El arte necesario para crear COMUNIDAD
Nos buscamos continuamente y no nos encontramos. Nos llamamos desesperadamente y sólo recibimos el eco de nuestro grito agónico. Y todo porque no presentamos fisuras y, compactos y lisos como bolas de billar, nuestros contactos son simples golpes de una dinámica que mantiene ocultos los afectos. Hasta que explotamos y desparramados en miles de trozos sobre el plano de nuestras vivencias, dedicamos el resto de nuestras vidas a reconstruir con dolor una triste réplica de lo que un día fuimos.Nuestros yoes se endurecen en la medida que la sociedad se endurece. Nacidos para soñar lo imposible hemos dado vida a un sistema que nos transforma en su propio sueño, para algunos una horrible pesadilla. Nos quiere a todos iguales y nos hace pensar que somos únicos y que no necesitamos a nadie. Nos endurecemos al hacer de cualquiera un competidor, un enemigo. Cerramos el flujo emotivo que acompaña a todo ser vivo y dejamos que nuestras emociones se nos pudran por dentro. Las de los otros, simplemente no las sentimos. Nos llegan como información, como noticia. Al final, nuestro débil cascarón no aguanta más, se rompe.
Rehechos, nos buscamos de nuevo. Esta vez para compartir de verdad, decimos. Para crear una comunidad o unirnos a una existente. Una comunidad que permita un libre flujo de afectos, con sus tensiones y sus momentos de paz, con sus alegrías y tristezas.
Queremos ser más plásticos, alejar de nuestro camino la imagen de la pulcra bola de marfil, queremos fluir, decimos. Pero no sabemos muy bien en qué consiste eso. Y tendemos a interpretar las duras fricciones como un daño que nos provocan otros. Ignoramos que basta decir Tu y Yo para que de nuevo hagamos de nuestra convivencia una mesa de billar, en la que nos movemos limpiamente como rígidas bolas impulsadas por extrañas corrientes.
Insistimos. Queremos crear comunidad, desterrar de una vez viejas prácticas. Comenzamos a hablar de nosotros. Hablar. Y hablar. Sólo nos reunimos para hablar. Y nos olvidamos que podemos estar juntos sin necesidad de decir una sola palabra. Olvidamos, o no sabemos, que podríamos estar juntos en silencio, con los ojos cerrados o simplemente fijos o ausentes. Y que en ese tiempo nuestra mente podría detenerse por un momento en aquello que nos preocupa. Sin forzar. Dejando que las imágenes nos lleguen ligeras a nuestra pantalla interior, donde dejarán su huella. Imágenes diferentes de personas diferentes, cada cual con sus dudas, sus miedos, su propio pasado.
Podemos darnos la mano, o tocarnos con cualquier parte del cuerpo, para sentir que estamos cerca, que hemos creado un espacio que nos acoge y protege. Y en el que se diluye toda diferencia. Pues está en su ser, ser espacio de acogida, espacio, uno. En la medida que entramos en dicho espacio, sin más que seguir sin resistencia el flujo de imágenes, también nosotros abandonamos nuestra alteridad para ser uno, espacio. Espíritu. Espíritu inmanente, espacio de acogida, lugar de visualización.
Queremos crear comunidad, elegir un lugar para vivir, resolver un problema técnico, afrontar una situación difícil. Queremos avanzar cuando las palabras están ya gastadas o cuando todavía no han empezado a andar. Queremos hacer manifiesto algo que se resiste a aparecer. Y no sabemos que podemos ayudar visualizándolo. Aunque todos tengamos ideas u opiniones diferentes de cómo afrontar el problema, la visualización será la misma. Porque la visualización no es más que la creación de ese espacio, es ese espacio que nos acoge en silencio y que deja vagar nuestra mente en la sucesión de imágenes e ideas que se aparecen.
La visualización es una, pero no es armonía de contrarios, no tiene poder propio para transformar en igual lo diferente. Al final del ejercicio, nuestras ideas seguirán siendo probablemente diferentes. La visualización no es espíritu divino, no es omnipotente. Y sin embargo, algún poder sí tiene. En la medida que, dejándonos llevar por el flujo de imágenes, entramos en ese espacio único que se configura en nuestra presencia como proyección de ese singular problema cuya solución todos queremos hacer manifiesta, nos hacemos parte del problema y por tanto también de la solución que ya en él está contenida. Claro que nosotros ignoramos cuál puede ser la solución, al menos de manera consciente, porque conocerla significaría que podemos recorrer en un instante las infinitas dimensiones del espacio creado. Y no somos dioses. Pero hemos sido de alguna manera tocados por ella. La tenemos siempre presente, nos acompaña aunque imperceptiblemente en todos nuestros actos posteriores. Y todo lo que hagamos o digamos, aún sin pensar, va dirigido a hacer manifiesto, y por tanto real, lo que un día fue tan sólo deseo, visualización.
El espacio creado en un instante de silencio y reposo, lo allí visualizado, se adhiere a nuestro ser una vez concluido dicho instante. Cuantas más veces se repita el ejercicio y cuanto mayor sea nuestra capacidad para abandonarnos a ese silencio compartido, con mayor fuerza se realiza tal adhesión. A partir de ese momento, siempre nos acompañará su espíritu, al menos hasta el momento en que el deseo se haga manifiesto.
Poco importa que en lo que se refiere a ideas u opiniones no exista un acuerdo explícito. Si somos capaces de crear ese espacio, si nuestro querer es ciertamente un querer de todos, las diferencias expresadas no han de asustarnos. Son caras del mismo prisma. Bastará alejarse un poco para que todos lo veamos. Visualizar es optar de verdad por la manifestación de un deseo, es crear un espíritu de grupo que nos ha de acompañar hasta ver realizado dicho deseo, es utilizar el poder transformador del silencio para sentirnos más cercanos en un sutil espacio de acogida. Es una ayuda necesaria para crear comunidad.
José Luis Escorihuela “Ulises”
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