CAMBIAR EL ACTUAL PARADIGMA ECONÓMICO: La obsolescencia programada
Benito Muros, un hombre
controvertido, un hombre que no quiere hablar de política pero al que la
política le acaba abduciendo, un hombre que tiene una idea y lleva años
luchando por ella: fabricar, a modo de símbolo, una bombilla que pueda alumbrar
80 ó 100 años y que sirva de faro para todos aquellos que no creen ni en la
manera ni en el modelo actual de hacer las cosas; para todos aquellos que creen
que otro mundo es posible pero que hay que unirse y ponerse en marcha. Alguien
dijo una vez “Todo largo camino empieza con un primer paso”.
No quiero hablar de política” nos
dice claramente Benito Muros, pero su discurso es abiertamente político.
Político en el sentido etimológico de la palabra, ya que se refiere a la
implicación de las personas en la “polis”, es decir, en los asuntos públicos o
en todo aquello que concierne a la ciudadanía tanto en el ámbito individual como
colectivo.
“No me gustan las etiquetas. No
soy ni anticapitalista ni nada por el estilo, ni de izquierdas ni de derechas.
Yo soy muy... ¿cómo diría?... del sentido común. Y el sentido común nos dice
que no podemos seguir como hasta ahora, consumiendo todas las materias primas,
tirándolas a la basura a propósito para generar un crecimiento permanente de
forma artificial para que la riqueza se concentre cada vez en menos manos.”
Dogma Cero: Menos mal que no quiere usted
hablar de política…
Benito Muro: No, no, es que es pura lógica.
Me parece absurdo que el 92% de la población que sufre todos estos desmanes
esté a expensas de las decisiones del otro 8% que lo domina. Creo que somos
bobos si lo aceptamos, aunque, de hecho, lo estamos aceptando.
DC: ¿La gente vive en un engaño?
BM: ¡Claro! Es eso. Y no es que yo
vaya en contra de nada ni de nadie, simplemente con lo que yo hago quiero
demostrar que las cosas se podrían y se deberían hacer de otra manera. Nada más. Porque
creo que si demuestras aquello que dices es más fácil que la gente lo entienda y se
apunte a una idea. Y eso es lo que intento.
DC: Y esa sería la base del
movimiento “Sin Obsolescencia Programada”… Pero, ¿qué es la “obsolescencia
programada”?
BM: La obsolescencia programada no
es ni más ni menos que la forma cómo los fabricantes de productos de todo tipo
(aparatos electrónicos principalmente pero también las de ropa, medicinas etc.)
fabrican sus productos para que duren un tiempo determinado, independientemente
de su auténtica vida útil. Es decir, los diseñan a propósito para que fallen en
un tiempo determinado, de manera que el consumidor se vea obligado a comprar de
nuevo ese producto u otro parecido que lo sustituya. En el caso de la bombilla
incandescente, cuando Edison la inventó duraba ya 2.500 horas. Recientemente, antes
de que dejaran de fabricarlas, duraban 1.000 horas de media, incluso algunas menos,
y eso era porque las fabricaban para que durasen menos.
Las actuales de bajo consumo, al
principio, duraban más pero cada vez duran menos y eso obedece, precisamente, a
nuestro actual modelo económico basado en el crecimiento permanente, en el
consumismo descontrolado. Se nos dice que si no crecemos no creamos empleo y
para financiar el consumo que permita ese crecimiento, estamos provocando una
vorágine de endeudamiento en las familias, en las empresas y en los Estados del
que se benefician unos pocos y siempre los mismos: los bancos, las grandes multinacionales
y las grandes fortunas que los gestionan. Y que, además operan desde paraísos
fiscales donde está ¡más del 60% de los excedentes de dinero de todo el mundo!
DC: Y todo eso, ¿qué tiene que ver
con la bombilla que usted fabrica?
BM: La bombilla es tan solo un
pretexto. Yo no me dedico a hacer bombillas sólo para venderlas, créame. Yo me encontré
con todo esto por primera vez en 1999, casi por casualidad. Había ido con mi familia
de viaje turístico a Estados Unidos y visitamos la población de Livermore en
California y fue allí donde, sin esperármelo, en el parque de bomberos de esa
población, me encontré con una bombilla que llevaba encendida desde 1901. Livermore
era un pueblo de unos treinta o cuarenta mil habitantes por aquel entonces y su
atractivo turístico era y es, precisamente, esa bombilla. La verdad es que aquello me impresionó: me
quedé dos horas mirando la bombilla y luego intenté recabar información, hablando con
unos y con otros, para que me explicaran como era posible que una bombilla
estuviera encendida durante casi cien años cuando las actuales duraban tan
poco.
DC: Pero, según tenemos entendido,
se trata de una bombilla de muy escasa potencia.
BM: Claro, claro. Es una bombilla
de tan solo 4 vatios ¡Pero es que era la tecnología de aquella época! ¡No había otra!
Ahora puede hacerse lo mismo pero con mayor potencia, iluminando
perfectamente, como lo he hecho yo. Y lo mismo con los electrodomésticos, la
lavadora, los frigoríficos…
Antes duraban 30 ó 40 años y se
podían reparar. Hoy en día, se preparan esos aparatos para que, además, no se
les pueda adaptar las innovaciones tecnológicas que van surgiendo con lo cual,
si quieres tener siempre lo último, debes cambiártelo por un modelo nuevo. Es
la llamada “obsolescencia percibida”, cuando percibes o te hacen percibir que
el aparato ha quedado anticuado.
DC: Y de regreso a España, pone
usted manos a la obra y decide fabricar una bombilla para siempre”.
BM: No, no. Yo iba de vacaciones a
Estados Unidos por una semana y acabé quedándome tres. Mi familia volvió y yo
me quedé allí intentando averiguar un poco más al respecto. Sin embargo, pronto
me di cuenta que la respuesta estaba en Europa más que en Estados Unidos. De
hecho, averigüé que esa bombilla la había fabricado un francés. Cuando vuelvo a
España, estuve unos dos años intentando difundir el concepto de “obsolescencia
programada”, qué es, cómo nos afecta y en la necesidad de cambiar el modelo
económico, en el que se basa, por un modelo productivo sostenible. Es decir, que
las cosas duren lo que tengan que durar, que se puedan reparar siempre y que, finalizada
su vida útil, puedan reciclarse. Porque nos estamos cargando el planeta fabricando
en países en los que no se respetan ni los derechos humanos ni los derechos laborales,
cuando podríamos estar fabricando lo mismo localmente. Si fabricamos lejos
significa que estamos gastando innecesariamente energía y materias primas en el
transporte. Precisamente, quise dedicarme a explicar todo eso con el propósito de
cambiar el modelo económico hacia un modelo más humano, más sostenible.
DC: Ahí es nada. ¿Y cuál fue el
resultado?
BM: Al principio nadie me hizo caso
y por eso decidí intentar fabricar una bombilla que durase siempre, para
demostrar que se podía hacer, que otro modo de hacer las cosas era posible.
DC: Pero, ¿por qué una bombilla
precisamente y no cualquier otro producto, como una lavadora, por ejemplo?
BM: Una bombilla es el símbolo de
la idea y fue el primer producto en el que se practicó la obsolescencia
programada. Lo encontraba muy adecuado cómo símbolo de las ideas nuevas y del
cambio. Además me pareció más sencillo de hacer, más económico, dados los
escasos recursos con los que contaba. Pero no pensé en venderlas, sino en
fabricar unas cuantas y mostrarlas públicamente para así poder demostrar que era
posible hacerlas.
DC: Cuando decidió empezar a
fabricar su bombilla, ¿partía de cero, es decir, diseñó una bombilla completamente
nueva o bien partió de alguna otra que ya se fabricaba y la adaptó?
BM: No, no, yo partí de cero.
Únicamente utilicé la tecnología “led” porque es la más eficiente a nivel de
emisión de “lúmenes” y consumo de vatios. Esta fue la base de partida, ningún
componente tiene nada que ver con lo que existe en el mercado.
Pongo un ejemplo muy sencillo:
todas las bombillas con tecnología led que existen hoy en día están fabricadas con
lo que se llaman “fuentes conmutadas”. Una fuente conmutada trabaja con un driver y
con un condensador que es un componente que es electrolítico, altamente
contaminante, que trabaja a 250 kilohercios. Si situamos una bombilla de esas a menos de
un metro y medio de una persona, está recibiendo una radiación. Y eso la gente
normalmente no lo sabe. Es el mismo caso de los teléfonos móviles. Al margen de
la controversia generada por la emisión de ondas, los teléfonos móviles tienen
una fuente interna que es una fuente conmutada que, al igual que todas las bombillas led que
existen en el mercado, trabaja a 250 kilohercios ¡Y eso nos lo ponemos al lado de nuestra
cabeza! La única que no lleva ese tipo de material es la que yo fabrico.
DC: Las bombillas de bajo consumo
llevan mercurio en su interior, altamente contaminante ¿La suya lleva algún
tipo de componente similar?
BM: En absoluto, la mía no lleva
ningún material contaminante y es totalmente reparable. Es decir, quien compre
una de estas bombillas no las va a tener que cambiar nunca, le van a durar 80 ó
100 años.
DC: ¿Y esa durabilidad la ha
comprobado? ¿Qué garantía da usted?
BM: Sí, sí. Claro. Es evidente que
no hace 100 años que fabrico esta bombilla, lo que sí se le han hecho son pruebas de
estrés en las que se somete a la bombilla a una serie de tensiones tanto de
corriente como de temperatura similares a las que podría sufrir en un periodo
de 80-100 años. Y no se funde, con lo cual se establece que su periodo de vida
útil es ese. Es el mismo sistema que se emplea en la evaluación de cualquier componente
de cualquier otro aparato. Lo que yo he hecho es emplear componentes de mayor
durabilidad, que ya se fabricaban hace 40 ó 50 años, pero que hoy en día han
sido eliminados del mercado pero que todavía existen; sólo es cuestión de
solicitarlos al proveedor adecuado. Yo voy a mi proveedor y éste me fabrica un
condensador electrolítico, como el que tienen todas las bombillas led que hay
actualmente a la venta, pero de mayor duración. De hecho, te lo pueden fabricar
con la duración que les pidas. El condensador electrolítico es como un depósito
que se va vaciando en función de las horas en que la bombilla está encendida y
que sirve para controlar su vida útil. A medida que se va vaciando, pierde
luminosidad, es la llamada “decadencia lumínica”. Lo que yo hago es decirle al
proveedor de condensadores –por citar uno de los muchos componentes– que me
fabrique uno que no sea electrolítico, sino que sea de polipropileno que es
como el que se utilizan en los aviones por poner un ejemplo. Ese condensador,
en el caso de una bombilla, sometido a sesenta miliamperios puede durar 300.000
horas. En mi caso, como los someto a un máximo de 15 miliamperios, la duración
es proporcional: 900.000 horas, es decir, más de 80 años
.
DC: Está bombilla debe ser muy cara
de fabricar…
BM: Comparativamente, es más barata
que la de Phillips o la de Osram por poner dos ejemplos. Además da muchos más
lúmenes. Es más, hace un mes perfeccionamos algo que parecía que no podía
perfeccionarse: antes teníamos un 92% de ahorro con la bombilla que nosotros
habíamos desarrollado en relación con la tecnología incandescente, un 87% de
ahorro en relación con la tecnología fluorescente de bajo consumo y más o menos
lo mismo en relación con otras bombillas led. Esto era antes, ahora, hace un
mes, lo hemos perfeccionado y he mos conseguido un ahorro de más de un 50% en
relación con otras bombillas led. Es decir, con tan sólo 3,5 vatios generamos
una luminosidad de una bombilla incandescente de 90-100 vatios. No existe nada
igual en el mercado.
DC: Permítame que le traslade una
pregunta que nos hicieron nuestros lectores de DogmaCero. ¿Dónde se puede
comprar su bombilla y cuánto cuesta?
BM: Cuesta alrededor de 28 euros,
lo mismo de otras bombillas led pero lamentablemente en este momento no se
puede comprar todavía porque surgieron complicaciones y problemas legales que
espero poder solucionar en poco tiempo, pero mientras que no se solucionen no puedo
hacer nada.
DC: Hemos leído que ha recibido usted
presiones y amenazas de todo tipo ¿Tiene la sensación de que van a por usted
porque se ha metido en todo este asunto?
BM: Hay muchas cosas que me han
pasado y que entenderá que no puedo contar, que no tienen mucho sentido si no
fuera así. No tengo ninguna prueba de que exista esa conspiración pero sí algunos
indicios que apuntan a un interés en destrozar este proyecto.
DC: ¿Sus planteamientos podrían
colapsar la sociedad de consumo tal y como la conocemos actualmente?
BM: En absoluto, al contrario. Lo
que sucede es que esta sociedad de consumo está colapsada porque eso que llamamos
los mercados –detrás de los cuales todos sabemos que están los bancos y las
grandes multinacionales– necesitan de una permanente y constante financiación.
Y todos los excedentes monetarios que obtienen fabricando cosas de poca
durabilidad van a parar a paraísos fiscales en donde se encuentra más del 60%
del total de dinero en circulación en todo el mundo. Desde allí controlan las Bolsas
de cualquier país, controlan un valor determinado y en horas, si quieren,
pueden ganar miles de millones con información privilegiada que ellos mismos
generan. El sistema actual está perfectamente colapsado y España es un ejemplo:
tiene una deuda de un billón doscientos mil millones de euros que nunca podrá
devolver y otros países no están mucho mejor. Y no podemos echar las culpas a
los ciclos económicos. Hay unos ciclos en los que la gente está bien porque
vive de la financiación y el endeudamiento y gracias a lo cual la riqueza
generada va a parar siempre a manos de quienes financian. Por este motivo
tenemos que hacer un cambio total y ese cambio ha de pasar por construir un
modelo que sea sostenible. Y eso se conseguirá si a lo largo de nuestra
vida no nos vemos obligados a comprar cinco televisores, cinco lavadoras o
cinco frigoríficos, que es la media que hemos de comprar a lo largo de nuestra vida,
y podemos dedicar esos recursos a otras cosas o, al menos, a no tener que pagar
los intereses de los bancos o la especulación del suelo que hemos de sufrir para
comprar una vivienda. Hemos de volver a un sistema sostenible en el que las empresas
no se valoren por su balance económico, por su capacidad de ganar dinero. Porque
si su objetivo es ganar dinero, tendrá que fabricar lo más barato posible y vender lo
más caro que pueda y, además, dependerá de que le
repitan la compra con lo que se
verá abocado a bajar la durabilidad de sus productos.
Lo que yo propongo es un tipo de
empresa sostenible, que fabrique productos que verdaderamente sirvan a las
personas, que siempre se puedan reparar y que duren el tiempo máximo que la tecnología
permita. El balance de esa empresa no sería solamente económico sino social y
no debería pagar los mismos impuestos que otra empresa que simplemente actúa de
forma especulativa. Lo que existe actualmente son empresas que producen bombillas
preparadas para durar 800 o 1.000 horas y que
pagan los mismos impuestos que
las que fabrico yo, pensadas para durar 100 años y además reparables. En estas
circunstancias, los empresarios ¿por qué van a fabricar bien?
DC: Hace quince años nadie hablaba
de todas estas cosas ¿Encontró usted muchas dificultades para transmitir sus
ideas?
BM: Muchas. Efectivamente, en
aquella época nadie hablaba de todo esto. Incluso en Estados Unidos, el tema de la
obsolescencia programada era algo de lo que no se oía hablar porque eran ellos,
precisamente, los principales impulsores de un modelo económico basado en el
consumismo. No deja de ser irónico que esa bombilla se encontrase en un pueblo
de un estado norteamericano ¿no?
A mi regreso de Estados Unidos,
lógicamente, continué con mi trabajo habitual pero fue investigando todo lo que
tenía que ver con la obsolescencia programada. Pude hablar con ingenieros que
trabajaban en diversas multinacionales y fue así como conocí de la existencia
de departamentos en esas empresas dedicados a programar la obsolescencia de los productos
que fabrican. Hablé con gente que me reconocieron que se dedicaban a diseñar
productos para que duren un tiempo determinado, incluso
a programar averías, de cuya
reparación viven, por ejemplo, los talleres de los concesionarios de coches.
Cuando a usted se le enciende una luz en el tablero de su automóvil, posiblemente
se trate de una avería programada de antemano.
DC: Esto suena a conspiración en
toda regla.
BM: Bueno, en mi opinión es un
fraude, un fraude en toda regla porque si tú puedes poner una pieza que no falle y
pones otra… Le pongo otro ejemplo, tengo la licencia de piloto privado de avión y sé que
la obsolescencia programada en aviación no existe, por razones de seguridad y de
prestigio. Como tampoco se practica en ningún artilugio militar. Los componentes que se
utilizan en aviación son similares a los utilizados en cualquier otro tipo de
aparatos, pero con sus circuitos perfectamente reforzados con componentes
electrónicos de mayor durabilidad, de durabilidad máxima. Esto no ocurre con
cualquier otro tipo de aparato de uso doméstico. Y esto es algo que se practica
abiertamente, nadie puede ponerlo en duda, sólo hay que documentarse.
DC: ¿En qué momento histórico nace
la obsolescencia programada como una práctica habitual en la industria?
BM: Esto nace justamente en Estados
Unidos, tras el “crack” del 29. Al principio, la Revolución Industrial fue un
modelo económico que trajo prosperidad al mundo y continuó siendo así mientras el
capitalismo estaba, digamos, controlado. Por aquel entonces, los empresarios
fabricaban para su entorno más cercano, para su barrio, su ciudad, etc. Tenían los empleados
que realmente necesitaban y su mayor afán era fabricar productos de la mejor
calidad posible, porque quienes las compraban solían
ser gente muy próxima y vender
productos defectuosos a alguien que tienes cerca, puede traerte complicaciones.
Pero pronto entraron los bancos en acción e hicieron ver a las empresas que podían ampliar
su mercado vendiendo a otras ciudades e, incluso, a otros países. Naturalmente, la
financiación necesaria para iniciar este proceso la ponían los bancos que, a cambio,
cobraban, unos intereses. Los productores de materias primas se encontraron con
un inesperado incremento de la demanda y –al igual que sus clientes, las
fábricas– tuvieron que acudir a los bancos en busca de financiación. Hasta
entonces, los bancos financiaban la compra de bienes raíces, pero no solían financiar los procesos productivos de las empresas.
Y fue así como los bancos “se colaron” en las empresas, aportando la
financiación que necesitaban para producir y vender a escala internacional Así
que los bancos tenían controlado todo el ciclo productivo: materias primas y
fabricación. Pero, claro, el fabricante, para pagar
los intereses de sus préstamos,
los gastos de transporte y distribución etc. se vio obligado a subir los
precios. Eso provocó que el consumidor comprara menos, con la consiguiente contracción
de la demanda. Y ahí entraron de nuevo los bancos con sus préstamos al consumo
para que, de esta forma, el consumidor limitado por un salario que no crecía,
pudiese acceder a esas mismas cosas que compraba hasta entonces pero que ahora
eran más caras. Y es así como el círculo se cierra y el banco,
financiando a todo el mundo,
controla todo el proceso: desde la extracción de la materia prima hasta el
consumidor final.
DC: Fue el asalto del mundo
financiero al mundo industrial.
BM: Correcto. De esta forma, la
empresa dependía cada vez más del banco; el que procuraba la materia prima tenía
que esquilmar más a los países donde la obtenía y el consumidor, al querer
estar al día adquiriendo los últimos productos fabricados, también debía acudir
a la financiación bancaria. Todo el mundo dependía de la voluntad de los
bancos.
DC: ¿Y en qué momento histórico
entra en funcionamiento la obsolescencia programada?
BM: Justo cuando se llega al final
de ese ciclo. Llega un momento en el que el banco tenía financiado a todo el mundo:
las materias primas, la fabricación y el consumo. Y como los bancos nunca tienen
bastante, allá por los años 40 se inicia este proceso, aunque no fue hasta los años 60 y
70 cuando se hizo más evidente. En aquellos años, para incrementar sus ventas las
empresas, con la financiación de los bancos, se lanzan a producir y vender más. Y la
única forma de poder vender más es acortar la vida de los productos para que la
gente tenga que incrementar la frecuencia de compra, siendo así como entramos
en una etapa de consumismo descontrolado. En un sistema correctamente regulado, esto no
hubiera ocurrido porque se habría obligado a los fabricantes a dar unas
garantías sin letra pequeña, unas garantías adecuadas a la durabilidad de sus
productos. Pero como quien verdaderamente manda en nuestra sociedad son los
bancos y las grandes multinacionales, y como los bancos también financiaban a
los Estados, presionaron para que éstos rebajaran la normativa que afectaba a las
garantías que debían dar los fabricantes. Y es en ese punto en el que estamos
actualmente. Hoy en día, si nos leemos detenidamente las garantías que dan los
fabricantes, vemos que no sirven para nada. Volvamos al ejemplo de la bombilla:
el fabricante garantiza que ésta tiene 1.000 0 2.000 horas de vida pero, claro,
la gente no pone un notario para que dé fe de cuantas horas al día esa bombilla
está encendida y, por lo tanto, nunca podrá demostrarse cuántas horas ha estado
funcionando. Por consiguiente, no tiene garantía.
DC: Pero según las teorías
económicas clásicas, la libre competencia debería corregir estas situaciones.
BM: No existe la libre competencia.
Es como la democracia, creemos que la tenemos pero no es así. En los años 20 y
30 del siglo pasado se instituyeron diversos cárteles, el más conocido fue el
“Phoebus” formado por Phillips, Osram, Lámparas Zeta y otros, que impedían que
cualquier empresa se saliera de los acuerdos a los que habían llegado. Había
normas no escritas y los que intentaban saltárselas no tenían acceso a la
distribución de su producto. Algo así es lo que me ha pasado a mí.
DC: Usted que ha estudiado en
profundidad este tema ¿Cree que estamos ante una simple evolución perversa del
sistema o hace falta la connivencia expresa de los poderes fácticos para
provocar esta situación? ¿Percibe la existencia de un proceso conspirativo?
BM: Yo no sólo lo percibo, sino que
puedo asegurar que existe. No sé qué concepto tiene usted del término
“conspiración”, pero si conspiración es que en un determinado sector, las empresas que
controlan el 95% del mercado determinen lo que va a durar un producto, independientemente
de su vida útil real, lo que tiene que valer, cuando se tiene que volver a comprar,
etc. entonces, por supuesto que existe una conspiración. Lo que nos encontramos
aquí es que se actúa como un “cártel” o como la mafia,
pero sin matar a nadie, al menos de un tiro. Te matan de forma indirecta pero no
de un tiro. Eso sí existe. Y la base de todo es el dinero y para conseguirlo,
aunque sea conspirando contra el 92% de la población mundial es fabricando y
vendiendo cosas que duren poco, que la gente tenga que volver a comprar una y
otra vez. Cuando tuvimos las primeras
informaciones acerca de la obsolescencia programada allá por los años 30, justo
después de la Gran Depresión, aproximadamente el 60%
de la riqueza mundial estaba en
manos del 40% de la población. Actualmente, en 2014, el 92% de la riqueza
mundial está en manos del 8% de la población. Es decir, lo que se ha conseguido
en todo este tiempo es que la riqueza se acumule cada vez en menos manos con lo
cual nos pueden controlar a todos aún mejor. Y los poderes políticos no hacen
nada. Un ejemplo: el 95% de las empresas que cotizan en el IBEX 35 tienen sucursales
en paraísos fiscales ¿Por qué se permite esto cuando esos países ni siquiera tienen
ejército y si se quisiera eliminarlos podrían hacerlo de un plumazo? En estas circunstancias,
dudar que exista una conspiración es dudar de lo evidente.
DC: ¿Qué opina de las llamadas
“energías libres”?
BM: Somos prisioneros de las
compañías petroleras, eléctricas… El mes de agosto pasado, el gobierno de
España, estando todo el mundo de vacaciones, nos subió el impuesto que se
aplica a la potencia contratada, la parte fija que hemos de pagar cada mes independientemente
del consumo. Y nuestros políticos alardean de que han bajado el déficit ¡Es que
nos crujen a impuestos!
Y es que la energía eléctrica se
utiliza para recaudar impuestos. La mayor parte de las facturas que pagamos del agua,
del gas o de la electricidad son impuestos. Es un fijo que hemos de pagar
obligatoriamente. Con este panorama es lógico que el gobierno no tenga ningún
interés en fomentar las energías libres.
DC: ¿Cuál es la actitud de los
poderes públicos ante este movimiento que propugna la supresión de la obsolescencia
programada?
BM: Yo escribí una carta al
Ministerio de Industria con la intención de que me recibiera el ministro Sr. Soria, para
explicarle este asunto. Sabía que no lo iba a hacer pero simplemente quería conocer su
reacción y, en todo caso, su opinión. No tuve respuesta, así que oficialmente
no lo sé. Creo que la respuesta la tenemos en las garantías que los fabricantes
han de dar al consumidor. Ahí se dice que dan dos años de garantía, pero luego,
en la letra pequeña, pone que de esta pieza no, que de esa otra tampoco… porque,
precisamente, saben que son esas las que se van a estropear.
Donde he encontrado a los poderes
públicos más receptivos a estas ideas es en Cuba, porque ahí no tiene ningún
sentido la práctica de la obsolescencia programada y el gobierno está muy interesado en
establecer una empresa basada en estos principios. También en Colombia pero, como
digo, sobre todo en Cuba.
DC: Entonces como ciudadanos
estamos totalmente indefensos…
BM: Totalmente. Y los poderes
públicos lo único que hacen es incentivar el consumismo. Lo oímos todos los
días: si no consumimos no crecemos. Pero, claro, si consumes no te queda dinero
para pagar la hipoteca y entonces el banco te desahucia.
DC: Anteriormente ha hablado usted
de dos tipos de obsolescencia, la programada y la percibida ¿Podría aclararnos un
poco estos conceptos?
BM: Pues sí, la obsolescencia percibida
podrían ser las modas y dónde lo vemos más es en la ropa y en la electrónica
de consumo. Cuando por ejemplo Apple pone a la venta el “Iphone 4” ya sabe
perfectamente lo que llevará el “Iphone 5”, pongo por caso. Pese a esto, lo sacan al mercado
en el momento oportuno, en el momento que a ellos más les interesa, en función del
tiempo que el modelo anterior lleva en el mercado, o cuando deban pagar a sus
accionistas por ejemplo. ¡Y tenga en cuenta que estos aparatos son perfectos
para que los americanos espíen nuestras comunicaciones!
Y luego está la cuestión
ecológica. En una bombilla, el cuerpo es de aluminio y puede durar 200 años tranquilamente.
Tirarlo a la basura con todo el cuerpo de la bombilla es un crimen ecológico. En una de
mis bombillas, las partes más duraderas pueden conservarse y seguir ejerciendo
su función pues cambiamos aquellas otras que realmente han quedado obsoletas o
se han estropeado y el conjunto sigue funcionando. Esto es lo que yo promuevo,
que sea reparable y actualizable y que siempre se pueda tener lo último. Y esto
es aplicable a otros muchos electrodomésticos: un televisor, un frigorífico.
Los frigoríficos, por ejemplo, se estropean muchas veces porque el motor
sencillamente se queda sin aceite y el usuario no tiene acceso al
depósito en el que podría reponerse ese aceite y el frigorífico podría seguir
funcionando ¡No existe el agujero necesario!
DC: ¿En qué sector de la industria
ha comprobado usted que se halla más extendida la práctica de la obsolescencia
programada?
BM: En la electrónica de consumo,
pero también en los automóviles existen muchas averías programadas. Ahora ya las
programan directamente haciendo que se encienda una lucecita en el tablero del
coche. Pero la hay en cualquier producto que se fabrica.
DC: ¿Hay más personas o grupos
implicados en la defensa de estas ideas?
BM: Que yo conozca no, aunque hay
muchas personas que me apoyan y que me envían mensajes de ánimo. Quiero crear
una fundación que seguramente se llamará SOP (Sin Obsolescencia Programada) o
NOP (No a la Obsolescencia Programada) y me gustaría integrar en esa fundación
a personas representativas socialmente, gente que participe de estas ideas y de
este cambio de paradigma al que deberemos enfrentarnos más pronto que tarde ya
que esta sociedad decadente ha perdido todos, absolutamente todos los valores.
Tuve un gran amigo, Vicente Ferrer, al que conocí tres o cuatro años antes de
morir y al que hice venir un par de veces desde la India para dar unas conferencias
en las que explicara su vida y su labor allí. En una ocasión, cuando ya estaba muy
enfermo, le pregunté qué seguía esperando de la vida una persona como él que
había dedicado la suya a darlo todo a los demás. Recuerdo que me dijo: “Lo
único que me gustaría antes de morir es aprender a dar a los demás, porque dar
a los demás es de las cosas más difíciles que puedas hacer en la vida ya que lo
primero que piensa aquel al que das es qué querrás a cambio. Dar es lo más
difícil, yo todavía no he aprendido y me gustaría no morirme sin haberlo aprendido.
Si algún tu día te reinventas ya verás lo complicado que es”. Y eso me cambio un
poco la vida porque es cierto, dar es muy difícil. Eso fue antes de que yo
viajara a Livermore y me hizo reflexionar mucho. Con Vicente tuvimos varias
conversaciones más y en una de ellas me dijo: “si cada uno de nosotros, a lo
largo de nuestra vida, decidiéramos hacer algo por los demás, aunque fuera
algo simbólico, viviríamos en un mundo mejor. Porque hacer algo por los
demás implica tener unos valores que te impedirán conjugar sólo el verbo tener.”
DC: ¿Considera que hay que ir más
allá de un mero cambio de tecnología para superar los problemas de la humanidad?
Es decir, ¿Cree que se necesita un cambio de conciencia global que posibilite
cambiar esta forma de vida basada en lo material hacia otra más basada en lo
espiritual?
BM: Sin duda, pero aspirar a algo
así quizás sea utópico hoy por hoy. Pero está en nuestras manos. Los ciudadanos tenemos
más fuerza de lo que creemos, lo que ocurre es que no la usamos de forma
organizada. Hay un 8% de la población, de la que hemos hablado, que está
perfectamente organizada para dirigir al 92% restante. Y lo peor es que cuando surge
alguien intentando organizar a esa gente, se le machaca porque todos piensan “¿Qué querrá
éste a cambio?”, lo que me decía Vicente Ferrer.
Desgraciadamente, y no me gusta
lo que voy a decirle porque no encontrará a nadie más pacifista que yo, los grandes
cambios se producen siempre a través de revoluciones desgraciadamente
sangrientas.
DC: ¿Considera que estos constantes
cambios tecnológicos aletargan a la gente y le impide ver lo que realmente hay
tras esos cambios?
BM: Sí, sí y ese aletargamiento se
ve claramente a la hora de votar, votando masivamente a los mismos partidos
políticos que nos han metido en esta crisis y que están cautivos de los poderes
financieros, al igual que los medios de comunicación. Por eso para hacer algo
hay que intentar salirse del sistema, pero esto es muy complicado. Por eso lo
que intento yo es tratar de decir a la gente que hay otra forma de hacer las
cosas, que necesitamos de otra forma de hacer las cosas. Deberíamos unirnos y
actuar solidariamente porque con demasiada frecuencia sólo actuamos cuando algo
nos afecta a nosotros pero no por solidaridad. Hay que tener en cuenta que el
problema que hoy afecta a otros, mañana puede afectarme a mí. Y es que el auténtico problema lo constituye
el modelo económico basado en el consumismo, en esa globalización sin normas y
en esos pocos que nos controlan a todos. Y no se trata ni de socialismo ni de
capitalismo. No perdamos el tiempo en etiquetarnos de forma estúpida porque al
final es todo exactamente lo mismo. En el mundo hay aproximadamente 1.700
millones de consumidores que gastan de media entre 15 y 20 dólares al día y hay
otros 2.800 millones de pobres que viven con menos de 1 dólar al día ¡2.800 millones! Pues bien,
hay 85 personas en el mundo que acumulan la misma riqueza que poseen esos 2.800
millones juntos. Este dato debería hacernos pensar
que esto no puede seguir así, que
no tiene lógica.
DC: Y el miedo es el sistema
perfecto para controlar a la gente...
BM: En efecto, ahora ya lo han
conseguido y han decidido que la crisis se ha acabado.
¿Cuál es la diferencia entre la
situación actual y la de meses atrás en que estábamos a punto de ser rescatados? Para la
gente que ha perdido su vivienda no hay ninguna diferencia; para los casi seis
millones de personas sin trabajo, no hay ninguna diferencia. Ahora interesa
decir que la crisis se ha acabado, que empieza un nuevo cambio de ciclo sin
tener en cuenta la enorme cantidad de personas que han quedado en la cuneta.
DC: Y de ahora en adelante, ¿cuáles
son sus próximos proyectos?
BM: Mi proyecto inmediato sigue
siendo el de siempre: hacer ver a la sociedad que necesitamos un modelo
económico diferente, que no esté basado en el consumo y en la insolidaridad. Lo
de fabricar una bombilla sin esa obsolescencia programada es simplemente una
forma de financiar este objetivo y una forma de demostrar que es posible crear
una empresa que no tenga como objetivo principal conseguir beneficios, sino un
objetivo social, de aportar un producto que fomente el ahorro energético y la
durabilidad. Me gustaría unir a ese objetivo el máximo número de personas. Me
gustaría también unir y coordinar a esas asociaciones de ciudadanos ya que todos
perseguimos los mismos objetivos y sólo podemos aspirar a cambiar las cosas si
nos unimos, porque si no te organizas no puedes luchar contra alguien que está
muy bien organizado. Unidos y
coordinando acciones, nuestra fuerza es enorme porque luchando por separado y
sólo por aquello que nos afecta a cada uno de nosotros no vamos a ninguna
parte. Y si no luchamos por un cambio de paradigma en lo económico, dentro de
unos años, cuando todo esto haya pasado y ya muchos no se acuerden, vamos a
caer en los mismos errores.
David Álvarez-Planas
Xavier Bartlett
Revista Dogma Cero(2014)
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