PÀGINES MONOGRÀFIQUES
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27/8/10
69 RAONS PER A NO TREBALLAR MASSA
69 Razones para no trabajar en demasía
4.10.2009
http://carnetdeparo.blogspot.com/
Nuestros dirigentes, encabezados por el monarca —que ostenta el curioso cargo constitucional de Jefe no electo del Estado— nos invitan a trabajar con ahínco para superar una crisis cuyo origen no se encuentra en el ámbito laboral. No se les ha ocurrido decir: “Ciudadanos, como premio a vuestro sacrificio laboral, os garantizamos que al superar la crisis se repartirán con equidad los beneficios de la producción”. Nada de eso, lo único que los gobernantes nos ofrecen a cambio de nuestro sacrificio es restablecer el equilibrio del sistema para dejarlo en el mismo punto en el que estaba antes de producirse la crisis: o sea, en similar estado de riesgo de que ésta se repita. Ninguna crisis económica ha tenido como causa el hecho de que la gente trabajase poco. Así que, por favor, no nos vengan con cuentos.
En su fecundo libro de los Adagios, al explicar el proverbio Para rey o para necio se nace, el gran humanista Erasmo de Rotterdam nos recuerda que: “En primer lugar, se requiere tener una recta opinión de las cosas, pues las opiniones son como las fuentes de donde surgen en la vida las acciones, y si están contaminadas, dan al traste con todo”.
Este adagio viene al pelo en un momento en que los gobernantes nos invitan a trabajar con ahínco para que no se hunda el tinglado económico internacional, sumido en grave crisis por los manejos de la banca y otros delincuentes financieros. “Ninguna mano quede ociosa”, dijo Barak Obama, la víspera de su toma de posesión como presidente de los Estados Unidos. “La cultura del sacrificio, trabajo y esfuerzo son más necesarios que en momentos de bonanza económica”, aseguró el ministro español de Trabajo Celestino Corbacho. Mientras que el Rey Juan Carlos I, con su habitual estilo simplón, alentó a los españoles “a tirar todos del carro en la misma dirección”. Ahora, es la vicepresidenta segunda del Gobierno y ministra de Economía y Hacienda, Elena Salgado, la que vuelve a la carga con la monserga: “La economía española es como las mujeres. Aunque estén igual de capacitadas, tenemos que trabajar el doble".
Nuestros dirigentes, encabezados por el monarca —que ostenta el curioso cargo constitucional de Jefe no electo del Estado— bien podrían haber dicho: “Ciudadanos, como premio a vuestro sacrificio laboral, os garantizamos que al superar la crisis se repartirán con equidad los beneficios de la producción”. Nada de eso, lo único que los gobernantes nos ofrecen a cambio de nuestro sacrificio es restablecer el equilibrio del sistema para dejarlo en el mismo punto en el que estaba antes de producirse la crisis: en similar estado de riesgo de que ésta se repita.
Los métodos utilizados por las distintas autoridades que históricamente se han ido turnando en la función de obligar a trabajar a los miembros de la tribu, ciudad o Estado, no siempre han sido limpios y respetables. Pero los mandatarios de las naciones nunca han estado tan faltos de legitimidad para pedir un esfuerzo a los ciudadanos como en el momento actual. Pues se le puede pedir al pueblo sangre, sudor y lágrimas ante el ataque de un ejército enemigo. O ante los desastres producidos por un terremoto o un violento huracán. Pero no cuando los manejos especulativos de los mercachifles han gozado de la total permisividad de las autoridades.
Ninguna crisis económica ha tenido como causa el hecho de que la gente trabajase poco. Así que no nos vengan con cuentos. Antes de prestar obediencia ciega a sus mandatos, tengamos una recta opinión acerca de la capacidad y catadura moral de quienes mandan.
69 razones para no trabajar demasiado
Bajo este título, os presento hoy, apreciados seguidores del blog, el libro que acaba de ser editado por Ediciones Viejo Topo, y que, paradójicamente, es el resultado de un considerable esfuerzo personal. Pues escribir es bastante más duro que cavar. Y os aseguro que conozco ambos oficios, pues he escrito más árboles que plantado libros. O viceversa.
Ante todo, permitidme que os diga que hay poco de frivolidad en la propuesta de trabajar menos. Tesis que, pese a su honda solera filosófica, parecía políticamente poco apropiada mientras estuvo vigente la promesa de crear un Estado del Bienestar. Sin embargo, la contrapartida que se ofrece hoy a cambio del esfuerzo laboral es precariedad creciente en el empleo, despido libre, contratos basura, salarios que rayan en el insulto, servicios públicos de salud deteriorados e incertidumbre en las pensiones de jubilación. En esas condiciones, entregar nuestra vida al trabajo por cuenta ajena parece cosa de tontos: vive para tí solo, si pudieres, pues sólo para tí, si mueres, mueres, advierte Quevedo.
Para tranquilidad de moralistas y meapilas de vía estrecha, entiéndase bien que no se defiende aquí la idea de no trabajar en absoluto, sino la de no superar los límites de la razón y de lo razonable. Aparte de dejar exhaustos los cuerpos y esmirriado el tiempo vital de las personas, trabajar más, produciendo mayor cantidad de mercancías y servicios, significa introducir un mayor grado de desorden en un sistema medioambiental bastante fatigado ya.
Pese a los cuentos inventados por los ideólogos del sistema, el trabajo por cuenta ajena no otorga carta de ciudadanía. No puede hacerlo por la sencilla razón de que ningún ordenamiento constitucional vigente reconoce el acceso al trabajo como un derecho de obligatoria provisión. Un ciudadano puede exigir que las autoridades del Estado protejan su seguridad personal o su salud. Pero no existen vías jurídicas para exigir una colocación dentro del artefacto social del empleo. Para evitar desórdenes sociales, los gobiernos intentan favorecer lo que eufemísticamente denominan "creación de empleo". O sea, la contratación de trabajadores por parte de los empresarios. Pero éstos, a la vez que propietarios de los medios de producción, manejan también los mandos del artefacto empleador. En consecuencia, nadie podrá trabajar sin permiso de otro, como observó Karl Marx. Mientras el capitalismo perdure, los seres humanos no tenemos la menor obligación ética de sacrificar el corto tiempo de nuestra existencia en aras de un sistema injusto.
Razones para no trabajar demasiado las hay seguramente por miles. En este libro se presenta una breve selección que recoge lo que filósofos y pensadores de diversas épocas han dicho sobre lo que el impagable Paul Lafargue denominó "el vicio del trabajo". Para entender el concepto es preciso leer a maestros del pensamiento como Sócrates, Epicuro, Séneca, Tomás Moro, Henry D. Thoreau o Bertrand Russell, entre otros.
Si una mayoría de ciudadanos leyese a estos maestros y actuara en consecuencia, posiblemente el capitalismo caería sin necesidad de revoluciones. El experimento vale la pena.
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