PÀGINES MONOGRÀFIQUES

15/10/14

Hay, por supuesto, otra sociedad posible. Una sociedad donde tener lo adecuado y no cada vez más, sea el objetivo

CRECIMIENTO: LA IDEA QUE DIVIDIÓ EL PLANETA

Un cisma, una herida más profunda que la que infligiera Martin Lutero en el Renacimiento, se abrió hace ya más de 40 años, en la década de los 70, en el seno de la “ostentosa” civilización occidental.

Los elevados niveles de contaminación propiciados por el desarrollismo industrial de las tres décadas anteriores, la llamada Edad Dorada del Capitalismo, durante la cual se alcanzaron las tasas de crecimiento del PIB global más altas de la historia, hicieron sonar la voz de alarma, y a petición del gobierno sueco, las naciones unidas convocaron la primera conferencia internacional sobre el medio ambiente “humano”.

Tan sólo un año después, la cuestión de la contaminación era desplazada por la de los recursos no-renovables, cuando estalló la primera crisis del petróleo. Si bien es cierto que la crisis fue consecuencia de decisiones políticas (la decisión de los productores de cesar la exportación a varios países, incluidos EEUU y sus aliados), puso de relieve la vulnerabilidad del sistema económico a la escasez de ciertas materias primas, así como el declive inevitable en la producción de los campos petrolíferos, como los de los Estados Unidos de América.

Declive que había sido previsto con anterioridad por el geólogo Marion King Hubbert, lo cual era si cabe más inquietante.

Esos hechos, propiciaron el inicio del que será, o incluso ya es, el mayor debate intelectual en la historia de la humanidad. Debate que empequeñece y deja en pañales aquel entre católicos y protestantes, o el de capitalismo contra socialismo: mercado vs. estado.

A un lado se situaron aquellos que pensaban que los problemas se podían resolver uno por uno, según fuesen surgiendo, y que no era necesario realizar cambios profundos en las instituciones que regían nuestros modos de vida. A falta de deslumbrantes argumentos, estos prestidigitadores de la razón tenían su inmenso poder como principal punto de apoyo. El estatus quo económico y político, el poder corporativo y los gobiernos de todo el mundo, han apoyado sin reservas, con hechos, palabras y abundantes fondos, a los contendientes de este lado. La economía neoclásica, convertida, según el historiador Eric Hobsbawm, en la nueva religión, es el principal exponente de esta facción de la academia.

Lo curioso es que hemos hecho a una ciencia social, y por tanto humana, la brújula que guía nuestros destinos. Una ciencia humana que abstrae el proceso económico del resto de lo que constituye lo humano: su psique, sus relaciones sociales, su entorno natural. No sólo eso, sino que entra en contradicción flagrante con el resto de ciencias que estudian lo humano, la psicología, la biología, la sociología, la antropología, la ecología, y asume esa contradicción con impasibilidad. El símil mecánico, “la mecánica de la utilidad y el interés propio” de la que hablara Stanley Jevons, permitió introducir matemáticas avanzadas en la teoría económica. La matemática, en vez de utilizarse para construir modelos a partir de los hechos, se utilizó para construir modelos que suplantasen a los hechos, una manta metafísica sobre la realidad.

Conviene tener siempre presente las palabras de Edgar Morin al respecto de este burdo mecanicismo:

“La economía, que es la ciencia social matemáticamente más avanzada, es la ciencia social humanamente más retrasada, pues ha abstraído las condiciones sociales, históricas, políticas, psicológicas y ecológicas inseparables de las actividades económicas… Quizá la incompetencia económica haya pasado a ser el problema social más importante”
Nuestro conocimiento está tan fragmentado, tan centrado en cumplir con el papel que nos han asignado, que preferimos delegar en expertos, famosos ya por su pertinaz miopía, antes que abordar la extenuante tarea de buscar una visión de conjunto, un mapa completo, y no fragmentado, que necesariamente deberá perder nitidez en algunos detalles.

En el lado opuesto se situaron los que hicieron del centro de sus críticas el concepto de crecimiento económico. Para ellos el problema era sistémico, era el propio proceso económico, tal y como se desarrollaba con nuestras instituciones actuales, el que creaba el problema de la sostenibilidad. El propio concepto de bienestar humano había sido tergiversado, y sustituido por un remedo burdo, el Producto Interior Bruto, una forma de hacernos trampas a nosotros mismos.

La demoledora crítica llegó desde fuera y desde dentro, en La Ley de la Entropía y el Proceso Económico (1971), un economista neoclásico heterodoxo, Nicolas Georgescu-Roegen, daba un paso más y abrazaba la disidencia, sentando las bases para el desarrollo de la Economía Ecológica, de la que Frederick Soddy es un precedente. Un año después se publicaba el informe Los límites del crecimiento (1972), desde la perspectiva de la joven disciplina de la Dinámica de Sistemas, desarrollada en gran parte por Jay Forrester. El informe se basó también en gran parte en un libro de Forrester,World Dynamics (1971).

Como vemos, diversos hitos intelectuales se agrupan en torno a esa fecha, que marca el comienzo de lo que el historiador Eric Hobsbawm llamó “Las décadas de crisis”, en 1973. Volvamos a recordar, una vez más, lo que implicó esto a nivel social:

Los problemas que habían dominado en la crítica al capitalismo de antes de la guerra, y que la edad de oro había eliminado en buena medida durante una generación –la pobreza, el paro, la miseria y la inestabilidad- reaparecieron tras 1973. El crecimiento volvió a verse interrumpido por graves crisis […] 
Por lo que se refiere a la pobreza y la miseria, en los años ochenta incluso muchos de los países más ricos y desarrollados tuvieron que acostumbrarse de nuevo a la visión cotidiana de mendigos en las calles, así como al espectáculo de las personas sin hogar refugiándose en los soportales al abrigo de cajas de cartón, cuando los policías no se ocupaban de sacarlos de la vista del público […] 

El número de trabajadores disminuyó rápidamente en términos relativos y absolutos. El creciente desempleo de estas décadas no era simplemente cíclico, sino estructural. Los puestos de trabajo perdidos en las épocas malas no se recuperaban en buenas: nunca volverían a recuperarse […]
En los países ricos del capitalismo tenían sistemas de bienestar en los que apoyarse, aun cuando quienes dependían permanentemente de estos sistemas debían afrontar el resentimiento y el desprecio de quienes se veían a sí mismos como gentes que se ganaban la vida con su trabajo. En los países pobres entraban a formar parte de la amplia y oscura economía, en la cual hombres, mujeres y niños vivían, nadie sabe cómo, gracias a una combinación de trabajos ocasionales, servicios, chapuzas, compra, venta y hurto.
En los países ricos empezaron a constituir, o a reconstituir, una cada vez más segregada, cuyos problemas se consideraban de facto insolubles, pero secundarios, ya que formaban tan sólo una minoría permanente. [1]

En cuanto al entorno natural, y su relación con el económico, podemos señalar algunos hechos no exhaustivos que han acontecido desde los años 70 hasta ahora:

- La producción de cereales por habitante en el planeta Tierra tocó techo a mediados de la década de los ochenta, y viene descendiendo desde entonces. Recientemente la BBC advertía sobre la posibilidad de una inminente crisis alimentaria mundial. Las autoridades globales comienzan a adular nuestros oídos con las excelencias de una dieta a base de insectos.
Las abejas y los polinizadores naturales están siendo diezmados por la actividad humana, con imprevisibles consecuencias para la vida vegetal y la producción de alimentos.
- La erosión hace que se pierda tierra vegetal a un ritmo entre 16 y 300 veces más rápido de su tasa de reposición.
- Hay 61 importantes zonas muertas en los grandes cuerpos acuáticos del mundo, principalmente debido a la actividad agrícola.
- La explotación de acuíferos por encima de su tasa de reposición se ha intensificado.
- Apareció un enorme agujero en la capa de ozono, problema que parece en vías de solución.
- Reventaron dos centrales nucleares. Una de ellas continúa escupiendo material radioactivo.
- Recibimos noticias alarmas de un inminente cambio en el clima del planeta Tierra, producido por la actividad humana.
- Las pérdidas económicas por catástrofes climáticas pasaron de unos 5.000 millones a 60.000 – 80.000 millones de dólares al año.
- La superficie cubierta por bosques naturales disminuye paulatinamente, especialmente la selva tropical.
- Las tasas de extinción de especies son mil veces mayores que las que habría sin el impacto humano.
El índice de planeta de vivo, que utiliza no las extinciones, sino el tamaño de las poblaciones de muchas especies bien conocidas, ha disminuido cerca de un 40% desde los años 70.
La producción de petróleo crudo está descendiendo, aunque nos hacemos trampa a nosotros mismos con sucedáneos sin sustancia.
- La producción de seis recursos naturales no renovables de difícil sustitución (Berilio, Germanio, Talio, Baritina, Tantalio, Wolframio) ha comenzado a decaer. La producción de oro alcanzó un máximo y comenzó a caer, si bien posteriormente se ha recuperado, gracias a la brusca variación de precios. Algo similar, mucho más pronunciado, a lo largo de más años, le ha ocurrido a los Fosfatos (ahora recuerdo como mi padre se lamentaba de la inversión que realizó el estado español en las minas del Sahara, minas que quedaron bajo el control de Marruecos, y que albergan el 80% de las reservas mundiales de este recurso clave para la agricultura. Washington y Berlín apoyan a Marruecos, y eso condiciona el futuro del pueblo saharaui), esta puede ser una de las razones que explican porque la producción de alimentos no aumenta al ritmo que sería necesario.
- La producción de veinticinco recursos naturales no renovables, incluidos el Aluminio, Cobre, Magnesio, Molibdeno, Gas Natural, Potasa, Cadmio, Cromo y Titanio, continúa creciendo, pero a tasas cada vez menores.
- El pico de extracción del carbón está lejos, aunque dada la heterogeneidad de lo que llamamos carbón, el pico de la energía obtenida del carbón podría haber pasado ya.
Las capturas pesqueras alcanzaron un máximo en el año 2000. Hay océanos que no se están explotando al ritmo que permite la tasa de reposición de la biomasa marina, pero otros como el Atlántico están sobrexplotados. El futuro pasa por valorizar otras especies para la alimentación humana, como la Medusa, lo que podrá permitir aumentar el tonelaje de las capturas.

Algunos podrían pensar que todas estas desgracias terminarían por afectar al proceso económico, y al sustento del hombre, pero no economistas como Vicente Navarro, que en un reciente artículo titulado “Los errores de las tesis del decrecimiento económico” afirmaba: “La crisis financiera ha sido muy estudiada y no puede atribuírsela al crecimiento del precio del petróleo y a la inflación que creó”

Aparentemente desconociendo que hace casi un siglo, Frederick Soddy ya mostró la relación entre crecimiento y sistema monetario, de lo que se deduce que es la ausencia de crecimiento en el mundo real lo que precipita la crisis financiera y no al contrario. Navarro continúa:

En un momento de enormes crisis, con crecimiento casi cero, que está creando un gran drama humano, las voces a favor del decrecimiento parecen anunciar que ello es bueno, pues así salvamos el planeta. No se dan cuenta de que están haciendo el juego al mundo del capital responsable de las crisis económica y ecológica.

Estableciendo una relación lineal entre nivel de producción y bienestar. Esto es falaz, como nos ha recordado Eric Hobsbawm, en los 70 no existía el desempleo ni la miseria en occidente, y la producción, medida según el PIB, era la mitad de la que tenemos hoy.

Las aportaciones de Georgescu-Roegen corrieron la misma suerte que las de Frederick Soddy y fueron, conscientemente ignoradas, como cabría esperar de una pseudociencia.

Fue realmente una revelación para el autor, acostumbrado a pensar en la batalla por la libertad de pensamiento en materia científica como una batalla librada y ganada siglos atrás, en la época de Galileo y la Inquisición, encontrar en la economía, a diferencia de la física, que aún no ha sido ganada del todo... Si la economía fuera realmente una ciencia, no habría necesidad de protegerse de las críticas por una conspiración de silencio. Una crítica responsable, en cualquier tema científico se encuentra con una respuesta inmediata, y no con la política del avestruz de enterrar la cabeza en la arena con la esperanza de que con ello se taponen los oídos y se arroje polvo a los ojos del interesado. [2]

Contra las aportaciones de los seguidores de Forrester, más mediáticas, no habría sido útil aplicar de nuevo la estrategia del avestruz, así que fueron tergiversadas y trivializadas:

La publicación de los Límites del Crecimiento en 1972 tuvo un impacto inmediato y permanente. Las cuestiones ambientales y el debate sobre la sostenibilidad se popularizaron aún más a medida que se vendieron millones de copias, y se tradujo a 30 lenguas.[…] 

A pesar de estas importantes contribuciones, y advertencias de "extralimitación y colapso", las recomendaciones de Los Límites del Crecimiento sobre cambios fundamentales en las políticas y en el comportamiento para alcanzar la sostenibilidad no se han tomado, como los autores han reconocido recientemente. Esto es tal vez en parte resultado de falsas afirmaciones que desacreditan el informe. Desde el momento de su publicación hasta la época contemporánea, Los Límites del Crecimiento ha provocado muchas críticas que afirman falsamente que el informe predecía el agotamiento de los recursos y el colapso del sistema mundial a finales del siglo XX. Tales afirmaciones se producen a través de una serie de publicaciones y medios de comunicación de diferentes tipos, incluyendo revistas científicas revisadas por iguales, libros, material educativo, prensa, artículos de revistas y sitios web. El presente trabajo aborda brevemente estas afirmaciones, mostrando que son falsas. [3]

A falta de argumentos científicos, se recurre a la metafísica banal, aplaudida desde el poder con entusiasmo. Es el caso de Julian L. Simon, premiado con doctorados honoris causa por la bufonada intelectual irreflexiva:

La premisa central de Simon es que las personas son el recurso definitivo, así tituló su obra cumbre,The Ultimate Resource (El Último Recurso, Ed. Dossat) publicada en 1981 y actualizada en 1996 como The Ultimate Resource 2. El meollo del libro es bien claro: las reservas de recursos naturales no son finitas pues son creadas por el recurso siempre renovable de la inteligencia humana. En efecto, la madera, el carbón, el petróleo y el uranio no son recursos en absoluto hasta que no se combinan apropiadamente con el ingenio humano. […] 

Estas tesis no podían por menos que llamar la atención de los economistas más comprometidos con la libertad y así el 22 de marzo de 1981 el premio Nobel en economía Friedrich A. Von Hayek escribió a Simon desde Friburgo. El austriaco se confesaba muy emocionado de que el americano hubiese dado con la evidencia empírica de lo que para él había sido "el resultado de una vida de especulación teorética". [4]

La economía dual de Frederick Soddy, acaba convertida, merced a la pirueta de Simon, en una economía monista, donde la materia y la energía son sólo un juguete para la mente humana, y no algo muy real y tangible. La dimensión terrenal y limitada del ser humano se oculta detrás de la institución: el mercado nos convierte en Dioses, capaces de manipular la materia y la energía a nuestro antojo.

La clave de esta paradoja nos la dan los argumentos de Simon ¿Por qué estas estupideces gustan tanto a los poderosos? Se trata de la institución, de eso va toda esta historia. Sólo hay que echar un vistazo a la parte final de Los límites del crecimiento 30 años después, un libro excesivamente complaciente con la ayuda que nos pueden ofrecer los sistemas de precios, pero que no puede dejar de cuestionar la sociedad presente:

Al mismo tiempo, el empleo no debería ser un requisito para la subsistencia. Se precisa creatividad en este terreno para superar la idea estrecha de que algunas personas “crean” puestos de trabajo para otras o la idea todavía más estrecha de que los trabajadores son meros costes que hay que recortar. […] 
Tratar de colmar necesidades reales pero inmateriales –de identidad, comunidad, autoestima, superación, amor, alegría- con cosas materiales es crear un apetito insaciable de falsas soluciones para deseos nunca satisfechos. [5]

Para llegar a la raíz de esto, hay que comprender como creamos y damos sentido a las instituciones que rigen nuestra vida. Cornelius Castoriadis ha dedicado su vida y su trabajo precisamente a reflexionar sobre esta cuestión.

Que el aumento ilimitado de las fuerzas productivas es posible no puede ser ni sostenido, ni justificado, ni anulado lógicamente, al igual que no se puede demostrar que Dios no existe, ni que es falsa la idea de la Santísima Trinidad. Es algo que pertenece al futuro, no se puede negar que algún milagro como la fusión fría sea posible, dado que no conocemos el futuro. Esta idea ya fue también anticipada por otro gran pensador, Karl Polanyi.

Nuestra situación actual puede resumirse así: la civilización industrial puede destruir al hombre. Pero como no se puede, no se quiere y no se debería descartar voluntariamente la eventualidad de un ambiente cada vez más artificial, para que el hombre siga viviendo sobre la tierra debe resolverse el problema de adaptar la vida a las exigencias de la existencia humana en dicho contexto. Nadie puede saber por anticipado si esa adaptación es posible o si el hombre perecerá en el intento [6]

En efecto, terminaremos comiendo insectos y medusas, en un ambiente cada vez más artificial, y a eso le llamaremos “progreso”. Y lo haremos porque Julian Simon y Fiedrich von Hayek, con un pensamiento aparentemente opuesto al del profesor Vincent Navarro, en realidad tienen un antecedente común, se trata de Pangloss, el personaje de la novela Candido, de Voltaire.

Al igual que Pangloss justifica el mal, al afirmar que no hay efecto sin causa, y que por tanto vivimos en el mejor de los mundos posibles,confiando en una futura mano cósmica que cuadre las cuentas, y por tanto, permaneciendo impasible, sin actuar, ante la desgracia. De la misma forma estos economistas justifican el mal, confiando en un futuro desarrollo de las fuerzas productivas, que por fin resuelva los problemas humanos, en lugar de resolverlos en el presente. Y lo hacen así por su defensa de la institución. El mercado (o el estado) es el pastor del hombre. Es el mercado (o el estado) el que asigna su papel en la sociedad al hombre, y decide cómo debe ser su contribución correcta a ella. De forma paralela al aumento ilimitado de las fuerzas productivas, debe aumentarse la dominación racional sobre el hombre. En un giro orwelliano, a esta dominación se le llama libertad.

Hay, por supuesto, otra sociedad posible. Una que, sin renegar de los avances científicos, no los necesite para sobrevivir. Una donde individuo, sociedad y naturaleza estén en armonía. Una sociedad donde tener lo adecuado y no cada vez más, sea el objetivo, y donde las necesidades espirituales del hombre no se satisfagan con sucedáneos materiales. Una en que cada hombre sea su propio pastor. Hemos sintetizado esta visión en el concepto del buenvivir. Para alcanzarla, el panglossianismo debe ser combatido, donde quiera que se encuentre.


[1] Historia del siglo XX de Eric Hobsbawm
[2] Money Reform as a preliminary to all reform de Frederick Soddy
[3] A comparison of the Limits to Growth with thirty years of reality de Graham Turner
[5] Los límites del crecimiento 30 años después de Donella Meadows, Jorgen Randers y Dennis Meadows
[6] Nuestra obsoleta mentalidad de mercado de Karl Polanyi


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