PÀGINES MONOGRÀFIQUES

5/12/14

¿Estamos ante el principio del fin de la publicidad tal como se concibió en el siglo XX?

DES-MARQUÉMONOS DE LA PUBLICIDAD


Este ha sido el lema del Primer Festival de Luchas Antipublicitarias que se ha celebrado en París el pasado mes de noviembre. Durante tres días se sucedieron las obras de teatro, las proyecciones, los debates, las charlas y, por supuesto, las acciones de activistas « publífobos », como los miembros de R.A.P. (Resistencia a la Agresión Publicitaria), los Reposeurs (Los que Reponen), Los Deboulonneurs (Los que Desmontan), la asociación Paysages de France (Paisajes de Francia), los Casseurs de Pub (Rompedores de Publicidad) y l'Église de la Très Sainte Consommation (la iglesia del Consumo Muy Santo).

Es una fauna variopinta que lucha toda ella contra la publicidad con discursos y métodos también de lo más variopinto. La RAP tiene por objetivo combatir los efectos negativos de la publicidad sobre el medio ambiente (despilfarro de recursos, contaminación paisajística...) y sobre los ciudadanos (incitación al hiperconsumismo, violencia...). Y para ello vigila el cumplimiento de la legislación. A efectos prácticos funciona como un lobby de presión sobre las administraciones públicas.

Los «Reposeurs», por su parte, quieren liberar el metro de París de la publicidad, que consideran una “agresión visual, moral y espiritual” y convertir así el metropolitano en símbolo de « tierra libre ». Para ello invitan a colocar sobre los paneles publicitarios subterráneos “post-its” con slogans del tipo « La publicidad hace des-pensar », « La publicidad contamina nuestros sueños » o « Publicidad = marea negra sobre materia gris ». Animan a sus activistas a inspirarse en Gandhi y su lucha no-violenta: les invitan a no colarse y, en cambio, a comprar el correspondiente billete de metro, a no destrozar nada en su acción reivindicativa y a atender amablemente a las fuerzas del orden si son interpelados por su “desobediencia cívica”.


El colectivo de los «Deboulonneurs», aspira a “apear” la publicidad de su pedestal, en sentido físico y figurado. Apelan a la libertad inviolable del ciudadano francés a recibir o no los mensajes del espacio físico publicitario. Por ello exigen que los carteles no sobrepasen los 50 x 70 cm. Como acción de protesta recurrente se dedican a pintarrajear los paneles publicitarios de toda Francia, sobre todo los de gran envergadura, de manera periódica y en una fecha concreta: el cuarto viernes de mes. E invitan a sus activistas a reivindicar con toda la pintura que necesiten pero sin un atisbo de violencia. Denuncian que sólo tienen acceso a la publicidad exterior unos 830 anunciantes cuando en Francia existen miles de empresas, por lo que no se sostiene el argumento de que la publicidad es buena porque crea empleo. Más bien lo destruye. Y la moda de los soportes publicitarios luminosos animados son, según ellos, una aberración puesto que cada uno de ellos consume tanta electricidad al año como 7 personas.

La asociación «Paysages de France», es conocida por su lucha a cuartel contra la contaminación visual de la publicidad porque considera el paisaje como patrimonio natural y cultural de todos los franceses. Por ello su ámbito de acción va más allá y critican por igual las antenas de telefonía móvil, los vertederos ilegales y la invasión de vehículos motor en los caminos rurales, por citar algunos ejemplos. 

Los «Casseurs de Pub» son, como su propio nombre indica, “destructores de la publicidad” porque la publicidad destruye “la naturaleza, al ser humano, la sociedad, la democracia, la libertad de prensa, la cultura, la economía y la educación”. Por último, la «Iglesia del Consumo Muy Santo» propone, con mucha ironía y buen rollo, tres mandamientos: “trabaja, obedece, consume”.

Alguien podría pensar que estos grupúsculos de activistas son reducto de jóvenes ecologistas y antisistema, pero nada más lejos de la verdad. Dan cobijo a ciudadanos y ciudadanas de todo pelaje: joven y carroza, funcionario y diseñador free-lance, urbanita y rural. Y todos ellos unidos por un denominador común: una gran conciencia ciudadana. Lejos de ser una anécdota en el paisaje urbano, nunca mejor dicho, son la vanguardia de un mar de fondo que va cobrando protagonismo en el escenario francés.

Y si no que se lo pregunten a los habitantes de Grenoble, capital de los Alpes. Su alcalde ecologista acaba de prohibir la publicidad en el municipio, de unos 150.000 habitantes. Allí donde aún hoy se alzan postes y pancartas, la alcaldía plantará árboles y creará espacios comunitarios. Los 326 reclamos publicitarios que pueblan la ciudad, incluidas 64 vallas, serán retirados entre enero y abril del 2015. En su lugar crecerán 50 árboles jóvenes y el espacio restante se destinará a la promoción de las actividades de grupos sociales y culturales de ámbito local. La iniciativa ha sido bien recibida por la población alpina. Si la ordenanza municipal sienta precedente y otras ciudades francesas se suman también a la “publifobia”, en principio no van a encontrar mucha oposición. Y es que 8 de cada 10 franceses consideran la publicidad demasiado invasiva, según el último barómetro “Los Franceses y la publicidad” elaborado por TNS Sofres. ¿Estamos ante el principio del fin de la publicidad tal como se concibió en el siglo XX?

Por Anna Argemi para el blog Alterconsumismo del El País


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