Otro mundo es mejor
“La construcción de un nuevo tipo de sociedad… depende antes que nada de nuestra conciencia y de nuestra voluntad, o, más sencillamente aún, de nuestra convicción de que el riesgo de que se produzca una catástrofe es real, cercano a nosotros y de que, por tanto, tenemos que actuar necesariamente. Pero esta convicción no se forma por sí misma en cada ser humano… En vez de soñar de forma irresponsable con una salida a la crisis que suele definirse, demasiado alegremente, en función de la reanudación de los beneficios de los bancos, debemos tomar conciencia de la necesidad de renovar y transformar la vida política para que ésta sea capaz de movilizar todas las energías posibles contra unas amenazas que son mortales.”
No, no es un radical antisistema quien hace esta reflexión, es Alain Touraine. Muy mal deben andar las cosas cuando el habitualmente moderado sociólogo francés parece estar de acuerdo en su diagnóstico con Serge Latouche, Fernando Cembranos y con quienes defienden el decrecimiento. Touraine nos señala dos claves fundamentales para que se produzca la movilización social capaz de hacer frente a las amenazas.
La primera, es la convicción de que el riesgo de que se produzca la catástrofe es real. Necesitamos que esa convicción sea masiva, que alcance a la mayoría de la población. Y tal cosa no va a ser fácil, porque a pesar de los indicios crecientes de la gravedad de las crisis, la mayoría social -especialmente en los países enriquecidos- continuamos fascinados por la ficción del crecimiento y el consumo, esperando “la salida de la crisis”. Como dice Touraine, no es una convicción que se forme por si sola, así que va a ser necesario que, paralelamente al agravamiento de las condiciones de vida, multipliquemos la sensibilización y la concienciación social.
Aquí tenemos una responsabilidad individual -cada uno y cada una- y colectiva -cada organización, cada movimiento social- de contribuir al desvelamiento de la realidad. A estas alturas, quienes callan o niegan son cómplices. Y, repito, no será fácil despertar las conciencias, porque a las gentes no nos gusta que nos amarguen la fiesta del consumo, que nos hablen de problemas y riesgos, que nos exploten el globo, la ilusión del crecimiento sin fin.
Una segunda clave es la conciencia -también masiva, mayoritaria- de que tenemos que actuar, de que no podemos esperar a la acción de los gobiernos o los representantes políticos. De nuevo topamos aquí con las resistencias de una sociedad acomodada, apática, que ha delegado la acción y la responsabilidad política en manos de los partidos. ¿Cómo hacerlo? ¿Cómo poner en pie formas inéditas de organización y acción política, que sean capaces de articular a una nueva mayoría social que está por construir, que será necesariamente plural y heterogénea, que carece de los valores y habilidades sociales necesarios para autoconstituirse?
“Se necesitará de grupos capaces de analizar con coherencia la catástrofe y de expresarla en un lenguaje común. Deberán saber abogar por la causa de una sociedad que establece cercos y hacerlo en términos concretos, comprensibles para todos, deseables en general y aplicables inmediatamente.“
El que esto decía era Ivan Illich que, hace más de 35 años, ya nos ponía en guardia ante la “Gran Crisis”. Él nos aporta otra clave fundamental para la movilización social a la que nos convocaba Touraine: la recuperación del lenguaje, que, en palabras de Illich, “es el primer pivote de la inversión política“. Se trata de recuperar “un lenguaje común, comprensible para todos, que llegue“.
A menudo, nuestros discursos -los de quienes decimos querer cambiar el mundo- suenan oscuros, tristes y lastimeros, dogmáticos y sectarios, a viejo, a retórica del pasado. Así que hemos de volver a aprender a decir la realidad, a contarla con nuevas palabras, capaces de convencer y seducir a una nueva mayoría social.
No basta con mostrar los problemas que existen, es preciso “formular aquello que queremos, aquello que podemos y aquello que no necesitamos… en términos deseables y aplicables… inmediatamente“.
No es suficiente con denunciar el presente, es necesario anunciar un futuro mejor posible. Saul Alinsky, otro precursor del cambio social, nos avisaba de que “cuando las personas se sienten impotentes y piensan que no tienen los medios para cambiar la situación, no se interesan por el problema“.
Es lo que se ha llamado la “ideología de la impotencia“: si no podemos cambiar nada, por que molestarnos en hacer algo. Para poder interesar a la mayoría, convencerla y movilizarla hacia un cambio social tan profundo como el que necesitamos, hemos de demostrar -con nuevos lenguajes- que esta realidad no es inevitable, la única posible, y que el fin de esta sociedad productivista y consumista -incluyendo las limitaciones y renuncias que ello implica- no es necesariamente un desastre, sino que puede ser la oportunidad para construir una sociedad mejor donde los hombres y mujeres podemos ser más felices, conviviendo en armonía entre nosotr+s y con la naturaleza.
“Todo comienza siempre con una innovación, un nuevo mensaje rupturista, marginal, modesto, a menudo invisible para sus contemporáneos… De hecho, todo ha recomenzado, pero sin que nos hayamos dado cuenta. Estamos en los comienzos, modestos, invisibles, marginales, dispersos. Pues ya existe, en todos los continentes, una efervescencia creativa, una multitud de iniciativas locales en el sentido de la regeneración económica, social, política, cognitiva, educativa, étnica, o de la reforma de vida. Estas iniciativas no se conocen unas a otras; ninguna Administración las enumera, ningún partido se da por enterado. Pero son el vivero del futuro. Se trata de reconocerlas, de censarlas, de compararlas, de catalogarlas y de conjugarlas en una pluralidad de caminos reformadores”.
Este mensaje, cuajado de esperanza, es del sociólogo y filósofo Edgar Morín, en su artículo “Elogio de la Metamorfosis”. Morin coincide en el pesimista análisis de la realidad que hacen Alain Touraine o Ivan Illich, pero se esfuerza en señalarnos razones para la esperanza, pues nos recuerda que “ya no basta con denunciar, hace falta enunciar”. Efectivamente, es imprescindible soñar y describir otro futuro, sin olvidarse de pelear por hacerlo posible, como nos proponía el maestro Paulo Freire.
Así pues, la clave de la esperanza es fundamental para lograr la movilización social que ha de permitirnos enfrentar las graves crisis que vivimos. Una movilización para construir un mundo y una sociedad mejores, positivos, alegres, más felices. Vivir con menos no significa vivir peor.
Así pues, necesitamos reconocer y conjugar la multitud de iniciativas locales regeneradoras, y convertirlas en un nuevo actor político capaz de enunciar, con un nuevo lenguaje, claro y sencillo, en términos positivos y deseables- una nueva realidad mejor, posible, de aplicación inmediata. ¿Te apuntas?
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Ver el proyecto de la Democracia Inclusiva o DI, que apunta a tener un análisis, propuesta de posible funcionamiento de una sociedad alternativa y propuesta de estrategia de transición suficiente para poder construir el nuevo movimiento liberador necesario!
http://democraciainclusiva.blogspot.com
http://democraciainclusiva.org
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