PÀGINES MONOGRÀFIQUES

6/3/14

Que el trabajo se emancipe de la dominación del capital y que la persona se emancipe de la dominación del trabajo

EL FUTURO LABORAL EN UN PAÍS EXTRAÑO

Mi generación es hija del relato del “ascensor social”, aquel que nos contaba que yendo a la Universidad el futuro estaba garantizado, un futuro en el que viviríamos, salarial y socialmente, mejor que nuestros padres. Si lo pensamos hoy fríamente, ese discurso era algo ingenuo: proyectaba un futuro de progreso social lineal, casi carente de conflictos sociales, negando así el motor de la historia. 

Si bien los sectores más críticos -amplificados para mi generación con el altavoz del Foro Social Mundial- advertían del presente y futuro que el neoliberalismo estaba configurando, creo que nunca imaginamos trozos de una realidad tan distópica como la actual, tan crudamente dramática, y a la vez surrealista, para tantas y tantas personas.

Me refiero a la cuestión del trabajo, y como éste ha ido mutando no sólo hacia un escenario de escasez, sino de cada vez mayor precariedad y hacia condiciones de auténtica miseria salarial y humana. Para muestra cuatro botones:












1) Trabajar sin remuneración. Esto, en otras épocas, tenía un nombre poco sutil. Adivinen.










2) Sorteos de puestos de trabajo, ¡que me los quitan de las manos!








3) Selección de personal con el tradicional y divertido juego de “las sillas musicales”, en el que usted puede salir deslomado.













4) Cuando trabajar por salarios de miseria empieza a ser la norma.



Pero, ¿cómo hemos llegado hasta aquí?

Los motivos son muchos y complejos, pero me atrevo a destacar dos principales. A nivel macro, la globalización ha permitido la subordinación de lo político a lo financiero: no hay reglas, o mejor dicho, son las grandes corporaciones las que deciden como se juega. El resultado: un proceso de dumping salarial, en el que, en palabras de Zizek, ser explotado se convierte en un lujo para una reserva de desempleados cada vez más grande. A nivel micro, resuenan las palabras de André Gorz en su genial libro “Miserias del presente, riqueza de lo posible”, en el que ya apuntaba (¡en 1998!) el proceso de “refeudalización” de las relaciones laborales: una sociedad fragmentada e individualizada, sin identidad de clase, con múltiples contratos, que acepta las condiciones laborales vis a vis, entendiendo al otro como un rival y no como alguien con quien sumar fuerzas, aspiraciones e intereses.

Como apunte final, una cosa parece clara: más allá de la necesidad de domesticar esta mercadocracia que nos está desposeyendo de derechos y bienes comunes a marchas forzadas, existe la urgente necesidad, señalada por el propio Gorz, de repensar el trabajo:

“No volveremos a la plena ocupación nunca … por lo tanto, hay que salir de la sociedad del trabajo, hacia una sociedad de la multiactividad y la cultura [...] que el trabajo se emancipe de la dominación del capital y que la persona se emancipe de la dominación del trabajo, para desarrollarse en la diversidad de sus actividades múltiples”


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