ELOGIO DE LA SOCIEDAD CIVIL
No
todo son fracasos ni decepciones. Esta semana hemos cosechado una victoria que
muchos compartimos, el éxito de la iniciativa popular de la Plataforma de
Afectados por la Hipoteca aceptada a trámite en la Cámara Legislativa. Es un
éxito enorme, uno de los más grandes aunque no el único, ni mucho menos
definitivo, pero sí muy esperanzador, de una forma de hacer política que se
está extendiendo y contagiando.
Es el éxito de la constancia, voluntad y
capacidad de movilización de la sociedad civil.
Repitamos
esas dos palabras, sociedad civil, porque de ellas depende nuestro presente y
futuro. De ellas ha dependido siempre pero la mayor parte lo habíamos aparcado
en la cómoda apatía del bienestar. El malestar nos ha hecho volver a ella.
Estamos perdiendo mucho de lo que habíamos ganado pero hemos recuperado un
pilar fundamental de la democracia que habíamos perdido como colectivo: la
sociedad civil. No me cansaré de repetir esas palabras.
La
sociedad civil es el arma más poderosa que tiene la ciudadanía. El ciudadano
que, en estos tiempos, se siente indefenso y hasta ridículo con el voto
arrugado en la mano como si fuera un manojo de flores marchitas para una
cita con una democracia que no se presenta, se está reencontrando a sí mismo
como ciudadano a través de la forma colectiva de hacer política. Está
recuperando el terreno que ha cedido a la política de salón por haber quedado
demasiado tiempo en el salón de su casa viendo la televisión.
Hemos
dejado que los que partidos se apropien en exclusividad de la política pero
cuando hemos visto que la estaban desgraciando, hemos empezado a reclamar que
nos devuelvan el sitio que nos corresponde. Políticos somos todos. Política
tenemos que hacer todos. La política tenemos que hacerla entre todos. Y los
que no se sumen, tendrán menos voz y menos voto. Su voto valdrá lo mismo en las
urnas pero pesará menos en el recuento diario de la política. Los que voten sin
participar podrán alzar al poder a sus inmóviles partidos pero verán como una
oleada les pasa cada día por encima y les ahoga o les arrastra. Veremos.
Lo
hemos visto esta semana con la clase política, arrastrada por la oleada de la
sociedad civil que les arrincona y atemoriza. El poder teme a la sociedad
civil porque sabe que es el único contrapoder que le puede hacer frente
durante esos cuatros años entre elecciones en los que se mueve a sus anchas. En
esos periodos solo tiene que lidiar con la opinión pública que puede ser
incómoda, incluso molesta, pero raramente inquietante o peligrosa.
Y
mucho menos en nuestro país, donde la opinión pública está parcial y
tristemente desactivada por una parte del periodismo que la manipula y utiliza
como una forma de propaganda de la mafia a la que pertenece y parapeta. Por eso
es tan importante que la sociedad civil traslade el debate y la acción a otro
campo de batalla, el de la calle y el de las redes, las redes sociales y
las redes de barrio, distrito y organización regional o nacional. Ahí la
opinión pública es menos controlable y más infecciosa. Ahí la opinión pública
se transforma en sociedad civil.
Eso
está ocurriendo ahora en nuestro país: la opinión pública se ha puesto en
movimiento y el político de salón tiene miedo. El miedo está cambiando de
bando. El síntoma más claro es que la casta política hace todo lo posible
por desacreditar a la sociedad civil. La llama, paradójicamente, incivil,
incivilizada, violenta, antisistema. La acusa de acosarles, de no dejarles
hacer política, como si la política fuese monopolio exclusivo del político. No,
señores. Hoy en día la política la está haciendo la sociedad civil. Ustedes
están a otra cosa, tapando agujeros y mentiras, atornillando sus butacones al
suelo y pactando sus pensiones vitalicias y contratos con sus amigos
empresarios. Ustedes están secuestrando la Casa de todos para hablar con su
amigo el del Banco Central Europeo. La política no está en el Congreso, lo
siento. La política hoy la están haciendo los ciudadanos a las puertas del
Parlamento.
El
enemigo de la sociedad civil no está solo en ese político que se parapeta tras
los muros de la Cámara. Está también en la propia sociedad, en aquellos que no
respeta en bien común y no actúan como ciudadanos responsables. Contra estos
también debe movilizarse la sociedad civil. Hay que dejar de reírle las
gracias al que roba o quiere cobrar en negro o te cuenta el chanchullo para
escaquearse del curro o de la Hacienda de todos. Hay que señalar a ese como
la sociedad civil ha decidido señalar al político corrupto y al político que no
atiende a sus demandas. Hay que conseguir que unos y otros desaparezcan.
Yo
soy optimista. Veo cómo se derrumban los monolitos de la política más caciquil,
podridos por la corrupción, el servilismo y codicia. Y mientras ello se
derrumban, una parte de la sociedad, la que se interesa incluso por los que no
se interesan por nada, se está alzando, se está levantando, se está moviendo y
está actuando.
Soy
muy pero que muy optimista. Aunque estamos perdiendo mucho y aunque algunos lo
están perdiendo todo hasta la esperanza, yo estoy convencido de que vamos hacia
un país mejor. Peor es casi imposible por otro lado. Pero vamos hacia un país
con mejores ciudadanos. Mejores ciudadanos hacen mejor democracia, mejor
sociedad y mejor país. Hay mucha gente que me demuestra que podemos hacerlo.
Sí se puede.
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