéramos felices con lo que
tenemos, ¿para qué necesitaríamos más? ¿Cómo vendes un
humectante anti-edad? Haces que alguien se preocupe por su
envejecimiento. ¿Cómo consigues que la gente vote por un partido
político? Haces que se preocupe por la inmigración. ¿Cómo
consigues que contraten seguros? Haces que se preocupen por todo.
¿Cómo consigues que se hagan cirugía plástica? Haces hincapié en
sus defectos físicos. ¿Cómo consigues que vean un programa
de televisión?
Haces que se preocupen por no quedarse atrás. ¿Cómo consigues que
compren un nuevo Smartphone? Haces que sientan que se están quedando
atrás.
Tener
calma se convierte así en un acto revolucionario, sostiene Matt Haig
en su libro Reasons
to Stay Alive (motivos
para mantenerse vivo), con algo que parece una obviedad: el motor de
nuestro sistema capitalista hunde sus raíces en la insatisfacción y
en la frustración, en el mandato de “tener que tener” para “ser
feliz”.
No
se trata sólo ya de obtener cosas materiales. De acumular coches,
casas, joyas, y otros objetos materiales hemos pasado al absurdo de
“coleccionar momentos”. Cabría preguntar si se coleccionan en
Facebook, en Instagram o en nuestra frágil memoria selectiva,
incapaz de retener vivencias que se nos escapan como arena entre los
dedos, por más que nos aferremos a ellas.
Esa
obsesión por coleccionar momentos convierte los viajes de
recetario en foto por aquí, fotos por allá: ver el mundo ya no a
través del objetivo de la cámara, sino de la pantalla de nuestro
Smartphone, imprescindible también para una felicidad
inaccesible ahora
para los “tontos” que se casan y tienen hijos.
Quizá no haga
falta recorrer decenas de miles de kilómetros para disfrutar de una
puesta de sol,
de una playa o de un bosque, aunque no obtengamos tantos likes a
nuestras fotos de Instagram. Pero el marketing ha invadido nuestro
lenguaje y nuestro imaginario hasta tal punto que mucha gente llega a
sentir que se está perdiendo la felicidad con
experiencias y paisajes que quizá tenemos al alcance y a no tantos
kilómetros de casa.
El
pago de diversas páginas por publicar contenidos en distintos medios
contribuye al auge de este tipo de recetarios, que siempre tienen
nueve o diez claves para conseguir EL éxito o
LA felicidad en mayúsculas. Ni una menos, ni una más: “los nueve
hábitos de la gente emocionalmente inteligentes”, “los nueve
hábitos de la gente productiva”, “el secreto de la felicidad,
según 12 de los filósofos más sabios de la historia”. Hasta los
periodistas abusamos de ese simplismo y le hacemos juego para atraer
más clicks y quizá así conseguir más publicidad de los
anunciantes: “las nueve claves para comprender el conflicto en
Siria”, “siete respuestas de la espectacular subida de la luz”,
“ocho consecuencias de la llegada de Trump al
poder”.
Los
medios de comunicación también hacemos juego a estos altos niveles
de insatisfacción y de infelicidad con nuestro bombardeo de noticias
negativas y de tragedias. El consumismo se alimenta del aislamiento
que provoca el miedo y de la desconexión que provocan las amenazas a
un sobrevalorada zona
de confort que
se suele confundir con una felicidad auténtica, imperfecta.
CCS
- http://ccs.org.es/
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