SOSTENIMIENTO REAL Y DECRECIMIENTO
EN EL IMAGINARIO CIUDADANO
El paradigma del bienestar de la gente y el planeta en un entorno de real democracia desprovisto de capitalismo
El mundo está decididamente regresando a estadios que creíamos superados. La democracia y sus llamadas instituciones democráticas son, en su mayoría, una parodia absoluta. En lugar de un etos democrático, el mercado dicta las reglas por las que todos debemos intentar vivir, en completa contradicción con la premisa más elemental de democracia: Procurar el bienestar de todos los rangos de la sociedad, y con especial énfasis en los desposeídos.
En
la mayoría de las naciones llamadas democráticas, sus soberanos son
los ciudadanos, el demos. Empero, los gobiernos han traicionado su
mandato democrático de ir en pos del bienestar del ciudadano, quien
ha confiado una responsabilidad tan seminal sobre su vida en un
cuadro de servidores públicos electos. En lugar de ello, la mayoría
de los servidores públicos se han vuelto agentes de los dueños del
mercado y, en plena connivencia con ellos, trabajan en tándem para
imponer las condiciones ideales para maximizar la efectividad de los
mecanismos de extracción de riqueza de los inversionistas
institucionales de los mercados financieros internacionales.
De
esta forma, han integrado un sistema muy efectivo de puertas
giratorias que permite a los agentes del mercado y a sus dueños
actuar tanto en la arena pública como privada para perpetuar sus
sistemas de extracción de riqueza sobre el noventa y nueve por
ciento para el muy privado interés del uno por ciento.
Consecuentemente, hemos retro pedaleado a un etos
reminiscente de la Edad Dorada del siglo XIX con sus barones
ladrones.
Mediante
reglas de comercio, pactos comerciales, acuerdos de cambio climático
así como falsas banderas cuidadosamente diseñadas de carácter
financiero, de salud pública y geopolítico, los agentes del mercado
han burlado a los sistemas jurídicos de las naciones y han colocado
a los intereses de las corporaciones y de sus inversionistas sobre
las soberanías de las naciones, con el fin de poder privatizar y
explotar sin cortapisas cada aspecto de la vida, cada bien público y
cada recurso natural en su beneficio.
Desde
una perspectiva geopolítica, sus maquinarias de propaganda trabajan
sin tregua para convencer a millones de personas de que un número de
guerras no declaradas están justificadas en pos de la paz, la
justicia, la democracia y los derechos humanos. Reminiscencia de los
1930s, y sin menoscabo de otros conflictos militares sobre todo en
oriente próximo y África, estamos al borde de otra guerra mundial.
De hecho, esta guerra ya está en marcha. No ha sido declarada
formalmente pero no hay duda que conlleva poderosos intereses
globales económicos y geopolíticos para los actores contendientes;
intereses que no tienen nada que ver con su argumentación
propagandística.
En
efecto, desde la Segunda Guerra Mundial no han habido tantas naciones
involucradas en un sólo teatro de guerra como lo es Siria e Irak.
Por ello, estamos inmersos en una recesión capitalista prolongada y
en un número de conflictos en donde los barones ladrones al mando de
las naciones intentan que prevalezcan sus intereses globales mediante
la guerra. Todo gira alrededor de la codicia; esto es, del
imperialismo económico.
La
gran diferencia con la Edad Dorada y el periodo entreguerras de los
años treinta, empero, es que hemos alcanzado una etapa donde el
incesantes consumo de recursos –condición indispensable para la
prolongación del capitalismo– se ha vuelto absolutamente
insostenible. Debido a la huella ecológica producida por las
sociedades de mercado, miles de especies han dejado de existir en los
últimos cien años. Así mismo, nuestro uso predominante de recursos
no renovables para proveer de la energía necesaria a nuestras normas
de vida consumistas, no sólo ha llevado a los combustibles fósiles
a un decadente estado de rendimientos decrecientes y escasez, sino
que ha disparado un cambio climático dramático.
Estamos
presenciando un consistente calentamiento del planeta, del cual
apenas comenzamos a padecer sus penurias, sin saber con algún grado
razonable de certeza cuáles serán sus peores consecuencias para la
humanidad y el resto de los seres vivientes. Además, los pronósticos
apuntan a la muy alta probabilidad de que ya hayamos cruzado un
umbral donde ya no podremos regresar a las condiciones del planeta
que prevalecían apenas hace medio siglo, aún bajo el irreal
escenario de que pongamos un drástico fin a nuestro sistema de
consumismo extremo y que construyamos sistemas de vida radicalmente
nuevos y realmente sostenibles.
Partiendo
de este contexto de conflictos geopolíticos de rápida escalada y de
patente reacción del planeta contra el insostenible consumo
antropocéntrico de recursos por parte del sistema global
mercadocrático, la premisa de este trabajo es que debemos empezar
hoy mismo a cambiar radicalmente nuestros estilos de vida para
ponerlos en armonía con lo que puede ofrecernos la Madre Tierra en
alimentos, agua, energía y otros recursos naturales de manera
realmente sostenible para nosotros y para todos los seres vivientes.
Esto implica que debemos embarcarnos en un salto cuántico de cambio
paradigmático que ponga fin a la mercadocracia.
Si
existe alguna esperanza de largo plazo para la humanidad y el resto
de las criaturas vivientes, tenemos que reemplazar el actual etos
mercadocrático con un etos
de real democracia. En síntesis, no podremos construir un sistema
sostenible sin reemplazar al capitalismo, porque el verdadero
sostenimiento de la gente y el planeta –justicia social y un
planeta sano– son totalmente incompatibles con la premisa del
capitalismo. El verdadero sostenimiento y el capitalismo son un
oxímoron. En consecuencia, reemplazar al paradigma de acumulación
de capital es la única forma de hacer realidad la construcción de
un nuevo paradigma anclado en el decrecimiento drástico de nuestra
huella ecológica.
Sin
embargo, dado que todas las instituciones nacionales e
internacionales han sido secuestradas por el mercado, tenemos que
empezar por rescatarlas de los agentes conductores del mercado. Es
decir, tenemos que empezar por remover del poder legal y
pacíficamente a los dueños del mercado y a sus agentes
atrincherados en los salones de gobierno. Esta es la quintaesencia,
la condición sine
qua non
para intentar realistamente construir lo que por ahora puedo mejor
describir como el paradigma que va en pos del bienestar de la gente y
el planeta y NO el mercado.
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