PÀGINES MONOGRÀFIQUES

6/7/10

Cuando los poderosos dicen que no pueden


SISTEMA Digital
28.06.10

Las cumbres del G-20 siempre han estado rodeadas de polémicas y se han saldado con una cierta sensación de frustración entre algunos de los participantes y, sobre todo, entre la opinión pública.

En sí mismo el formato de estas cumbres no deja de ser un tanto chocante. Si tuviéramos que explicar por primera vez a un observador externo la naturaleza y propósito de estas cumbres, cualquiera que tuviera en alguna estima su propia capacidad de análisis lógico y racional se encontraría en un serio aprieto.

En primer lugar, la noción de representación que se encuentra detrás de una Cumbre que reúne a un “grupo” de mandatarios, supuestamente poderosos (y que además no son 20, sino 21 y a veces alguno más), nos remite a esquemas políticos tremendamente añejos. ¿Cómo es posible que en este Planeta no hayamos sido capaces de dotarnos de un sistema de representación más racional y eficiente? ¿Cómo lo explicarán los libros de Historia en épocas venideras? ¿Nos imaginamos cómo reaccionaríamos si en el ámbito de nuestros países actualmente un grupo de virreyes y mandatarios locales poderosos se reuniesen en cumbres muy solemnes para “decidir” sobre las cosas más importantes?


Pero el problema no sólo estriba en la disparatada lógica de la representación que subyace en este modelo, sino, como estamos viendo, en su propia funcionalidad. Precisamente fueron razones de funcionalidad las que justificaron la lógica “grupística” de este tipo de cumbres. “Reuniendo a un grupo de unos pocos –y poderosos– mandatarios será posible –se nos decía– llegar a consensuar y establecer las decisiones que más se necesitan para hacer funcionar la globalización”. El propósito –no nos engañemos– no era intentar “gobernar” la globalización, sino lograr que las cosas funcionaran, mal que bien, sin que se causaran tensiones ni males mayores.

Es decir, no sólo se sustituía la lógica de la racionalidad democrática a nivel global por la lógica del “grupo de decisión” (¿siguiendo el modelo de Yalta?), sino que al mismo tiempo también se rebajaba considerablemente el objetivo de la gobernabilidad, en mor de la primacía de los mercados y la prevalencia del poder de la riqueza (de personas, empresas y naciones, en su caso).

Por eso, cuando han surgido problemas de cierta entidad y cuando las fracturas sociales generadas al amparo de este modelo se han hecho acuciantes (con más de mil millones de hambrientos, por ejemplo), es especialmente grave que el grupo de los poderosos no hayan sido capaces de llegar a acuerdos, no sólo para atajar las terribles desigualdades y carencias que afectan a una parte importante de la humanidad, sino ni siquiera para garantizar una razonable funcionalidad del sistema. De esta forma, cuando los poderosos nos dicen que no pueden llegar a acuerdos sobre cuestiones tan básicas como los equilibrios entre el valor de las principales monedas, a unas elementales medidas fiscales capaces de frenar el cáncer de los movimientos especulativos a corto plazo, no sólo están poniendo en evidencia que no son “ellos” los que tienen el poder realmente en estos momentos, sino que este modelo de globalización no tiene futuro entre otras razones porque no es gobernable.

La cuestión ahora está, por lo tanto, en verificar cuánto tiempo será necesario y cuántos destrozos económicos y sociales serán precisos –con todos sus costes humanos– para que nos demos cuenta de que hay que emprender otros caminos. Posiblemente los que sólo tienen como guía de sus conductas a la codicia extrema y cortoplacista tardarán tiempo en reaccionar, si es que reaccionan. Y cuando reaccionen posiblemente será demasiado tarde, como en la célebre fábula de la “gallina de los huevos de oro”.

Pero, ¿qué ocurre en el campo político oficial? ¿Por qué tanto esfuerzo en solemnizar lo obvio y minimizar los problemas y disfunciones de fondo? De seguir este camino, las fuerzas políticas oficiales irán quedándose tan secas como una “uva pasa”, al tiempo que los movimientos de protesta serán empujados (real o comunicacionalmente) hacia una violencia desesperada y nihilista. ¿Por qué no se fija, pues, un camino de esperanza? ¿Dónde están los líderes y los partidos capaces de hacerlo?

28 de junio de 2010
José Félix Tezanos

http://www.fundacionsistema.com/News/AlDiaDetail.aspx?id=2457

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