PÀGINES MONOGRÀFIQUES

5/2/16

Cuánta gente no preferiría la vida en una comunidad pequeña y estable a la existencia en una megaciudad hipercompetitiva?

CÓMO REDUCIR LA ECONOMÍA SIN QUEBRARLA


La economía humana es actualmente demasiado grande para ser sostenible. Lo sabemos porque la Global Footprint Network, que metódicamente hace seguimiento de los datos, nos informa de que la humanidad está usando actualmente recursos equivalentes a una Tierra y media.

Podemos usar temporalmente los recursos más rápido de lo que la Tierra los regenera únicamente tomándolos prestados de la futura productividad del planeta, dejando menos para nuestros descendientes. Pero no podemos hacerlo durante mucho tiempo. De una forma u otra, la economía (y aquí estamos hablando principalmente de las economías de los países industrializados) debe reducirse hasta que subsista con lo que la Tierra puede proveer a largo plazo.
Decir “de una forma u otra” implica que este proceso puede ocurrir tanto de forma voluntaria como involuntaria; esto es, si no encogemos la economía deliberadamente, se contraerá por su cuenta una vez alcanzados límites innegociables. 

Como he explicado en mi libro El Final del Crecimiento, hay razones para pensar que esos límites están empezando a afectarnos. Desde luego, la mayoría de las economías industriales están frenándose o encontrando dificultades para crecer a los ritmos que eran comunes durante la segunda mitad del siglo pasado. La economía moderna ha sido concebida para requerir crecimiento, así que la contracción causa suspensión de pagos y despidos; la simple falta de crecimiento se percibe como un grave problema que requiere la aplicación inmediata de estímulos económicos. Si no se hace nada para revertir el crecimiento o adaptarse anticipadamente al inevitable estancamiento y contracción de la economía, el resultado más previsible será un proceso intermitente, prolongado y caótico de colapso que se prolongará durante muchas décadas o quizás siglos, con innumerables víctimas humanas y no humanas. Ésta puede ser, de hecho, nuestra trayectoria más probable.

¿Es posible, al menos en principio, gestionar el proceso de contracción económica de forma que se evite el colapso caótico? Un plan semejante debería encarar obstáculos abrumadores. Las empresas, los trabajadores y el gobierno, todos quieren más crecimiento con el fin de aumentar los ingresos fiscales, crear más puestos de trabajo y proporcionar retornos sobre las inversiones. No hay ningún sector significativo del electorado que defienda un proceso de decrecimiento deliberado y guiado políticamente, mientras que existen poderosos intereses que buscan mantener el crecimiento y negar la evidencia de que la expansión ya no es factible.
Sin embargo, una contracción gestionada debería, fuera prácticamente de toda duda, ofrecer mejores resultados —para todos, incluidas las élites— que un colapso caótico. Si existe una ruta teórica que conduzca a una economía considerablemente más pequeña y que no atraviese el horroroso páramo del conflicto, el deterioro y la disolución, deberíamos tratar de identificarla. El humilde plan de diez puntos siguiente es un intento de hacer tal cosa.

1.- Energía: limitarla, reducirla y racionarla.

La energía es lo que hace funcionar a la economía, y el aumento del consumo de energía es lo que la hace crecer. Los científicos del clima recomiendan limitar y reducir las emisiones de carbono para prevenir un desastre planetario, y recortar las emisiones de carbono conlleva inevitablemente reducir la energía procedente de combustibles fósiles. No obstante, si nuestro objetivo es reducir el tamaño de la economía, deberíamos contener no sólo la energía fósil, sino todo el consumo energético. La forma más justa de conseguirlo sería, probablemente, con cuotas de energía negociables (TEQs).

2.- Que sea renovable.

Según vamos reduciendo el total de la producción y consumo de energía, debemos reducir rápidamente la proporción de nuestra energía que tiene origen fósil al tiempo que incrementamos la proporción de origen renovable con el fin de evitar el cambio climático catastrófico —que, si se permite que siga su curso actual, dará como resultado por sí mismo un colapso económico caótico—. Este es, no obstante, un proceso complicado. No bastará con simplemente desenchufar centrales térmicas de carbón, enchufar paneles solares y continuar con nuestros negocios como siempre: hemos construido nuestra inmensa infraestructura industrial moderna de ciudades, barrios residenciales, autopistas, aeropuertos y fábricas para que aprovechasen las características y cualidades únicas de los combustibles fósiles.
Así pues, al tiempo que transitamos hacia fuentes de energía alternativas, tendremos que adaptar —de una manera que será a menudo profunda— el modo en que usamos la energía. Por ejemplo, nuestro sistema alimentario —que en la actualidad es abrumadoramente dependiente de los combustibles fósiles para el transporte, los fertilizantes, los plaguicidas y los herbicidas— tendrá que volverse muchísimo más local. De manera ideal debería transitar hacia una agricultura ecológica de base perenne pensada a largo plazo.

3.- Recuperar el bien común.

Como señaló Karl Polanyi en los años 40, fue la mercantilización de la tierra, del trabajo y del dinero la que impulsó la “gran transformación” que condujo a la economía de mercado que conocemos hoy día. Sin crecimiento económico continuo, la economía de mercado probablemente no pueda funcionar durante mucho tiempo. Esto sugiere que deberíamos dirigir el proceso de transformación en sentido contrario, mediante la desmercantilización de la tierra, del trabajo y del dinero. La desmercantilización se traduce en la práctica en una reducción del uso del dinero como mediador en las relaciones humanas.

Podemos desmercantilizar el trabajo ayudando a las personas a adoptar oficios y vocaciones, en contraposición a buscar empleo (“la esclavitud de las compras a plazos”), y promoviendo que las empresas sean propiedad de sus trabajadores. Como dijo el economista Henry George hace más de un siglo, la tierra —que no es creada por el trabajo de las personas— debe ser propiedad de la comunidad, no de individuos o empresas; y se debe garantizar el acceso a la misma en atención a la necesidad y el deseo de usarla en interés de la comunidad.

4.- Librarse de la deuda.

Desmercantilizar el dinero significa dejar que vuelva a su función como un medio inerte de cambio y reserva de valor, y reducir o eliminar las expectativas de que el dinero deba producir más dinero por sí mismo. Esto significa, en definitiva, acabar con el interés y con el comercio o manipulación de divisas. Convertir la inversión en un proceso que, por mediación de la comunidad, dirija el capital hacia proyectos de indiscutible beneficio colectivo. El primer paso: cancelar la deuda existente. A continuación, prohibir los derivados financieros, y gravar y regular estrictamente la compraventa de instrumentos financieros de todo tipo.

5.- Repensar el dinero.

Prácticamente todas las monedas nacionales hoy en día inician su existencia como deuda (habitualmente como préstamos por parte de los bancos). Los sistemas monetarios basados en deuda asumen tanto la necesidad creciente de ésta como la capacidad casi universal de pagarla con intereses, suposiciones estas relativamente seguras en economías estables y en expansión. Pero el dinero basado en deuda probablemente no funcionará en una economía en continua contracción: al tiempo que desciende el total de la deuda pendiente y aumenta el número de impagos, también descienden las existencias de dinero, conduciendo a un colapso deflacionario.

En los últimos años el pánico para prevenir ese tipo de colapso ha llevado a los bancos centrales en los Estados Unidos, Japón, China y Reino Unido a inyectar billones de dólares, yenes, yuanes y libras en sus respectivas economías nacionales. Tales medidas extremas no pueden mantenerse indefinidamente, ni se puede recurrir a ellas repetidamente. Cuando las monedas basadas en la deuda terminen por fallar, se necesitarán alternativas. Naciones y comunidades deberían prepararse desarrollando un ecosistema de monedas que cumplan funciones complementarias, como recomiendan teóricos de las monedas alternativas como Thomas Greco y Michael Linton.

6.- Promover la igualdad.

En una economía en contracción, la desigualdad extrema es una bomba de relojería social cuya explosión a menudo toma la forma de rebeliones y revueltas. Reducir la desigualdad económica requiere dos líneas simultáneas de acción: Primero, reducir los excedentes de aquellos que tienen más gravando la riqueza e instituyendo un límite máximo a los ingresos. Segundo, favorecer al conjunto de los que tienen menos facilitando que las personas puedan salir adelante con un uso mínimo de dinero (prevenir los desahucios; subsidiar los alimentos y facilitar que la gente la cultive). Puede contribuir en este esfuerzo la exaltación cultural generalizada de las virtudes de la sencillez material (lo contrario de la mayor parte de los mensajes publicitarios actuales).

7.- Reducir la población

Si la economía se reduce pero la población sigue aumentando, habrá una tarta más pequeña que repartir entre más gente. Por otra parte, la contracción económica implicará menos penurias si la población deja de crecer y empieza a disminuir. El crecimiento de la población lleva a la masificación y la hiper-competencia en todo caso. ¿Cómo conseguir el descenso de la población sin violar derechos humanos básicos? Promulgando políticas no coercitivas que promueven las familias pequeñas y la no reproducción; empleando en lo posible incentivos sociales en lugar de monetarios.

8.- Re-localizar

Uno de los obstáculos en la transición a las energías renovables es que los combustibles líquidos son difíciles de sustituir. El petróleo impulsa casi todo el transporte en la actualidad, y es muy poco probable que los combustibles alternativos puedan hacer posible algo parecido a los actuales niveles de movilidad (los aviones de pasajeros y buques de carga eléctricos son un fracaso; la producción masiva de biocombustibles es pura fantasía). Eso significa que las comunidades obtendrán menos provisiones procedentes de lugares lejanos.

Desde luego, el comercio continuará de una forma u otra: incluso los cazadores-recolectores comercian. La relocalización simplemente revertirá la reciente tendencia al comercio mundializado hasta que la mayor parte de los artículos de primera necesidad vuelvan a ser producidos en las proximidades, de modo que nosotros —como nuestros antepasados de hace tan solo un siglo [NdT: en los EEUU, porque en muchas otras zonas más tardíamente industrializadas y conquistadas por la sociedad de consumo, lo tenemos mucho más cerca en el tiempo]— estemos de nuevo familiarizados con las personas que hacen nuestros zapatos y cultivan nuestra comida.

9. Re-ruralizar

La expansión de las ciudades fue la tendencia demográfica predominante del siglo XX, pero no se puede sostener. De hecho, sin transportes baratos y energía abundante, las megaciudades funcionarán cada vez peor. Al mismo tiempo, necesitaremos muchos más granjeros. Solución: dedicar más recursos sociales a las pequeñas ciudades y villas, poniendo tierra a disposición de jóvenes granjeros, y trabajar para revitalizar la cultura rural.

10. Promover la búsqueda de fuentes de felicidad interiores y sociales

El consumismo fue una solución al problema de la superproducción; trajo consigo la modificación de la psique humana para volvernos más individualistas y para demandar más y más estímulos materiales. Más allá de cierto punto esto no nos hace mas felices (exactamente al contrario, de hecho) y no puede continuar por mucho más tiempo. A medida que se desvanece la capacidad de las personas para permitirse productos de consumo, al tiempo que la capacidad de la economía para producir y suministrar esos productos, se debe animar a las personas a disfrutar de recompensas más tradicionales e intrínsecamente satisfactorias, incluyendo la contemplación filosófica y la apreciación de la naturaleza. Música, danza, arte, poesía, deportes participativos y teatro son actividades que se pueden producir localmente y ofrecerse en festivales de temporada: ¡diversión para toda la familia!


Puede completarse con más recomendaciones, sin duda, pero diez es un buen número redondo. Seguramente muchos lectores se preguntarán: ¿No es esto simplemente dirigir el “progreso” marcha atrás, y no es eso la antítesis de los valores centrales de nuestra sociedad? Sí, durante los últimos siglos nos hemos enganchado a la idea de progreso, y hemos llegado a definir progreso casi enteramente en términos de innovación tecnológica y crecimiento económico, dos tendencias que están llegando a un callejón sin salida.
Si queremos evitar el sufrimiento cognitivo de tener que renunciar a nuestro arraigado encaprichamiento con el progreso, podríamos redefinir esa palabra en términos sociales o ecológicos. De forma similar, mucha gente que considera que la sociedad está demasiado aferrada a la búsqueda del crecimiento económico como para poder convencerla de abandonarlo, defiende la redefinición de “crecimiento” en términos de aumento de la felicidad humana y de la sostenibilidad social. Tales esfuerzos de redefinición tienen una utilidad limitada.
Ciertamente el acto de autolimitación colectiva que implica la reducción deliberada de la economía señalaría un nuevo nivel de madurez como especie que previsiblemente se reflejaría en toda nuestra cultura. Social y espiritualmente, esto sería un paso adelante que podríamos quizás describir, por tanto, como progreso o crecimiento. Pero es difícil monopolizar la redefinición de términos como “progreso” o “crecimiento”: ya hay poderosos intereses trabajando duramente vinculando nuevos significados del segundo a ingeniosas interpretaciones de datos manipulados y con la manicura hecha sobre PIB, empleo y mercado de valores.
Podría ser más honesto referirse al programa esbozado arriba como un simple retorno a la cordura. Es también nuestra mejor oportunidad para preservar los mayores logros científicos, culturales y tecnológicos de la civilización de los últimos siglos, logros que podrían perderse por completo si la sociedad colapsa del mismo modo en que colapsaron pasadas civilizaciones.
Las recomendaciones anteriores implican la capacidad y la voluntad de las élites de hacer virar el barco 180º. Pero tanto la una como la otra son cuestionables. Nuestro actual sistema político parece diseñado para prevenir la autolimitación colectiva, y también para resistir intentos serios de reforma. La medida más clara de la probabilidad de que se lleve a la práctica mi plan de diez puntos nos la da un simple ejercicio mental: trate de nombrar una sola persona destacada de la política, las finanzas o la industria que pudiera proponer o recomendar aunque solo fuese una pequeña parte del mismo.
Aun así, existe aquí una profunda ironía. Aunque el decrecimiento no tiene apoyo entre las élites, muchos, si no la mayoría de los elementos del plan expuesto tienen un apoyo muy amplio, real o potencial entre la población en general. ¿Cuánta gente no preferiría la vida en una comunidad pequeña y estable a la existencia en una megaciudad superpoblada e hipercompetitiva; un oficio a un empleo; una vida libre de deudas a las cadenas de unas pesadas obligaciones financieras? Tal vez articulando este plan y sus objetivos, y explorando las implicaciones con mayor detalle, podamos ayudar a que los grupos que podrían apoyarlo se unan y crezcan.
Richard Heinberg 
Conferencia sobre Tecno-Utopismo y el Destino de la Tierra, organizada por el Foro Internacional sobre la Mundialización el 26.10.2014 en The Cooper Union, Nueva York. Traducido con autorización por Benxamín González y revisado por Manuel Casal, a partir del original en inglés publicado por el Post Carbon Institute.

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