LA DUDOSA
UTILIDAD DE LOS BANCOS
¿Qué diferencia existe entre un calcetín repleto de billetes oculto en un cajón y una cuenta corriente? El calcetín no te pide nada, no comparte tu información personal y financiera con terceros, no está sujeto a los vaivenes del mercado ni del Euribor, ni te cobra comisiones si no tienes un saldo medio de 5.000 euros. (Opinión)
Hubo un tiempo,
quizá subrayado por cierta épica cinematográfica, en el que un emprendedor
podía acudir a una oficina bancaria, exponer una idea potencialmente
triunfadora y obtener la apuesta de la entidad en forma de crédito, a pesar de
todos los intereses, letras pequeñas y suscripciones obligatorias de seguros de
vida. Ese tiempo pasó. Y quizá la banca como la conocemos debería también pasar
a mejor vida.
Por supuesto, si
usted dispone de más de un millón de euros es mejor acudir a entidades suizas o
luxemburguesas o de cualquier paraíso fiscal ubicado en el Caribe. Recordemos
que tener una cuenta en Suiza no es ningún delito, pero este artículo habla de
quien no tiene patrimonios holgados ni está en la lista Forbes; habla de gente
con nómina o de autónomos y otras víctimas de un sistema bancario que no tiene
nada que ofrecerles, pero que cada vez les exige más.
Todavía hay personas
mayores que cuando tienen que ir al banco se visten de domingo, con una
reverencia servil hacia algo que no es más que una tienda de ultramarinos, pero
que en vez de garbanzos o anchoas vende productos financieros. Y como cualquier
tendero, el banquero debe seducir al cliente para que compre su género, aunque
esté a punto de caducar o comience a oler mal.
Las SICAV, ese
invento para que los que tienen mucho no tributen casi nada, contrastan con
trabajadores públicos mileuristas a quienes les sale a pagar un IRPF de mil
euros (basado en un caso real muy cercano). A esos mileuristas sus sucursales
bancarias les tratan como un explorador blanco que regalase abalorios a los
nativos; les ofrecen iPads, juegos de cacerolas o televisores de plasma por
domiciliar sus exiguas nóminas ¿Una de las razones? Si usted hace una
transferencia de su cuenta a la de otra entidad, tardará entre 24 y 48 horas en
hacerse efectiva en la cuenta del receptor. Adivine dónde está su dinero
durante esa demora tecnológicamente injustificable, como veremos ahora, ya que
las transferencias podrían ser instantáneas.
Mi premio Nobel de
economía favorito, Paul Krugman, publicó hace poco en el New York Times un
afiladísimo artículo en el que denuncia que se prefirió invertir cientos de
millones de dólares de dinero público en construir un nuevo túnel para un cable
de fibra óptica que acelerase tres milésimas de segundo la velocidad de la
información, a construir otro túnel que aliviara la congestión entre Nueva
Jersey y Nueva York; porque ese anticipo (tres milisegundos) podría suponer un
ingente beneficio en operaciones bursátiles basadas en la premura, y ejecutadas
por sofisticados programas de ordenador.
Hablamos de un
software que compra y vende acciones a futuros en un suspiro, en lo que se
conoce como «operaciones de alta frecuencia», en las que no participan seres
humanos, pero de las que se benefician los brokers. Y se prefirió gastar dinero
en hacer esa costosa infraestructura que en otras que la población pudiera
palpar (bibliotecas, hospitales, parques, carreteras… o el mencionado túnel).
Así pues, si tres milisegundos son rentables… imaginen 24 horas.
Los jóvenes y
agresivos tiburones que se pasean por las cities financieras con un MBA bajo el
brazo y que han medrado con la crisis no han aportado ni un gramo de felicidad
al mundo. No han inventado nada útil para la Humanidad, ni han descubierto una
vacuna, ni han escrito un best-seller, ni han desarrollado un nuevo lenguaje de
programación, ni han franquiciado un restaurante de éxito, ni trabajan
afanosamente tras un mostrador o en un taller. Sus insultantes dividendos y
cuentas corrientes proceden de alambicadas operaciones de ingeniería financiera
(eufemismo para robo de altos vuelos), donde alterar una décima un índice de
siglas opacas para los profanos puede reportarles pingües beneficios, que luego
se gastarán en cacerías, coches de alta gama, cocaína purísima y las putas más
caras y sofisticadas. Todos ellos han disfrutado de lo lindo con American
Psycho, El lobo de Wall Street o El dinero nunca duerme…
Y a la sombra de
toda esta ignominia florecen otros intermediarios financieros, basados en la
usura y en la letra pequeña, como Cofidis, DineroYa, QueBueno, Wonga y todos
esos negocios que se nutren de la extrema necesidad de crédito de los particulares
que, asfixiados, no pueden acometer ninguna mejora en sus vidas. Los intereses
de demora de estos chiringuitos que se anuncian en TV a la hora de la comida
rozan lo ilegal, y son decididamente inmorales.
Pero sin crédito no
hay consumo, y sin consumo, por mucho que estemos exportando ingeniería al
Canal de Panamá o al AVE que surca el desierto saudí para llegar a La Meca
(dudoso honor, hacer negocios con el país más oscuro y que más desprecia a los
más elementales derechos humanos) aquí las cosas irán peor. Y hasta donde uno
sabe, el crédito fue la razón de que los fenicios crearan los primeros bancos,
allá por el año 2000 a.c. mediante préstamos de grano… Y siglos después, los
Medici en Florencia ya prestaban dinero… Pero ¿para qué sirve un banco hoy? O
mejor formulada, la pregunta sería ¿para quién? Ni para usted, probablemente,
ni para mí, con toda seguridad. Porque ni usted ni yo somos apetecibles para
los Wealth Managers, los administradores de fortunas que operan desde
Liechtenstein.
La domiciliación
bancaria de recibos, pagos, impuestos y nóminas debería ser una opción; no una
obligación. ¿Sabían ustedes que los funcionarios de la Comunidad de Madrid que
no tienen la nómina domiciliada en Bankia cobran un día más tarde que los
demás? Cuando se vive al día y llegar a fin de mes no es fácil, ese día (que
pueden ser dos o tres si la fecha cae en sábado) puede ser crucial para la
economía doméstica. Y como señalaba Paul Krugman, 24 horas significan mucho
dinero.
La fuerza de la
inercia o la pereza a cambiar de banco no debería detenernos para modificar
ciertos hábitos… y objetar. Es como si al entrar en la tienda de alimentación,
el dependiente nos dijera: «Lo siento, no puedo venderle ni pan, ni leche ni
huevos. Solo puedo ofrecerle caviar iraní». Traducción: «Olvídese de ningún
crédito, pero si usted quiere domiciliar toda su vida aquí, o adquirir un
paquete de acciones de Endesa o pignorar cien mil euros nos sentamos a hablar».
Este cronista no es
un antisistema, y piensa que de nada sirve quemar un cajero automático o
destrozar el escaparate de un banco, como hemos visto hacer a descerebrados
recientemente, pero sostiene que una medida de presión mucho más eficaz sería
que todos mantuviéramos el dinero de nóminas o pensiones el mínimo tiempo
posible en la cuenta corriente. Saquémoslo cuanto antes, nada más cobrarlo
incluso. Y pongámoslo en el calcetín… analógico o digital. No sé si BitCoin (u
otras monedas virtuales como Ripple o PeerCoin) acabarán por vencer a VISA,
pero con el tiempo podrían perfilarse como alternativas más interesantes al
Santander o La Caixa o pongan aquí ustedes el banco que prefieran: Triodos,
HSBC, UBS, Chase Manhattan Bank, ING, Mediolanum…
Por desgracia, no
existe ninguna diferencia en el fondo, por más que intenten convencernos de que
un banco es distinto a otro. Por eso, hasta que
no vuelva el crédito… ¡Objeción bancaria YA!
Antonio Dyaz, en Yorokobu
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