Ser el propio cambio
Mal que nos pueda o no pesar, los políticos que vuelan en helicóptero para acudir a sus sesiones de trabajo, evitando la protesta en la calle, han sido elegidos por el pueblo. ¿Procede combatir esta democracia por insuficiente e imperfecta que se manifieste? ¿No habrá, si es caso, que gestar otra? Donde comienza el acorralamiento y el zarandeo se difumina también la nobleza de un empeño.
“No es esto compañeros (Companys, no és aixó…), no es esto por lo que murieron tantas flores, por lo que lloramos tantos anhelos. Quizás debamos ser valientes de nuevo y decir no, amigos, no es esto.” Debemos a Lluís Llach el recuerdo del perfume y la pureza del empeño original. Marcaje, no a los parlamentarios, sino a nuestras propias inseguridades, a nuestros miedos…, marcaje, si es caso, a nuestra conciencia adormecida, a nuestra falta de valor para construir, allí donde nos encontremos, un ser, un mundo nuevo.
La algarada callejera presenta cierta ficción de cambio. “Como es arriba es abajo”, la conciencia de los políticos es el reflejo de la conciencia de la ciudadanía. Conviene pues tratarnos a nosotros/as mismos/as con respeto. Es en la transformación de esa conciencia ciudadana acomodaticia donde se juega una más perenne revolución. Si queremos otra clase política, sobra acorralar, asediar la que ahora domina; quizás debamos, más bien, acorralar nuestro sentimiento de insuficiencia, quizás prime operar en el seno de esa conciencia colectiva conservadora para que ella poco a poco mute, para que se vaya impregnando de liberadores valores, de nuevas y emancipadoras metas.
Las más genuinas y exigentes revoluciones no nos permiten echar balones lejos. Nos invitan a integrar fuera y dentro. Nos sugieren asumir nuestra cuota de responsabilidad en el estado actual de cosas, a reparar en el gran poder a nuestro alcance para transformar el paradigma imperante; para reconstruir en sus más diferentes ámbitos, un nueva realidad inspirada en los principios elevados de la cooperación, el compartir, la fraternidad…
No triunfaremos a la contra. Si no nos entusiasma la paleta de opciones políticas, habrá que idear otro color; si no nos gusta lo que los bancos hacen con nuestro dinero, tendremos que crear entidades nuevas para proyectos nobles y alternativos; si no deseamos esta macro sanidad despersonalizada tendremos que caminar la tierra y descubrir la magia sanadora de las plantas, del agua, del aire, del barro... Si no nos convence esta civilización de asfalto, de ruido, de ignorancia de unos para con otros, deberemos aguzar el oído y saber dónde cantan los pájaros, cómo se reconstruyen los muros, cómo se hace “compost”, cómo se hace comunidad, cómo se unen nuestros cantos a esos otros cantos…
Podríamos seguir los ejemplos. Lo que está en cuestión es, por lo tanto, dónde invertimos nuestra energía: ¿en tumbar o en construir; en confrontar unas estructuras, unas organizaciones grandes, dominantes, piramidales o en gestar otras reducidas, comunitarias, autogestionadas…? ¿Dónde invertimos nuestro esfuerzo y dinero, en batallar contra un sistema materialista, no sostenible, depredador del humano y del entorno o en la creación de espacios de convivencia y trabajo alternativos, respetuosos del humano y su entorno?
Perderemos a la contra hasta reparar en el error. Trabajemos siempre a favor y conscientes de las Fuerzas que nos asisten. Trabajamos con la fuerza del viento, de las mareas, del sol, de la vida…; con la fuerza, la luz y el amor superiores, sea cual sea nuestro credo. Perderemos con nuestros resentimientos, con nuestras rabias no dominadas. La revolución somos nosotros y nuestro ingente potencial creador. Perderemos si esa fuerza que necesitamos para sembrar, curar, construir…, la invertimos en acosar.
No, no es esto compañeros. No hay triunfo en el empujón, en el griterío descontrolado, en los sprays rojos…, tampoco en el acorralamiento. No hay triunfo a la vera de ningún palacio donde se celebran investiduras. El triunfo reposa en nuestro propia investidura como hombres y mujeres libres y autoempoderados, capaces de cocrear un mundo más solidario, más bello y armonioso. El triunfo está en no otorgar a terceros el poder que reposa en nosotros, en investirnos como protagonistas de las transformaciones necesarias, como dueños de nuestros propios destinos.
Hemos acampado a la vera de la utopía, pero también a la vera de algunas impotencias e impaciencias. Habremos aún de madurar hasta lograr ”ser nosotros mismos el cambio que queremos para el mundo” (Ghandi). Podemos remontar en la buena dirección. Alguna prisa e irritación han empujado, calle abajo, hacia las sesiones solemnes de las Cortes, y los Parlamentos, sin embargo, ojalá nunca olvidemos nuestra cita, nuestra acampada allí arriba, a la Puerta de nuestro propio Sol, en los prados de altura.
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