EL DÍA DE LA MARMOTA
El día de la marmota (Groundhog day) fue una película que estaba destinada a
ser una absoluta nada en el cine norteamericano del siglo pasado, de este, y de
cualquier otro posterior en que se siguiera haciendo cine. Y sin embargo una
serie de carambolas la transformaron en una obra maestra y, para mí, la segunda
mejor película de todos los tiempos (es difícil superar a Blade Runner, aunque su temática es muy diferente).
Ambas películas pueden considerarse un verdadero exponente
del cine profundo, metafísico, y añadiría que verdaderamente espiritual, si no
fuera porque el significado de esta última palabra se ha desfigurado
enormemente (por las torpezas provenientes del ámbito religioso), hasta significar
algo así como “moral”, connotación que originariamente no tenía en absoluto.
Lo espiritual es lo que está más allá de la forma, tanto
física como psíquica. Lo espiritual, desde el mundo manifestado, se ve como
algo oscuro e impreciso, concretamente negro (el color es una forma). Por eso a
los Iniciados en los ritos del antiguo Egipto se les susurraba al oído que
Osiris era un dios negro. Lo espiritual es lo que mueve la rueda del mundo, sin
participar del movimiento, lo que sólo se puede conseguir desde un “lugar” (en
sentido simbólico): el Centro de la circunferencia de las cosas.
Toda forma,
bien sea mental, emocional y material procede de Él. Es la nada, que lo
contiene todo, como el punto, sin dimensión, contiene en potencia, por simple
desdoblamiento, la entera extensión del espacio aparentemente “infinito”, más
bien indefinido, y desde luego inabarcable para la individualidad.
A los físicos materialistas, que ya les habrá entrado
el mal humor al no entender una gaita de lo que estoy diciendo, al proponer un
modelo de universo tan alejado de sus perspectivas, les propondré un
experimento (de esos que tanto les gustan) para su digna meditación. Observen
desde el espacio un huracán, el más fuerte que puedan encontrar, y verán como
en el centro de la gran tormenta, existe un lugar con el cielo claro, donde
luce el sol y no sopla una ráfaga de viento. Claro que no es fácil mantenerse
en el ojo del ciclón, y sin embargo tal debe ser el objetivo del hombre que
aspira a pasar por la “Puerta Estrecha”, el “Hombre Verdadero” taoísta, o el
“Hijo del Instante” de la Tradición Islámica, el “Hijo del Hombre” del texto
evangélico que, contrariamente a las aves, que tienen nidos, y a las raposas,
que tienen madrigueras, no tiene donde reposar la cabeza, es decir, no vive
conceptualmente, perdido en su mente, sino alineado a lo que le exige el
momento presente. Como observáis puede que los textos sagrados admitan una lectura
muy diferente de la habitualmente admitida en las religiones establecidas. No
se trata de palabras hueras y moralizantes. Fueron pronunciadas para ser
vividas…
Concluso este extraño preámbulo, que tal vez sirva para
entender lo que viene después, empecemos el análisis de la película. Primera
carambola. Un par de productores cinematográficos absolutamente superficiales,
que en su día llegaron a estrenar, nada más y nada menos, que una película tan
previsible y superficial como Ghostbusters (Cazafantasmas) cuyo título dice
todo sobre el alcance intelectual de ambos, Harold Ramis y Bill Murray, se
toparon con uno de los guionistas más geniales de la historia del cine,
excelente escritor y prolífico bloguero, que siempre ha permanecido, desde
entonces, en un discreto segundo plano, lo que demuestra, también, su solidez
de carácter: Danny Rubin.
Evidentemente ni Ramis ni Murray entendieron, inicialmente,
el verdadero fondo del libreto de Rubin, pero les gustó aquello de que se
repitiera el mismo día, para el protagonista, por las posibilidades cómicas
que, para su estrecho juicio y pretensiones, permitía tan singular
circunstancia, enlazada con lo que, en estilismo literario, se denomina el
“realismo fantástico”.
Todo hacía presagiar que ambas prima donnas, el
director y el primer actor, dejarían el profundo guión de Rubin hecho unos
zorros, a fin de perpetrar otra bazofia cinematográfica, grata a la taquilla,
pero que inmediatamente sería enterrada en lo más profundo de la sima
interminable de bodrios que el séptimo arte nos depara con desbordante
frecuencia. Pero entonces ocurrió el milagro.
Bill Murray se encontró inmerso en una crisis matrimonial,
que le produjo, como es lógico, un tremendo dolor y ansiedad, y que
desembocaría, tres años después, en divorcio. Se le nota en la película, le
falta alegría, le ocurre algo, lo que, lejos de ser un problema, al menos de
cara a la finalidad del filme, es toda una bendición, pues le permite
caracterizar mejor su personaje, que no es sino un solitario narcisista,
profundamente amargado. El padecimiento psíquico, es un maestro duro, pero
eficaz, y suele dotar de profundidad al individuo que lo padece, especialmente
si previamente carecía en absoluto de aquélla. En esta ocasión resultó
providencial, porque permitió que ocurriera algo absolutamente imprevisto:
Murray empezó a entender el libreto de Rubin, al menos parcialmente.
Lo siguiente que ocurrió fue un sonoro enfrentamiento entre
el director, que quería su comedia ligera, y Murray, que se oponía a las
modificaciones absurdas de Ramis, que desvirtuaban el sentido interno de la
historia. El enfrentamiento llegó a ser tan profundo que, acabada la película,
dejaron de hablarse y, por supuesto, no volvieron a trabajar juntos. Además
Ramis se quedó con el abrigo que Murray lleva puesto durante todo el filme que,
por otra parte, constituye un importante elemento “simbólico” porque no es más
que la “coraza” que le defiende de esa sociedad “palurda” a la que desprecia, y
que al mismo tiempo le tiene encerrado en el callejón sin salida de sus ideas
preconcebidas.
Pero vayamos al sentido profundo de la película, que tiene
mucha relación con los problemas que afrontamos como sociedad, ante el declive energético y económico que nos espera:
la triste necesidad de una gran conmoción y sufrimiento para que algo empiece a
cambiar, y nos permita salir del laberinto en el que pocos sabemos que estamos
metidos.
Y es que, gracias al Cielo, Murray impuso su criterio, la
cinta conservó los elementos más, digamos, metafísicos, del guion original, y
el resultado fue una de las películas más impresionantes de la historia del
cine. Probablemente no recordaríamos a Murray, a Ramis, y tal vez ni a Andie
McDowell (porque lo de las bodas y el funeral no pasa de comedia ligera, y no
ha hecho mucho más), si no fuera por esta inapreciable pieza cinematográfica,
que además alteró completamente la geografía y la vida misma de la ciudad en que
se filmó, Woodstock, Illinois.
Observad, en primer término, que la marmota se llama igual
que el protagonista y que, como él, es “meteoróloga”, “pronosticador de
pronosticadores”, vamos de esos que están todo el día rompiéndose el cerebro
para ver lo que nos espera, desde parámetros ya trillados, por lo que
probablemente son los que más lejos se encuentran de conocer lo que traerá
el futuro. “Tiene usted esa humedad en la cabeza”, le
dice el policía a Connor’s,(Murray) que no es capaz de ver que, sencillamente,
se ha equivocado en sus predicciones y el temporal de nieve está descargando
exactamente sobre él.
Pero hay algo más, cuyo sentido es tan profundo que
difícilmente puede expresarse con palabras. La marmota, esto es, el propio Phil
Connor’s, debe ver su “sombra”, para saber si nos esperan seis semanas más de
invierno. La “sombra” es un símbolo de reminiscencias parsifalianas, un
elemento mágico y peligroso, un elocuente amigo, del que no nos podemos
separar, y que, por lo demás, nos conoce demasiado bien, porque es parte de
nosotros mismos, por lo que es igualmente nuestro más implacable enemigo. Es,
en definitiva, lo que nos hiere, como a Amfortas, el rey de Grial, aquello de
nosotros que no vemos, como el protagonista de la película, que no es capaz de
comprender que el sufrimiento en el que vive está creado por sus propias
estructuras mentales obsoletas, que le inducen recurrentes pensamientos negativos
y le mantienen en un situación de inmovilismo que solo puede conducir a
la catástrofe.
A partir de aquí, el día se repite, y el protagonista entra en las cinco fases del shock. La negación, la ira, la negociación (el intento de aprovechar lo favorable de la situación), la desesperación, y por último la aceptación, que le lleva a la liberación.
Es curioso el personaje de un vendedor de seguros, Ned Ryerson, supuesto conocido de Connor’s de la infancia (no sabemos si es cierto o se trata de una treta del comercial, que ha reconocido a la estrella televisiva y trata de sacar tajada). Sea cual sea la respuesta al enigma, es evidente que dicho personaje representa el pasado del protagonista, que éste rechaza, como a su propio presente, razón por la que es perseguido por él inexorablemente, hasta el punto de que tiene que acabar por darle un sonoro puñetazo para librarse de tal pesadilla. Ocurre que tu pasado es también parte de ti mismo, como tu sombra, y no puedes esquivarlo sino solo trascenderlo, esto es, aceptarlo en su integridad. Lo que ha sucedido no se puede cambiar, así que no te tortures, acéptalo, dale un efusivo abrazo, en vez de rechazarlo, y verás cómo sucede lo que puede verse en un momento de la película: que huye despavorido arrastrando su maletín de seguros de prima única (el pasado es siempre un fardo, los recuerdos aplastan la razón y embotan la justa visión del presente, por ello Ryerson lleva ese grueso portafolio que parece estar siempre a punto de enredársele entre las piernas y hacerle caer de bruces contra el suelo).
Nos queda ver cuál es el papel de la incomparable Andie
McDowell,(Rita) hasta donde puede explicarse. Representa lo que se denomina el
“alma intelectual”, la parte superior de nuestro psiquismo que, en quien asume
una sexualidad masculina, está representado por una dama, una figura idealizada
de mujer (en las féminas en un Caballero, andante claro). Es absolutamente
imposible que tal Mujer, la Virgen Madre del culto cristiano, entre otros
significados simbólicos, la diosa romana Minerva, Palas Atenea, la Bhakti del hinduismo,
la parte del psiquismo que roza el mundo espiritual y participa de algunas de
sus características, se deje engañar, como otras, por las burdas triquiñuelas
de Murray para conquistarla. Ella se da cuenta de que hay algo artificioso y
falso en las estrategias del farsante del meteorólogo, pese a que éste cuenta
con una importante munición de recursos (sólo él recuerda lo que ocurre de día
en día, el mismo, y lo sabe todo de la vida de los personajes).
De su propia imposibilidad de desaparecer (intenta suicidarse infinidad de veces), y de las palabras de Rita cuando le rechaza por primera vez, Murray acaba por entender dos conceptos de gran trascendencia simbólica: la conciencia que sustenta su ilusoria individualidad es inmortal (soy un dios), y no es diferente de la que se manifiesta en la vida de los demás personajes. En definitiva: su felicidad depende de la de los que le rodean. No hay salida en solitario. Entonces él, cansado de tanto sufrimiento, empieza a cambiar. Y su alma intelectiva, su adorada Rita, percibe ese cambio, en el espacio intemporal que supone el día perpetuo. Es entonces, cuando ya ha renunciado a conquistarla, que ella empieza a interesarse por él (observad que este es también el recurso de Ocho Apellidos Vascos, que ya glosé).
Las últimas escenas de la película son tan contundentes que requerirían no ya otro post, sino un tomo enciclopédico. Aquí se nota la mano del guionista, que aprovechando el enfrentamiento entre Murray y Ramis debió conseguir colar, aprovechando el cansancio de tantas jornadas de rodaje, las escenas más profundas del guión. Rita “alquila” a Connor’s, en una subasta de solteros, y le extiende la mano para llevárselo. Él, en lugar de tratar de enamorarla otra vez con subterfugios y tonterías, la lleva a la nieve, y empieza a tallar una escultura, a pesar de las protestas de Rita, que se queja del frío. Entonces le enseña la figura y ella la mira fascinada (el alma intelectual se reconoce a sí misma), y le pregunta como lo ha hecho, y él le dice que la ha visto tantas veces que sería capaz de esculpirla con los ojos cerrados (ha interiorizado su forma sutil). Entonces Murray pronuncia las palabras que le conducen al fin del encierro: “no importa lo que pase mañana”. Se ha alineado completamente con lo único que existe: el aquí y ahora.
Más allá de lo conceptual existe aquello que resulta demasiado profundo para explicarse con palabras humanas. Produce una emocionalidad muy diferente de la habitual, y solo puedes asentir ante lo que tu endeble razón no es capaz de comprender.
Son de nuevo las seis de la madrugada, suena la recurrente
música habitual. Murray vuelve a aceptar, mirada de resignación, lo que cree la
repetición de su día perpetuo. Incluso se escucha una extraña voz (primer
elemento de ruptura) que dice “no, otra vez no”, y entonces aparece el brazo de
Rita que apaga la alarma (quiebra el ritmo repetitivo del movimiento
periférico). Solo ella podía hacerlo. Ha amanecido, por fin, un nuevo día. Todo
ha vuelto al centro, la puerta estrecha, la única verdadera salida (no hay
escape por la tangente de la elíptica, que solo puede ampliar indefinidamente
posibilidades ya existentes). Desde allí la rueda puede tomar, siquiera por un
instante imperceptible, un movimiento novedoso, el de la vertical, que genera
el prodigio: alborea un mundo nuevo.
Adonde quiero llegar con todo esto, en relación al tema del
blog. A tres conclusiones inquietantes:
- No hay salida individual. Olvidaos de los huertos en la azotea. Los llaneros solitarios y
los Robinsones tienen tantas posibilidades como los desinformados.
- Desconfiad de los liderazgos mesiánicos, políticos o de cualquiera otra índole. Un
amigo, muy metido en cierto partido político, dice siempre que no quiere
salvadores, ni de los suyos. Los que sabemos lo que verdaderamente le ocurre al
BAU debemos vivir en un campo de mutua información, en red, lo que no está
reñido, lo cortés no quita lo valiente, con reconocer a quien más aporte, y
agradecer su trabajo.
- Todo ocurrirá muy despacio, y salvo conceptos muy
generales (la inevitabilidad del decrecimiento) no es conveniente hacer muchas
cábalas sobre lo que nos deparará el futuro, que depende de muchas decisiones,
repito, más políticas que técnicas, sino más bien estar permanentemente atentos
a lo que ocurre en el presente, dando la respuesta oportuna, en nuestra esfera
de influencia, dentro de nuestras posibilidades y de la información de que
disponemos que, no lo olvidemos nunca, va mucho más allá de lo que saben, o
quieren saber, la mayoría de nuestros conciudadanos.
Solo así veremos, en el declinar de nuestras vidas, los
primeros rayos del amanecer de un nuevo día, el mítico mañana, que cuando
llegue será también hoy, pero un hoy muy diferente. Habrá pasado la ventisca, y
un dulce paisaje nevado se extenderá hasta el lejano horizonte, donde podremos
perdernos con nuestra amada, deseando vivir eternamente en aquél lugar que
siempre habíamos despreciado, porque no disponíamos de la suficiente conciencia
(luz) para apreciarlo, mientras suena la melodía del inolvidable Nat King Cole, Almost like being in love, como último
gran acierto de un prodigioso metraje. El de la vida misma, que siempre es
igual, y siempre diferente…
Saludos, Calícrates
No hay comentarios:
Publicar un comentario