PÀGINES MONOGRÀFIQUES

14/12/15

Cobra más relevancia que seamos capaces de conseguir que el “estado de emergencia” sea una realidad.

REFLEXIONES ESTRATÉGICAS PARA TIEMPOS DE COLAPSO CIVILIZATORIO

En estos momentos de cumbres climáticas y periodos electorales es necesario no solo mirar la táctica, los pasos cortos, sino también la estrategia, la mirada larga. Este texto pretende ser una contribución a lo segundo.
Vivimos las primeras etapas de un cambio civilizatorio de grandes proporciones. Dos de sus características básicas son una reducción de la energía y de los materiales disponibles. Esto va a suponer una mayor simplificación social (menos personas, interconexiones y especialización social). Esta simplificación se plasmará en la quiebra del capitalismo global, el fin de la hegemonía estadounidense, el alza de los conflictos por el control de los recursos, la fuerte reconfiguración del Estado con una merma de capacidad de acción, la pérdida masiva de información y el descenso demográfico.

Este colapso no es una opción, es inevitable. Lo que no está escrito es qué velocidad tendrá, qué profundidad alcanzará o cómo se reconfigurarán los ecosistemas y las sociedades humanas. No voy a justificar este escenario, lo que hemos hecho en otra parte [1], sino que parto de él para tener espacio para las reflexiones estratégicas.

El colapso del sistema industrial brindará oportunidades para la eclosión de nuevas sociedades más justas, solidarias e, inevitablemente, sostenibles. Pero estas oportunidades serán más cuanta menor degradación social[2] y ambiental se produzca. Es decir, que cuanto peor, peor: a menor capacidad colectiva de navegar a través del colapso, mayores probabilidades de que eclosionen nuevos autoritarismos o fascismos. La segunda idea fuerza es la imprescindible creación de alternativas, de nuevas instituciones [3]. A partir de ahí, comparto algunas reflexiones estratégicas.


Estado de emergencia
Necesitamos entender que tenemos que poner en marcha medidas de estado de emergencia, de estado de excepción o de periodo especial, como dirían en Cuba. Esto no es solo aplicable a las instituciones, sino también a las actividades del conjunto del cuerpo social y, por supuesto, de los movimientos que surgen en y de él.

Este estado de emergencia debería dar la vuelta a las prioridades sociales claramente mayoritarias desde la Revolución Industrial. No es el momento de poner delante las luchas por mejorar la calidad de vida de los seres humanos frente a la conservación de ecosistemas equilibrados. Es el tiempo de priorizar los temas ambientales frente a los sociales, porque en ellos están los elementos básicos para la supervivencia de la mayoría de la población.

De este modo, hay cuatro desafíos que deben ser centrales:
i)                   Transición energética hacia un modelo basado en las renovables. Este modelo podrá ser en una primera y breve fase de renovables basadas en altas tecnologías (como las actuales), pero a medio plazo tendrá que evolucionar hacia renovables más sencillas. Esto implicará sociedades en las que el consumo será mucho menor y más dependiente de los flujos naturales [4].
ii)                Pasar de una economía de la extracción a una economía de la producción. Es decir, de una economía basada en la extracción de materiales no renovables del subsuelo, a una economía en la que, gracias a su integración con el resto de los ecosistemas, se puedan cerrar los ciclos. Esto significa, entre otras cosas, que el metabolismo tendrá que evolucionar de industrial a agrario [5].
iii)              Evitar que se activen los bucles de realimentación positivos del cambio climático. Es decir, conseguir que no se pongan en marcha los procesos por los cuales el clima evolucionaría hacia un nuevo equilibrio 4-6ºC superior al actual, independientemente de lo que hagan ya las sociedades humanas [6].
iv)              Frenar la pérdida de biodiversidad, el desequilibrio de los ecosistemas, y con ello la pérdida de funciones ecosistémicas de las que dependemos.

Pero priorizar los temas ambientales no quiere decir descuidar los sociales. Si esto ocurriese, lo que surgirían serían sociedades de corte eco-autoritario o eco-fascista. A la vez que afrontamos estos desafíos hay que redistribuir la riqueza y el poder. Es más, sin sociedades justas y democráticas no habrá sociedades sostenibles, pues la dominación entre los seres humanos y sobre el resto de los seres vivos están interrelacionadas [7].

Dicho con ejemplos, no es el momento de luchar por los puestos de trabajo en las minas, sino de invertir fuertemente en renovables; no es el tiempo de perseguir una mejor retribución para el campesinado que es parte del sistema agroindustrial, sino de apostar fuerte por la agroecología; no toca invertir en transporte y comunicación, sino de hacerlo en autonomía local; no hay que recalificar a urbanizable más territorio, sino iniciar el desmontaje ordenado de las metrópolis.
La concepción social e institucional de que vivimos un estado de emergencia es lo que podrá hacer concebible lo impensable. Es lo único capaz de centrar las fuerzas colectivas en lo importante y no en asuntos secundarios o contraproducentes. Hay precedentes históricos que muestran la fuerza de esta percepción. Por ejemplo, durante la II Guerra Mundial esto sucedió en Reino Unido y EEUU, lo que permitió que las personas redujesen voluntariamente su consumo, floreciese la creación de huertos urbanos o se apostase por fuentes energéticas alternativas. En general, las sociedades y las instituciones trabajaron en el mismo sentido (una pena que fuese el bélico).
Pero estamos lejos de que exista esta percepción, tanto en las sociedades como en las instituciones, ¿cómo puede suceder?
Sensibilización por los hechos
El intento de que se conciba este estado de emergencia (aunque sea en versiones suaves) ha sido uno de los ejes principales del trabajo del movimiento ecologista. Creo que es el momento de asumir nuestro fracaso histórico. No hemos conseguido evitar el colapso civilizatorio ni ecosistémico. De este modo, esta sensibilización probablemente va a llegar por los hechos, es decir, conforme la quiebra del orden socioeconómico y ambiental se haga cada vez más patente.

Tal vez esa labor de sensibilización que tantos esfuerzos nos ha supuesto no sea el momento de continuarla. No porque no sea importante, sino porque igual no es muy eficaz y, sobre todo, porque hay otras tareas más urgentes a las que tenemos que dedicar atención.

Esto no es en absoluto una buena noticia, pues la sensibilización por los hechos generará desesperación social y la desesperación es muy mala compañera para cambios sociales de carácter emancipador. Frente a la desesperación, un elemento fundamental será ayudar a dar seguridad a la población. Hay tres elementos que podrían ayudar a este fin.

En primer lugar, sentimos más seguridad si, aunque no podamos controlar lo que ocurre, por lo menos lo entendemos. De este modo, es fundamental ayudar a que las personas construyan marcos explicativos holísticos de la crisis sistémica. El análisis y explicación de lo que sucede es mucho más que un acto intelectual, es un mecanismo de seguridad.
La segunda idea es que necesitamos emociones que nos sirvan de pértiga para saltar sobre la desesperación. Una fundamental es la esperanza. Eso es justo lo que estuvo detrás del éxito de lemas como “sí se puede” u “otro mundo es posible”, que fueron capaces de retirar la losa del “no hay alternativa” impuesta por el neoliberalismo.
La esperanza no se construye sobre la nada, sino que requiere de razones sobre las que sostenerse. Y las hay:
i)                   La historia está plagada de ejemplos en los que ha surgido lo improbable. Lo improbable entendido estadísticamente y también como lo que el ser humano considera como difícil que ocurra, pero que tiene sólidas bases por debajo [8].
ii)                El ser humano es un potente agente generador y creador que es capaz de realizar grandes cosas. Además, es tremendamente plástico, adaptable. Es como una célula madre que, igual que puede convertirse en un tumor, también puede transformarse en un corazón.
iii)              A pesar de que la historia de la humanidad reciente está llena de actos brutales y de la promoción de valores bélicos y dominadores, el ser humano, incluso en los periodos más desfavorables a la cooperación y el altruismo, ha mostrado estos comportamientos. Es más, la base de la reproducción social está en esas labores de cuidados que tienen mucho más que ver con el amor que con el odio. Como poco, una parte profunda del ser humano anhela y busca la bondad y la relación armónica con el resto de la especie y del entorno.
iv)              Las crisis, además de dolor, también traen esperanza. Implican una catarsis rápida, personal y social. Los procesos que se ven lejanos, ajenos y complicados se entienden y sienten de golpe. El cambio cobra sentido. Además, las crisis provocan que las viejas formas de hacer las cosas dejen de funcionar y de tener credibilidad, y dan oportunidades a otras ideas nuevas.
v)                 En el colapso que estamos empezando a vivir, un elemento básico de supervivencia será el trabajo en colectivo. Lo colectivo no es necesariamente emancipador (puede ser a costa de otros grupos), pero puede serlo, entre otras cosas porque requiere del desarrollo de la empatía.
vi)              El formato social al que se encamina la humanidad será de dimensión más reducida, y lo pequeño cambia más rápido y es potencialmente más democrático. Lo mismo se podría decir de sociedades con menos energía disponible y basadas en renovables. Y de aquellas en las que la tecnología será más sencilla y de acceso más universal. Además, habrá más diversidad de organizaciones sociales, lo que dará oportunidad a que, al menos algunas de ellas, consigan superar las relaciones de dominación y se conviertan en referencias más fácilmente reproducibles.

Pero lo que más seguridad proporciona a las personas es que tengan formas de mantener un mínimo de vida digna. En este sentido, será fundamental el sostenimiento de los servicios sociales hasta donde sea posible en un Estado que tendrá cada vez menos recursos fruto de la crisis profunda [9]. Pero, por encima de ello, en la medida que el Estado y el mercado irán siendo cada vez más incapaces de proveer servicios básicos, será imprescindible la creación de nuevas instituciones, de alternativas para que las personas puedan tener una vida digna.

Construcción de economías y sociedades viables en un escenario de colapso
Una primera cuestión está en qué se puede esperar de las instituciones del Estado y de las nuevas instituciones no estatales creadas por movimientos sociales en los escenarios por venir. La propuesta sería que el papel de las instituciones estatales sería el de facilitar o, por lo menos, dejar hacer, mientras que el de las nuevas instituciones sería hacer. Veamos por qué.
El entorno y los valores forman un marco de juego que los movimientos sociales y las élites son capaces de cambiar a través de actos concretos que respondan a las necesidades humanas generando emociones que potencien dicho cambio. Si se conjugan todos los factores, los actos tendrán sentido. Solo cuando surge este sentido se integra el sistema de valores con las emociones, los actos con el pensamiento, se pasa de hacer las cosas porque se deben hacer a realizarlas porque se quiere.
Lo que tiene sentido es lo que pone más en marcha y lo hace de forma más continuada en el tiempo [10]. De este modo, la creación de nuevos contextos de vida no es solo un requisito para tener una existencia digna en medio del colapso civilizatorio, sino que es un elemento necesario para que cambien las personas.

Sin participación directa, sin vivencia de nuevas formas de relación social, no habrá cambios sociales. Los cambios no vendrán desde arriba (mediante políticas que partan de las instituciones), sino que tendrán que partir de la autoorganización social desde abajo. Las sociedades son los motores del cambio, mientras las instituciones actuales podrán ser los catalizadores.

La segunda razón es que la creación de nuevas instituciones, de alternativas, tiene lógicas distintas que intentar construir a partir de las existentes que, en mayor o menor medida, están basadas en relaciones de poder [11]. La gestión de un Estado necesita de la creación de mayorías y requiere, por tanto, de cuerpos sociales más o menos homogéneos. En contraposición, la creación de instituciones puede no ser estatocéntrica. No necesitan convencer al grueso del cuerpo social de que haga lo mismo, no tiene que marcar una hegemonía, simplemente puede funcionar, si tiene la fuerza suficiente, desde la autonomía, conviviendo de forma más fácil con otras formas de organizar la sociedad.

Por supuesto, esto con claros límites en un mundo económicamente globalizado, con unas desigualdades de poder nunca antes conocidas y marcado por elementos como el cambio climático, que tienen una influencia planetaria. Desde ahí, toma todo el sentido aprender de los zapatistas, que construyen su autonomía económica, educativa, política o sanitaria conviviendo con otras comunidades que no son zapatistas. Las ciudades en transición sería una iniciativa a este lado del Atlántico que tiene algunas lógicas parecidas.

Por último, la apuesta por retomar y dispersar el poder (crear nuevas instituciones) frente a tomarlo tiene como base ontológica la confianza en el ser humano, el considerar que somos capaces de convivir de otra forma por voluntad propia, no por imposición (lo que no quita que las instituciones no puedan ser catalizadores de estos cambios). Esta confianza en que el ser humano es capaz de convivir en armonía con sus congéneres y con el entorno (lo que no obvia que no haya conflictos, por supuesto) es imprescindible para que haya cambios sociales emancipadores. Es más, no habrá sociedades democráticas si no se han construido con métodos democráticos.
De este modo, la creación de nuevas instituciones, de alternativas, es imperiosa. Para que esto sea posible hacen falta una serie de requisitos. Entramos en algunos de ellos en el plano económico.
Un primer requisito es que estas alternativas tendrán que ser autónomas, solo así podrán sobrevivir [12]. En este aspecto, el mundo laboral es fundamental, pues en el capitalismo la salarización ha permitido atar a gran parte a las personas. Si el principal argumento que hemos tenido que sufrir el mundo ecologista ha sido el de la pérdida (o creación según el caso) de empleos es porque es un argumento muy real. En contraposición, los movimientos campesinos han tenido una mayor capacidad de resistencia, entre otras cosas porque han tenido una mayor autonomía del mundo del salario cuando han poseído la tierra y las herramientas. Desde ese prisma, el nuevo cooperativismo cumple un papel central.

Una empresa necesita un conjunto de factores para funcionar: trabajo, recursos naturales (energía, materiales) y financieros, tecnología, una organización y un mínimo de cooperación interna (de sentimiento de pertenencia de quienes trabajan en ella). Además, habría que añadir las labores de cuidados de las personas y del medio físico. La economía neoclásica defendió que los factores son intercambiables y, en concreto, el capital (los recursos financieros) es el elemento clave que puede sustituir cualquier otro.
Esto no es cierto: no se puede producir sin materia o energía, ni generar riqueza sin recurrir al trabajo de las personas (incluido el de cuidados). Sin embargo, sí es posible una sustitución parcial. Esta será una de las claves que permitan el crecimiento de empresas solidarias, en las que fuertes dosis de cooperación entre sus integrantes y con otros entes sociales (empezando por la economía doméstica) permitan suplir la carencia financiera, material, energética y tecnológica que va a ser característica de esta etapa.
Por ejemplo, la agrupación organizada de trabajadoras/es permitirá crear mecanismos de crédito propios (monedas sociales, mutualidades, cooperativas de crédito), movilizar energía humana que sustituya a la fósil, ahorrar y reciclar los recursos por entenderlos como un bien común, y generar tecnologías basadas en materiales biológicos y de bajo consumo energético. La cooperación tendrá un papel fundamental, porque es la que permitirá un trabajo más eficiente gracias a dotarlo de sentido.
Otra reflexión sobre las alternativas es que, en tiempos de fuertes cambios que no sabemos hacia donde puedan evolucionar, una estrategia inteligente (la misma que usa la naturaleza para conseguir seguridad) es maximizar la diversidad. Crear la mayor cantidad de alternativas que podamos para tener más probabilidades de que alguna pueda tener éxito. No solo tenemos que crear muchas, sino que también tenemos que dar saltos de escala.
Los grupos de consumo son iniciativas muy interesantes, pero no permiten abastecer a grandes colectividades, ni sirven para la restauración colectiva. Estos saltos de escala, que ya se están dando en varios campos, surgirán de la agregación de experiencias pequeñas que junten la masa crítica para estos cambios cualitativos. Tendrán que crear mecanismos que generen confianza, como etiquetas ecosociales y auditorías; ser capaces de aglutinar cantidades apreciables de ahorro colectivo; crear economías de escala, aunque sea pequeña; o articular monedas sociales.
También tendrán que tomar decisiones colectivas en ámbitos, al menos, de nivel medio, algo que las opciones autoritarias solucionan de forma más expeditiva. Además, será necesaria la desmercantilización de las relaciones sociales, siguiendo el ejemplo del movimiento obrero, que alcanzó victorias gracias a que sacó del mercado los servicios públicos (en parte) y consiguió que la negociación del salario también fuese (parcialmente) algo ajeno al mercadeo gracias a la negociación colectiva.
Que el crecimiento de la economía solidaria se lleve a cabo no es ni mucho menos inevitable: las empresas solidarias podrán no superar un alto nivel de precariedad (no generar recursos para mantenerse y sobrevivir con aportes externos continuados) o de subsistencia (se mantendrían sin crecer). Todo dependerá de la correlación de fuerzas, de los imaginarios colectivos que se articulen, pero también del buen o mal hacer de los proyectos. Estas empresas tendrán que ser eficientes. Si no lo consiguen, no serían una alternativa a la empresa capitalista y no tendrían los recursos físicos, energéticos, humanos, de conocimiento y financieros que requieren.
Sin embargo, la eficiencia no es maximizar el beneficio, sino la satisfacción de las necesidades de todas las personas que participan en la actividad económica, así como la perpetuación de la empresa. Pero el colapso no es un hecho súbito, sino un proceso, por lo que la construcción de alternativas requiere facilitar los contextos para que puedan suceder.
Parar la degradación socio-ambiental
Como dijimos, desde el punto de vista social, cuanto peor, peor. Esto requiere actuar sobre asuntos que son del siglo XX, pero que no serán del siglo XXI. Por ponerlo con un ejemplo, probablemente en unas décadas no tendrá sentido luchar contra la firma de tratados de libre comercio, entre otras cosas porque el transporte será caro, lo que cortocircuitará el intercambio global. Pero hoy sí es fundamental esa lucha para frenar la degradación socio-ambiental. Es decir, que tendremos que seguir muchas de las campañas típicas de nuestra actividad en el siglo pasado.

Pero seguir esas campañas no implica hacerlo con las mismas estrategias. Nuestras formas de actuar deben ser las del siglo XXI. Debemos aprender de los éxitos de experiencias como la PAH que, partiendo de problemas muy significativos, han sabido conjugar identidades abiertas, con la creación de una fuerte legitimidad social hacia sus acciones, y un cambio en los paradigmas sociales y personales poniendo en cuestión (parcialmente) elementos como la devolución de las deudas.
Además, nuestras miradas tendrán que ser las del siglo XXI, las de un colapso que se va profundizando. Una implicación de esto es que las campañas deberán estar atravesadas por la urgencia de la creación de los nuevos sistemas socio-económicos ya nombrados. Una segunda es que en este caso probablemente el tiempo corra a nuestro favor. En el siglo XX, luchas que se alargaban mucho producían un fuerte desgaste que, en bastantes ocasiones, era un elemento central de las derrotas. Pero en el siglo XXI, cuanto más se alarguen las luchas del siglo XX, más oportunidades habrá de ganarlas, pues los proyectos irán teniendo menos sentido en un contexto de quiebra del capitalismo global.

No violencia
En un entorno de fuertes tensiones y de cultura militarista, las tentaciones de adoptar una estrategia violenta serán muchas, pero la opción por la no violencia es fundamental. Por un lado, “la violencia no trae más que sufrimientos e insensibiliza ante el dolor ajeno, impone la dialéctica amigo-enemigo, deshumaniza al adversario político, termina militarizando la rebeldía, cierra puertas, destruye puentes que tienen que volver a construirse, desvía objetivos, condiciona la práctica del conjunto de la disidencia, facilita la violencia del Estado, obstaculiza la participación social y lleva a la inmovilidad de la mayoría” [13].

Las estrategias basadas en la violencia dificultan el camino hacia la justicia en la medida en que van creando nuevas situaciones de injusticia y, sobre todo, cambian la psicología tanto de quien la ejerce como de quien la sufre, estructurando relaciones de dominación. La lógica de la dominación es coherente entre fines y medios y eso le da una gran fortaleza. El éxito de nuestras luchas provendrá de esa misma coherencia: los medios justifican los fines, ya que no es posible distinguir con nitidez unos de otros, pues los fines se convierten en medios para otros fines. Además, cuanto mayor sea la distancia entre ellos, más fácil será que los objetivos se corrompan. En resumen, la estrategia violenta fracasa cuando triunfa y cuando fracasa. La no violencia fracasa solo cuando no consigue sus objetivos y, aún en ese caso, mejora el tejido social.
Además, las actuaciones no violentas suelen tener más éxito. Ante situaciones similares de represión, los movimientos no violentos que luchan por un cambio de régimen o contra la ocupación tienen más posibilidades de conseguir sus objetivos que los armados. Las probabilidades de éxito aumentan cuando se moviliza a un gran número de personas y cuando se innova táctica y estratégicamente [14].

Este mayor porcentaje de éxito se debe a varios factores:
i)                   En general, las estrategias no violentas consiguen una mayor legitimidad a nivel estatal e internacional.
ii)                Incentivan una mayor participación en las luchas y un acrecentado aislamiento de los grupos que ejercen la violencia.
iii)              Es más fácil que las fuerzas armadas desobedezcan las órdenes de atacar a un grupo pacífico que a uno violento.
iv)              Cuando dos bandos quieren ganar a un tercero, los argumentos morales resultan determinantes (aunque no únicos), por lo que el pacifismo tiene ventaja.
v)                 Estas opciones consiguen llegar a posiciones de negociación con más facilidad, ya que la otra parte no siente amenazada su integridad física ni tiene bajas.
vi)              La no violencia sitúa el campo de lucha en un escenario distinto, desarma la estrategia violenta que espera la respuesta mimética. Además, es más capaz de dispersarse y de tener múltiples objetivos.
Pero las opciones no violentas también tienen debilidades, pues requieren de un apoyo más amplio de la población para tener éxito, tienen más complicado el control de recursos estratégicos y su eficacia desciende más rápido que la de las opciones violentas cuanto más se alarga la campaña. Aunque, a la inversa, cuanto más larga es la lucha mayores son los aprendizajes y, de tener éxito, más posibilidades hay de una sociedad transformada.

Socialmente cuesta vislumbrar la no violencia como camino por la fuerza de la cultura dominadora, aun cuando la gran mayoría de los conflictos en la vida cotidiana, pero también a nivel meso y macro, se resuelven de forma no violenta. De hecho, los movimientos sociales ya son alternativas de defensa popular no violenta desde sus prácticas de protección de elementos centrales para las personas (alimentación, sanidad, educación) [15].

En realidad, no existen dos culturas puras, la violenta y la no violenta, sino toda una gradación intermedia. Por ello, en la transición hacia un mundo no violento desde la situación actual una posible opción es ir rebajando el uso de la violencia, aunque se tenga que emplear por ser el lenguaje común. Se responderá a la violencia con grados decrecientes de violencia. Así, no es lo mismo defenderse que atacar, por ejemplo.

La forma de actuar del EZLN encajaría mucho con este tipo de actuación. Además, ante una agresión también se podrá huir, pedir ayuda o resistir pacíficamente. Otra opción será cambiar el marco de juego, por ejemplo moverse por otro lado del territorio o llevar el conflicto a otro plano.

Volviendo al principio, ¿cuanto peor, peor?

Finalmente, se puede poner en duda el presupuesto inicial con el que comenzaba el texto, porque no está tan claro que la opción de un colapso rápido y temprano [16] no sea la más deseable desde una mirada macro. Esto se parecería bastante a cuanto peor, mejor.

Un colapso rápido y temprano permitiría que los ecosistemas se degradasen menos. Esto es especialmente patente en el cambio climático. Es ahora cuando todavía hay alguna posibilidad de que no se disparen los bucles de realimentación positiva y, para que esto ocurra, es imprescindible una reducción muy fuerte y acelerada de las emisiones de gases de efecto invernadero. Este colapso rápido y temprano permitiría que los contextos de vida para el conjunto de los seres vivos, entre los que estamos los seres humanos, se pareciesen más a los actuales. Sería más sufrimiento a corto plazo pero, desde una perspectiva histórica, colocaría a la biosfera en mejores condiciones. En realidad, a nivel ecosistémico los resultados serían más o menos equivalentes a los que se podrían conseguir si se pusiese en marcha el “estado de emergencia” nombrado antes [17].

Pero esta equivalencia sería solo a nivel ecosistémico, ni mucho menos a nivel social. Un colapso rápido y temprano aumentaría mucho los grados de sufrimiento social y las posibilidades de que las sociedades que emergiesen se basasen en nuevos autoritarismos o nuevos fascismos.
Vistas así las cosas, ninguna de estas dos opciones son deseables desde el punto de vista humano (no así para la mayoría del resto de los seres vivos, que claramente “preferirían” el colapso rápido y temprano). Por ello, cobra más relevancia aún que seamos capaces de conseguir que el “estado de emergencia” sea una realidad.
 (Este artículo es complementario al titulado “Entre la toma de las instituciones y la creación”. Además, parte del análisis realizado en En la espiral de la energía.)

Notas:
[1] Fernández Durán, R.; González Reyes, L. (2014): En la espiral de la energía. Libros en Acción y Baladre. Madrid. Descargar: http://www.ecologistasenaccion.org/article29055.html
[2] Por degradación social me refiero a la pérdida de tejido social, de lazos de apoyo mutuo, la lucha de todos/as contra todos/as extendida, la degradación moral que hace que un elemento básico de la humanidad (la sociabilidad) desaparezca o se diluya.
[3] González Reyes, L.; García Pedraza, N. (2015): “Entre la toma de las instituciones y la creación”. Libre Pensamiento, nº 82. :http://www.elsalmoncontracorriente.es/?Entre-la-toma-de-las-instituciones
[4] Las renovables, por múltiples razones que argumentamos en En la espiral de la energía (apartado 8.2), proporcionarán menos energía que los combustibles fósiles. Además, el futuro pasará por formatos tecnológicos más sencillos (apartado 9.9).
[5] En realidad, estos dos primeros desafíos son transiciones inevitables que van a suceder en cualquier caso en el colapso que estamos viviendo. No hay energía para sostener el metabolismo industrial en el tiempo. Pero no será lo mismo que las sociedades sean capaces de ordenar mínimamente estas transiciones a que sean caóticas y fruto de la desesperación.
[6] Algunos de estos bucles serían la liberación del metano contenido en el suelo helado (permafrost) y los lechos oceánicos, y el deshielo de amplias regiones blancas. Se pueden consultar en En la espiral de la energía (apartado 8.4).
[7] Esta es una tesis que desarrollamos a lo largo de En la espiral de la energía.
[8] Por ejemplo, el 15-M surgió porque había condiciones sociológicas y materiales para ello, aunque no se viese venir.
[9] Argumentamos esto en En la espiral de la energía (apartado 9.7) y, de forma más breve, en “Entre la toma de las instituciones y la creación”.
[10] Explicamos esta tesis en más detalle en En la espiral de la energía (apartado 9.10).
[11] Lo explicamos en más detalle en “Entre la toma de las instituciones y la creación”.
[12] Razeto Migliaro, L. (2007): Lecciones de economía solidaria. Realidad, teoría y proyecto.Uvirtual.net. Chile.
[13] Ormazabal, S. (2009): 500 ejemplos de no violencia. Otra forma de contar la historia. Bidea Helburu Taldea, Manu Robles Arangiz Institua. Bilbao.
[14] Stephan, M. J.; Chenoweth, E. (2008): “Why Civil Resistance Works: The Strategic Logic of Nonviolent Conflict”. En International Security, DOI: 10.2307/23141295.
[15] Utopía Contagiosa (2012): Política noviolenta y lucha social. Alternativa noviolenta a la defensa militar. Libros en Acción. Madrid.
[16] De Castro, C. (2015): “En defensa de un colapso de nuestra civilización rápido y temprano”. http://www.15-15-15.org/webzine/2015/04/26/en-defensa-de-un-colapso-de-nuestra-civilizacion-rapido-y-temprano/
[17] Solo más o menos pues, por ejemplo, los agrosistemas se desestabilizarían sin la intervención humana. Para ellos, un colapso más ordenado sería preferible.

FUENTE:

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