PÀGINES MONOGRÀFIQUES

2/12/11

Nuestra mente y nuestra conciencia son la conciencia y la mente de la humanidad


LA DIVISION Y EL CONFLICTO

Lo que el ser humano se ha hecho a sí mismo y a los otros seres humanos es realmente increíble y chocante. Por todas partes hay división, neurosis, conflicto, destrucción, confusión... Desorden interno que se expresa en desorden exterior. Nuestras sorprendentes vidas han producido la sociedad en la que vivimos. Esto debemos investigarlo e ir más allá del reino del pensamiento.

El pensamiento nace en la memoria. La memoria es el resultado del conocimiento y de la experiencia. Por lo tanto, el pensamiento es siempre limitado, porque el conocimiento es perpetuamente limitado, ya que no puede haber conocimiento completo acerca de nada. El pensamiento es muy limitado, y el mundo en el que vivimos, nuestra vida cotidiana, el trabajo, el ocio, las ansiedades, los temores y sufrimientos que experimentamos, son el resultado de nuestro pensar, el producto de nuestra actividad diaria.

El desorden que hay allá fuera no es distinto del desorden que hay en uno mismo. Es más bien un solo movimiento que sale y entra. Es como una marea que va y vuelve incesantemente. Es necesario producir orden en nuestra vida, porque sin orden no hay libertad. El orden completo, total, no de vez en cuando, sino en nuestra vida de todos los días, no sólo trae libertad: en ese orden hay amor. Una mente desordenada, confusa, en conflicto, no puede amar o percibir qué es el amor.
Es imprescindible crear un orden total, no un orden producido intelectualmente, un orden basado en valores, resultado de presiones ambientales o que es la adaptación a cierta norma, a cierto modelo. Un orden en el que no haya división alguna, en el que jamás pueda haber desorden. Nuestra mente, que incluye el cerebro, así como nuestras respuestas emocionales, sensoras, etc. acepta vivir en desorden. Nuestra vida, que se basa en la mente, en sus pensamientos, emociones, experiencias, recuerdos... acepta el desorden. Nuestra mente acepta el desorden neurótico, aceptamos vivir en él, nos acostumbramos a él, con el sentido de la división, con un constante ajuste. Esto es antinatural y depende de nuestros deseos y anhelos particulares, obedece a nuestra propia ambición y envidia.

Pero el orden no puede generarse desde el desorden. Si nos encontramos en desorden y tenemos el deseo de generar orden, ese mismo deseo dicta lo que el orden debe ser, mientras que si abordamos el problema del desorden queriendo averiguar cuál es su origen, entonces nuestra atención no se distrae, no se disipa en distintas direcciones intelectuales, verbales y emocionales, sino que toda nuestra atención se orienta en averiguar la causa del desorden. Para ello, debemos tener muy claro el modo como lo abordamos.

El origen del desorden es deseo, que crea división en nosotros. Dondequiera que haya división hay conflicto, y el conflicto es desorden, ya sea un conflicto menor o una gran crisis. Nuestra autocontradicción, el decir una cosa y hacer otra, el tener unos ideales y tratar siempre de amoldarnos a esos ideales, nuestro deseo de llegar a ser alguna cosa, crean el desorden. Éste surge por el pensamiento, porque el pensamiento siempre es limitado y establece la división entre lo externo y lo interno, crea el “yo” y el “tu”. El pensamiento se esfuerza por convertirse en algo que no es. Estas constantes divisiones, este devenir, contradecirse, amoldarse, compararse, imitar psicológicamente son expresiones de una causa central.

Nuestra mente y nuestra conciencia son la conciencia y la mente de la humanidad. Es preciso comprender esto pues, dondequiera que uno vaya, el ser humano está sufriendo, ansioso, inseguro, solitario, desesperado en su soledad, agobiado por el dolor. Psicológicamente cada uno es la humanidad honesta separado del resto de los seres humanos. La idea de que uno es un individuo con una mente especialmente suya es un absurdo, porque el cerebro ha evolucionado a través del tiempo. Es el cerebro de la humanidad, y ese cerebro forma parte de la humanidad, genéticamente. Por lo tanto uno es el mundo y el mundo es uno mismo. No se trata de una idea, de un concepto o de un desatino utópico; es un hecho. Y esa mente humana se halla por completo confusa.

Pensamos que mediante la división puede haber seguridad, que podemos obtener seguridad a través de religiones, filosofías, naciones, etc., pero este aislamiento degenera en conflicto y desdicha y, desde luego, en la división no hay seguridad alguna. Podemos levantar un muro a nuestro alrededor, pero ese muro va a ser derrumbado.

Casi todos los seres humanos piensan, viven, con el patrón establecido de que se encuentran separados de los otros, que viven aislados con sus propios problemas, sus ambiciones, sus neurosis, su particular manera de pensar. El centro de esto se encuentra en la idea de que uno está separado de los demás. Pero, aunque físicamente podamos ser diferentes, en lo interno pasamos todos por  cosas semejantes. Por lo tanto, psicológicamente no hay división. Y en tanto aceptemos la idea de que estamos separados, tendremos conflicto y, en consecuencia, divisiones, confusión y desdicha.

En tanto uno piense que está psicológicamente separado de otro ser humano, tiene que haber conflicto y desorden. Si para uno esto es un hecho, entonces podemos hacer algo al respecto. Pero si nos limitamos a hacer una abstracción de ese hecho, convirtiéndolo en una idea, entonces estamos perdidos, porque así cada uno tiene su idea particular. Pero es un hecho común a todos nosotros y del cual dependemos como seres humanos: mientras siga habiendo división dentro de nosotros tiene que haber conflicto, desorden y confusión. Pero nuestras mentes se encuentran muy condicionadas pues durante miles de años nos han influido los dichos de otras personas, a pensar que estamos separados, que cada cual debe salvarse a sí mismo. Este patrón de pensamiento se repite una y otra vez, y así es muy difícil aceptar algo que es verdadero, aunque evidente.

El hecho de esta división no es diferente del observador que observa el hecho. Observo la codicia, soy codicioso. Esa codicia que observo no es diferente de mí, del observador que dice “soy codicioso”. No hay división entre el observador que dice “soy codicioso” y la codicia, él mismo es la codicia. Por ello, si comprendemos esto, vemos que esta confusión, esta división no es diferente de observador que soy yo observándola, pues yo soy esta confusión, esta división. Todo mi ser es eso. Si lo comprendemos, nuestras vidas serán por completo diferentes, porque en ello no hay conflicto.

Supongamos que estamos apegados a una persona. En ese apego y en sus consecuencias hay innumerables aflicciones, celos, ansiedad, dependencia, todo lo que se deriva del apego. En ese apego hay inmediatamente división. Ahora bien, el apego, el sentimiento de dependencia, la acción de aferrarnos a alguien, no es diferente de uno mismo, es uno mismo, uno mismo es el apego. Si nos damos cuenta de eso se termina el conflicto. No es que uno deba librarse del conflicto, no es que uno deba ser desapegado; el desapego es apego, si trato de desapegarme, estoy apegado a ese desapego.

“Yo” soy eso. Por consiguiente, el “yo” es confusión. No es que me de cuenta de que estoy confuso, ni que me han dicho que estoy confuso. El hecho es que yo, como ser humano, estoy en un estado de confusión total, soy eso. Cualquier acción que emprendo trae más confusión. Y toda la lucha para superar esa confusión, para reprimirla, para desapegarse, todo eso ha desaparecido, todo movimiento de escape ha llegado a su fin.

Llegado al punto de comprensión de que “yo soy eso” ocurre una cosa sorprendente en la mente. Antes disipaba su energía reprimiendo, intentando el modo de no estar confuso, acudiendo a cierto gurú, sacerdote o psiquiatra. Pero cuando hay verdadera comprensión acerca de que estoy confuso, mi mente se halla, entonces, completamente atenta a la confusión, en un estado de atención total. Y cuando hay atención completa no hay confusión. La confusión surge únicamente cuando no estoy atento, aparece cuando hay división, que es inatención.

Donde hay atención total no hay disipación de energía. Cuando uno se pregunta “¿cómo puedo obtener esta atención total?”, eso es un desperdicio de energía. Cuando note que donde hay confusión, ésta se origina en la inatención, entonces esa inatención misma ya es atención.

Ahora, con esta intensa atención, podemos ver el miedo, el placer, el sufrimiento. Es importante estar libres del miedo. La mente jamás ha estado libre del miedo. Podemos disimularlo, reprimirlo, no estar conscientes de él, o podemos estar tan hechizados por el mundo exterior que jamás nos demos cuenta de nuestros miedos profundamente arraigados. Donde hay miedo no hay libertad, no hay amor. El miedo sólo introduce oscuridad en nuestra mente y en nuestra vida. Aquí no nos referimos al miedo neurótico, sino al miedo en sí, pero cuando comprendemos la raíz del miedo desaparece el miedo a algo en particular.

Es posible vivir sin una conclusión, sin una imagen propia. Mientras tenga esa imagen seré perpetuamente herido. Es posible no ser herido en absoluto, es decir, tener una mente inocente, incapaz de sentirse herida. Es imprescindible averiguar si uno puede vivir así su vida cotidiana, sin una sola imagen y, por lo tanto, sin ser herido jamás, lo que implica no estar nunca en conflicto, no establecer nunca divisiones psicológicas. Uno debe examinarse en su vida diaria para ver si es posible vivir de esa manera.

Hemos aceptado el análisis como parte de nuestra vida, y si no podemos analizarnos a nosotros mismos acudimos a un profesional. En el proceso del análisis están presentes el analizador y lo analizado. Pero el analizador es, en realidad, lo analizado. Hemos creado, pues, una división artificial entre el analizador y lo analizado, pues en verdad, el analizador es lo analizado. De manera que hay un error fundamental en el proceso del análisis. Y, en este proceso del análisis empleamos el tiempo jugando a enriquecernos mutuamente según nuestros propios y peculiares modos, financiera, emocionalmente y demás.

La ofensa y la adulación son la misma cosa. Ambas son formas diferentes de heridas psicológicas. Me adulan, eso me agrada y el adulador se convierte en mi amigo. Por lo tanto, esa es otra forma de estimular la imagen.

Debemos saber qué significa atender, porque sólo siendo atentos podemos resolver el problema de las heridas psicológicas. Es necesario saber atender con totalidad, con pasión, con una atención completa en la que no existe un centro desde el cual atendemos. Cuando existe un centro desde el que se atiende se crea una división ficticia, que sólo existe en nuestra mente, entre el observador y lo observado.

Es necesario darse cuenta de todo sin preferencia alguna, mirar sin optar, sin juzgar; simplemente mirar. Si podemos vivir así, sólo observando, sin juzgar, en esa observación no hay observador. Tan pronto interviene el observador empieza el prejuicio, el agrado y el desagrado. “Prefiero esto, no me agrada aquello…”, y tiene lugar la división. La atención existe únicamente cuando no hay una entidad que dice “estoy atendiendo”. Comprender esto es de una importancia vital. Cuando hay atención, cuando existe un darse cuenta libre de toda preferencia, de todo juicio, cuando tan sólo hay observación, vemos que ya no volvemos a ser heridos, y que las heridas del pasado han sido eliminadas. Pero apenas interviene el observador, este queda herido.

Cuando hay atención completa no hay heridas psicológicas, aunque a uno le insulten. Al conceder una atención completa no hay herida psicológica pasada, presente o futura, porque no existe entidad alguna que este observando. Comprender esto es esencial, porque mientras haya división tiene que haber conflicto. Al abordar la cuestión del miedo, del placer, del dolor, de la muerte, es muy importante ver que, en tanto exista una división entre el pensador/observador/experimentador y el pensamiento, es inevitable que haya conflicto, fragmentación y, por ello, desintegración. Es necesario observar la Vida, observarlo todo en un estado de percepción alerta, de atención completa. Y cuando luego, observamos con atención total la imagen que tenemos de nosotros mismos, nos encontramos que… no hay imagen alguna.

Cuando no hay imagen, ni representación mental, ni conclusión de ninguna clase, la relación entre dos seres humanos es la apropiada. Actualmente, nuestras relaciones se basan en la división. El ser humano acude a su centro de trabajo, donde es brutal, codicioso y ambicioso; después llega a su casa y dice: “querida, qué hermosa eres”. Este es sólo un ejemplo de que existe contradicción en nuestra vida, y por eso nuestra vida es una batalla constante. Por ello no hay una relación apropiada. Tener una verdadera relación humana es no tener imagen, ni representación ni conclusión alguna. Y esto es bastante complejo, porque tenemos recuerdos. Pero podemos ser libres con respecto a los recuerdos que guardamos de los incidentes del ayer. Todo esto está implicado en la verdadera relación.

La relación entre dos seres humanos la descubriremos si no tenemos imagen alguna. Eso significa vivir en la vida cotidiana sin conflicto, vivir sin división alguna, sin guerra. Eso puede ser amor.

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