ASÍ QUE EL CIELO ERA ESTO
El
objetivo no es representar, sino abrir las puertas de las
instituciones para que sean ocupadas masivamente por la gente. No es
invitarlos a pasar, es darles las llaves y acabar con el frente común
de partidos-cártel
“Así
que el cielo era esto”, debimos pensar muchas personas de las que
entramos por primera vez en las instituciones, tras esa maratón
electoral que fueron los dos últimos años. No sé qué pudimos
entender por asaltarlo, si esperábamos llegar como Gandalf y los
Rohirrim al Abismo de Helm.
Lo
cierto es que este cielo de protocolo y moqueta te puede tratar muy
bien. Trabajar en lo que te gusta, con buenas condiciones, con una
atención permanente y una repercusión social notable. A nadie le
amarga un dulce y es fácil que se nos suba la institución a la
cabeza. Si estás dentro, la institución te mima, te seduce, te
cuida para que no quieras irte. Que se lo pregunten a Cipriá Ciscar,
que lleva en el Congreso 7 legislaturas.
Además,
las instituciones son fundamentales para mantener a los partidos
políticos, que no podrían vivir sin las subvenciones electorales y
a los grupos parlamentarios. Este tinglado ha convertido a los
partidos, como bien describían Katz y Mair, en un cártel que se
incrusta en la Administración, que vive de ella, bajo la excusa de
realizar una labor de intermediación entre las instituciones y la
ciudadanía.
Pero
el cielo no es gratis, requiere un cierto compromiso, un pacto no
escrito que te obliga a respetar y reproducir el funcionamiento del
modelo y, de igual manera que te puede colmar de atenciones, el
cártel te castiga si atisba la más mínima señal de rebeldía,
cualquier conato de subvertir el orden y los privilegios. Algo así
nos pasó a los novatillos de Podemos al pisar suelo institucional.
Con nuestras renuncias a coches oficiales, la devolución de las
cuantiosas dietas o ese empeño en hacer funcionar los parlamentos.
Y
como del cielo no te pueden expulsar, al menos, hasta las siguientes
elecciones, la manera de hacerte la estancia incómoda pasa por
ningunearte y frustrarte, hasta quitarte ese espíritu rebelde. Para
eso están los recovecos de la institución, el papel de la Mesa, la
utilización de los medios de comunicación y ese frente común de
partidos-cártel que no dudan en bloquear todo tu ímpetu y toda tu
iniciativa, hasta desesperarte. Si tu empeño no va a ningún lado y,
además, se silencia, acabarás por cansarte, desistir y reconocer
que “las instituciones no nos están sentando bien”.
--¿¡Cómo
es posible!?, pensará el lector. Si hace dos años montamos un
partido, a pesar de las reticencias que había en gran parte de eso
que llaman 15M para entrar en el juego institucional --algo lógico,
por otra parte, en un movimiento destituyente--, precisamente para
romper ese techo de cristal que nos impedía llevar a cabo nuestras
reivindicaciones. Entonces, ahora que vemos que el cielo no es un
camino de rosas, ¿renunciamos a esta vía? ¿Nos volvemos a la
calle? ¿Y no volveremos a toparnos con el techo de cristal? ¿Y si
el siguiente techo es de hormigón?
No
es serio haber obtenido la confianza de millones de personas, en
parlamentos y ayuntamientos, para tirar la toalla a la primera y,
sobre todo, para tirarla desde un escaño. Esto no significa olvidar
que la política no reside exclusivamente en las instituciones, que
uno de los triunfos del 15M fue rescatar la política de las paredes
acartonadas y de las moquetas apolilladas, reivindicarla desde los
bares, desde las plazas o desde el Facebook. Simplemente,
es absurdo contraponer calle e institución, como es absurdo
contraponer calle e Internet, radicalidad o moderación, brit
pop y
bulerías.
Detecto,
en estos falsos dilemas, un problema recurrente: la necesidad de
pintar la realidad en blanco y negro, en dentro y fuera, en una
continua, insulsa y escasamente descriptiva/constructiva dicotomía.
Este problema, además, se me antoja síntoma de la frustración
antes descrita. Buscar en estos ridículos debates la fórmula
extraviada, la excusa y la zona de confort. Si algo aprendimos en
estos últimos años es que la sociedad, la política o la cultura
están llenas de ricos matices, que somos una multitud difícil de
cuadrar, sintetizar, reducir… o representar.
El
mayor daño que puede causarnos la institución es hacernos creer que
somos representantes de algo irrepresentable. Que los parlamentos
hayan dejado de estar copados masivamente por dos partidos, por dos
colores, no es casualidad, es un reflejo de una sociedad heterogénea.
Y es normal que la gente sienta cada vez más rechazo por los
partidos y por las instituciones, porque están construidos bajo una
lógica de homogeneización: fidelidad, disciplina, unidad,
identidad. La supervivencia del cártel depende de ello. Por eso el
15M los descolocó, por eso un partido que se lanzó como proyección
electoral de ese hermoso caos los aterrorizó.
No.
El objetivo no es representar, ni siquiera representar mejor. El
objetivo es abrir las puertas de las instituciones para que sean
ocupadas masivamente por la gente. Esta misión no se cumple tan solo
con introducir a un grupo de “gente corriente” en la institución.
Esa “gente corriente” deja de serlo desde el momento en que se
arroga el poder de representar a otra gente. Abrir la institución es
establecer canales para que cualquier persona pueda hacerse oír
dentro, no simplemente trasladar su voz.
No
es invitarlos a pasar, es darles las llaves. No es decidir lo que
creemos que es mejor para otros, es permitir que cada persona decida
qué es mejor para ella, para su familia o sus amigos. El debate no
es estar dentro o fuera, la cuestión es hacer que la gente pueda
estar en todos sitios. En ese momento, se acabará la intermediación
y habremos destrozado al cártel.
Francisco Jurado
Gilabert
Asesor
del grupo parlamentario de Podemos en Andalucía. Jurista e
investigador en el Instituto de Gobierno y Políticas Públicas
(IGOP) de la Universidad Autónoma de Barcelona. Especializado en
campos como la tecnopolítica, el proceso legislativo y la
representación. Activista en Democracia Real Ya, #OpEuribor y
Democracia 4.0. Autor del libro Nueva
Gramática Política (Icaria,
2014).
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