PÀGINES MONOGRÀFIQUES

19/9/13

En su caso lo esencial se reduce a la sencillez de un terruño, cuatro tomateras y un poco de mimo diario.

LA CIUDAD JUBILADA

LA REBELIÓN DE LOS JUBILADOS 

Esta es la historia de una legión de jubilados que se resiste a matar el tiempo en el bar o apolillándose en el sofá frente a la tele. Tampoco les ha dado por caminar en grupo a paso ligero, el aquagym o el taichí. 

Llamémosles raros. Está bien. Llamémosles raros, pero seguramente ni se inmuten porque a estas alturas les resbala la mayoría de cosas que no tengan que ver con lo esencial. Y en su caso lo esencial se reduce a la sencillez de un terruño, cuatro tomateras y un poco de mimo diario.

Lo que hace de esta historia llamativa no es que cultiven sin ánimo de lucro —prácticamente regalan todo lo que recogen— sino que se han montado sus huertos a pie de rondas de circunvalación, bajo torres de alta tensión o a pocos metros de las vías del tren. En esos espacios vacíos, márgenes difusos en la periferia de la ciudad, regados por el último tramo de los ríos que bordean Barcelona justo antes de morir en el Mediterráneo. Son hectáreas y hectáreas de tierra fértil que no tienen un uso definido porque la propia lógica de los planes urbanísticos les otorgan ese cometido inútil: definir franjas, donde empieza y termina la urbe. Solo eso.

Ocurre, sin embargo, que a estos jubilados les llama, precisamente, esa tierra de nadie. Y más si en ella se puede cultivar. Y, de paso, encontrar en el cuidado de su parcela un entretenimiento diario. Así que cuando la administración de turno planea desmantelar sus huertos bajo criterios medioambientales y —atención— estéticos, ellos arquean una ceja y, como si nada, siguen con lo suyo. Decía el poeta Oliver Wendell Holmes que el joven conoce las reglas y el viejo las excepciones. Pues eso. Entre el cemento y el hierro inertes que cuartean los límites de la ciudad, estos jubilados hacen crecer excepciones a base de imaginación y creatividad.

Pau Faus
 (Barcelona, 1974) es arquitecto de formación aunque él se define como artista visual y constructor. Atraído por lo que él denomina “los bastidores de la ciudad”, inició en 2007 un trabajo sobre los huertos autoconstruidos en la periferia de Barcelona. Después de tres años de investigación terminó plasmando la vida de estos ‘huerteros’ en un libro-diccionario y un corto documental titulado La Ciudad Jubilada, y que ha sido expuesto recientemente en el Festival de Arquitectura Eme3.

A través de la fotografía, el vídeo y el texto, Faus describe este fenómeno de autogestión que lleva años desarrollándose en el extrarradio de Barcelona —y de otras tantas ciudades— e invita a reflexionar modelos alternativos de relación con el entorno urbano. “El objetivo principal —explica el artista— es reivindicar otros modos de usar la ciudad más allá de aquellos definidos de antemano. La inmensa mayoría de las apropiaciones autónomas por parte de la ciudadanía en los entornos urbanos suelen ser puro sentido común. En el caso de los huertos, cultivar tierras vacías al lado de los ríos. Eso debería prevalecer por encima de lo que algún urbanista decidió en su día para esos lugares”.

Y lo que se decidió en Barcelona es que las vías de comunicación que escupen y absorben gente desde y hacia la ciudad aprovechen los corredores naturales (los ríos Llobregat y Besòs), generando kilómetros de franjas de tierra ‘abandonadas’ y sin utilidad aparente. “Lo interesante es que no son espacios vacíos, por mucho que la normativa insista en definirlos así. Quería enfatizar en esa doble realidad urbana: la planificada (el vacío como espacio descartado) y la usada (el vacío como lugar de posibilidades)”. El urbanismo sigue siendo, según Faus, una disciplina concluyente —en su sentido literal: que concluye, que convence sin dejar espacio para la duda o la discusión, irrebatible—. Y que creer que la ciudad es algo que uno puede anticipar al cien por cien es vivir muy alejado de la realidad. “La mayoría de reinterpretaciones que la ciudadanía hace de esos espacios supuestamente concluidos se concibe a menudo como una amenaza al orden establecido, el único, el correcto. A mí en cambio me gusta pensar que lo urbano no se planifica, lo urbano ocurre.

Evidentemente, son necesarios ciertos parámetros básicos de planificación, pero el resto debería permanecer siempre abierto a incorporar, o al menos considerar, los usos que la ciudadanía vaya fundando autónomamente”.

Sin embargo, en cuanto un ayuntamiento analiza el fenómeno de los huertos espontáneos en sus ‘dominios’, no se suele tener en consideración las necesidades reales de sus creadores. Las dos posturas que adoptan son: o bien decir que se trata de ocupaciones ilegales que se toleran hasta próximo aviso, o directamente sustituir esos huertos autoconstruidos por huertos municipales. “Sobre esta segunda postura no tendría ningún problema, siempre y cuando se considerara como un complemento y no como un sustituto. Y sobre la primera, considero sumamente arrogante no cuantificar los beneficios que esos huertos han dado y siguen dando a las poblaciones de la periferia de Barcelona. Hay que tener en cuenta que la mayoría de los ‘huerteros’ son jubilados que se mantienen sanos y ocupados por su cuenta sin que la administración pague ni un euro por ello, y que además con su actividad mantienen gratuitamente los márgenes de los ríos mucho más limpios que allí donde no hay huertos”.

La Ciudad Jubilada 
pone de manifiesto el choque entre las ideas de los urbanistas y las de los ciudadanos. ¿Cuál de las dos es más cierta? “La planificación urbana sigue definiendo como franjas de seguridad para el tráfico rodado o ferroviario lugares donde hace décadas que hay huertos, incluso allí donde los huertos ya estaban antes de esa planificación. Y que yo sepa, aún no ha descarrilado ningún tren por culpa de una tomatera”.
Daniel Martorell - Yorokubu



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